Diego Marino es fundador y responsable de Abiquo (una empresa con muy buena pinta, desde mi humilde visión no-técnica, relacionada con el cloud computing). Y hace años que mantiene su blog, Externalidades. Al menos, hasta ahora.
Lo cuenta en su último post. Ha decidido pararse a reflexionar y dejar el blog en suspenso. Una experiencia (¿mala? – luego lo decidimos) con un potencial inversor (que decidió no participar en una ronda de inversión porque había leído el blog y le había dado sensación de «descontrol» en la empresa) le hace plantearse hasta qué punto lo que cuenta en su blog puede ser perjudicial para su empresa…
«Este blog surgió para contar “realmente” de que iba eso de montar una startup. Harto de leer autobombos de “hacemos, crecemos, ampliamos…” y demás falacias, pensé que tendría algún interés contar la realidad. La de verdad. La de los días buenos y la de los días malos […] El problema viene cuando eso puede suponer algún problema a la empresa. Y ese es el momento de parar y reflexionar. Lo siento, pero me importa más la “imagen” de abiquo, que vuestras ganas de leer vivencias de primera mano»
Por supuesto, me parece muy respetable. Pero creo que es una mala idea.
En primer lugar, el mismo Diego reconoce que «también creo que mucha de la gente que se nos ha acercado ha sido por la sinceridad al mostrar la realidad». Se resiste a hacer un análisis coste/beneficio, pero creo que es un análisis muy pertinente. ¿Qué ha aportado el blog (en realidad, la actitud abierta, la transparencia… el blog es sólo el canal, lo que importa es la actitud) de positivo, y qué cosas malas ha traído? Es verdad, si se deja de publicar el blog (o sea, si cambiamos la actitud abierta por una actitud cerrada) se protege uno frente a las posibles consecuencias negativas… pero a costa de perder lo que aportaba de bueno. Sabiendo que nunca llueve a gusto de todos, hay que tomar la decisión que maximice el beneficio. Sí, la transparencia te puede dar un disgusto alguna vez, ¿pero cuántas satisfaciones te proporciona?
Luego hay que valorar hasta qué punto esas consecuencias percibidas como negativas lo son en realidad. Lo que plantea Diego es que, si hubiese dado una imagen mucho más controlada (o sea, edulcorada, de folleto y anuncio… aunque no respondiese a la realidad) quizás hubiese convencido a ese inversor. Mi pregunta es… ¿y qué hubiese aportado eso de bueno? Sí, consigues el trato a corto plazo. Pero a medida que fuese pasando el tiempo, y el inversor fuese descubriendo la realidad tras la fachada de cartón piedra que le habías preparado en primera instancia… ¿qué situación se hubiera generado? Hace no mucho reflexionaba sobre lo importante que me parece decir toda la verdad cuanto antes para evitar desengaños y pérdidas de tiempo. Pues eso. Si este inversor tiene sensación de descontrol por lo que lee en el blog… ¿no es mejor que lo detecte cuanto antes y no más tarde?
Eso no quita para que, como le reconozco en un comentario, no haya que perder de vista que lo que estás publicando lo pueden leer terceros y que puede tener consecuencias. Y que, por lo tanto, tampoco se trata de publicar cualquier cosa a lo loco, que algunas cosas te las tienes que guardar, que otras las tienes que modular, que no es bueno ser vehemente ni escribir bajo los efectos de ningún calentón, que hay que procurar hacer casos generales y no casos particulares…
Yo mismo experimenté una sensación parecida cuando abandoné anonimato fundacional y empecé a poner mi nombre y apellidos. Aunque yo nunca he sido nada «leñero», de repente tenías la sensación de que ya no podías escribir con tanta libertad (e incluso te daba yuyu pensar que alguien, leyendo posts pasados, pudiese sentirse aludido y con razón). Inevitablemente, algunas cosas cambiaron en mi forma de escribir (incluso llegué a implantar unos «posts recalentados» para tratar de desligar lo más posible los posts de las situaciones reales que los originaban). Aun con eso y con todo, con algunas pequeñas dosis de autocensura (que no pretenden restringirme al terreno de lo «políticamente correcto», sino que responden a un mínimo sentido común), sigo pensando que el mostrar cómo es uno, cómo piensa, cómo actúa… trae más beneficios que perjuicios. Las cosas buenas, para que se sepan. Y las menos buenas (y que acabarán aflorando antes o después) para que nadie se lleve a engaño.
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Demasiada importancia le estás dando 😛
Claro que había autocecensura, y claro que uno es consciente de donde está la prudencia para saber qué no se debe contar… lo que me sorprende es que alguien lea cuatro posts y le venga a la cabeza la palabra descontrol.
Si esa persona hubiese sido inteligente, me hubiese llamado para decirme que la inversión le interesaba, pero que tras leer mi blog tenía una impresión rara. Tras 2 cafés, tendría la información necesaria para decidir con una opinión fundada en la mano.
Perofueno… es lo que hay 😀
Ya he dicho que no nos ha afectado lo más mínimo, ni nos ha supuesto nada. Es más, en esa ronda yo invertí más dinero del que «teoricamente» esa persona iba a invertir.
De todos modos, crear una opinión negativa es algo que me quema. Y por mucho que el coste de oportunidad sea favorable… me genera dudas. Y cuando hay dudas, lo aconsehable es pararse a reflexionar 🙂
Suscribo 100% la opinión de Raúl.
Creo que tú mismo te contestas, Diego, cuando dices «Si esa persona hubiese sido inteligente, me hubiese llamado». ¿Realmente quieres que tus inversores sean no-inteligentes?
Respecto a crear opiniones (negativas o positivas), sinceramente opino que no es posible controlar las opiniones. Sólo puedes poner lo mejor de ti y esperar que ocurra lo mejor. Pero hay mucha gente por ahí, y cada uno es de su padre y de su madre…
No, hombre, importancia ninguna; sólo una forma de ampliar y generalizar sobre la discusión de tu blog. Donde por cierto hay mucha chicha, así que mejor sigo allí.
Pero lo que dice José Manuel tiene mucha miga: «no es posible controlar las opiniones». Hagamos lo que hagamos, siempre habrá alguien a quien le parezca mal. Porque estamos en el terreno de lo subjetivo, donde las cosas no son buenas o malas, sino que son interpretadas como buenas o malas por individuos concretos que, como bien afirma, «son de su padre y de su madre».