Herramienta para analizar preferencias y compatibilidad

A ver, que el título puede parecer un poco engorroso, pero lo que te propongo en este artículo es sencillo: un esquema para que puedas analizar cómo eres de compatible con otra persona.

Y por «otra persona» me refiero a una pareja, a un amigo/a, a un compañero/a de trabajo… a cualquier persona con quien tengas que compartir el día a día.

Con esta herramienta podrás analizar cuáles son tus preferencias, cuáles son las de la otra persona… y a partir de ahí ver dónde estáis de acuerdo, dónde tendréis que negociar… y si hay alguna «línea roja» que os afecte.

Cuestión de preferencias

Tenemos que partir de dos premisas fundamentales:

  • que cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre
  • que tanto derecho tienes tú a ser como eres, como la otra persona a ser como es

Si lo piensas, no son dos premisas tan evidentes.

Muchas veces pecamos de egocentrismo, de pensar que todo el mundo ve las cosas como las vemos nosotros, le da importancia a los mismos temas, quiere lo mismo… proyectamos nuestra personalidad en los demás. Ya lo dice el refrán: «cree el ladrón que todos son de su condición».

Y cuando nos damos cuenta de que hay gente que no piensa como nosotros… es fácil pensar que «están equivocados», y que lo que deberían hacer es dar su brazo a torcer.

Pero la realidad es que no todo el mundo es como nosotros, y que tenemos que convivir con gente que piensa distinto, que quiere cosas distintas, que tiene personalidades distintas…

Y eso implica negociar.

Lo que tú prefieres

Imagina que vas a hacer un viaje, y tienes que listar tus preferencias sobre todas las circunstancias del viaje: cosas para hacer, lugares a los que ir, planes, comidas…

Lo que te invito es a que repartas esas preferencias en cuatro categorías:

  • «No lo soporto»: cosas que bajo ningún concepto quieres.
  • «Prefiero que no»: cosas que no te hacen mucha gracia pero que, en determinadas circunstancias, podrías tolerar.
  • «Prefiero que sí»: cosas que te gustan. ¿Podrías vivir sin ellas? Sí, pero si puedes elegir…
  • «Imprescindible»: tiene que estar sí o sí, y no hay discusión posible.

Algo así:

Lo normal será que la mayoría de tus preferencias estén en «prefiero que no» y «prefiero que sí», y solo algunas sean un NO o un SÍ absolutos (o quizás no, ¡es cosa tuya!)

Por ejemplo, para mí sería un «No lo soporto»: dormir en tienda de campaña, ir a sitios con temperaturas extremas, los parques acuáticos o de atracciones, compartir habitación con extraños, comer comidas raras…

En «prefiero que no» se incluiría dormir en sitios caros, cambiar de sitio cada día, ir en viajes organizados…

En «prefiero que sí» incluiría ir a la costa, visitar monumentos, viajar en coche, tener tiempo para descansar durante el día, tener conexión a internet…

En «imprescindibles» creo que no tendría nada.

Las preferencias del otro

Ahora bien, para cada una de tus preferencias… ¿qué piensa la otra persona? ¿En qué categoría pondría ella cada uno de los elementos que tú has definido? ¿Hay alguna cosa adicional que a ti no se te hubiera ocurrido? ¿Y qué piensas tú de eso?

Imagina por ejemplo que la otra persona es fan de los parques acuáticos… que es justo algo que yo no soporto.

O que en general prefiere los viajes organizados (cosa que yo, en general, prefiero evitar).

O que considera imprescindible dormir en hotelazos (otra cosa que yo prefiero no hacer, aunque pueda tolerarlo).

O que propone ir a una playa nudista, que es algo que «prefiere que sí»… ¿yo que pienso de eso? Posiblemente sea un «prefiero que no», pero no me cierro en banda.

Llevado al esquema gráfico, quedaría algo así:

¿Ves? Al contrastar mis preferencias y las de la otra persona… es cuando empezamos a tener que tomar decisiones.

Tres áreas de decisión

De acuerdo al esquema que te presento, tendríamos tres zonas diferenciadas:

  • Zona de acuerdo: son todas aquellas cosas en las que nuestras preferencias están en sintonía, tanto en lo que queremos como en lo que no queremos. Cuantas más cosas haya aquí, ¡más fácil será todo! Si a mí no me gustan los parques de atracciones, y a la otra persona tampoco… no iremos, y tan contentos. Y si a mí me gusta ver monumentos, y a la otra persona también… ¡pues a tope con los monumentos!
  • Zona de negociación: aquí estaríamos en una zona en la que nuestras preferencias son divergentes pero en las que, llegado el caso, podemos llegar a un acuerdo. Por ejemplo yo prefiero no hacer viajes organizados, pero si la otra persona prefiere hacerlos… yo puedo aguantarme (no es algo que «no soporte»). Eso sí, en esta zona es importante que haya cierto equilibrio: unas veces cedo yo, otras veces cede la otra persona… sabiendo además que no todas las cesiones son igual de importantes. No se trata de ir «llevando la cuenta», pero si las cesiones siempre caen del mismo lado se acaba generando una sensación de agravio.
  • Zona de incompatibilidad: aquí están las líneas rojas, y lo que los anglosajones llaman «deal-breakers». Si yo no soporto ir a parques acuáticos, y la otra persona los considera imprescindibles… ¿qué hacemos? La renuncia es demasiado grande para las dos partes… simplemente nos pone en una situación imposible.

Con este mapa de preferencias podemos hacernos una idea del grado de compatibilidad entre dos personas.

  • Cuantas más cosas haya en la zona de acuerdo, más fluido será todo.
  • Las cosas que haya en la zona de negociación van a exigir esfuerzo, buena voluntad, generosidad, comunicación… por supuesto se puede sacar adelante y llegar a compromisos, pero va a exigir trabajo.
  • Y las cosas en la zona de incompatibilidad van a ser fuente de problemas a corto y a largo plazo… así que cuanto antes de detecten, mejor.

Habilidades esenciales para gestionar la compatibilidad

Aparte de las premisas fundamentales de las que te hablaba antes (entender que cada uno somos de nuestro padre y nuestra madre, y que tanto derecho tienes tú a ser como eres como la otra persona a ser como es), hay una serie de habilidades que conviene tener bien afiladas para poder trabajar con este esquema:

  • Autoconocimiento: ¿cuáles son mis preferencias? ¿qué es «imprescindible» y qué «no soporto»? ¿qué es lo que hay detrás de esas prererencias? ¿qué alternativas podrían ser válidas?
  • Flexibilidad: cuantas menos cosas tengamos como «no soporto» y como «imprescindibles» más fácil va a ser llegar a acuerdos.
  • Comunicación: tanto para expresar a la otra persona cuáles son mis preferencias, como para indagar (preguntar+escuchar) cuáles son las suyas.
  • Negociación: para proponer y debatir acuerdos y compromisos satisfactorios.
  • Generosidad: para aceptar que no siempre las cosas serán como a uno le gustaría, ceder y facilitar acuerdos.
  • Asertividad: para defender tus propios puntos de vista y no acabar cediendo siempre.

En resumen

Mi suegro suele decir que «hay que vivir en sociedad». Nos toca vivir (y convivir) con personas que no son exactamente como nosotros, y con quienes tenemos que llegar a acuerdos razonables. Cuanto más intensa sea la convivencia, más importante será tener bien claro (tanto a nivel individual como compartido) en qué somos compatibles y llegar a acuerdos en aquello en que nuestras preferencias sean diferentes.

Y este sencillo esquema puede ayudarte a tener esas conversaciones.

Cómo llegar a un buen compromiso

La importancia de los compromisos

Hay un chiste que dice: “Si un hombre dice que va a hacer algo, lo hará; no hay necesidad de estar recordándoselo cada seis meses”. Más allá de lo acertado o no del chascarrillo (pido específicamente a mi mujer que se abstenga de comentar), esta frase refleja una de las fuentes fundamentales de malos entendidos y frustraciones en las relaciones humanas: la mala gestión de los compromisos.

¿Cuántas veces nos pasa, en relaciones personales o profesionales, que alguien haga algo y “no sea lo que nosotros esperábamos”? Una llamada que no se produjo, un trabajo que no se ajustaba a lo que habíamos pedido, una prioridad no correspondida… “Dijiste que ibas a hacer esto, y no lo has hecho”. Quizás se lo echemos en cara (con ciertas dosis de rabia y decepción). O quizás nos lo quedemos en nuestro interior, rumiándolo y dejando que intoxique nuestra relación.

Y también sucede al revés: de repente te encuentras con que alguien está molesto contigo, y resulta que es porque esperaba que hiciésemos algo y nosotros no nos dimos por aludidos, o no entendimos exactamente lo mismo, o no habíamos asumido esa obligación. Si hay suerte, nos lo dirá y podremos hablar de ello. Pero probablemente no lo haga, nosotros simplemente notaremos que algo no va bien y empezaremos a montarnos películas sobre el motivo.

El uno hace el juicio de que el otro no ha cumplido, sacando conclusiones sobre el por qué (“no me quiere”, “no es un buen trabajador”, “no se lo toma en serio”, “no me escucha”) y empieza a actuar en consecuencia. El otro ve el comportamiento y también empieza a emitir juicios sobre los motivos (“no confía en mí”, “está borde conmigo”, “me tiene manía”) y a ajustar su comportamiento. Y al final el uno por el otro la casa sin barrer.

En “El arte de soplar brasas“, un libro que me parece bastante interesante sobre coaching (y que yo aplico en mis procesos de coaching para profesionales), su autor Leonardo Wolk dedica unas interesantes páginas a reflexionar sobre este aspecto. Al final, dentro de la visión del coaching ontológico, las “promesas” son uno de los actos lingüísticos fundamentales. Es una de las herramientas que sirven para generar acuerdos (entre varias personas, incluso con uno mismo). Y de hacerlo bien o mal se desprenden importantes consecuencias.

Una cosa de dos

Empezando por el principio, hay que entender que en un compromiso siempre es necesario que haya dos partes:

  • “El que ejecuta”, que va a ser quien asuma la responsabilidad de cumplir con el compromiso.
  • “El que recibe”, que será el receptor del resultado de la acción del otro.

En este sentido, y a efectos de explicar mejor los conceptos, a lo largo del post voy a hablar de un compromiso “simple” (donde uno ejecuta y otro recibe). Pero debemos tener en cuenta que en muchísimas ocasiones los compromisos son recíprocos: por ejemplo, yo me comprometo a hacer un trabajo, y tú te comprometes a pagarme. Es decir, ahí las dos partes hacen el rol de “ejecutor” y de “receptor”.

El origen del compromiso: ofertas y pedidos

El compromiso puede tener su origen en cualquiera de las dos partes que participan en él:

  • Un pedido sucede cuando “el que recibe” pide al “que ejecuta”. Por ejemplo, un jefe que pide un informe a una persona de su equipo. El padre que pide a su hijo que recoja la habitación. El amigo que pide a otro que le lleve al aeropuerto. Etc.
  • En una oferta, por el contrario, es “el que ejecuta” el que toma la iniciativa de ofrecer algo a “el que recibe”. Por ejemplo, cuando alguien se presta voluntario a realizar una tarea (“yo me encargo de hacer la presentación”), cuando le dices a tu pareja “este fin de semana podemos salir a cenar” o cuando te ofreces a llevar a tu amigo al aeropuerto.

Lo que es importante entender en este punto es que ni el pedido ni la oferta constituyen un compromiso por sí mismos. Tienen que pasar más cosas para que sea un verdadero compromiso. Y aquí radica una de las claves de todo este asunto, porque muchas veces lanzamos una oferta o un pedido y asumimos que la contraparte lo entiende y lo asume igual que nosotros… y no es verdad.

Por no hablar, claro, de todas esas veces en las que el pedido o la oferta están solo en nuestra cabeza: “yo esperaba que tú te dieras cuenta…”, “contaba con que saliera de ti…”, “se sobreentendía…”, “estaba implícito…”, “yo lo dejé caer…”. No, eso no vale. Los pedidos y las ofertas tienen que ser explícitos.

Tres elementos de un buen compromiso

¿Cómo pasamos de la oferta/pedido al verdadero compromiso?

Una comprensión compartida

En primer lugar, es importante compartir el contexto. Cuanta más información compartida haya entre las dos partes, más fácil es que el compromiso sea sólido y llegue a buen puerto. Imaginemos que mi jefe me pide un informe con unos datos. Si no me dice más, yo haré lo mejor que esté en mi mano. Pero sus expectativas no serán iguales si esos datos los necesita para hacer una comprobación rutinaria, o si los necesita para presentárselos al director general en un Comité. No será lo mismo si me los pide “en genérico” que si me explica el problema que está intentando resolver. No es lo mismo si lo necesita “para ya” porque de ello depende algo muy importante, que si son datos que quiere tener a mano para algo en lo que está trabajando a medio plazo. Etc.

Las condiciones de satisfacción

En segundo lugar, hay que definir claramente unas condiciones de satisfacción. ¿Cómo sabremos si el compromiso se ha cumplido? Cuanto más claras, detalladas y explícitas sean esas condiciones, más fácil será luego tener la conversación sobre si se ha cumplido o no. ¿Cuándo tiene que haberse cumplido la promesa? ¿Cómo? ¿Quién? ¿Dónde? Todas esas variables deben acotarse al máximo.

La aceptación

En realidad, contexto y condiciones de satisfacción forman parte de una negociación. Yo expongo mi situación, tú expones la tuya, y buscamos llegar a un acuerdo sobre el contenido del compromiso. Porque, y éste es el tercer punto fundamental, el compromiso sólo nace cuando hay una aceptación del mismo por parte de ambas partes. Yo, “ejecutante”, me comprometo a hacer una serie de cosas de una determinada manera para una fecha determinada. Y tú, “receptor”, te comprometes a validar el cumplimiento si efectivamente se dan las condiciones pactadas, a sentirte satisfecho y a no reclamarme nada fuera de ahí.

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Ahora ya tenemos un compromiso. El que ejecuta se dedica a poner los medios para efectivamente cumplir con el compromiso, y el receptor espera. Llegado el momento, si todo va bien, el que ejecuta presentará el resultado de sus acciones, el que recibe validará que todo es conforme se había pactado, y ambos quedarán satisfechos.

Disculpas, reclamos y recompromisos

La satisfacción llega cuando todo sale bien. Pero no siempre sucede así…

La disculpa

A veces es el que ejecuta el que se da cuenta de que no va a poder cumplir con lo prometido. Las circunstancias pueden ser múltiples, pero al final el resultado es el mismo: ha fallado al compromiso adquirido. Llega entonces el momento de pedir una disculpa.

La disculpa es un reconocimiento del no cumplimiento del compromiso, y es importante si uno está en esa situación asumirla cuanto antes, de cara a reconducir la situación y minimizar sus efectos. Para que sea lo más efectiva posible, la disculpa debe partir del reconocimiento del compromiso existente, y de asumir que no se ha podido cumplir con él. A partir de aquí cabe exponer los motivos desde la honestidad y, muy importante, indagar en las consecuencias del incumplimiento para la otra parte. Es decir, se trata de “no escurrir el bulto” y de asumir desde la empatía y la responsabilidad las consecuencias de los propios actos.

El reclamo

Por otra parte, puede que sea el que recibe el que no está conforme con cómo se han producido las cosas, y entonces es el momento de hacer un reclamo. Un reclamo efectivo también debe partir de recordar el compromiso existente (que además estará bien definido gracias a las fases previas) y de declarar en qué parte se entiende que no se ha cumplido. A partir de aquí cabe indagar (también desde la empatía) cuáles han sido los motivos que han llevado a la otra persona a no cumplir, y exponer (desde la asertividad y la honestidad) las consecuencias que el incumplimiento tiene para uno mismo. Recordemos que hay un compromiso sólido, negociado, declarado y aceptado… y por lo tanto el que recibe está en su derecho de reclamar.

Lo importante en ambas situaciones es que, al haber un compromiso bien definido de forma previa, la conversación es mucho más fácil de llevar por la vía de la objetividad, y el espacio para los malos entendidos es mucho menor.

El recompromiso

El caso es que, bien sea por la vía de la disculpa o bien sea por la vía del reclamo, al final las dos partes han podido poner encima de la mesa el incumplimiento y explorar conjuntamente los motivos y las consecuencias. Con todo esto es factible entrar en una fase de recompromiso, es decir, de buscar la manera de volver a fijar un compromiso satisfactorio para ambas partes. Por supuesto, esto no es siempre posible, pero al menos estaremos seguros de que hemos hecho todo lo posible por reconducirlo sobre bases de hechos/observaciones, y no de opiniones/juicios.

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Conclusión

¿Sabéis lo que pienso yo cuando leo todo esto? “¡Buf, cuánto trabajo!”. Tener que explicitar y concretar nuestras expectativas, dar explicaciones sobre el contexto, asegurarnos de que la otra persona nos entiende bien (y viceversa), negociar y llegar a un acuerdo… es exigente, y no estamos demasiado acostumbrados.

Y sin embargo, se me ocurren montones de situaciones de mi vida personal y profesional en las que me he sentido decepcionado cuando otras personas no han hecho lo que yo esperaba. Me doy cuenta de que a veces les di poca información, y en ocasiones incluso ni siquiera les hice peticiones concretas y todo estaba en mi cabeza en forma de presunciones sobre “cómo deberían ser las cosas”. Me doy cuenta como esa decepción a veces la expresé (sin ser capaz de esgrimir argumentos objetivos para ella), y otras veces me la guardé y la rumié, generando un montón de juicios sobre la otra persona, y actuando en consecuencia.

También me doy cuenta de otro buen puñado de situaciones en las que percibí la decepción y las malas caras enfrente, sin saber muy bien por qué. O cambios de actitud a los que no encuentras justificación, y que posiblemente tengan detrás unos presuntos compromisos no cumplidos por mi parte.

Cuando analizo todas esas situaciones bajo este esquema de “cómo deberíamos haber gestionado el compromiso”, me doy cuenta de que pude haber hecho mucho más para definir mejor esos compromisos, y que eso nos hubiese dado una base mucho más sólida para validar o no su cumplimiento, y cauces mucho más sanos y productivos para resolver las discrepancias.