Es duro. Y lamentablemente, inevitable. Matar es demasiado fácil, un cobarde con una pistola no necesita mucha infraestructura para matar, ni un plan elaborado que se pueda destruir. Sacar pistola, disparar, correr.
Dicen por ahí que «los únicos culpables son los que aprietan el gatillo». Pero yo no estoy de acuerdo con que hay un único responsable, el que apretó el gatillo. Ni en ampliarlo, de forma genérica, a «ETA». Hay muchos más. Los que le ayudaron. Los que le protegen. Los que le esconden. Los que miran para otro lado. Los que, en su fuero interno, piensan que Isaías “se lo merecíaâ€. Los que piensan que éste no, porque era “un trabajadorâ€, pero que si hubiese sido un Guardia Civil, o un militar… o un político… o uno que viva en otro sitio, no “en nuestro puebloâ€â€¦.
El problema del terrorismo es un problema no por los pistoleros. Si solo fuera eso, sería un problema de delincuentes, de mafiosos, como hay tantos. El problema del terrorismo son todos los demás. Todos los que no disparan, pero que tampoco rechazan a quienes lo hacen. Y lamentablemente son más de los que creemos. Es contra éstos contra los que hay que pelear, contra los que de hecho pelean a diario las gentes como Isaías, ejemplos cotidianos de grandeza, de valentía, de dignidad. Puede sonar raro, pero no es la lucha de policías contra pistoleros la que nos debe preocupar, porque ésa por descontado que la vamos a ganar (aunque tengamos la «desventaja» de que nosotros respetamos el estado de derecho – es una desventaja operativa, pero es lo que nos permite identificarnos sin ningún género de duda como «los buenos»). La crucial es la lucha de la sociedad sana, democrática (con sus discrepancias, claro)… contra esa parte de sociedad enferma. Ése es el cancer que tenemos que curar. Los pistoleros son sólo el síntoma.
En cuanto al impacto político, es inevitable. Este atentado pone el foco, a última hora, sobre uno de los asuntos relevantes en la agenda política. E inevitablemente nos trae a la cabeza cuál ha sido el comportamiento de unos y otros a lo largo del tiempo. Por mucho que los políticos se hayan esforzado transmitir una imagen de unidad. Porque todos sabemos que esa unidad no es real, y que todos han tenido que hacer un esfuerzo para aparentarla (porque no puede ser de otra manera; y aun así, se ven las «fisuras»). Pero siguen existiendo divergencias de base que no se curan de un día para otro: el fin es el mismo, pero los medios no. Y tampoco hay voluntad de consenso: cada uno de los grandes partidos quiere que el consenso suceda sin moverse de su posición, esperando que sea “el otro†el que “desistaâ€. Ésa es la realidad (de la que tan responsables son unos como otros), lo que acabará aflorando tras la apariencia de unidad. Hacen falta muchas cosas (entre ellas, una altura de miras que nadie ha demostrado hasta ahora; y tiempo, mucho tiempo) para que esa herida restañe.
Mientras tanto, a votar. Y a seguir luchando para que los que forman esa parte enferma de la sociedad sean cada vez menos, para que ningún niño crezca con esa concepción del mundo, para ganarles terreno en las calles, para conseguir que den cuenta de lo equivocados que están y de lo repugnante de su posición, para conseguir que se avergüenzen y nos pidan perdón, para conseguir que den el salto a nuestro lado de la sociedad, para marginarles en la vida cotidiana si no lo hacen. Y a seguir gritando a nuestros políticos que se olviden de partidismos y hagan un esfuerzo real de consenso, de centrarse en lo que nos une a todos por encima de sus divergencias partidistas. Que no nos merecemos menos.