¿Cuáles son las velas de tu barco?

Imagínate que tienes un barco.

No te emociones, no estoy hablando de un yate de chorrocientos metros de eslora.

Pienso más en un barquito chiquitito (de esos que no podían navegar). Sencillo, provisto de un casco de madera y un par de velas.

Ahora imagina que el casco de tu barco tiene agujeros. El agua entra, primero de a poquitos y luego a borbotones. ¡Tienes que hacer algo! O arreglas las vías de agua, o te hundes…

Así que te pones manos a la obra.

No solo achicas el agua que entra, sino que procuras reparar el casco.

Vale, ya has conseguido parar las vías de agua.

Y ahora que lo has reparado… ¿qué?

Bueno, ya no te hundes. Pero lo cierto es que tampoco te mueves. Por mucho que arregles el casco, que lo dejes inmaculado… el barquito no se va a desplazar de su sitio.

Para moverte necesitas desplegar las velas. 

Porque son las velas las que recogen el viento, las que te impulsan. 

Las que te hacen llegar lejos.

Sí, tienes que cuidar el casco. Reparar las vías de agua. Dedicarle la atención justa para no hundirte.

Pero una vez resuelto eso, tu atención tiene que centrarse en las velas.

Porque tu objetivo no es, simplemente, no hundirte. Tu objetivo es navegar.

Ahora bájate del barco, y piensa en ti.

En esta historia, el casco son tus debilidades. Aquellas cosas que, si no resuelves por lo menos hasta un cierto nivel, pueden hundirte. Pero que en ningún caso van a ser las que te lleven a ningún sitio.

Y las velas son tus fortalezas. Aquellas cosas que realmente son las que te hacen destacar, las que te dan impulso, las que te mueven, las que te hacen brillar. 

De acuerdo a esta metáfora del barco, deberías dedicar un poquito de tu energía (lo mínimo imprescindible) a asegurar que ninguna de tus debilidades te hunda… pero nada más. Si no se te da bien hablar en público, no pretendas convertirte en un conferenciante estrella: con que no te desmayes, no te quedes en blanco, no balbucees… ya sería suficiente.

El grueso de tu energía (y de tu tiempo, y de tus recursos) deberías dedicarlo a sacarte partido en aquello en que ya destacas. En aquello que te hace brillar. En aquello que te llevará lejos.

Cada uno es como es, y lo importante es saber sacarse partido.

Y tú… ¿alguna vez te has parado a pensar cuáles son tus fortalezas y tus debilidades, y dónde estás poniendo el foco? Esta podría ser una interesante conversación de coaching para profesionales

¡Feliz singladura!

Los superpoderes de El Protegido

Hace unos días que conocí un nuevo podcast, Todopoderosos. En él hablan de cine, videojuegos, música… en fin, un cóctel entretenido contado de forma agradable y divertida, como en una tertulia de amiguetes. Así que he empezado a escuchar desde el capítulo uno, a ver si me pongo al día.
El caso es que en su segundo episodio hicieron un monográfico sobre M. Night Shyamalan, director de El Sexto Sentido. Y dedicaron un rato a hablar de otra de sus películas, El Protegido (protagonizada por Bruce Willis y Samuel L. Jackson), que es la que me provocó una reflexión.
En la peli, Bruce Willis es un hombre de vida completamente anodina. Un día, el tren en el que viaja sufre un terrible accidente. Todos mueren… menos él, que sale completamente ileso. Esta circunstancia le produce un gran shock, ¿por qué ha sobrevivido él y nadie más? El caso es que van pasando los minutos, y a medida que reflexiona, se da cuenta de que tiene un «superpoder»: ser «irrompible» (el título original de la peli es «Unbreakable»). Pero no es un «superpoder» que haya adquirido de un día para otro; siempre ha sido así. No recuerda haberse puesto enfermo nunca, haber sufrido ningún accidente… él siempre fue así, pero nunca se dio cuenta. Para él era «lo normal», algo en lo que no reparaba.
Mientras escuchaba la conversación sobre la película, me puse a pensar en hasta qué punto todos podemos llegar a ser un poco como el protagonista. Hasta qué punto todos podemos tener determinados «superpoderes» (llamadlo habilidades, talentos, dones, competencias…) que siempre han estado con nosotros y que, por lo tanto, nos resultan inapreciables. Quizás no siempre resulten útiles (o no sepamos sacarles utilidad, que esa es otra), o quizás no nos hagan «uno entre un millón». Pero seguro que si nos ponemos a buscar, todos tenemos algo especial.
Tendemos a apreciar (y a anhelar) los superpoderes ajenos, sin reparar en los que ya tenemos. Quizás sea cuestión de, como le pasó a Bruce Willis, descubrir cuáles son y empezar a pensar cómo podemos utilizarlos.

Tu combinación única de fortalezas y debilidades

El otro día caminaba con mi hijo por el pueblo. Era sábado, veníamos de la piscina, y de regreso pasábamos por delante del colegio. Allí, como suele ser habitual, se desarrollaban los típicos partidos de «deporte escolar».
– «¿Y a ti no te gustaría apuntarte a esto del deporte escolar, y venir aquí los sábados como toda esta gente?», le pregunté
– «No… no me apetece»
– «¿No?»
– «Es que tampoco se me da muy bien, me resulta muy difícil»
Lo cierto es que no está especialmente dotado para los deportes, y no le interesan mucho (no sé qué vino primero; seguro que la genética tiene parte de la culpa… :S).
– «Pero a ti hay cosas que sí se te dan muy bien, ¿a que sí?», continué
– «Sí… como las mates, ¡soy un crack!» (y es verdad, las cosas de la cabeza se le dan bien; espero que la genética compense por este lado :D)
– «Bueno, pues ya ves… hay gente a la que se le da bien unas cosas, y a otros se les dan bien otras; no pasa nada»
El objetivo de esta charla improvisada sobre «fortalezas y debilidades» era doble. Por un lado, hacerle ver al crío que a todos hay cosas que se nos dan mejor y otras que se nos dan peor. Y que no pasa nada, está bien así, cada uno es como es. No hay que torturarse con las cosas que «no nos salen bien», o dejarse impresionar por «lo bien que lo hacen los demás», porque hay muchas otras donde somos nosotros los que destacamos; simplemente se trata de ser consciente de ello.
Y en paralelo, hay que ser humilde y empático con los demás. No hay lugar para los sentimientos de superioridad («qué bueno soy yo, y qué torpe es el otro»); basta con recordar esos aspectos en la vida con los que estamos peleados para saber cómo se puede sentir alguien a quien le cuesta hacer algo que a nosotros se nos da bien.
Ni inferior ni superior; diferente y único.
El caso es que estos días, donde tengo muchas conversaciones y reflexiones sobre mi «perfil profesional», estoy recordando mucho esta charla. Hay cosas que se te dan mejor, hay cosas que se te dan peor. Y cada vez estoy más convencido de que el margen de cambio que tenemos cada uno es pequeño. Creer que nos vamos a transformar en otras personas, que nuestras debilidades van a desaparecer… es una fuente segura de decepción. Más nos vale aceptarnos como somos, identificar cuáles son nuestros puntos fuertes, sacarles partido y buscar un sitio donde las cosas que aportamos (cada uno según nuestro perfil único) sean reconocidas, apreciadas y valoradas.

Escéptico 2.0

Escepticismo

Hace unos meses, David me regaló esta imagen. No recuerdo exactamente a cuento de qué vino; imagino que hice algún comentario de esos que me salen de vez en cuando entre lo escéptico, lo desencantado y lo mordaz.
Practicar un sano escepticismo creo que es bueno en líneas generales. La duda metódica, que diría Descartes. Sin embargo, a veces es una lata, sobre todo si al escepticismo se le suma una cierta coherencia.
A veces envidio al que no es escéptico, al que se cree casi todo lo que le dicen, y casi todo lo que él dice, incluso cuando la tozuda realidad se empeña en decir lo contrario. Y a veces también envidio al que, siendo escéptico, es capaz de guardarse su escepticismo y volcarse al 100% en algo que no se cree «por exigencias del guión».
Pero yo no soy así, qué le vamos a hacer. Para algunas cosas es bueno, para otras regular, y para otras malo. Pero oye, cada uno es de su padre y de su madre, y éstas son las cartas que me toca jugar.

Fortalezas

Siguiendo la ruta del autodescubrimiento personal, y teniendo en cuenta lo que decía Drucker de que «cuesta bastante más energía pasar de la incompetencia a la mediocridad que de la primera categoría a la excelencia», hoy me gustaría reflexionar sobre mis fortalezas, esas que se supone deben constituir la base sobre las que construir mi futuro profesional.
Antes de que mis críticos se lancen, quede claro que también hablaré otro día de mis debilidades (o, dicho más soft como suele gustar, «áreas de mejora»).
Todo esto surge de la reflexión personal, de ver a lo largo del tiempo qué hago bien y qué no, de compararme con otras personas de alrededor. Pero no dejan de ser mis visiones sobre mí mismo, seguro que los que me conocen pueden matizar más cosas (e incluso contradecirme) .
Vamos a ello (sin orden demasiado específico):
Me relaciono bien con la tecnología: sin ser un técnico, me siento cómodo con la tecnología a nivel de usuario y también a nivel conceptual. Integro, por lo tanto, dos visiones que creo importantes ahora mismo; la tecnología y el negocio. Habrá quien no lo considere muy especial, pero si miro alrededor creo que sí es un valor diferencial.
Conciencia de que la empleabilidad prima sobre un empleo fijo: conozco mucha gente que sigue anclada al modelo de «empleado para toda la vida». Creo que, en los tiempos que corren, es una ventaja al menos saber que eso ya no existe.
Inteligencia: quizás suene poco modesto, pero qué le vamos a hacer. Académicamente siempre fui bueno, y no he perdido esas habilidades en el mundo laboral. Tengo una buena capacidad de análisis y sobre todo de síntesis; consigo extractar «lo importante» de un tema, «visualizar soluciones» o estructurar un argumento de una forma que me resulta natural, sin esfuerzo. Simplemente, «lo veo».
Curriculum: tengo un curriculum bastante aparente; buena universidad, buenos resultados académicos, buenas empresas, continuidad en los empleos… un CV solvente.
Conciencia de la importancia del networking: hay gente (no hay más que ver el poco éxito que tienen algunas invitaciones genéricas a sistemas de redes sociales) que no cree que esas cosas sirvan para nada. A mí me parece que tener, cuidar y desarrollar tu red de contactos es la mejor garantía de que «pasen cosas».
Generalista: tengo múltiples intereses, no me considero en absoluto un especialista. Eso me permite relacionar mundos distintos, tener una visión amplia de las cosas y defenderme más que bien en distintos entornos.
Autoconfianza: confío mucho en mí mismo, sobre todo a nivel de ideas. Si yo estoy convencido de algo, defiendo mi postura pese a quien pese y, además, suelo tener razón (¿no he dicho ya lo de la autoconfianza?).
Estabilidad: no me suelo mover en los extremos en ningún ámbito de la vida. Si todo el mundo está eufórico, yo seré el contrapunto de tranquilidad. Si todo el mundo está pesimista, yo seré el contrapunto de optimismo. Siempre haciendo contrapeso para que las cosas se mantengan centradas. No es esperable de mí arranques de furia, o de histeria, o de euforia, ni bandazos de ningún tipo. Siempre centrado.
Eficiencia: creo que en mí se cumple la norma de Pareto; con el 20% del esfuerzo consigo el 80% del resultado, lo cual me hace bastante eficiente para conseguir resultados más que aceptables.
Coherencia: vinculado a la autoconfianza y a la estabilidad; suelo tener mis criterios y actuar según los mismos, y además tiendo a mantenerlos a lo largo del tiempo (o, en su caso, a que evolucionen poco a poco o de forma justificada). No soy de «hoy A, mañana B», y es difícil (que no imposible) pillarme en un renuncio.
Solvencia: o fiabilidad. Si alguien confía en mí para algo, (y yo le digo que sí) sabe con el 99% de seguridad que no le dejaré en mal lugar.
Compromiso: si me comprometo con algo, estoy al 100%. Nunca he sido de mirar el reloj «que ya me tengo que ir» cuando hay cosas por hacer.
Versatilidad: me muevo con comodidad en distintos ambientes, a distintos niveles, con distintos roles. Valgo, en muchos terrenos, «lo mismo para un roto que para un descosido».
Aprendizaje rápido: ante situaciones y planteamientos novedosos, mi curva de aprendizaje es corta, al menos para llegar al punto en el que soy capaz de dar unos resultados aceptables (otra vez Pareto).
Comunicación: creo que utilizo bien el lenguaje, tanto escrito como hablado. No tengo un estilo de escritor, ni mucho menos, pero sí tengo un lenguaje funcional que me permite transmitir lo que quiero decir, además de que mi capacidad sintética me permite estructurar bien los mensajes.
Empatía conceptual: sé ponerme en el lugar del otro. Quizás no tanto a nivel sentimientos, pero sí a nivel de argumentos; entiendo lo que otros quieren decir, y además puedo entender los motivos por los que lo dicen.
Trato fácil: creo que tengo un trato fácil, me gusta la conversación… creo que soy alguien con quien es cómodo relacionarse, y con quien es difícil «llevarse mal» (lo cual no quiere decir que no le pueda caer mal a la gente, claro).
Bueno, la modestia no la he puesto, ¿no? 😉 Insisto, otro post para las debilidades.

A qué debemos dedicar nuestra energía

Dice Peter Drucker que «cuesta bastante más energía pasar de la incompetencia a la mediocridad que de la primera categoría a la excelencia». Dicho en otras palabras, que no merece la pena esforzarse en mejorar en aquellas cosas en las que somos unos inútiles totales, sino que es mejor buscar cómo hacer mejor aquellas cosas en las que somos realmente buenos.
Todo esto es fantástico. El problema es saber en qué somos unos inútiles, y en qué somos buenos. Aunque yo creo que, quien más quien menos, tiene una opinión formada al respecto. Otra cosa es que dicha opinión sea agradable de escuchar, incluso para uno mismo. Porque todos tenemos muchos modelos mentales sobre «en qué debería ser bueno, y en qué no puedo ser un inútil». Y si la respuesta a nuestro diagnóstico confronta con esos modelos mentales, nos cuesta mucho asumirlo.
El caso es que si logramos descubrir y asumir «en qué somos buenos», queda mucho camino por delante: eliminar comportamientos que nos impiden dedicar tiempo a esas cosas, reforzar habilidades y conocimientos que nos permitan hacerlo mejor…
Un gran recorrido de crecimiento personal.