A veces lo pienso. Es una pesadez, y en muchas ocasiones una fuente de estrés, lidiar con el resto del mundo. Si todos fueran como yo estaríamos siempre de acuerdo, pensaríamos igual, no habría conflicto y nos llevaríamos de maravilla.
Lamentablemente, el mundo no es así:
- Cada uno somos como somos: somos el producto de nuestro carácter, de nuestra educación, de nuestras experiencias, de nuestro entorno, incluso de nuestro momento vital. Por eso pensamos como pensamos, actuamos como actuamos, nos gusta lo que nos gusta y nos repele lo que no, consideramos aceptables unas cosas y otras no.
- Hay otros que son distintos de nosotros: consecuencia lógica de lo anterior. Como no todos tenemos ni el mismo carácter, ni la misma educación, ni las mismas experiencias, ni nos rodea el mismo entorno… pensamos diferente, actuamos diferente, nos gustan cosas diferentes, toleramos cosas diferentes.
- Nuestra forma de ver el mundo no es la única válida, ni la mejor: es difícil (desde luego lo es para mí) aceptarlo. De hecho iniciaba mi argumento deseando que «todo el mundo fuese como yo». Como individuos, y como sociedad, tendemos a ver el mundo desde nuestra propia perspectiva y nos resulta muy difícil renunciar a ella y aceptar la de los demás.
- Es normal sentir afinidad por los que se nos parecen, y rechazo por los que no: tendemos a rodearnos de aquellos con quienes compartimos nuestros valores clave, porque es con ellos con quienes nos sentimos cómodos, con quienes nos entendemos, con quienes menos conflictos surgen. En paralelo tendemos a alejarnos de los que no, porque hay incomodidad y hay conflicto.
- Nunca vamos a poder eliminar al 100% la interacción con los diferentes: están ahí, compartimos el mismo espacio. Puedes intentar minimizar el roce, pero salvo que decidas convertirte en un ermitaño (y creo que ni aun así) vas a tener que socializar, y en consecuencia, a tener que soportar gente que tiene otros valores, otra forma de ser, pensar y comportarse.
- No existe la afinidad perfecta: incluso aunque te rodees de gente afin, siempre habrá diferencias. Algunas más sutiles, otras más importantes. Unas más previsibles, y otras que solo afloran con el paso del tiempo. Nunca encontrarás a alguien que sea «exactamente igual que yo» en todos los aspectos y todo el tiempo.
Pensar de otra manera son ganas de darse cabezazos contra la pared. «Es más fácil ponerse unas sandalias que cubrir el mundo de alfombras». El mundo es como es, y tenemos que vivir en él de la mejor manera posible. Hay gente que piensa y actúa de forma molesta para nosotros… igual que nosotros pensamos y actuamos de forma molesta para otros. Esto es algo que en muchas ocasiones no podremos cambiar, y de hecho en muchas ocasiones ni siquiera tendremos la legitimidad para hacerlo (¿por qué vas a imponer tu visión a la de otros?). Vivir en sociedad es precisamente lograr unos acuerdos de mínimos, y a partir de ahí lidiar lo mejor que se pueda con el resto.
¿Significa esto una especie de relatividad moral, que «todo vale» y que «lo que nos queda es resignarnos»? No necesariamente. Las sociedades evolucionan, y lo hacen cuando una masa crítica suficiente de sus componentes lo hacen. Cada uno somos responsables primeramente de vivir la vida como consideremos que debe de hacerse y predicar con el ejemplo («sé el cambio que quieras ver en el mundo»), y también de elegir cuándo, por qué, para qué y con qué grado de compromiso e intensidad queremos pelearnos con otros. Eso sí, teniendo en cuenta que en cada pelea vamos a desgastarnos (el conflicto, la incomprensión, el riesgo, el sacrificio…), que podemos no ganar… y que en última instancia el número de batallas posibles es infinito mientras que nuestra capacidad es limitada.
No es la mía, creo, una visión conformista; pero sí realista. El mundo es como es («¿cómo no va a poder ser, si está siendo?«) y nuestra capacidad para cambiarlo es limitada. Así que, como dice la plegaria de la Serenidad, «Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.»