Verano, «sol, arena y mar» que decía Luis Miguel. Confieso que la playa tiene para mí un efecto hipnótico. Será por aquello de ser de la Meseta, y ser contados los días que puedo disfrutar de ella. O por coincidir esos días en periodos de vacaciones, dados de por sí a la introspección.
Y allí estábamos, rodillas en la arena y palas en mano, excavando y amontonando, dando forma a unos castillos en la arena. Creatividad y trabajo compartido con los niños (benditos niños, que nos dan excusa para hacer determinadas cosas sin temor al «qué dirán»).
Terminamos el castillo. Los castillos, en realidad. Muy aparentes, un trabajo muy satisfactorio. Nos sentamos en la cercana toalla. Y niños ajenos que empiezan a revolotear; algunos para mirar con curiosidad e incluso admiración, pero otros con mirada aviesa. Joder, ¿por qué hay gente que es destructiva casi desde la cuna?. «Tchs, eh, ni se te ocurra». El niño mira desafiante, pero recula. Bien, hemos salvado el castillo.
De momento. Porque no vamos a estar sentados en esta toalla para siempre. Más pronto que tarde llegará un niño (o un adulto, que los hay muy tontos también) y pisoteará nuestro trabajo, reduciéndolo a un montón de arena. Y en el mejor de los casos será cuestión de horas que suba la marea y las olas lo devuelvan a su estado original.
Mientras recogíamos y volvíamos al apartamento, me dio por pensar en todos los castillos que he construido a lo largo de todos estos años. Los de arena, y los otros; los proyectos, las herramientas, las webs, los documentos. En todos los «niños» que los amenazaban con mirada aviesa, sólo refrenados por mi presencia. ¿Cuánto tardaron en pisotearlos? En el mejor de los casos… ¿cuánto tardó la marea en subir y hacerlos desaparecer?
Puede parecer un pensamiento desolador, y en cierto sentido puede llegar a serlo. Pero quizás lo relevante de ese castillo no radique en su (imposible) permanencia, si no el disfrute que nos proporcionó mientras lo ideábamos y lo construíamos. Lo cual, también, puede ser una lección interesante de cara a abordar futuros castillos.
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Entiendo que la playa tenga para tí un efecto hipnótico. No es para menos. Lo que cuentas de los castillos de arena es el clásico dilema proceso vs. resultados. Resolver eso es una de las claves del bienestar. El encanto de fluir en un proceso sin presión por los resultados. No te importa que el castillo se evapore, porque lo que te interesa es disfrutar la experiencia. Todo en la vida debería ser eso. Seríamos mucho más felices. El problema que eso tiene cuando vuelves a la (dura) realidad es que te encontraras del otro lado de la mesa a unos clientes impacientes, ansiosos, que te van a pedir resultados BBB para ayer. Ahí se acaba el encanto, a menos que seas capaz de encontrar unos clientes que bailen tu mismo registro. En esas estamos 🙂
Te entiendo…. jajaja