El otro día, durante la comida, discutíamos sobre las vacaciones; ese fenómeno por el que quien más y quien menos (unos porque las disfrutan, otros porque las sufren) se ve afectado en esta época veraniega. En concreto, hablábamos sobre «cuánto tiempo de vacaciones es necesario cogerse seguido». Un compañero argumentaba que «por lo menos tres semanas: la primera te la pasas desconectando, y la última empiezas ya a darle vueltas a la cabeza… así que tres semanas son las necesarias para realmente poder desconectar un buen puñado de días».
Mi planteamiento va por otro lado. En primer lugar, creo que si uno se va de vacaciones tres semanas en realidad se está yendo cinco: la última de trabajo te la pasas con la cabeza en otros sitios y con una sensación de «bueno, ya total qué más da». Y la primera tras el regreso te la pasas intentando arrancar los motores, ponerte al día… hasta intentando acordarte de la contraseña del ordenador. En todo caso, exagere más o menos, soy de los que piensa que no es bueno «perder el hilo» durante demasiados días de lo que pasa en tu actividad profesional. Descansar es bueno, sí; desconectar también. Pero esa especie de visión de «tierra quemada» con la que la gente afronta sus vacaciones (o los fines de semana o, en general, su «tiempo libre») no la comparto. Vida personal y vida profesional, tiempo libre y tiempo de trabajo, son dos caras de la misma moneda; yo no concibo vivirlas como si fueran Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, ajenas completamente la una de la otra aunque compartan la misma realidad.
Con este enfoque, para mí lo importante es ser capaz de gestionar bien la contínua transición que existe entre «pensar en el trabajo» y «pensar en otras cosas», entre «hacer cosas de trabajo» y «hacer otras cosas». Ser capaz de poner tu cerebro y tu espíritu «en modo trabajo» o «en modo tiempo libre» a voluntad, con la mínima fricción entre uno y otro. Poder disfrutar al máximo de cada minuto de tiempo libre tanto si es de tres semanas, de una semana, de un fin de semana, de una hora o de cinco minutos, sin dejarse agobiar por lo que venga antes o después. Poder interrumpir ese tiempo libre si las circunstancias lo hacen necesario, hacerlo de forma concentrada, ágil y eficiente… y en cuanto se termine la interrupción volver a disfrutar del descanso sin que eso signifique que el resto del tiempo libre haya quedado «contaminado».
En definitiva, nunca he compartido esa separación radical entre trabajo y tiempo libre. No creo en «una vida de trabajo para luego disfrutar en la jubilación», en «sufrir todo el año y disfrutar en vacaciones», en «por fin es viernes» y «odio los lunes». Trabajo y ocio conviven todos los días, y es imposible que sea de otra manera; en nuestra mano está aprender a disfrutarlo con naturalidad.
Me llamo Raúl y me gusta compartir ideas, reflexiones y herramientas para tener una vida más sencilla, equilibrada y significativa. Cientos de personas ya se han suscrito a mi newsletter semanal gratuita. Más información, aquí
Pues coincido contigo. Saber desconectar minimamente entre vida personal y profesional es fundamental. En casa, de hecho nos ponemos la regla de hablar del trabajo lo justo, para evitar que los problemas y tensiones te los lleves a casa (aunque algunas veces sea inevitable).
A mi me hacen gracia los que, cada semana sin excepción, publican en redes sociales TGIF o «odio los lunes». Tiene que ser complicado vivir deseando que llegue el viernes para salvarte de esa semana horrible que sufres periódicamente cada 7 días.
O los que cada mañana te saludan diciendo que tienen sueño. Chico/a, acuéstate un par de horas antes en vez de pegarte hasta la 1am mariposeando por las redes sociales…
En fin, que estoy contigo y creo que la pregunta no tiene respuesta. A mí, por ejemplo, pasar 2-3 dias en el Pirineo me permite desconectar más que una semana de descanso en otro sitio. No sé por qué motivo, pero mi mente se desacelera mucho más rápido con una excursión de montaña… Para otros será una semana en la playa, no sé.
Pues, dicho sea de paso, que disfruten ustedes de unas vacaciones que les permitan desconectar. 😉
Pues yo creo que, para los que tenemos dificultad para desconectar de nuestro día a día, tener unas vacaciones dos semanas como mínimo es indispensable. No tanto porque no vayas a estar pendiente de los correos o llamadas, sino porque la expectativa que pones en los demás es que estás de vacaciones y por ello puedes ‘premiarte’ dandote un descanso mental. Para mí es inevitable mezclar lo personal y profesional y no llevarme los problemas a casa. Realmente admiro a la gente que puede hacerlo, pero creo que en este caso la receta es diferente para cada tipo de personalidad.