Imagínate que la confianza es como un puente colgante entre dos personas.
Pero no es un puente que se construye de golpe ni con materiales improvisados; se arma poco a poco, con cada palabra, cada gesto, cada promesa cumplida. Al principio solo puedes unir dos orillas que están cercanas, con materiales básicos que soportan poco peso. Pero, a medida que la confianza crece, se van añadiendo pilares, cables… y ese puente se puede hacer más largo y resistente.
Ahora, imagínate qué pasa cuando uno de los cables se corta: el puente tambalea. Y si se cortan varios, pues adiós, al abismo.
La confianza depende de tres juicios
En el mundo del coaching, y más concretamente en el coaching ontológico, cuando hablamos de confianza hablamos de tres juicios distintos, tres condiciones que se tienen que cumplir para que la confianza exista.
Es decir, que la confianza no es un sentimiento etéreo que aparece por arte de magia, sino que se basa en tres juicios fundamentales: sinceridad, competencia y confiabilidad. Cada vez que decides confiar en alguien, consciente o inconscientemente, estás evaluando estas tres dimensiones.
1. Juicio de sinceridad
¿Recuerdas la historia de Pedro y el lobo?
Pues lo mismo.
Al principio, los habitantes del pueblo creían en la sinceridad de Pedro cuando los alertaba del ataque del lobo. Pero, tras varias experiencias fallidas, dejaron de creer en él. A partir de entonces, como creo que no dice la verdad, simplemente no hago caso a lo que me pueda decir.
Aquí te preguntas: ¿Esta persona dice la verdad? ¿Lo que expresa con palabras está alineado con lo que realmente piensa y siente? No se trata solo de que no mienta descaradamente, sino de que no diga cosas solo por quedar bien o por evitar conflictos.
La sinceridad es la base, porque si sospechas que alguien te está vendiendo humo, el puente ni siquiera empieza a construirse. Es fácil detectar cuando alguien no es sincero a largo plazo, porque sus acciones y palabras empiezan a chocar. Un jefe que promete incentivos que nunca llegan, una amistad que se dice incondicional pero nunca está cuando la necesitas, o un político que hace promesas imposibles de cumplir.
2. Juicio de competencia
Vale, has decidido que la otra persona es sincera cuando habla de sus intenciones.
Ahora bien, de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.
Aquí de lo que se trata es de evaluar algo más pragmático: por mucha voluntad que ponga… ¿esta persona tiene las habilidades y/o la capacidad de cumplir lo que ofrece? ¿Puede hacer lo que dice que hará?
No basta con las buenas intenciones; también necesitas saber que esa persona tiene la capacidad real de cumplir lo que promete. Puedes confiar en un amigo para que te guarde un secreto, pero quizá no para que te opere del corazón (a menos que sea cirujano, claro).
Evaluamos la competencia todo el tiempo, aunque no lo notemos: cuando escogemos un médico, cuando contratamos a alguien, incluso cuando pedimos consejo. Y no solo en términos de habilidades técnicas, sino también en la capacidad de tomar decisiones adecuadas. Una persona competente no solo sabe, sino que también demuestra que puede actuar con eficacia.
3. Juicio de confiabilidad
Éste es el más sutil, pero no por ello menos importante.
Porque no solo importa que la persona sea sincera y competente, sino que además cumpla lo que promete con consistencia. Puedo creer que eres sincero, puedo creer que tienes las capacidades… pero si a la hora de la verdad no cumples el resultado es el mismo. Si te dice que llegará a las ocho y siempre llega tarde, aunque sea sincero y capaz, su confiabilidad se resquebraja.
La confianza, en este sentido, no se trata de perfección, sino de previsibilidad: saber qué esperar del otro. ¿Es alguien que cumple lo que dice, que respeta los acuerdos y que no te deja colgado en el momento crucial?
E incluso en caso de incumplimiento (que, a veces, sucede): ¿cómo se comporta? ¿se hace cargo de su incumplimiento, de las consecuencias que tiene?
La confiabilidad está íntimamente ligada a la responsabilidad, y una vez que se pierde, es difícil de recuperar.
¿Cómo se construye la confianza?
Cuando te acercas a alguien desconocido es cuando comienza a jugarse el partido de la confianza.
Es verdad que hay personas de naturaleza más confiada que otras, pero en todo caso todos empezamos con un nivel de confianza determinado en la otra persona.
Y, a partir de ahí, la ponemos a prueba con un compromiso adecuado al nivel de confianza que le tenemos. Algo tan sencillo como ver si esta persona me llama cuando dijo que me iba a llamar, si me envía el documento que le pedí en tiempo y forma, si se presenta cuando dijo que se iba a presentar.
Si ese compromiso se cumple, nuestra confianza se refuerza y entonces estamos dispuestos a atrevernos un poquito más. Vas subiendo el nivel, y viendo a ver qué pasa. Es como cuando te metes en el mar poco a poco, primero los pies, luego los tobillos, luego las rodillas… y solo cuando estás cómodo dando esos pasos acabas metiendo la cabeza.
Volviendo a la metáfora del puente, la confianza se construye con pequeñas acciones repetidas en el tiempo. No basta con un gran acto heroico, sino con una acumulación de gestos coherentes. La clave está en la consistencia: prometer poco y cumplir siempre, en lugar de prometer mucho y fallar. La confianza es un trabajo constante y requiere presencia, compromiso y honestidad.
El lenguaje juega un papel crucial en esta construcción. Hacemos promesas, ofrecemos explicaciones y manifestamos compromisos. Cada vez que cumples una promesa, refuerzas el puente; cada vez que fallas, lo debilitas.
Pero ojo, no se trata solo de cumplir, sino de cómo gestionas los incumplimientos. Si avisas con tiempo, si explicas las razones, si ofreces alternativas, la confianza puede mantenerse a pesar del tropiezo. Muchas veces, el problema no es fallar, sino cómo manejas la situación después de haber fallado. La humildad y la responsabilidad son claves para reconstruir la confianza cuando se ha visto comprometida.
¿Y cuando se rompe?
En esa construcción de la confianza llega un momento en el que, quizás, algo falle. Pillas a la otra persona en una mentira o una incoherencia, y entonces tu juicio de sinceridad se tambalea. Ves que hay algo que no puede resolver, y entonces tu juicio de competencia se agrieta. Falta a un compromiso, o lo resuelve de cualquier manera, y entonces tu juicio de responsabilidad empieza a cuestionarse.
Es como que te saltan las alarmas, y a partir de ahí empiezas a estar con la mosca detrás de la oreja.
Aquí viene la parte dolorosa. Cuando la confianza se quiebra, el puente no se derrumba de golpe, pero empieza a crujir. La decepción aparece cuando alguien que creíamos sincero nos miente, cuando alguien que creíamos competente falla en lo esencial, o cuando alguien que considerábamos confiable deja de serlo. Y recuperar la confianza perdida es un proceso arduo, porque ya no se trata solo de construir, sino de reparar.
¿Se puede reconstruir? Sí, pero no con palabras vacías. Requiere transparencia, tiempo y un esfuerzo consciente por parte de quien la ha roto. Es como volver a tensar los cables del puente, pero esta vez con la sospecha de que podrían ceder de nuevo. La persona que ha roto la confianza debe estar dispuesta a demostrar con hechos que es capaz de cambiar. Esto significa disculparse sinceramente, asumir la responsabilidad de sus acciones y trabajar para recuperar la credibilidad perdida.
Además, cuando la confianza se rompe en relaciones personales, entran en juego las emociones. No solo es cuestión de evaluar hechos objetivos, sino también de gestionar el dolor, la frustración y la decepción. Es posible que, a pesar de los esfuerzos, algunas relaciones no puedan recuperarse del todo. Y en esos casos, es válido aceptar que algunas conexiones simplemente se han agotado.
La confianza en la vida cotidiana
La confianza es el pegamento de las relaciones humanas. En el trabajo, en la amistad, en el amor. Y, como todo, es un equilibrio delicado entre expectativa y realidad. Si alguien te falla una vez, puedes darle otra oportunidad. Si lo hace varias veces, quizá sea momento de aceptar que ese puente ya no se sostiene.
Porque, al final del día, confiar es un acto de valentía. Y como todo lo valioso, merece ser cuidado. No se trata de confiar ciegamente en todo el mundo ni de vivir desconfiando de todos, sino de encontrar ese punto medio donde puedas construir puentes sólidos con las personas que realmente lo merecen. Y si alguna vez te traicionan, recuerda que puedes volver a construir, pero también puedes aprender a elegir mejor en quién depositas tu confianza.