Hay dos formas de trabajar.
Una es tremendamente aparente: es aquel que se pasa «haciendo» todo el rato. Voy para allá, vengo para acá, me meto en una reunión, hago un documento, cojo esto y lo llevo aquí, mando un mail, leo otro mail, hago esta llamada. Interrumpo una conversación para mirar un mail, dejo de leer el mail para hacer una llamada, no hago caso a la llamada porque estoy hablando por lo bajini con alquien más. Y todo eso mientras en mi cabeza mezclo tres o cuatro temas que están encima de la mesa. Sabéis cuál os digo, ese perfil hiperactivo que pasa el día sin parar, transmitiendo la sensación constante de no tener ni un minuto libre, y encima no llegar a nada.
Y la otra es… diferente. Más reflexión, más calma. Más «afilar el hacha», más «elegir tus batallas», más dar tiempo al tiempo para que las ideas se asienten, para que las cosas maduren, para que las personas evolucionen, para que las cosas avancen a su ritmo. No estás todo el rato «haciendo cosas». A veces estás mirando al infinito, reposando ideas. A veces solo garabateas en un papel. A veces te das un paseo. O dedicas el rato a charlar relajadamente, o a leer un libro.
Yo, como os podréis imaginar si me conocéis o si me leéis de hace tiempo, me pongo en el equipo de la «reflexión». Nunca me ha gustado ir como pollo sin cabeza, cambiando el foco constantemente, atento a cada nueva llamada, a cada nuevo email, a cada pajarito que cruza mis ojos o a cada idea que pasa por mi mente.
Sin embargo, reconozco que a veces tengo complejo. Cuando me pongo lado a lado con uno de «los otros», acabo teniendo la sensación de que él trabaja, y yo… no. Que hago poco. Que aquel objetivo de realizar una tarea clave al día es de vagos, que mi lista de «to-do»s no es ambiciosa, que no tengo derecho a intentar vivir relajado, que debería estar hiperactivo todo el día. Que por no estar «hiperocupado» e «hiperpreocupado», no lo estoy haciendo bien.
En días así es cuando más me obligo a reflexionar. No ya pensando en teorías varias, si no en mi experiencia a lo largo de los años. Pienso cuándo he sido más productivo, cuándo he conseguido más cosas, cuándo he aportado más valor, cuándo me ha ido mejor profesionalmente, cuándo me he encontrado mejor personalmente. Todo cuadra. Da igual la sensación que transmitan «los otros», dan igual sus percepciones de «qué injusto, yo me deslomo, y éste vive como dios». Sí, es verdad, a veces es difícil porque eres el que vas a contracorriente. Pero es más fácil cuando te reafirmas en que tienes razón.
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Identificado al 100% con este párrafo:
«Cuando me pongo lado a lado con uno de “los otros”, acabo teniendo la sensación de que él trabaja, y yo… no. Que hago poco. Que aquel objetivo de realizar una tarea clave al día es de vagos, que mi lista de “to-do”s no es ambiciosa, que no tengo derecho a intentar vivir relajado, que debería estar hiperactivo todo el día. Que por no estar “hiperocupado” e “hiperpreocupado”, no lo estoy haciendo bien.»
En mi caso me considero del lado de los reflexivos pero desde hace un par de meses me siento desmotivado en mi trabajo actual y siento que estoy convirtiéndome en uno de esos que pasan «haciendo como que hacen». Y no me gusta y sé que está mal… pero así estoy ahora.
ja ja
así es sin desmerecer la otra forma de trabajar con todo el respeto.
ademas pasa igual fuera del trabajo, algunas personas hacen mil cosas….
gracias por el post
Llega la época del año más propicia para la reflexión.
Ahora a afilar el hacha.
Gracias por recordarnos que la instropección y las pausas son imprescindibles.
Hola:
También estoy del lado de la reflexión. Considero que tiene más sentido porque uno está más consciente y atento en lo que estás haciendo, no actúas a lo loco y asimilas realmente la información que estás aprendiendo en el presente y que también puede servirte en el futuro.