¿No os ha pasado que estáis leyendo un libro, o viendo una película, y piensas… «joder, vaya argumento más previsible» o «esto no tiene ni pies ni cabeza»? A mí me pasa con relativa frecuencia. Y me fascina que productos así consigan llegar al mercado, incluso tener cierto éxito. ¿Tan difícil es montar una buena historia y que no acabe en desastre?
Ésta fue una de las inquietudes que me llevó hace unas semanas a indagar un poco sobre los aspectos básicos de la narrativa. En paralelo, en los últimos tiempos vengo observando cierto auge del concepto de «storytelling» aplicado al mundo de la empresa. Cuando digo «auge» me refiero a artículos y libros sobre el tema, de esos que vas dejando en la recámara para «leer más tarde» porque te resulta curioso entender cómo pueden casar estos conceptos. Así que pensé en matar dos pájaros de un tiro; entender cómo se fabrica una buena historia, y entender qué aplicación tienen las historias en los negocios.
Lo cierto es que el mundo de la narrativa es muy interesante. Una historia bien construida tiene un potencial magnífico de atrapar nuestra atención, de involucrarnos emocional e intelectualmente, y de transmitirnos conceptos que recordaremos después con asombrosa facilidad. Y, cuando te pones a profundizar, parece ser que «la fórmula» para conseguir una historia decente tiene las letras bastante gordas; al fin y al cabo, llevamos contando historias desde hace milenios, y muchos han sido los que en este tiempo han analizado lo que funciona y lo que no. Sucede algo parecido con la fotografía o la pintura (¿qué hace una imagen más atractiva? ¿qué composición es agradable? ¿cuáles son las proporciones correctas? ¿qué colores combinan juntos?), o con la música (¿qué sonidos combinan bien? ¿qué progresiones de sonidos resultan atractivas?).
Me atrevería a decir que en todas estas disciplinas parece bastante asequible alcanzar un nivel «decente» a poco que uno ponga interés en conocer e interiorizar esas normas básicas. Es cuestión de práctica, de acostumbrarse a manejar las claves y repetirlas una y otra vez. Obviamente luego, como en casi todo, hay un salto cualitativo que separa el oficio del talento.
Y sí creo que es una habilidad que merece la pena aprender. No se trata tanto de «inventarse historias» (que también, por qué no), sino de utilizar alguna de las claves que hacen que una historia funcione para aplicarlas a nuestras propias necesidades de comunicación. Sin salir del círculo cotidiano, nos puede venir bien para contar qué tal nos ha ido el día, para relatar una anécdota con unos amigos, o para transmitir ideas a los críos.
Lo que ya me chirría más es toda la corriente de libros, artículos, etc… que tratan de enchufar el «storytelling» en las empresas. Lo que estoy leyendo al respeto me lleva a pensar en una sobreexplotación del término. Por supuesto que dentro del mundo corporativo hay necesidades de comunicación a las que las técnicas narrativas pueden aportar un enfoque diferencial, pero creo que el asunto no da para tanto libro, tanto acrónimo, tanto «caso de estudio»; como decía más arriba, la narrativa tiene las letras gordas y el 80% de sus beneficios puede obtenerse prestando atención a cuatro o cinco claves fundamentales. Y en todo caso tampoco creo que la narrativa sea la palanca de cambio definitiva en las empresas: en el mejor de los casos, una herramienta más que incorporar (junto con muchas otras, todas ellas positivas pero ninguna desequilibrante) a la difícil tarea de sacar un negocio adelante.
Claro que, como sucede siempre, hay mucho aspirante a experto, mucha editorial que pretende vender su libro, mucha revista que llenar con artículos, muchas conferencias que dar. Todo el mundo quiere diferenciarse aunque para ello tenga que estrujar y reconstruir los conceptos para que parezca que está contando algo distinto; porque si dices que algo «son habas contadas» no llamas la atención… pero supongo que, como decía Michael Ende, «eso es otra historia».
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