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Si quieres contar una buena historia, empieza por el final

Hace unos días vi una película y, al terminar, me quedé con esa sensación desagradable de haber pasado hora y media y de no tener claro qué era lo que me habían querido contar.

No te diré cuál era la película, pero su premisa es interesante: hay dos amigas adolescentes, una de ellas sufre un accidente y queda en coma durante 20 años. Cuando despierta, su vida se retoma de golpe, pero en un mundo que ha cambiado por completo.

Una premisa, decenas de historias

Con esta premisa se podrían contar varias historias diferentes.

Podrías centrarte en el shock cultural de despertar dos décadas después, enfrentándote a costumbres y tecnologías que te resultan desconocidas. Podrías explorar el drama de asumir que has perdido 20 años de tu vida y todas las experiencias que nunca llegarás a vivir. Podrías contar la historia de la amiga que tuvo que seguir adelante sola y que, después de tanto tiempo, tiene que enfrentarse al regreso de su mejor amiga. Podrías reflexionar sobre el peso de la amistad, el amor perdido o la reconstrucción de una identidad.

Pero en esta película intentaron contar todas esas historias a la vez.

Y algunas más.

Porque también hablan del amor de juventud perdido y reencontrado, de un romance improvisado con un nuevo amigo, del hecho de que la amiga siempre estuvo secretamente enamorada de la protagonista y de cómo eso marcó su vida. También introducen el drama de una madre que cuidó a su hija en coma durante 20 años pero que ahora sufre demencia, historias de bullying de la adolescencia que resurgen en la adultez e incluso una subtrama sobre la protagonista alquilando habitaciones en Airbnb y los personajes pintorescos que recibe.

El problema es que te cuentan demasiadas cosas.

Es como si alguien decidiera hacer un guiso y, en lugar de seleccionar los ingredientes adecuados, simplemente echara en la olla todo lo que encuentra en la despensa. Un puñado de esto, un poco de aquello, removemos… y lo que sale es un desastre.

Demasiadas tramas, demasiados conflictos compitiendo por captar la atención, demasiados hilos que se cruzan sin un rumbo claro.

Como resultado, en vez de involucrarte, acabas confundido. No sabes a qué historia aferrarte porque ninguna destaca lo suficiente.

¿Cuál es la historia que quieres contar?

Cualquier experto en storytelling te dirá que lo fundamental en la narrativa es tener claro el mensaje que quieres transmitir. Cuál es la idea central, el leitmotiv, el hilo conductor que da cohesión a toda la historia. Cuando tienes esto claro, puedes permitirte desviaciones momentáneas, pero siempre regresas al camino principal. De esta manera, el espectador percibe una dirección clara y siente que la historia sabe adónde va.

Contar una historia es, en el fondo, llevar de la mano a la audiencia por un viaje que tú diseñas. Claro, puedes sugerir caminos alternativos, pero en todo momento debes guiar sin confundir. Debes indicar los siguientes pasos sin imponerlos, para que el espectador llegue por sí mismo a la conclusión que deseas transmitir.

Y cuanto menos lo distraigas con elementos superfluos, mejor.

Empieza por el final

Por eso, una de las reglas de oro en storytelling es empezar por el final.

No en la narración, sino en la planificación. Tienes que definir cuál es la moraleja, cuál es el mensaje principal que quieres que quede en la mente del espectador cuando acabe tu historia. Solo a partir de ahí puedes construir de manera efectiva.

Desde esa conclusión diseñas el desarrollo, incorporando solo los elementos que sumen a esa idea. Todo lo que no contribuya a ese objetivo debe ser descartado. Esto te proporciona un criterio sólido para decidir qué contar y qué no.

La comunicación es claridad

Esto no se aplica solo a la ficción. Es una estrategia útil para cualquier acto de comunicación: una presentación en público, un artículo, un vídeo. Hay muchas historias y argumentos que podrías incluir, pero si no refuerzan el mensaje central, simplemente te alejan de él.

Elegir es una decisión editorial, incluso podrías decir artística. Y tienes que hacerlo. Porque si no, te arriesgas a confundir, a dispersar la atención del receptor y acabar como la película de la que hablábamos al inicio: desordenada y sin impacto.

Las buenas historias, como la buena comunicación, se basan en la claridad. En un mensaje rotundo, bien definido, sin dudas sobre su propósito. Así que la próxima vez que necesites contar algo, empieza por el final. Define el mensaje que quieres dejar en la mente de tu audiencia y construye desde ahí. Solo así podrás crear una historia que de verdad conecte y resuene.