La turra de Mbappé

Que Mbappé viene. Que Mbappé no viene. Que puede ser. Que seguro que sí. Que ojo que no. Que ya verás como sí. Que…

¡Madre mía, cuánta turra!

¿Cuántas horas de tertulias, debates, «información»… ha generado este culebrón? ¿Cuántas portadas, cuántas especulaciones, cuántos dimes y diretes? Y sobre todo… ¿cuántas horas de atención ha robado?

Y total… ¿para qué?

Todo ese ruido no aportaba nada.

La decisión sobre dónde jugaría Mbappé el año que viene es algo que se iba a producir en su momento, y todo el cacareo intermedio daba igual.

Incluso si esa decisión es algo relevante para ti (por lo que sea) todo el proceso previo no te aporta nada más que distracción.

Y eso es un problema.

Porque puede ser Mbappé, o la guerra de Ucrania, o el «tema político de la semana», o el scroll infinito de Instagram. Hay un montón de ruido sobre temas sobre los que no tienes ninguna influencia y/o que te impactan entre poco y nada.

Pero, a la que te descuidas, se meten en tus pantallas y en tu cabeza robándote el foco y la energía.

Ojo, que está bien entretenerse, y cada uno se entretiene con lo que quiere. No es ahí donde quiero llegar.

El problema es cuando ese entretenimiento se nos va de las manos. Y el hecho de que haya gente muy interesada en que eso pase y que se aprovecha de que la carne es débil.

Yo hace unas semanas que decidí poner una barrera a todo ese ruido. Me instalé un bloqueador de webs y de apps que me impiden entrar a las redes sociales, a los medios de comunicación… durante la mayor parte del día. Sólo me he dejado tres momentos (de 8 a 9 de la mañana, de 2 a 3 de la tarde y de 8 a 10 de la noche) en los que me permito entrar a curiosear.

El resto del día, paz.

Porque la gracia de esto es que, aunque tengas el impulso de entrar (y a fe mía que lo tengo)… la aplicación te lo bloquea. «Vuelve a lo que estabas haciendo, anda».

Mano de santo.

No eliminas el 100% del ruido (al final te acabas enterando de lo del puñetero Mbappé), pero sí un porcentaje muy importante. Y eso es distracción que te ahorras.

La app se llama Freedom. Tiene una versión gratuita (que, sobre todo, limita el número de sitios y apps que puedes bloquear). Yo me compré una suscripción vitalicia, y creo que es una de las mejores inversiones que pude hacer.

Destilacción: transforma tus ideas en acciones

Decenas de ideas diarias

Soy un usuario activo de twitter, y todos los días me expongo a montones de tuits con ideas interesantes. Algunos de ellas con enlaces a artículos que, a su vez, contienen más ideas interesantes. Veo charlas en Youtube, escucho podcasts, leo libros, tengo conversaciones.

Yet few approaches to guide priority-setting are available..

Estimo que cada día pasan por mis ojos (y oídos) varias decenas de ideas que me llaman la atención. Que considero llamativas, interesantes. A veces las anoto. Muchas veces las redistribuyo.

La gran pregunta es… ¿cuántas de estas ideas que pasan por tu cabeza a lo largo del día se transforman en cambios reales y concretos en tu vida?

Frente a la infoxicación… destil-acción

Leí un concepto hace mucho tiempo que me resultó muy llamativo: la disfunción narcotizante. Consiste en que la sobredosis de información no solo no genera acción, sino más bien al contrario. Leer mucho sobre determinados temas nos hace tener la reconfortante sensación de que «estamos haciendo algo», cuando en realidad no estamos haciendo nada.

Con las ideas pasa algo parecido. Nos podemos pasar el día exponiéndonos a ideas interesantes a través de distintos medios. Leyendo, dando like, retuiteando. Y tendremos esa reconfortante sensación: «qué bien, qué estimulante». Pero a la hora de la verdad… no está pasando nada. Y el valor no está en las ideas, sino en lo que hacemos con ellas.

Por eso, frente a la infoxicación, necesitamos destil-acción:

  • Elegir una de esas ideas, la que te llame la atención. Fíjate que no te estoy diciendo «elegir una idea buena frente a un montón de ruido», sino escoger una idea buena y descartar otro montón de ideas igual de buenas.
  • Rumiarla. Dedicar un rato a pensar bien en qué significa, qué implicaciones tiene, cómo podrías trasladarla a tu vida (en lo personal, en lo profesional…), qué consecuencias podría tener…
  • Accionarla: ¿qué vas a hacer para llevar esa idea a la realidad? ¿qué acciones físicas vas a poner en marcha, qué hábitos vas a cambiar?

El impacto está en lo que haces

Rara vez tu problema es que te falte información, o que te falten ideas. No necesitas más contenidos. Tienes que hacer más cosas con los que ya tienes.

Como decía hace tiempo:

Una sola idea, si nos esforzamos en extraerle todo su jugo y en aplicarla en el día a día, puede tener un impacto mucho mayor en nuestra vida que pasar de puntillas por decenas de ellas

Quizás la cuestión sea saber si queremos cambiar cosas en nuestras vidas… o solo revolcarnos en la ilusión de que con darnos atracones de ideas ya es suficiente.

Construyendo tu árbol del conocimiento

Luchando contra el olvido


Cuando terminé de leer el libro, pensé “sí, señor, ¡qué interesante!”. Tenía sentido, encajaba con lo que ya sabía, aportaba varias ideas adicionales. En resumen, una buena lectura, ¡qué bien que lo leí!
Pasados unas semanas, quise hablarle del libro a un compañero. Me sonaba que había algo en él que merecía la pena rescatar. ¿Cuál era esa idea tan interesante que contenía? Sí, hombre, si venía que ni pintada en esta conversación. Pero… no fui capaz de recordarlo, más allá de una cierta sensación nebulosa de que “me había gustado”.
Si ahora me preguntas qué libros leí el año pasado, y qué aprendí de ellos… a lo mejor te sorprende mi cara de haba, pero es posible que no recuerde la mayoría de las cosas que leí. Conclusión: las horas dedicadas a su lectura han sido un desperdicio.
Uno de los errores que cometemos cuando nos sumergimos en un proceso de aprendizaje es que consumimos muchos contenidos, pero consolidamos poco. En el momento en el que estamos leyendo, o viendo un vídeo, o asistiendo a una charla… es fácil tener la sensación de que “es interesante”. Podemos encontrar relaciones con otras cosas que ya sabemos. Y estamos seguros (cómo no estarlo… ¡ni que fuéramos tontos!) de que lo recordaremos.
Pero la realidad es que las ideas se diluyen con gran velocidad. Si no hacemos un trabajo de condensarlas, se nos escapan, erosionando gravemente la eficiencia del aprendizaje. ¿Dónde quedan las decenas y decenas de horas dedicadas a leer, escuchar… ideas que luego no somos capaces de recuperar?
No se trata de volverse locos y convertirse en “máquinas archivadoras”, pero sí de poner en marcha algunos hábitos que nos permitan sacar un mayor rendimiento al tiempo y esfuerzo dedicados al aprendizaje.

Empecemos por tomar notas

Tomar notas es el primer paso. Mientras leemos un libro, o vemos una charla, conviene tener a mano un papel y un bolígrafo para ir anotando ideas (habrá quien prefiera medios digitales, pero yo sigo considerando que la flexibilidad que te da un papel en blanco para organizar la información todavía no está equiparada por la tecnología… y además parece que ayuda a que nuestro cerebro lo procese mejor). No se trata de recopilar palabra por palabra lo que estamos escuchando, sino de hacer un ejercicio paralelo de extracción de las ideas que nos parezcan más importantes/llamativas, de darles orden y jerarquía, de añadir las ideas adicionales que nos surjan mientras escuchamos, de anotar relaciones que nos sugieran… en definitiva, de poner negro sobre blanco (en la medida de lo posible) todos los procesos mentales que se vean estimulados por el contenido que estamos consumiendo.

Hay decenas de “métodos” para tomar notas, y cada uno puede explorar hasta encontrar la combinación que le resulte más cómoda. Al final, por encima de los detalles que pueda aportar un método u otro, lo importante es tener una “versión física” del contenido que hemos procesado y de las ideas que nos ha sugerido.
Es importante, también, dedicar un par de minutos al terminar para sacar las conclusiones principales, las tres o cuatro ideas que nos parecen más relevantes y que hacen que ese contenido merezca la pena. Nos ayudará más adelante, a la hora de recordar de un vistazo.
Archivar las notas es el siguiente paso lógico: ya que hemos hecho el esfuerzo de construir nuestras notas, procuremos archivarlas de algún modo para futura referencia. Podemos optar por un archivo físico o por uno digital, el objetivo es el mismo: poder recuperar las ideas cuando sea necesario. Para eso conviene acudir a algún sistema, aunque sea básico, de clasificación y etiquetado; pocas cosas hay más frustrantes hay que buscar algo que sabes que tienes pero que no sabes dónde está.
(Hace un tiempo escribí sobre los ocho errores que cometemos al tomar notas…)

Consolidando el conocimiento

En todo caso, no deberíamos demorar mucho el momento de procesar nuestras notas. Porque las notas por sí mismas tampoco tienen mucho valor, son píldoras de conocimiento disperso. El valor aflora sobre todo cuando ponemos en relación ese nuevo conocimiento con el que ya tenemos. Nuestro cerebro funciona así, asociando ideas, anclando lo nuevo a lo que ya sabemos. Y lo hace de una forma bastante física, a través de la creación y fortalecimiento de sinapsis neuronales. De esta forma se consolida el aprendizaje, se recuperan los recuerdos, y surge la creatividad.
Nuestro objetivo, en este punto, es realizar un ejercicio de consolidación consciente, reforzando así los procesos automáticos. Queremos tener un “resumen actualizado de todo lo que sabemos de la materia”: una especie de árbol del que van surgiendo nuevas ramas a medida que añadimos conocimiento, a medida que profundizamos por una línea de razonamiento.

Cuando procesamos las notas procedentes de un nuevo contenido, lo que hacemos es ver cómo encajan esas nuevas ideas en el árbol que ya venimos construyendo. Quizás suponga crear una nueva rama, o quizás una pequeña rama secundaria. A lo mejor sirve para reforzar unas ideas que ya teníamos, pero dándoles mayor grosor. Quizás sean ejemplos que nos permitan visualizar mejor unas ideas que teníamos difusas. O una relación entre ramas que hasta ahora no habíamos visto. A veces lo que queremos añadir supone que tenemos que darle la vuelta y reorganizar todo lo que ya sabíamos, porque hay un nuevo enfoque que hace que todo encaje mejor. No importa. Es un trabajo en permanente construcción; pero, en cualquier momento, refleja nuestro mejor entendimiento de la materia, e integra todo lo que hemos ido aprendiendo, de distintas fuentes, a lo largo del tiempo.

¿No tienes tiempo para eso?

Podemos pensar que hacer todo esto supone demasiado tiempo, un tiempo que no tenemos. Ante esto, quizás haya que plantearse dos cosas. La primera es que sí, es una dedicación adicional de tiempo; pero sobre todo es una cuestión de hábito, de automatizar. Lo que al principio nos puede parecer una tarea engorrosa, se convierte por la fuerza del hábito en una extensión natural del consumo de contenidos.
Porque, y ahí viene la segunda reflexión, si no lo hacemos… ¿estamos realmente aprendiendo? ¿estamos aprovechando el tiempo que estamos dedicando a consumir contenidos? Si lo que nos preocupa es el tiempo, más nos vale hacer un esfuerzo consciente en sacarle rendimiento. Es mejor consumir menos contenidos (pero procesarlos mejor) que consumir mucho sin consolidar. Porque eso sí es perder el tiempo.
PD.- Una versión inicial de este artículo se incluyó en mi ebook «Skillopment: aprende a desarrollar cualquier habilidad de forma eficaz». Puedes descargar el ebook aquí.
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La posverdad no es necesariamente mentira

Hace unas semanas reflexionaba sobre lo manipulables que somos los humanos, y la facilidad con la que nos creemos cualquier mierda. Hilando con aquella reflexión, resulta que ahora está muy de moda el término «posverdad». El otro día El Tabernero decía en twitter: «Estoy harto del término ‘posverdad’. ¿Por qué somos tan tontos de comprarlo? ¿Hemos maquillado tanto a la mentira como para no reconocerla?».
El problema de la «posverdad» es que no hace falta que sea mentira. A veces lo es, pero hay muchas formas de manipular la verdad sin necesidad de decir una mentira. Una frase sacada de contexto, por ejemplo: «¿Acaso no dijo usted estas palabras textuales?» Bueno, sí, las dije… pero dije muchas cosas que le daban contexto, y lo que usted está haciendo al sacar ese entrecomillado es echarme a los leones. O una foto encuadrada de tal o cual manera, o sacada en un instante u otro: «¿Esta foto no es real?» Sí, es real, pero no refleja ni la situación, ni el tono, ni lo que pretendía decir. O el enfoque de una noticia, centrándose en unas cosas y no en otras. O un caso anecdótico que se eleva a categoría de general: «¿Está negando que ese caso sea cierto? ¿Está negando la experiencia de esta persona?» No, pero lo que define la realidad no es un caso concreto, sino una tendencia, unos datos. O la exacerbación de los aspectos emocionales o simbólicos de una noticia, buscando la empatía y la solidaridad acrítica. O un detalle sin importancia al que se le da rango de noticia de portada día sí y día también. O lo contrario, informar en letra pequeña de lo que no te interesa: «¿Acaso no lo publiqué?». O dar voz a los que defienden una idea, sin dársela a los que defienden la contraria. O ridiculizar una idea escogiendo a un hombre de paja («miren lo que ha dicho este señor»). O lanzar insinuaciones vagas, de forma que nunca te puedan acusar de «usted dijo esto» cuando, en realidad, sí lo estás diciendo. O usar estadísticas retorcidas. O esconder el origen de los datos sobre los que se basa una afirmación. O coger un estudio de calidad limitada y hacer aseveraciones «científicas» con ello.
Etcétera. Decenas de formas de manipular sin necesidad de mentir. Tácticas que usan sin ningún rubor los de aquí y los de allá, los de este lado y los del otro. Y en medio nosotros
Posverdad.

Porno para controllers

Hace unas semanas me pasaban un informe lleno de números y colores. Porcentajes, datos absolutos, comparaciones contra el presupuesto, comparaciones contra la semana anterior, estimación de la semana siguiente. Color de la fuente en función de si el resultado mejoraba con respecto al presupuesto, color del fondo de la celda en función del puesto ocupado en el ranking, semáforo al lado de la cifra en función de si mejorabas la tendencia de las semanas previas.
La persona que me lo explicaba lo hacía con cierta mirada febril, entusiasmado. «Y mira, si te fijas en este color y este color, al final consigues extraer la conclusión de que… y íbamos a hacer una media por clusters, y no sé qué… pero bueno, como primer ejercicio ya está bien».
Buf. Me imaginé al equipo de controllers que había «creado el monstruo» encerrados en una sala de reuniones, ojos ensangrentados pero totalmente absorbidos por la Excel, añadiendo extasiados un indicador tras otro, un semáforo tras otro, una alerta tras otra. Sumidos en el vicio.
Yo estoy familiarizado con el «control de gestión». Cuando estudiaba la carrera, era una de las materias más… agradecidas, por decirlo de alguna manera. Al final, tal y como lo planteaban, era una especie de pasatiempo. Tenías que definir unos indicadores, y hacer un poquito de deducción matemática. ¿Cuánto incremento supone en el indicador X un incremento del 10% en el indicador Z? Te ponías a tirar del hilo hasta que llegabas a una conclusión. A veces el hilo era más corto y a veces más largo, pero era cuestión de dedicarle un rato. Como quien hace un sudoku.
Mi primera aventura profesional, cuando fui becario, fue en un departamento de una consultora que se dedicaba a diseñar e implantar lo que en aquel momento llamaban «EIS» (Executive Information System)… lo que venía siendo un cuadro de mando. Allí fue cuando me di cuenta, por primera vez, del pozo sin fondo que podía llegar a su actividad. Porque hay infinidad de indicadores que puedes establecer: valores absolutos, ratios, comparativas con presupuestos, año anterior, últimos 12 meses, medias móviles… siempre hay un cruce de datos más que podrías hacer, una comparativa más que analizar. Si a eso le añadimos ese viejo axioma de que «lo que no se puede medir, no se puede gestionar»… pues justificas esa espiral sin fin. Espiral en la que los adictos a los números y al excel se encuentran muy cómodos (como decía más arriba, no deja de ser como un pasatiempo intelectual). Ellos no van a tener más límite que su imaginación.
Pero es que el problema, claro, es saber cuándo parar. Porque medir algunas cosas tiene sentido, pero sobrepasado un determinado punto ese sentido se pierde. Especialmente si estás generando información para un usuario que no eres tú… debe ser él el que plantée qué necesita medir y qué no. Por mucho que tú creas que «si añadimos una comparación con esto y aquello…», como ese usuario no lo considere importante, o no lo entienda… estás perdiendo el tiempo.
Este afan por el indicador, la comparativa… está muy relacionado con la visión «maquinal» de las empresas que citaba el otro día. El problema es que, como también dice la frase que se atribuye a Einstein, «ni todo lo que se puede medir es importante, ni todo lo importante se puede medir». Si entendemos las empresas como sistemas en permanente evolución (y más cuanto más intervienen las personas en ellos), resulta más difícil justificar una estructura hipercompleja de indicadores, ratios, comparaciones, rankings… y pensar que con ella tenemos una visión ajustada de la realidad. Intentamos con ellos simplificar, reducir a números, algo que es en esencia complejo y volátil. Creemos que con ello tenemos «el control»… y no es así.
No, no es un equilibrio fácil. Necesitamos datos que nos ayuden a separar la anécdota de la tendencia, percepciones de realidades. Pero a la vez, si nos quedamos en los datos, nos perderemos la enorme gama de matices de la realidad, donde están las palancas que nos permiten luego actuar.

Dejar de leer la prensa generalista

Hace tiempo que le vengo dando vueltas a esta idea: eliminar la prensa generalista (llámese El Mundo, El País o El Confidencial, que son los tres que leo con más frecuencia) de mis lecturas diarias. Ocurre que, con cierta frecuencia a lo largo del día, me encuentro conectándome a cualquiera de ellos (o a todos en rotación) a ver «qué ha pasado en el mundo». Y total… ¿para qué?
Esta idea está en total consonancia con la «dieta hipoinformativa» que mencionaba Tim Ferriss en su «Semana laboral de cuatro horas» (y de la que ya he hablado anteriormente). El razonamiento es sencillo: ¿suelo encontrar algo, en mis visitas a esos lugares, que me sirva de algún modo para avanzar en mis objetivos, sean profesionales o personales? La respuesta es, el 99% de las veces, un NO con mayúsculas. Y sin embargo, al cabo del día acabo dedicándole un buen puñado de minutos a ojear la portada, a leer esta noticia que me ha llamado la atención, o qué se yo.
Ejemplo de ahora mismo, noticias en la portada de El Mundo: discusiones sobre la posible prohibición de fumar en lugares públicos, Obama y el embargo a Cuba, Obama y el sistema financiero internacional, el partido de España en el Eurobasket, que Solbes deja el Congreso, que Evo Morales visita al Rey, un juicio a un asesino, traducción voz-lenguaje de signos, un asesinato en Estados Unidos, un niño de 7 años que atropella a una mujer, algo sobre Zelaya y Honduras… ¿veis a lo que me refiero? Ninguna de estas informaciones me va a permitir hacer mejor, o más rápido, ninguna de las cosas que tengo que hacer para progresar. Absolutamente ninguna.
«Hombre, es que tienes que saber en qué mundo vives«. Bueno, ésa es una cuestión discutible. En primer lugar, porque «el mundo en el que vivo» es infinitamente más amplio (e inabarcable) de lo que dicta un determinado medio con sus intereses editoriales. Así que leerles no supone «saber en qué mundo vivo», sólo una serie de píldoras que alguien (atendiendo a sus intereses, no a los míos) considera relevantes y que muchas veces, con el tiempo, se demuestra que no lo eran (¿cuántos de los debates que más tinta han hecho correr quedan en el olvido unos pocos meses después?) cuando no se descubren como totalmente artificiales o falsos. Y segundo, porque «el mundo» que me interesa es precisamente el que me afecta de una forma más directa, es decir, el tiene algún impacto en la vida que llevo o sobre el que yo puedo actuar de alguna forma. Y resulta que las noticias de la prensa generalista no suelen cumplir ninguna de esas condiciones: ni alteran en nada «mi mundo», ni puedo hacer nada al respecto.
Así que en ésas estoy. Igual un día pongo las direcciones de la prensa generalista en una lista negra para no acceder a ellas. Seguro que aprovecharé mucho mejor el tiempo.

Curiosa memoria

Hace ya casi cuatro años (por aquel entonces yo todavía era «consultor anónimo» con todas las consecuencias) leí un artículo en Worldatwork (estaba suscrito) que me pareció interesante, y se lo renvié a Julio Alonso que, por aquel entonces, estaba poniendo los pilares de WSL (¡cómo pasa el tiempo!). Yo estaba siguiendo con atención el nacimiento de WSL (de hecho por aquel entonces ya me había integrado en el equipo fundador de El Blog Salmón) y me pareció que era una lectura que encajaba perfectamente con el carácter «virtual» (o mejor dicho, distribuido) de la empresa.
Y ya está. Envié el artículo y no volví a acordarme nunca de él. Pero hete aquí que hace un par de semanas me volvió a la cabeza. Así, de repente, en medio de una conversación. «Pues me acuerdo de un artículo…». Cuatro años después, y ahí seguía, en algún rincón. Hoy lo he rebuscado en otro rincón, el de la cuenta de gmail (¡qué gran invento!)… y ahí estaba.
Ya que estaba, lo he aprovechado para una reflexión sobre la cultura empresarial en entornos distribuídos (que era el tema de la conversación que me hizo acordarme de él). Pero no deja de fascinarme esa capacidad que tienen nuestros cerebros para almacenar tantísima información, y para recuperarla de las formas más insospechadas.

Toda la verdad

Estoy curioseando estos días por los portales inmobiliarios en busca de algún chollo en Aranda (no, de momento no hay muchos). Y me sorprende la cantidad de anuncios «incompletos» que te encuentras: anuncios sin fotos, o en los que te ponen fotos interiores pero no del exterior, o gente que oculta la dirección exacta… Lo mismo sucede con los carteles de «Se vende» que ves de vez en cuando: algunos no te dicen ni siquiera cuántas habitaciones tiene, sólo un número y a correr. Incluso me ha pasado de llamar a algún número, preguntar el precio y decirme que «el precio no te lo digo por teléfono» o «los metros no te puedo decir, mejor vienes a verlo».
¡Qué ganas de perder y hacer perder el tiempo! Ocultar esa información es una estupidez. Me obliga a hacer cosas (llamar a un número, hacer una visita) para descubrir detalles (que perfectamente podrían haberme dado en el primer contacto) que pueden hacerme perder el interés. Pues coño, dame los detalles desde el minuto 1 y así ni me haces perder el tiempo averiguándolos ni lo pierdes tú dándomelos. Cuanto antes y con menos molestias podamos descartar candidatos no válidos (tanto tú como vendedor, como yo como comprador) mejor, ¿no crees?
Es el equivalente «en la vida real» al «don’t make me click«.
Lo mismo se puede aplicar a un «proceso de selección«, y se puede ver desde los dos lados de la negociación: es absurdo no dar todos los detalles de un puesto de trabajo (cosas tan básicas como el nombre de la empresa, o el rango salarial por ejemplo) desde el principio, porque lo único que consigues es tener que dedicar tiempo a posteriori un montón de candidatos que han ido casi «a ciegas» y que en realidad no tienen interés en el puesto (algo que te acabarán diciendo en algún momento del proceso). O desde el lado del candidato, es absurdo tratar de fingir que tienes un perfil determinado (exagerando unos rasgos, ocultando otros) cuando más tarde o más temprano la verdad va a salir a la luz (a lo largo del proceso o incluso una vez contratado) y, si es un «deal breaker» (un «rompetratos», es decir, un punto imprescindible sin el cual no hay acuerdo) va a finalizar la negociación.
En definitiva, que en cualquier posible negociación creo que es bueno dejar claro, cuanto antes, aquéllos elementos esenciales que van a definir si hay o no hay acuerdo. No hacerlo no proporciona ninguna utilidad, sirve únicamente para demorarlo, perder el tiempo y hacérselo perder a otros.

¿Siempre conectados?

Miquel se autodenomina Homo Connecticus y dice de sí mismo «soy de los que no se plantean conectarse, no es algo que necesite o deba decidir. Estoy conectado por omisión. Le doy a unas teclas del portátil o del móvil y entro en la plaza del pueblo-red»
Dice Mauro en su post que «vivimos tiempos rápidos, tiempos en los que si no revisas tu mail cada 5 minutos puedes estar perdiendo una oportunidad de negocio, vivimos en los tiempos del “Always connected”, da igual como, da igual donde, lo importante es estar en Matrix…».
Yo mismo me auto-castigo a la conectividad casi total. Es verdad, puede llegar a ser muy útil, aumentar la productividad… pero a veces me pregunto si no hay un punto de neurosis en todo ello.
¿Realmente necesitamos estar permanentemente conectados? ¿Nuestros asuntos son tan importantes como para necesitar mirar el mail constantemente, estar permanentemente localizables? ¿Necesitamos estar al tanto de toda la información que circula por internet, de cada nuevo post que aparece en nuestro feed, de cada movimiento que hacen nuestros contactos? Si nos paramos a pensar… ¿realmente pasa algo si un día, simplemente, nos desconectamos? ¿Y si en vez de un día es una semana? ¿Realmente son de utilidad todos esos inputs informativos? ¿Cuántos de los asuntos no pueden de verdad esperar a mañana? Yo diría que ninguno, aunque nos autoconvenzamos de que no es así.
Lo que está ideado para darnos mayores grados de libertad se convierte, paradójicamente, en un agujero negro que consume nuestra atención, robándosela a otras cosas que, mientras tanto, suceden a nuestro alrededor. Así que no estoy seguro si eso de estar siempre conectados es una bendición… o una maldición.
Tim Ferriss plantea en su «Semana laboral de 4 horas» (*) lo que denomina la dieta hipoinformativa: una reducción drástica de los estímulos informativos a los que nos sometemos (no mirar el email más que de vez en cuando, no ver la tele ni leer los periódicos, nada de «navegar por internet» si no es para buscar algo en concreto). Textualmente: «Casi toda la información consume tu tiempo, es negativa, irrelevante de cara a tus objetivos y está fuera de tu radio de influencia […] Es fundamental que aprendas a hacer caso omiso o a redirigir toda la información e interrupciones que sean irrelevantes, intrascendentes o que no sirvan para hacer algo; la mayoría son las tres cosas». Cuando uno lo lee piensa «qué exagerado es este tío». Pero luego, si te paras a pensar… igual tiene demasiada razón.
(*) Conocí el libro y a su autor hace tiempo, probablemente gracias a Ángel. Llevo suscrito a su blog desde hace bastante, y el libro estaba en mi wishlist de Amazon esperando al siguiente pedido. Entre medias, María Rodríguez de Vera, su traductora (a quien conocí en el evento de Networking Activo de hace ya unos cuantos meses; coincidimos en la mesa de la cena) ha tenido a bien enviarme un ejemplar.
Foto | Fotomaf

Desentrañar la maraña

Es sólo una sensación, un pensamiento rápido que tampoco estoy muy seguro de si sabré transmitir. Ahora leo mucho, en cantidad, calidad y diversidad. Y sin embargo, creo que me aprovecha menos que antes.
Me parece que uno de los problemas es que leo (o recibo información) de forma demasiado frecuente y desordenada como para que llegue a empapar bien: no has digerido algo y ya estás prestando atención a lo siguiente.
Por otro lado, antes dedicaba más tiempo a «rumiar» la información: a estructurarla, a relacionarla… ahora el proceso se realiza (con suerte) de una forma más intuitiva. Y yo, que siempre aprendí mucho de hacer resúmenes, siento que cada día aprendo menos. Leído, olvidado.
Y hay un tercer factor que creo que también influye, y es el «para qué». Si uno se dedica a recibir (que no a procesar) información sin un sentido determinado, al final no hace más que perseguir gamusinos, engancharse a un tren detrás de otro sin importar la dirección. Con lo cual acaba no sabiendo uno ni a dónde va, ni dónde está.
Creo que estoy infoxicado. Las soluciones se me aparecen bastante claras, lo que no sé es si seré capaz de cumplirlas: cerrar las puertas al exceso y el desorden en la recepción de la información, y dedicar más tiempo a procesar, estructurar y relacionar la información que recibo. Y sobre todo, lo más importante y quizás lo más difícil: definir un «para qué» que me ayude a separar lo relevante de lo irrelevante, lo que puede ayudarme a alcanzar mis objetivos y lo que simplemente me distrae.
¿Lo de los buenos propósitos no era DESPUÉS de Navidad?