Hace poco más de un año, en las elecciones municipales de 2023, saltó la sorpresa en Aranda de Duero: una agrupación de electores de nueva creación consiguió ser la lista más votada superando a los partidos tradicionales, y como resultado acabó ganando la alcaldía y liderando el gobierno municipal.
Yo iba el número 13 de la lista, de manera testimonial y como apoyo al proyecto. No salí de concejal, ni estoy en el día a día de la actividad municipal. Pero, a lo largo de estos meses, sí he estado lo suficientemente cerca como para sacar una serie de conclusiones/intuiciones sobre lo que significa «ser concejal».
La burocracia es un océano de arenas movedizas
La burocracia interna en un Ayuntamiento es difícil de creer, y de entender, desde fuera. Cada paso que quieres dar está limitado por procedimientos, por figuras de control (Secretario, Tesorero, Interventor), por legislación, por vinculación a un presupuesto…
Todo esto tiene una buena causa, claro: evitar que llegue cualquiera y haga de su capa un sayo. Es un procedimiento garantista (más o menos) para dar tranquilidad a los ciudadanos.
Y, en ese sentido, está bien.
Pero tiene una parte muy oscura. Primero, por la complejidad/dificultad que supone para «alguien de la calle» ponerse al día de todo ello, y navegar en esas aguas.
Y segundo, por la terrible lentidud y falta de flexibilidad existente a la hora de abordar problemas. Cosas que para una persona en su casa se tendrían que resolver de un día para otro («pues se decide, se coge el dinero y se hace») requieren un expediente complejo, autorizaciones, plazos…
El resultado es que los ciudadanos se desesperan al ver que desde el Ayuntamiento «no se resuelve» (y protestan, claro), y los concejales se frustran hasta el infinito porque por mucho que quieran no pueden hacer más cosas ni avanzar más rápidos.
El funcionamiento interno es dantesco
Esto no sé si es cosa de este Ayuntamiento en concreto, o es algo más generalizado. Pero los problemas de procesos, de falta de recursos y herramientas, de limitaciones tecnológicas, de falta de personal… son de no creerse.
En muchos aspectos es una organización que está todavía en el siglo pasado… y no precisamente en las últimas décadas.
Parece mentira que una institución pueda funcionar medianamente, y prestar unos servicios básicos a los ciudadanos, con tanta precariedad y desorganización.
Por lo tanto, cuando llegas e intentas hacer cosas, te das cuenta de que tu «maquinaria» está obsoleta, oxidada y se cae a pedazos. Así que lo primero, antes casi de poder lograr nada de puertas hacia afuera, es intentar que el motor funcione.
Pero claro, eso los ciudadanos no lo ven. Solo ven «que no se hace nada».
¿Y si quieres cambiar todo eso? Pues échale un vistazo al punto anterior y al punto posterior.
Los concejales pintan menos de lo que nos creemos
Uno se piensa que, una vez que se consigue «el poder», vas a poder ponerte a los mandos y decidir lo que se hace, cómo se hace, a la velocidad que se hace…
Pero la realidad es que la capacidad de intervención de los concejales es bastante limitada.
Muchas de sus actividades dependen de contratos y convenios ya firmados, de planes ya comprometidos, en los que no puedes más que seguir la corriente.
Muchas de sus labores dependen de técnicos y funcionarios que tienen sus procesos, sus procedimientos, sus costumbres, sus agendas, sus «reinos de taifas». Ellos están allí´antes que tú, y van a seguir allí cuando tú te vayas. Si tienes suerte y «te los ganas» quizás puedas conseguir un poco de cambio en su actividad; si no, tendrás que lidiar con su indiferencia («habla chucho, que no te escucho») o hasta en algunos casos con su animadversión manifiesta («te voy a poner tantos problemas como pueda»).
¿No te gusta? Pues te aguantas, porque con los empleados públicos tu margen de maniobra es… limitado por decirlo suavemente.
Una agenda de locos
Entre compromisos institucionales, reuniones internas, reuniones externas, comisiones, plenos, atención a la prensa, resolución de marrones, coordinación de proyectos y equipos… la agenda de un concejal está prácticamente «vendida» al 100% antes de levantar la persiana.
Con poco tiempo para pensar, o para impulsar activamente proyectos diferentes.
Y todo eso, en su inmensa mayoría (en nuestro caso sólo el Alcalde tiene una dedicación exclusiva; el resto de concejales ni exclusiva ni parcial) solo en tus «ratos libres», teniendo que mantener tu trabajo (el que te da de comer) y atendiendo a tus responsabilidades familiares.
Imagina cómo es la sensación de estar todo el día axfisiado, y encima sin lograr avanzar en nada significativo mientras todo el mundo te observa y te critica.
Siempre vas a quedar mal
En un pueblo hay miles de personas, y decenas de colectivos. Peñas, asociaciones, clubes, ciudadanos individuales. Cada uno quiere una cosa del Ayuntamiento: subvenciones, que me arreglen mi calle, que me den un local, que las fiestas se hagan así o asao, que se corte la hierba en el jardín que tengo debajo de casa, que si la verbena tiene que terminar a las 3 o a las 5, que si las terrazas fomentan el negocio u obstaculizan el paso a personas con discapacidad, que si peatonalizas el centro es cómodo para los viandantes pero perjudica al comercio, que si….
¿Y qué sucede? Que, hagas lo que hagas, siempre será insuficiente. Si das una subvención, habrá quien dice que por qué. Y otros dirán que por qué no a mí. Y otros dirán que es mucho dinero, y otros dirán que no es suficiente. Si no cortas la hierba te dirán que qué dejadez, pero si la cortas te dirán que la has cortado demasiado y que perjudicas los ecosistemas. Si pones a la policía a vigilar te dicen que solo quieres recaudar, pero si no la pones que dónde está y por qué no actúa.
Como seas una persona con un mínimo de aversión al conflicto, y que no soporte «quedar mal» con nadie… estás fastidiado. Porque, hagas lo que hagas, siempre va a haber alguien quejándose y protestando (y probablemente con razón).
Y eso es muy pesado, un día tras otro.
Haters gonna hate
Yo pensaba que, en un pueblo, sería más o menos fácil que la gente (más allá del obvio derecho a la crítica) respetase los intentos por hacer bien las cosas y, por lo menos, mantuviese el respeto y las formas.
Y de lo que te das cuenta es de que no.
Que hay grupos y personas que, por intereses políticos, mediáticos, empresariales… simplemente te quieren quitar de enmedio. Y no les importa cómo. La manipulación, la mentira, la agitación… todo vale. Te deshumanizan, y te atizan como a un muñeco del pimpampum.
Hace falta estar hecho de una pasta especial para soportar eso.
La exposición pública
Pasar de ciudadano anónimo a «personaje público» es un cambio radical.
Ir por la calle y que las cabezas se giren. No poder hacer vida normal sin miedo a que alguien esté escuchando, o mirando, o grabando con un móvil. Tener que pararte con cada persona que quiere que le dediques unos minutos: si es con suerte será breve y educada, pero no siempre es así. Ver cómo hablan de ti en tertulias, medios de comunicación y redes sociales, muchas veces para ponerte a caer de un burro.
De nuevo, hay que estar hecho de una pasta especial (o desarrollar una coraza) para soportarlo.
En conclusión…
La inmensa mayoría de los días no les arriendo la ganancia a mis compañeros del Ayuntamiento. Ni, para ser justos, a los actuales ni a los que estuvieron antes ni a los que vendrán después.
Ser concejal supone echarse encima de los hombros un montón de responsabilidades y un montón de inconvenientes que, francamente, no están pagados (y en muchos casos no es metafórico). Es meterse en una «picadora de carne» por amor al arte, una tarea en la que es muy difícil conseguir cosas relevantes y, a cambio, tienes la seguridad de que vas a sufrir un desgaste y una frustración enormes.
Eso me lleva a preguntarme qué tipo de personas son las que son capaces no ya de meterse (porque puede que te dejes llevar por el idealismo… hasta que te das de bruces con la realidad), sino de mantenerse a medio/largo plazo en ese ecosistema.
¿Qué rasgos de la personalidad tienen? ¿Qué incentivos hacen que les merezca la pena?
De las respuestas que me vienen a la cabeza, algunas no me resultan muy alentadoras.
Y eso me lleva también a preguntarme si el sistema que tenemos para gestionar «lo público» es el más adecuado. Aunque tampoco tengo clara cuál podría ser la alternativa.