Cuando yo era pequeño había un espectáculo que me llamaba mucho la atención: los equilibristas.
Yo no sé si es que ya no hay tantos espectáculos de equilibristas, o si seré yo que «solo veo series», pero desde luego hace mucho que no veo uno.
Fuese en un programa de circo para niños, o en uno de variedades, de repente salía un tipo que colocaba un rodillo en el suelo, y una tabla encima… y ahí se subía, a intentar no caerse.
Por supuesto, eso era nivel básico: la gracia era cuando empezaba a colocar unos vasitos, y encima otra tabla, y luego otro rodillo, y otra tabla, y otros vasos para poner otra tabla más…
Al final acababa subido a una altura considerable, encima de una estructura imposible… ¡y sin caerse! (¿puede que yo secretamente estuviera esperando a que se cayese? Ni confirmo ni desmiento ese extremo).
La cuestión es que el equilibrista nunca alcanzaba, paradójicamente, el equilibrio. Era raro verle completamente quieto. Al contrario, lo que veías era movimiento permanente, con los brazos extendidos, cambiando ligeramente (o a veces no tan ligeramente) el peso de su cuerpo de un lado a otro.
En el libro «Lo único«, Gary Keller afirma tajantemente: «una vida equilibrada es una mentira».
Nada está nunca en perfecto equilibrio. Lo que sucede en realidad es una acción permanente «hacia el equilibrio», pero no se alcanza nunca. «Equilibrio» lo definimos como sustantivo, pero en realidad tenemos que pensar en él como un verbo.
Estamos constantemente re-equilibrándonos.
Porque lo natural es que estés en desequilibrio.
Que haya partes de tu vida que estén requiriendo más tiempo, atención, energía… que otras. Es normal, es lo esperable. De hecho, es hasta deseable: porque quien mucho abarca, poco aprieta… y a veces toca sacrificar unas cosas en favor de otras.
Y si ves que ese desequilibrio es excesivo… entonces tendrás que hacer como el tipo subido en el tablón: desplazar parte de ese tiempo, atención, energía… a aquello que habías desatendido.
Pero, por supuesto, con un coste: porque no hay supermanes ni superwomanes capaces de hacerlo todo a la vez durante todo el tiempo.
Lo que hay que aceptar (y es algo que también refleja Oliver Burkeman en sus «4000 horas«) es que tienes recursos finitos, y que no vas a poder llegar a todo. Siempre va a haber aspectos de tu vida que estén desatendidos. Si te centras en el trabajo posiblemente sufra tu familia, o tus hobbies, o tu descanso. Si quieres dedicar más tiempo a tu familia, sufrirá tu trabajo. Si te centras en un proyecto, otros languidecerán.
De lo que se trata es de que ese desequilibrio sea consciente.
Y de que, cuando sientas que te has escorado demasiado, sepas corregir el rumbo.