He venido a hablar de mi libro: Efectividad KENSO

«Es que pasa el tiempo, se acaba el tiempo, entra la publicidad, entran unos vídeos absurdos que todos hemos visto ya, y no se habla de mi libro. Pues entonces, a qué he venido yo aquí».

He estado repasando la famosísima (al menos si estás en España, y si tienes ya una edad… porque esto fue hace ya 30 años, glups) escena que se produjo en un programa de entrevistas en las que el autor Francisco Umbral le reclamaba a la presentadora, Mercedes Milá, que cuándo se iba a hablar de su libro. La escena completa está aquí (es deliciosa).

Desde entonces «yo he venido aquí a hablar de mi libro» ha quedado en el lenguaje popular como sinónimo de «yo vengo aquí con el único interés de hablar de lo mío, y lo demás me da igual».

Bueno, pues hoy yo he venido a hablar de mi libro, aunque no es que todo lo demás me dé igual.

Pero es que si todo va bien, este próximo miércoles 25 de enero llega a las librerías (físicas y virtuales, en formato papel y en formato ebook) mi (nuestro; de Quique, Jeroen y mío) libro «Efectividad KENSO». 

La cuestión es que, aparte de hacértelo saber (porque igual te resulta interesante su lectura: la info del libro la tienes aquí), quería aprovechar para compartirte una reflexión sobre eso de escribir un libro.

Porque, la verdad, nunca pensé que yo lo haría.

Es verdad que he autopublicado un par de cosas: pero Skillopment es una recopilación de artículos cortos, y La Rueda de la Vida es más un cuaderno de trabajo. También he participado en libros colectivos, aportando un capítulo.

Pero escribir un libro «de verdad» es otra cosa.

En mi mente, un libro era un proyecto demasiado difícil. No me tengo por una persona constante. Y una cosa es escribir cosas para el blog, o la newsletter (escribes, publicas y hasta luego Mari Carmen), y otra es pensar en una estructura, irle dando forma a lo largo de las semanas, que todo tenga coherencia, no perder la motivación en el camino… 

Buf.

Pero mira, está claro que era una creencia limitante. Apoyado en el trabajo conjunto con Quique y Jeroen, y haciendo una buena labor de «trocear» el contenido para poder ir avanzando de a poquitos… llegamos al final.

Siempre se dice que la mejor manera de comerse un elefante es, precisamente, a trocitos… y en este caso así ha sido.

No quiere decir que todo haya sido coser y cantar, pero al final el león (o en este caso el elefante) no era tan fiero como lo pintaba.

También hay una frase que me gusta repetir: «Nadie construye una casa; lo que haces es poner un ladrillo, luego otro, luego otro… y al final, como resultado, obtienes la casa».

Nadie «escribe un libro». Lo que haces es que, con eso en mente, trabajas para transformar ese objetivo de llegada en tareas mucho más manejables y concretas. Las más cercanas las puedes definir ya, las más lejanas las irás viendo… pero todo es un camino de acciones concretas que puedes abordar.

Pim, pam, pim, pam… hasta que llegas a donde querías.

Nadie «escribe un libro», pero si te lo montas bien acabas con un libro en las librerías.

Y yo, la verdad, me siento muy orgulloso del proceso.

Mis propósitos para 2019

Época de buenos propósitos

Con la entrada del año nuevo entramos en territorio de revisión del año anterior y planificación del siguiente. Y hay una gran estrella: los buenos propósitos.
Hay centenares de contenidos en internet que te cuentan cómo deberías hacer una revisión-planificación del año, cómo hacer que tus propósitos se hagan realidad… así que no quiero abundar en lo mismo. Simplemente quiero compartir mi experiencia de cómo he elaborado yo mis propósitos para 2019, y cuáles son.

Reflexión antes de los propósitos

Es fácil «tirar de repertorio» para enunciar los buenos propósitos: ponerse en forma, aprender inglés, dejar de fumar, leer más… clásicos que año tras año aparecen en el «top ten» y que, curiosamente, al año siguiente vuelven a aparecer…

Más difícil es hacer un proceso de reflexión sosegada y enfrentarnos a nuestros propios demonios. Exige calma, orden, ganas de «rascar» por debajo de la superficie… y en definitiva ponernos frente al espejo sin tratar de engañarnos a nosotros mismos. Pero si queremos unos propósitos útiles, es necesario dar ese paso… porque si no ya sabemos lo que pasa.

Recopilando datos del año anterior

¿Qué hice durante el año? ¿A qué proyectos he dedicado mi tiempo? ¿Con qué personas me he relacionado? ¿Qué he leído, qué formaciones he hecho? ¿A dónde he viajado? Una de las cosas de las que me he dado cuenta es que resulta muy difícil hacer un repaso si antes no has sido un poco riguroso registrando la realidad día a día. Hay veces que nos cuesta recordar lo que hemos hecho por la mañana… ¡como para acordarnos de lo que hicimos el febrero pasado!
En este sentido, a mí me ayuda llevar un diario. Después de varios intentos a lo largo de mi vida, este año he conseguido ser bastante constante en la labor de «journaling» (siguiendo la propuesta del 5-minute journaling). Aun así, creo que me vendrá bien hacer el esfuerzo de ir consolidando con cierta frecuencia (mi idea es hacer «revisiones mensuales» en las que poder extraer los hitos relevantes, y así llegar al final del año con parte del trabajo hecho).
También me ha resultado útil revisar la agenda (donde tengo apuntadas reuniones, viajes, etc…). También creo que le puedo sacar más partido en este año entrante a esta herramienta, y utilizarla para apuntar más cosas (incluso a toro pasado).
En mi caso, que tengo una notable producción online (entre el blog, los podcasts, el canal de youtube…) me ha venido también bien echar un ojo a lo que he publicado. Y como nota curiosa, también me ha resultado refrescante revisar las fotos almacenadas en Google Photos (y recordar cosas, momentos… que podrían haberse perdido)
En todo caso se trata de hacer una recopilación objetiva, sin juzgar nada todavía. Simplemente acumular datos.

Lanzando una retrospectiva

Una vez que tenemos los datos encima de la mesa (y las sensaciones que nos genera), toca valorar.
En mi caso, utilizo las categorías que mencionaba en el post sobre la rueda de la vida (físico/salud, desarrollo personal, administrativo/financiero, familiar, social, profesional, hobbies y contribución). Y para cada una de ellas, extraigo tres tipos de puntos:

  • Aquellas cosas que me gusta como van, y que quiero que sigan siendo así.
  • Aquellas cosas que quiero empezar a hacer, o que quiero hacer con más frecuencia/intensidad.
  • Aquellas cosas que quiero dejar de hacer, o que quiero hacer con menos frecuencia/intensidad.

Con esto tengo una visión bastante consolidada, en una única hoja, que me permite ver «por dónde quiero que vayan los tiros».

La rueda de la vida

Después de recopilar, y de analizar… ¿cuáles son las conclusiones? He utilizado la herramienta de «la rueda de la vida» para reflejar mi visión de dónde estoy respecto a dónde quiero estar. Al final se trata de «poner una nota» a cada uno de los aspectos de mi vida, y ver dónde están mis fortalezas y mis áreas de mejora.

Obviamente aquí lo importante no es «la puntuación», sino las sensaciones que tienes y las reflexiones que te han llevado allí. Por eso viene bien hacer este ejercicio después de haber hecho los pasos anteriores… porque así las sensaciones tienen una base.

Y por fin, los propósitos

Después de todo el ejercicio de rumiación, llega el momento de establecer cuáles van a ser las «directrices» para todo el año, las grandes líneas estratégicas que quieres que marquen tu comportamiento a lo largo del año. En mi caso las he destilado hasta quedarme con cuatro, que son éstas:

  • Vida más sana: seguir impulsando comportamientos saludables, relacionados con la actividad física y la alimentación, que me ayuden a acercarme a mi peso ideal y a generar bienestar y energía.
  • Buen humor: ser más consciente de mi estado de ánimo, y de cómo afecta a quienes me rodean, procurando elegir mejor mis palabras, gestos y acciones para proporcionarles mejores momentos.
  • Foco y persistencia: utilizar de manera más deliberada mi tiempo, decidiendo a priori en qué emplearlo y poniendo los medios y herramientas necesarios para aprovecharlo al máximo y que genere un impacto perceptible en mis habilidades, mi actividad y mi vida.
  • Proactividad: dar más primeros pasos. Sugerir, proponer… abrir la puerta a más posibilidades, ofreciéndome a los demás y gestionando la diversidad de reacciones de manera positiva, tanto en lo personal como en lo profesional.


Si te interesa profundizar un poco más en el trasfondo que hay detrás de estos propósitos, he subido un episodio al podcast «Diarios de un knowmad» entrando un poquito más en detalle en cada uno de ellos.

Algunas notas sobre el proceso que quizás te resulten útiles

  • Como ves, he destilado los propósitos y los he dejado en cuatro. Podrían ser 10, o 20… pero creo que es importante hacer el esfuerzo de darle vueltas hasta quedarse con lo esencial. Cuatro es un número manejable, que me va a permitir tenerlos en mente y guiar mi comportamiento sin que se diluya demasiado.
  • Si te fijas, la redacción de los propósitos tiene un tono positivo, propositivo. Están definidos en términos de «lo que quiero conseguir», no en términos de «a lo que quiero renunciar». No dice «perder peso» o «evitar distracciones», sino «acercarme a mi peso ideal» o «aprovechar al máximo mi tiempo». Puede parecer un matiz un poco irrelevante, pero creo que es útil de cara a estar a gusto con tus propósitos.
  • Parte de la gracia del proceso ha sido plasmarlo en formato físico. La rueda de la vida, los propósitos… tienen su espacio en mi cuaderno (y próximamente los pondré como fondo de pantalla y/o en papel en la pared). Al final creo que hay un valor primero en trabajarlos en formato manipulable (más allá de escribirlos en el ordenador), y luego en tenerlos a la vista durante el año (para que no se te olviden).
  • También tiene algo de «exorcismo» el hecho de hacerlos púbicos. De que no sean una reflexión «de mí para mí», sino que queden expuestos (incluso con la parte de «intimidad» que puedan tener). Creo que, de alguna manera, es algo que refuerza el compromiso, y te hace más difícil el escabullirte más tarde.
  • Y por supuesto, esto de los propósitos está muy bien pero no sirve de nada si no se traslada en acciones. El objetivo es utilizarlos como guía para implantar acciones, tomar decisiones, implantar hábitos… y en general como guía del comportamiento. Se trata de hacer cosas de formas diferentes para conseguir resultados diferentes.

¿Y tus propósitos?

Tengo curiosidad… ¿cómo afrontas tú este proceso de revisión-planificación del año? ¿Cuál es tu experiencia? En todo caso, mi deseo es que tengas el mejor año posible, y sobre todo que hagas todo lo que esté en tu mano para que así sea.

El secreto para que las cosas salgan bien


Ayer escuchaba una entrevista que le hacía Gonzalo Álvarez Marañón en su podcast El Arte de Presentar al Mago More. No sé si sitúas al personaje… yo sí le tenía más o menos ubicado, de verle actuar en la tele de hace unos cuantos años. El Mago More es… bueno, mago. Con un punto cómico, y de hecho también hace monólogos, y es guionista del programa de José Mota, y sale en algunos sketches, y ha salido en Torrente… pero también tiene una vertiente corporativa, con charlas, y presentación de eventos, y ha escrito un libro…
El caso es que a lo largo de la charla Gonzalo trataba de sacarle al Mago More los secretos que podía compartir después de 25 años subido a los escenarios y más de 5.000 actuaciones. Y esto es lo que decía:

Pero es que si lo analizas, cualquiera que esté en una empresa tiene que hablar en público muchas veces en su vida. Entonces hay una falta de formación brutal, y por eso nos cuesta mucho, porque en el fondo lo que nos cuesta es prepararlo, ensayarlo, y luego salir a hacerlo. Entonces la gente se salta los dos primeros pasos, y sale directamente a hacerlo. El principal problema por el que la gente se pone nerviosa es porque no se prepara, ni más ni menos.

Preparación, preparación, y preparación.
Demasiadas veces queremos que las cosas nos salgan bien… no sé, como por arte de magia, por nuestra cara bonita. No dedicamos tiempo a preparar las cosas, y aun así pretendemos llegar y que salgan. ¿Cuál es la probabilidad de obtener un buen resultado? Te lo puedes imaginar. Lo curioso es ver cómo, a pesar de tenerlo una y mil veces comprobado, seguimos cayendo en lo mismo.
Recordaba, escuchando la entrevista, una frase que me gusta mucho y que viene del ámbito militar. «Cuanto más sudas en el entrenamiento, menos sangras en el combate». Cuanto más te preparas, más limitas el riesgo. Hace unos meses contaba mi experiencia dando una charla, y cómo todo salió según lo previsto.

¿Casualidad? No. Tampoco talento. Simple preparación, algo que está al alcance de cualquiera.

Hace tiempo escribía que los planes nacen muertos, pero tienen que nacer. No porque «hacer planes» sea una forma de hacer que las cosas pasen como tú quieres que pasen (como dice Mike Tyson, «todo el mundo tiene un plan hasta que te dan el primer puñetazo en la cara»), si no porque el propio proceso de planificación es pura preparación. Te familiarizas con la situación, y con los factores relevantes. Imaginas escenarios. Practicas respuestas. Piensas alternativas de acción. Ensayas, automatizas. Y lo repasas, y lo vuelves a repasar. Y así cuando llega la hora de la verdad tienes la mochila llena de recursos para actuar. Luego las cosas vienen como vienen, pero cuanto más te hayas preparado mejor podrás lidiar con ellas.
Nos gusta pensar que a la gente que le salen bien las cosas es porque tienen talento. O porque quizás han tenido acceso a una serie de «secretos ocultos» que a nosotros nos son desconocidos. Pero cuando nos dicen que es todo cuestión de práctica, que es algo que está en nuestra mano… ay, entonces sentimos el peso de la responsabilidad sobre nuestros hombros.
Olvídate de secretos, porque la clave es mucho más sencilla: prepararse, prepararse y prepararse.

PD.- Como ves, he añadido un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

Mis planes para Skillopment en 2018

Skillopment en 2018: ¿dónde estoy?

En plena vorágine de «buenos propósitos para el año nuevo», una de las cosas sobre las que estoy reflexionando es sobre Skillopment. Realmente, cuando el otro día hacía repaso de 2017, fui consciente de todas las cosas que habían sucedido a lo largo de todos los meses. Porque hace un año apenas había nada: aquellos posts que dieron luz a la idea, y la charla que hice en Sevilla hilando un discurso inicial. Ya en 2017 vino el trasladar esas ideas a un pequeño libro, la creación de la lista de correo, el modelo Skillopment, la guía de autoaprendizaje, el podcast, un buen puñado de artículos, un par de charlas más, algún taller «de pago» para una empresa, un intento (fallido) de montar un curso abierto, un producto orientado a clarificar prioridades de aprendizaje (tímidamente anunciado… más sobre ello más adelante)… vaya, que te pones a contar y te das cuenta de que el año ha cundido.
La parte buena es que ese crecimiento, esa expansión, se ha producido de manera bastante orgánica. Es decir, las cosas han ido surgiendo y se han ido consolidando de una forma muy natural, sin sensación de rozamiento ni de tener que «forzarme». Y eso para mí es buena señal, un augurio positivo de cara al futuro: esto es algo que me interesa, que tiene potencial, que hago con gusto…
También lo puedo mirar de una forma menos complaciente. Y es que confieso que cuando empecé a construir el tema en mi mente había una fantasía. En su versión más radical, me convertía en un gurú capaz de crear un imperio sobre la base de esta idea con todo lo que eso implica: grandes conferencias, cursos pagados a cojón de mico, bestsellers, cohorte de admiradores y de envidiosos… bueno, dejadme tener mi fantasía escapista :D. Lo cierto es que había también una versión más modesta, y por lo tanto más alcanzable: convertir Skillopment en un «side project» con una capacidad moderada de generación de ingresos complementarios con potencial de convertirse en principales. En ese sentido es donde sé que podría haber hecho más cosas, y donde creo que puedo enfocarlas mejor en 2018, en tres aspectos diferentes: contenidos, distribución y monetización.

Contenidos más valiosos…

En relación a los contenidos, aunque estoy razonablemente satisfecho, creo que puedo hacer más. He publicado posts, he enviado notas a la lista de correo, he hecho entrevistas y píldoras para el podcast… y quizás me quedo con la sensación de que me he quedado en un nivel demasiado «genérico» y demasiado «teórico». Contenidos que, siendo necesarios, debería complementar con otros más concretos, más focalizados en colectivos más acotados, con una mayor dimensión práctica… Tengo un amigo que me dice que yo soy demasiado «conceptual», y que me cuesta ponerme en los zapatos de gente que necesita cosas más concretas. ¿Quiénes están al otro lado? ¿Qué contenidos pueden necesitar, qué les aporta realmente valor a su vida, a sus procesos de aprendizaje? ¿Qué les interesa, y cómo les interesa? Tengo que ser capaz de llevar las cosas a su terreno, y no esperar que sean ellos los que vengan al mío.
Ahí hay un aspecto, el de la «comunidad«, que estoy intentando fortalecer. Es complicado, porque no deja de ser una relación «de uno a muchos» y mucha gente la vive así (con un rol más pasivo), pero en la medida de lo posible busco que las personas que están al otro lado tengan la puerta abierta para interactuar, para expresar sus inquietudes, sus ideas…

… que lleguen a más gente…

Los contenidos entroncan directamente con el segundo aspecto, el de la distribución. Cuando generas contenidos es pensando en que otros los vean. Y a ser posible, que les gusten tanto que los mencionen, los compartan en sus redes sociales, decidan suscribirse para recibir nuevos contenidos… pero si falla lo primero, si no llegas a demasiada gente en primera instancia, estás ahogándote a ti mismo. Cuando publico contenidos en el blog suelo replicarlos en twitter, linkedin y facebook, pero tengo la sensación de que estas plataformas cada vez tienen (para mí) menos alcance, y además siempre va sobre las mismas personas. La «segunda oleada» (gente que se hace eco de las publicaciones) no suele ser muy abundante así que me cuesta llegar a nuevos públicos. Para colmo, el SEO no me genera muchas visitas «de archivo». Entre unas cosas y otras tengo la sensación de que la repercusión de mis contenidos podría ser mayor de lo que es.
Aquí creo que hay mucho por hacer en varios sentidos:

  • En algún momento dije que el SEO para mí no era importante. Pero lo cierto es que quizás me he pasado de frenada ignorándolo, y me vendría bien darle una vuelta a este aspecto. Me estoy planteando incluso recurrir a alguien para que me haga una «puesta a punto».
  • Siempre he sido bastante tímido a la hora de «dar la brasa» con mis publicaciones. Las publico, las anuncio en mis RRSS… y luego tengo la sensación de que si vuelvo a mencionarlas estoy siendo un pesado y abusando de la confianza de quien me sigue. Pero quizás haya un punto intermedio entre «estar todo el día a base de retuits» y «no retuitear nunca». Tengo un histórico de contenidos que merece la pena reflotar.
  • Cuando leí «Revolución Knowmada«, uno de los aspectos en los que más se hacía énfasis era en la realización de «posts invitados». Es decir, buscar publicar en casa de otros, de forma que puedas presentarte ante nuevos públicos que no te conocen y atraerlos hacia ti (con bonus de enlaces entrantes). Esto es algo que apenas he explorado, y que está en mi mano hacer: buscar personas afines en cuyas publicaciones tenga encaje mi mensaje, y ver si me prestan sus casas.
  • En este mismo sentido, creo que debería interactuar más (en facebook, linkedin, twitter…) con personas afines. A veces creo que soy demasiado «lobo solitario», y eso no ayuda demasiado a que otros sepan de tu existencia.
  • En un tono similar, pero cambiando el online por el offline, debería intentar «salir más». Promover charlas gratuitas, ir a eventos… en definitiva, darse a conocer a otros públicos. Aquí debería tomar un rol más activo a la hora de provocar oportunidades, de ofrecerme…

Todo esto debería ayudarme a generar un círculo virtuoso en el que los contenidos tengan más visibilidad, más viralidad, lleguen a más gente, etc… contribuyendo a la difusión del mensaje, al posicionamiento, a la autoridad…

…y que generen oportunidades de monetización

… y en última instancia, a la monetización. Que no es el objetivo principal pero oiga, también está bien y creo que hay un potencial de intercambio de valor en lo que hago.
Hasta ahora he planteado varias iniciativas orientadas a la monetización. Con un denominador común… y es que han sido demasiado tímidas, la verdad.
En un primer momento, me planteé que podría ser una buena idea montar un taller en abierto para desarrollar habilidades de aprendizaje… planteé la fecha, lo anuncié a la lista de correo, en redes sociales… y bueno, digamos que tuvo una acogida «fría». No despertó interés. Me queda la duda de si fue el planteamiento del taller, si fue el precio, si quizás fui demasiado optimista (parece que sí, que montar un taller en abierto requiere de una «base de audiencia» mucho mayor), si fui demasiado tímido al airearlo… el caso es que no cuajó, y la sensación que me quedó es que es una batalla complicada sin un «sponsor» que tenga ya a la audiencia.
Curiosamente, al hilo de esa iniciativa fallida surgió la posibilidad de hacer un taller «in company» que salió razonablemente bien (también con aprendizajes e ideas de mejora), y que estamos buscando la forma de adaptar para expandirlo dentro de esa misma compañía. Un buen primer paso (y monetización, ¡yay!) del que debería haber más. ¿Y por qué no ha habido más, os preguntaréis? Por un problema mío, con varias ramificaciones. Por un lado, varias personas (gracias Alfonso, Jaime…) me han alertado de la necesidad de definir mejor a mis públicos objetivos. ¿A quién se dirige el taller? Cuando defines un público objetivo, es más fácil generar un argumentario, y empezar a mover el producto a gente concreta. Eso es algo que debería haber hecho hace ya tiempo, y que no he hecho porque la labor comercial está fuera de mi zona de confort. Así de sencillo. Salir ahí afuera, plantear tu idea, exponerse al rechazo… Sí, lo escribo y suena ridículo, pero cada uno tenemos nuestros demonios. En fin, que está en mi mano romper esa barrera y darle vida.
Algo parecido sucede con el «paquete» que he ideado para ayudar a personas a clarificar sus prioridades de aprendizaje, un mix de formación+coaching que como digo he conceptualizado, he colgado en la web… y ahí lo tengo, sin atreverme a dar el paso de ponerlo en el escaparate, de venderlo con decisión. ¿La causa? La misma. Otra barrera a romper que está en mi mano.
Otra iniciativa que tengo en mente es montar algún curso online, con vídeos y demás. Aquí me ha echado para atrás un poco el esfuerzo de producción, y cierta aprehensión a la cámara (de hecho cuando monté el canal de youtube fue un poco pensando en «ir probando» este medio). En mente tengo lanzar alguno durante estos próximos meses, pero antes debería resolver los problemas explicados en los párrafos anteriores (porque si no me encontraré en las mismas).
En fin, como veis mucha tela que cortar… pero aquí tengo las tijeras. ¡A por ello!
PD.- Cualquier feedback, reflexión, matiz, crítica… será bienvenida, ¡gracias por adelantado!

Tu presupuesto de formación para 2018


Comienza el año, y nos enfrentamos a 12 nuevos meses en los que «dar pedales» para que las cosas vayan como queremos que vayan. En el ámbito de la empresa este proceso de elaboración de presupuestos es habitual. ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuánto nos va a costar? Cuentas y números que permitan hacerse una idea de por dónde van a ir los tiros de los próximos meses, coordinar la acción, buscar financiación si hace falta…
Luego ya viene la realidad y te desmonta todos los planes, pero ésa es otra historia. Los planes nacen muertos, pero hay que hacerlos. Y no por costumbre, o por obligación, si no porque son un ejercicio interesante de reflexión, de proyección, de visualización… un ejercicio interesante en sí mismo, más allá de que luego se vayan a cumplir en mayor o menor medida.

¿Y qué hay de tus presupuestos?

Porque claro, eso de «hacer presupuestos» suena mucho a empresa, a departamento financiero… pero es igualmente aplicable a ti como persona individual. Sí, ya, todo el mundo tiene «propósitos de año nuevo», pero… ¿cuántos dan el paso adicional de transformar ese propósito en un plan, y de presupuestar en consecuencia?
Esto, que es aplicable a cualquier ámbito de nuestra vida, también lo podemos aplicar al aprendizaje. Hace unas semanas, en la entrevista que le hice a Juanda Sobrado, hablábamos sobre la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos sobre el desarrollo de nuestras habilidades. Y de lo llamativo que el escaso porcentaje de personas que, antes de empezar el año, se sienta a pensar «qué quiero aprender durante el año que viene», «por qué y para qué» y «cuánto me va a costar».

Tres pasos para hacer tus presupuesto de formación

Veamos qué tres fases debes cubrir a la hora de definir tu presupuesto de formación para 2018:

  • Lo que quieres aprender: vale, más allá del clásico «este año aprendo inglés»… ¿qué es lo que de verdad quieres aprender a lo largo del año? ¿qué necesitas en tu vida, qué te serviría para resolver un problema, qué te abriría las puertas a nuevas oportunidades? Quizás no sea aprender algo totalmente nuevo, si no seguir profundizando en alguna de tus habilidades existentes. Ni necesariamente algo grandilocuente, si no pequeños microaprendizajes. Muchas veces nos resulta difícil concretar, porque no hemos hecho el ejercicio de «fijar el rumbo».
  • Cómo lo vas a aprender: ¿cuál ha sido tu experiencia de aprendizaje en el pasado? ¿qué te ha funcionado mejor? Hay múltiples maneras de aprender y de desarrollar tus habilidades. A veces es un curso, a veces necesitas un trabajo individualizado con un «maestro», a veces algo online, a veces algo presencial, a veces necesitas rodearte de gente afín, poner en marcha algún proyecto práctico… En todo caso, necesitas plantear una estrategia, la forma en la que vas a enfocar esa «conquista» del nuevo aprendizaje. Porque de nada valen los «qués» sin los «cómos». Y porque obviamente, los medios determinan el coste…
  • Cuánto te va a costar: estamos hablando de dinero, claro. ¿A qué curso te vas a apuntar, qué libros vas a comprar, qué materiales vas a necesitar…? Pero ojo, no es solo cuestión de dinero. Para aprender también hace falta tiempo, dedicación, esfuerzo, energía… ¿Cuántas horas vas a dedicar al mes, a la semana? ¿En qué momento lo vas a hacer? ¿A qué otras áreas de tu vida le vas a robar ese tiempo? A veces duele más este «gasto» que el del dinero… Contemplar todos los costes es una buena forma de concienciarse antes de empezar, y de no llevarse sorpresas más adelante.

Descarga la plantilla para hacer tu presupuesto de formación

He preparado una plantilla muy sencilla, pero que espero te ayude a hacer el ejercicio de presupuestos. Identifica cuáles son las áreas en las que quieres desarrollarte a lo largo del año, las acciones que vas a llevar a cabo para hacerlo, y cuál va a ser el coste (en dinero, tiempo y otros compromisos) que supone cada una de esas acciones.

 
Ahora ya sólo tienes que sentarte y pensar… fácil, ¿no? 🙂
Eso sí, una vez que lo hagas ahí tendrás, de un sólo vistazo, qué es lo que pretendes hacer en el año, y cuánto vas a tener que poner de tu parte… espero que con esta panorámica tengas una visión más completa de lo que quieres conseguir, y de lo que te va a costar hacerlo 🙂
(Este artículo fue enviado originalmente a los suscriptores de la lista de correo Skillopment. Si te ha gustado, te invito a darte de alta para seguir teniendo acceso prioritario a reflexiones, artículos y herramientas interesantes para que aprendas más y mejor).

De datos e intuiciones

En una clase sobre planificación que estoy dando, planteaba a los alumnos la necesidad (o no) de planificar en base a datos versus a la posibilidad de utilizar la intuición / experiencia como base para la toma de decisiones. Les pedía que se dividiesen en dos grupos (como en los típicos concursos de debate de las series americanas), y que cada uno de ellos defendiese una postura.
Datos. Los análisis cuantitativos siempre dan una base más sólida, objetiva, para la toma de decisiones. En ese sentido son obviamente relevantes. Sin embargo, como les decía, obtener datos relevantes cuesta tiempo y dinero, y no siempre vamos a tener la posibilidad de ellos. Y además, debemos ser siempre precavidos con los datos, porque como bien dice la conocida frase, hay mentiras, jodidas mentiras y estadísticas. Los datos se pueden retorcer con facilidad, y no siempre un dato refleja la realidad.
La intuición, por su parte, no es un mecanismo mágico. Suele ser producto de la observación y de la relación con experiencias pasadas. Muchas veces no necesitas datos para saber «por dónde van los tiros» (importante no confundir esto con las «anécdotas», es decir, con la generalización de una experiencia puntual), y puedes acortar mucho los plazos si asumes algunos presupuestos básicos. Y será más sencillo recurrir a la intuición (o más fácil que te compren tu argumento) en la medida en que tengas un mayor prestigio y credibilidad.
Por otro lado, cuanto mayor impacto tengan las decisiones a tomar, más buscaremos el soporte de los datos. Los técnicos de Fórmula1 analizan muchas variables para decidir cuánta gasolina cargan en el vehículo, porque de ello puede depender su competitividad en la carrera. Algo que un usuario particular nunca hará, porque las consecuencias no van más allá de parar en una gasolinera u otra que está quince kilómetros antes o después.
Obviamente, como concluimos al final del ejercicio, lo ideal es un equilibrio. Datos en la medida en que sean relevantes, y cuando el coste-beneficio de obtenerlos tenga sentido; intuición para el contexto, y para avanzar más rápido.

Los planes nacen muertos, pero tienen que nacer

Ayer tuiteaba César Rodríguez una cita atribuida a Eisenhower

Planning is everything and the plan is nothing

Planificar lo es todo, el plan no es nada. Leí esta aparente contradicción, e inmediatamente «tuvo sentido» para mí.
Cualquier plan, por mucho esfuerzo que pongas en su elaboración, nace «muerto». Desde el minuto uno se van a producir circunstancias no previstas que lo invalidan y obligan a replantear su contenido. Pudiera parecer, entonces, que es una tontería tomarse la molestia de llegar a definir un plan; total, ¿para qué?
Sin embargo, aunque resulte paradójico, planificar sigue siendo imprescindible. No tanto por el resultado, sino por el proceso. Cuanto más esfuerzo hayamos hecho en planificar, más preparados estamos para «improvisar» cuando el plan original salte por los aires (algo que va a suceder sí o sí). Es en el proceso de planificación cuando conocemos los elementos que entran en juego, las relaciones entre ellos, el contexto, los recursos, la dinámica de funcionamiento de aquello que estamos intentando acotar. Y es precisamente ese conocimiento el que nos permite entender rápidamente por qué el plan no se desarrolla según lo previsto, saber qué alternativas tenemos y reaccionar con agilidad (incluso con aparente «intuición»). Una improvisación «bien informada», muy diferente a la del que no planificó; porque éste se ve obligado a tomar decisiones con rapidez… y sin el conocimiento desarrollado durante el proceso de planificación tiene mucha menos base para hacerlo.
Así visto, puede resultar un poco frustrante. Saber que debes dedicar tiempo y cariño a planificar, y a la vez saber que el resultado valdrá en sí mismo para poco. Pero si cambiamos el enfoque, y nos damos cuenta de que lo importante no es «el plan» en sí mismo, sino el conocimiento al que llegamos en su elaboración, esa frustración desaparece. No queremos un plan perfecto, sino desarrollar las habilidades que nos permitan gestionar la realidad imperfecta.

¿Tienes un plan? A ver, enséñamelo

«Me encanta que los planes salgan bien», que decía «Hannibal» Smith en El Equipo A
A todos nos encanta que los planes salgan bien. La cuestión es… ¿de verdad tenemos un plan?. Tomemos cualquier objetivo/intención que tengamos en mente. Encontrar trabajo, perder peso, aprender a tocar la guitarra, mejorar nuestra situación financiera, prepararse un maratón, establecernos por nuestra cuenta… lo que sea. Elige tú, mientras lees esto, cualquiera de tus objetivos. Y ahora, justo ahora, localiza el sitio donde tienes escrito tu plan: los objetivos, las acciones, los plazos, los indicadores que te sirven para controlar la evolución, los hitos, los informes de seguimiento periódico, las medidas correctoras que hayas ido tomando…
Apuesto a que una gran mayoría no tiene nada de eso. A mí, desde luego, me pasa. Cada X tiempo me da un punto reflexivo, pienso en distintas cosas que quiero conseguir, «venga, coño, que no se diga». Puede que más o menos, en mi cabeza, formule algunas «vías de acción» nunca demasiado concretas. Incluso puede que durante algunos días, fruto del entusiasmo, vaya haciendo algo. Luego, llega el día a día y se te cruza en tu camino. Sí, en tu cabeza sigues teniendo esa sensación de «jo, yo quería hacer…», pero se pasan los días, las semanas, los meses… y te das cuenta de que has avanzado poco o nada en tus propósitos. Entonces vuelves a empezar, «venga, ahora sí, que no se diga». Un nuevo «subidón» que no tarda en desinflarse de nuevo.
Es curioso. Porque la «receta» para hacer las cosas mejor suele ser bastante sencilla. Hay una serie de métodos y herramientas, con base científica / estadística que te ayudarán; simplemente es cuestión de seguirlas. ¿Por qué, entonces, no lo hacemos? Yo no creo que sea «falta de motivación» (eso que dicen de «si de verdad quieres, puedes»). Probablemente sea una mezcla de exceso de confianza (nos fiamos demasiado de nuestra voluntad/motivación/intuición) y cierto «miedo a formalizar». Parece que esas cosas de «planificar», de «aplicar un método», de «definir objetivos, acciones, indicadores», establecer una rutina de «revisión, ajuste»… suena todo demasiado rígido, demasiado formal, demasiado… ajeno. Qué somos, ¿robots? Total, si no es tan difícil, para que me voy a andar liando, ya voy yo haciendo.
Pero la realidad es tozuda, y se empeña en demostrarnos que sin plan, nos perdemos. Cada vez que nos planteémos un propósito, si de verdad queremos verlo transformado en realidad, deberíamos acompañarlo con un plan que nos sirva de guía de actuación. No tiene por qué ser un complicadísimo diagrama de Gantt; cada proyecto, cada propósito, tiene sus características y debemos adaptar las herramientas de planificación a ellas. No tiene por qué ser complicado, no tiene por qué robarnos tiempo, no tiene por qué ser incómodo.
Cada día tengo más la certeza de que necesitamos planes, métodos, herramientas, rutinas. Ceñirnos a ellos, con todos sus elementos. Con todas sus servidumbres, llegado el caso, también. Porque nuestra naturaleza humana (desde luego la mía) es limitada y poco fiable, tiene tendencia a la dispersión, y a dejar que los buenos propósitos se queden en eso, en un mero propósito, en un «desideratum» que no llega nunca a concretarse.
Si queremos que «los planes salgan bien», más nos vale tenerlos.