El otro día, durante la conversación con Maribel Bainad sobre neurodidáctica, me vino a la mente una imagen metafórica que creo que viene muy al caso. Hablaba Maribel de cómo funciona nuestro cerebro, de las conexiones que se crean entre neuronas. Y de cómo esas conexiones se hacen más fuertes o se debilitan en función del uso que le demos, llegando incluso a desaparecer.
Mientras la escuchaba, lo que me vino a la mente es un camino en el campo.
Si llegas a un campo virgen, o a una selva… todo es hierba, vegetación. Si quieres avanzar, tienes que crear el camino. A base de machetazos, si estás en la selva. O pisando la vegetación, si estás en un entorno un poco menos agresivo. En todo caso, si miras hacia atrás, puedes ver efectivamente tu rastro: las hierbas pisadas, el hueco que has abierto.
Pero… ¿qué sucede si ni tu ni nadie más vuelve a pasar por allí?
La vegetación, más pronto que tarde, vuelve a ocupar su lugar. Las hierbas ligeramente dobladas vuelven a recuperar su tono. Las que se han quebrado son sustituidas por otras nuevas. En un abrir y cerrar de ojos, no quedará ni rastro de tu paso. «Caminito que el tiempo ha borrado…»
Hace falta pasar otra vez. Y otra. Y otra más. Hay que quebrar las hierbas que ya existen. Hay que compactar la tierra para dificultar que crezcan otras nuevas. Así el camino se hace más perdurable.
Pero incluso así, nada es para siempre. Porque si se abandona poco a poco la naturaleza vuelve a tomar posesión de él. Ni siquiera el asfalto puede conseguir que, al cabo de los años de abandono, las hierbas vuelvan a ganar terreno.
Por eso es tan importante repasar de forma sistemática todo lo que aprendes. Y no una vez, sino de manera recurrente. Manteniendo el camino abierto, para evitar que desaparezca.
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memoria
La importancia de la práctica deliberada
Moonwalking with Einstein
Hace unas semanas estuve leyendo un libro llamado «Moonwalking with Einstein«. Se trata de un relato, bastante entretenido, de cómo un periodista se acerca al mundo de la mnemotecnia (técnicas de memorización) y los concursos de memoria, y decide prepararse para competir en uno de ellos. A lo largo de su periplo va haciendo un repaso tanto de la historia de la disciplina, como de distintas técnicas. Y todo de una forma bastante desmitificadora, además.
El caso es que el autor cuenta cómo se empieza a preparar, comienza a utilizar técnicas mnemotécnicas… y empieza obteniendo resultados soprendentes, dando un salto cualitativo enorme en sus capacidades. Y así continúa, dedicándole horas, incrementando su nivel por encima de la media… hasta que llega un punto en el que, a pesar de la dedicación, se estanca. No consigue mejorar sus «marcas personales». Y entonces se frustra: «¿cómo es posible, con la de tiempo que le estoy dedicando, que no mejore?»
En ese punto interviene uno de sus mentores, que le da una serie de consejos, gracias a los cuales consigue salir de ese estancamiento y volver a coger la senda de la mejora.
El caso es que el autor, después de completar su aventura, remarca este punto como uno de los más importantes de todo el proceso. Y de hecho lo extrapola (y ahí es donde a mí me resulta aleccionador) a cualquier otra práctica. Porque yo mismo lo he vivido (en mi caso, por poner el ejemplo más reciente, con la guitarra), y sus reflexiones me pueden servir para «desbloquearme».
Estancamiento en el aprendizaje
En cualquier disciplina que emprendes, el inicio de la curva de aprendizaje es bastante rápido. A poquito que practicas, aunque sea sin ningún orden ni concierto, pasas de «la nada» al «algo», y el retorno de cada minuto de práctica es muy elevado. Sin embargo, a medida que avanzas, las cosas se complican. Cada nuevo paso cuesta más, mientras que el resultado no es tan aparente. Hasta que llega un punto en el que te estancas: por ti mismo no eres capaz de avanzar más, y eso aunque le dediques tiempo (que normalmente se centra en volver una y otra vez sobre lo ya conocido). No es extraño que aparezca la frustración (si tienes voluntad de seguir avanzando) o el acomodamiento (si piensas «bueno, con este nivel ya me vale»). De hecho, se suele denominar este punto el «OK Plateau»
Este fenómeno ha sido estudiado por la psicología. En el libro se mencionan los estudios de Fitts y Posner, en los años 60, en los que se describen tres etapas en la adquisición de una nueva habilidad: la fase cognitiva (en la que prestamos atención consciente, con una perspectiva analítica, al aprendizaje), la fase asociativa (en la que cada vez interiorizamos más la práctica)… hasta llegar a la fase autónoma, en la que nuestro cerebro «da por aprendida» la habilidad, y deja de prestar atención a la misma. Es ese punto en el que se produce el estancamiento, el tiempo dedicado a la práctica no se traduce en ninguna mejora porque nuestro cerebro simplemente está «ejecutando algo ya sabido», no aprendiendo nada nuevo.
La práctica deliberada
¿Es insuperable ese estancamiento? No. De nuevo el libro menciona a Anders Ericsson (experto en análisis de rendimiento), que se refiere a un conjunto de técnicas orientadas a sacar a nuestro cerebro de la «fase autónoma» y obligarle a devolverle a las etapas previas del proceso de adquisición de la habilidad. Rutinas muy focalizadas, muy concretas, a las que denomina «práctica deliberada«, y que se basan en las ideas de centrarse en la técnica, orientación a resultados y feedback constante e inmediato.
Estas reflexiones me hicieron pensar, y reflexionar sobre algunas de mis propias experiencias de aprendizaje. Por ejemplo, conducir. Cuando «aprendes a conducir» pasas la fase cognitiva («embrague, freno, acelerador», o aprenderte las señales o las prioridades en un cruce, o «cuando las revoluciones lleguen a 3000 cambia de marcha»). Durante las prácticas y primeros meses de conductor, pasar por la fase asociativa (interiorizas y automatizas esos conocimientos). Y luego… simplemente conduces. Tu cerebro «da por aprendida» la habilidad, alcanzas un nivel que consideras adecuado… y a otra cosa mariposa. Salvo que seas un profesional de la conducción, que entonces seguirás desarrollando técnicas específicas (p.j. conducción en mojado, habilidades acrobáticas, gestión de la electrónica, etc.).
O, como decía antes, aprender a tocar la guitarra: empiezas analizando el mástil, los trastes, las notas. Aprendes a leer diagramas para poner acordes. Todo fase cognitiva… que va dando paso a la fase asociativa (los acordes empiezas a automatizarlos, etc.). Hasta que llega un punto en el que eres capaz de tocar algunas cancioncillas… y entonces sientes que ya no estás aprendiendo, sino simplemente poniendo en práctica lo ya aprendido. Tocas, pero no mejoras.
A los músicos dedica el autor un párrafo: «Los músicos amateurs, por ejemplo, tienden más a dedicar su tiempo de práctica a tocar canciones; por el contrario, los profesionales tienden más a realizar tediosos ejercicios o a practicar las partes más difíciles de las piezas». Práctica deliberada.
Algo parecido he oído (esto no es experiencia de primera mano :D) sobre el deporte. Alguien empieza a correr, y simplemente con la práctica va mejorando sus tiempos. Hasta que llega un punto que el mero hecho de «salir a correr» no le mejora. Necesita empezar a desarrollar técnicas específicas (series, sprints, correr con resistencia) para mejorar. Y si nos vamos a nivel profesional, en el que ya analizan y practican la pisada, la zancada, el estiramiento de cada músculo…
En definitiva, y parafraseando de nuevo al libro: «Cuando quieres ser realmente bueno en algo, el cómo practicas es más importante que el cuánto practicas«. Hay que desafiarse continuamente a uno mismo, analizarse, fallar y aprender de los errores.
Y sólo por esta reflexión, leer el libro ya mereció la pena.
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Aprendiendo números de teléfono de memoria
Hace poco me leí (de un tirón) un pequeño libro llamado «Improving your memory«. En él, aparte de algunas consideraciones generales sobre la memoria, se plantean una serie de técnicas muy directas de cara a facilitar la memorización. Las técnicas están basadas en los conceptos de visualización (recordamos mejor imágenes que conceptos «abstractos») y de asociación (recordamos mejor las cosas si las vinculamos con algo que ya sabemos).
Me propuse poner en práctica alguna de las técnicas. Y elegí memorizar los móviles de mis padres. No sé si habrá mucha gente a la que le parezca raro, pero lo cierto es que no tengo, o mejor dicho, no tenía ni idea de cuáles son sus teléfonos. Desde el advenimiento de los móviles, son un número grabado en el teléfono y jamás me preocupé de prestar la más mínima atención a las cifras que los conformaban. «Papá móvil», «Mamá móvil». Punto. Pero un día puedes verte sin móvil, sin acceso a internet, y necesitar hacer una llamada. Así que manos a la obra.
Para este objetivo, el libro propone dos técnicas. Por un lado, la técnica de las imágenes que riman con los números. Se trata de asociar cada cifra a una palabra que rime con el número, como por ejemplo «siete» rima con «chupete» (hay otra alternativa que es asociar cada cifra a una imagen que recuerde su forma; un cuatro sería una silla, por ejemplo). Así, mis asociaciones (alguna la cambiaré, si no me acaba de convencer) son:
- 1=tuno
- 2=tos
- 3=pies
- 4=gato
- 5=brinco
- 6=beige
- 7=chupete
- 8=bizcocho
- 9=nieve
- 0=ropero
A partir de ahí, se trata de agrupar cifras y crear imágenes. Por ejemplo, un número de teléfono de 9 cifras se puede dividir en 3 grupos de 3 cifras. Imaginemos: 665012***. Pues bien, tenemos el 665, el 012 y las otras tres cifras. Ahora se trata de coger cada grupo, y crear una imagen visual (y si puede ser grotesca, divertida, en movimiento, tridimensional, etc… mejor; nos ayudará a recordarlo) que incluya las imágenes «rimadas» que hemos definido. Por ejemplo, el 665 lo podemos transformar en dos hombres vestidos con un traje beige (beige, beige… seis, seis…) que dan un brinco (cinco). El 012 lo podemos transformar en un ropero del que sale un tuno al que le da un ataque de tos (ropero, tuno, tos… cero, uno, dos). Y el tercer grupo de cifras, pues otra imagen.
El complemento perfecto a esta técnica es la del «viaje«. Se trata de situar esas imágenes en sitios que conozcamos (lo cual nos ayuda a recordarlos mejor), que tengan un orden (así nos permite no confundir qué grupo de cifras va en cada momento), y si además tienen una vinculación adicional con lo que quieras recordar, mejor.
Por ejemplo, en el caso de mi madre, situé sus tres imágenes en la que fue la casa de su infancia, la casa de mis abuelos. Así, los dos hombres de beige que pegan un brinco están en la habitación de la entrada (con lo cual ya no es una imagen situada en lo abstracto, sino que puedes visualizarla con la ventana en su sitio, con la puerta y los muebles que recuerdas, etc.). El ropero del que sale el tuno con tos lo puse en la sala de estar. Y la tercera imagen, en el cuarto del pasillo. De esta forma las imágenes están en orden, y además están directamente vinculadas con mi madre.
Y con mi padre, tres cuartos de lo mismo: utilicé la casa de la abuela. En la entrada, pintada de beige, visualizo a un pié gigante que da un salto desde la mesilla (beige, pies, brinco… 635). En la sala de estar, a la que se accede desde la entrada, hay un gato beige que camina entre la nieve (gato, beige, nieve… 469). Y en la terraza, donde mi abuela tenía sus geranios, visualizo la tercera imagen
Suena ridículo, ¿verdad? Eso piensa también mi mente «racional». Pero lo cierto es que ahora me sé, y sin posibilidad de equivocarme, dos números de teléfono que antes no me sabía. Y tengo la forma de recordarlos siempre que quiera, recurriendo a imágenes y asociación de ideas.
Qué curiosa es la mente humana… tanto como para pensar en explorar más de estas técnicas.
Curiosa memoria
Hace ya casi cuatro años (por aquel entonces yo todavía era «consultor anónimo» con todas las consecuencias) leí un artículo en Worldatwork (estaba suscrito) que me pareció interesante, y se lo renvié a Julio Alonso que, por aquel entonces, estaba poniendo los pilares de WSL (¡cómo pasa el tiempo!). Yo estaba siguiendo con atención el nacimiento de WSL (de hecho por aquel entonces ya me había integrado en el equipo fundador de El Blog Salmón) y me pareció que era una lectura que encajaba perfectamente con el carácter «virtual» (o mejor dicho, distribuido) de la empresa.
Y ya está. Envié el artículo y no volví a acordarme nunca de él. Pero hete aquí que hace un par de semanas me volvió a la cabeza. Así, de repente, en medio de una conversación. «Pues me acuerdo de un artículo…». Cuatro años después, y ahí seguía, en algún rincón. Hoy lo he rebuscado en otro rincón, el de la cuenta de gmail (¡qué gran invento!)… y ahí estaba.
Ya que estaba, lo he aprovechado para una reflexión sobre la cultura empresarial en entornos distribuídos (que era el tema de la conversación que me hizo acordarme de él). Pero no deja de fascinarme esa capacidad que tienen nuestros cerebros para almacenar tantísima información, y para recuperarla de las formas más insospechadas.