Escribo esto con tres capas de ropa encima. El viernes por la noche la caldera de casa empezó a dejar de funcionar correctamente (al principio; se encendía pero se apagaba al cabo de unos segundos), y del todo por la mañana (ya ni se encendía). Han pasado tres noches de frío castellano y aquí estoy, esperando a que el técnico venga a ver qué solución tiene.
A lo largo de estas horas, y especialmente al principio, son varias las reflexiones que se han juntado en mi cabeza al respecto:
- Shit happens: es una putada que las cosas se estropeen. Pero en realidad no es una putada: simplemente la vida es así. Podemos caer en la tentación de desear un mundo perfectamente estable, previsible, sin lugar para accidentes, sorpresas y calderas estropeadas en pleno invierno. Pero es una expectativa irreal, y como tal una fuente de frustración. Mejor ser conscientes de que «lo que es, es» sin pensar que hay una confabulación cósmica en nuestra contra.
- A veces no hay solución: el viernes por la noche pasé un buen rato tocando (subo la presión, bajo la presión, reinicio la caldera, la vuelvo a reiniciar…) con la mentalidad de «seguro que hay algo que puedo hacer para que funcione». Incluso el sábado por la mañana, cuando me levanté, todavía pensaba «seguro que ahora ya el problema ha desaparecido». Nos cuesta aceptar que hay cosas que están fuera de nuestro control, asumir la impotencia del que no puede hacer nada. Y sin embargo, volviendo al punto uno, «lo que es, es».
- El mundo no gira alrededor de ti: cuando el sábado por la mañana llegué a la conclusión de que no podía hacer nada más que llamar a un técnico, busqué el teléfono del SAT. Me atienden amablemente, toman nota, «¿el lunes por la mañana le va bien?». «Cómo, ¿el lunes? ¿nos vais a dejar sin caldera todo un fin de semana de invierno? ¿¿PERO ESTO QUÉ ES??» (todo esto en mi mente, claro; soy un tipo muy educado :D). En fin, en mi cabeza el servicio técnico debía ser poco menos que un retén de bomberos, preparados para deslizarse por la barra y subirse en un camión con sirena para venir a atenderme A MÍ y a resolver MI PROBLEMA. Obviamente no es así. El mundo tiene sus ritmos, sus propios problemas y prioridades. Pensar que todo el mundo va a dejar lo que tenga que hacer para atenderte a ti es, de nuevo, poco realista (y muy egocéntrico).
- Todo tiene su ciencia: en el rato del viernes en que todavía tenía esperanza de poder resolver por mí mismo el problema, estuve leyendo cosas sobre calderas, radiadores, llaves, quemadores, sensores… lo suficiente para abandonar toda esperanza y, a la vez, reconocer que todo tiene su complejidad. Reconozco una tendencia mía a pensar, en demasiadas ocasiones, que «eso lo hace cualquiera». Egocentrismo, prepotencia, ignorancia… sesgos que debería tener en cuenta a la hora de analizar mis razonamientos.
- La mala suerte es cuestión de foco: los primeros momentos fueron de frustración; «qué mala suerte, vamos no me jodas, con el frío que hace». Luego me puse a pensar en toda la gente que tiene que sobrevivir a estas noches durmiendo en las calles. O en las personas para las que una incidencia de éstas supone un golpe financiero que a lo mejor no pueden asumir. Yo miré a mi alrededor y pensé que, incluso sin caldera, tengo un techo y unas paredes, unas camas con edredones calentitos, mantas de refuerzo, un calefactor. Que si hiciera falta me cojo el coche, me acerco a una tienda y compro tres calefactores más. Que a malas mi problema se resuelve en un par de días, que no importa cuánto me vaya a costar (de hecho, viviendo de alquiler, el coste es para la propietaria). En definitiva, empecé pensando en mi «mala suerte» y acabé pensando en lo enormemente afortunado que soy.
- A grandes males, grandes remedios: ¿no hay calefacción? Pues un calefactor. Un par de mantas que salen del armario. La camiseta de manga larga y la chaqueta del chandal. ¿No hay agua caliente? Se coge la olla y vas calentando para lo que necesites. Son un par de días, no pasa nada. Y si la situación se alarga, se buscan otras soluciones. No pasa nada.
- No hace tanto frío: «¡Fuera está helando! ¡Nos vamos a congelar! ¡Va a ser un infierno! ¡Los niños van a pasar mucho frío, no puedo tolerarlo!». Ahí estaba yo, pensando en lo terrible que iba a ser todo. Y lo cierto es que tampoco ha sido para tanto. Sí, fuera ha helado. Pero dentro no se estaba tan mal. De hecho hemos tenido que perseguir a los críos para que se abrigasen (porque ellos estaban tan pichis). Tendemos a imaginar el futuro, y lo cierto es que no solemos acertar. Como decía Dan Gilbert, ni somos demasiado buenos previendo lo que va a suceder, ni suponiendo cómo nos va a hacer sentir. Así que mejor no darle demasiadas vueltas a priori.