Considero que una de las habilidades fundamentales de un adulto es el pensamiento crítico. Es decir, la capacidad de no dar por válido nada sin darle una vuelta por uno mismo. Y como tal, una de las misiones fundamentales como padres consiste en ayudar a nuestros hijos a que desarrollen esa capacidad.
No te fíes de los anuncios de la tele. No te fíes de lo que digan los periódicos y demás medios de comunicación. No te fíes de lo que te cuenten los políticos, ni de los gobiernos. No te fíes del empleado del banco. No aceptes como válidas las opiniones de tu grupo de amigos, piensa por ti mismo («si tus amigos se tiran por un puente…»). Siéntete libre de cuestionar a tus profesores si se equivocan…
Y entonces, en un puro ejercicio de coherencia, llegas al punto conflictivo: «cuestiona lo que te digan tus padres, o sea, yo».
Más allá de la aparente paradoja («si me dices que no me fíe de lo que me dices… ¿tampoco me fío cuando me dices que no me fíe?»), este punto supone un verdadero reto para los padres. Por un lado, tienes claro que quieres que tus hijos desarrollen el pensamiento crítico. Pero por otro lado, puede llegar a ser agotador cuando te lo aplican a ti. Desde que nacen sus hijos, los padres se convierten unos «déspotas ilustrados» para con ellos. Todo lo hacemos por su bien, claro, pero a nuestra manera. Cuando son bebés, obviamente, no tienen derecho a réplica; pero a medida que van creciendo, desarrollando su independencia… empiezan a cuestionar nuestros planteamientos. «Tienes que irte a la cama» vs «¿Por qué me tengo que ir a la cama tan pronto?». «Vamos al colegio» vs «pues yo no quiero ir al colegio, no sé por qué tengo que ir». «No puedes jugar a este juego, todavía eres pequeño» vs «a ver por qué no puedo jugar».
Cuando los críos nos ponen en cuestión, podemos sacar nuestros argumentos. Pero no siempre nuestros argumentos convencen. A veces los críos no los entienden porque, obviamente, tienen un menor conocimiento («ya crecerás y lo entenderás»). Pero a veces no convencen porque simplemente son muy endebles… responden a nuestra comodidad, a nuestras costumbres, a nuestra forma de ver el mundo, o simplemente a «verdades comúnmente aceptadas». Y en el momento en el que esa endeblez queda de manifiesto, no es difícil que terminemos recurriendo al «pues porque lo digo yo, que soy tu padre, y aquí se hace lo que yo diga y punto pelota». O sea, queremos que desarrollen el pensamiento crítico, pero eh, chaval, conmigo no te crezcas que soy tu padre. Al final acabamos actuando con la misma condescendencia y/o intransigencia frente a la que les queremos alertar cuando viene de otras fuentes.
En el ámbito racional, tengo claro que si quiero criar a adultos sólidos y solventes, me toca aguantarme. Tendré que alentar su pensamiento crítico, y lidiar con la incomodidad de su cuestionamiento permanente. Tendré que esforzarme en argumentar mejor para convencer, y tendré que aceptar sus decisiones autónomas cuando no consiga convencerles, incluso aunque no esté de acuerdo con ellas y piense que están manifiestamente equivocados. No puedo sacar la tarjeta del «porque soy tu padre», porque eso implica validar la tesis de que «algunas cosas se hacen porque un tercero te las dice y no se cuestionan».
Pero el día a día es largo, y sé que en lo emocional es difícil mantenerse siempre tan inmaculado en estos planteamientos…
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Muy interesante.
Gracias.
Es la primera vez que me encuentro que se puede dar el dilema de que estimular el pensamiento crítico puede ser contraproducente. Hay que decir que a los adolescentes les falta especialmente la experiencia y madurez suficiente para tomar siempre decisiones acertadas. Ahora ¿Dónde está el límite de edad o madurez para decidirlo por él?
Si algo me obsesiona en esta vida es desarrollar el pensamiento crítico, y en este caso se plantea muy difícil decidir estimularlo o no.
Interesante post, en linea con lo que estoy leyendo y que tengo que decir que coincidimos bastante, en este y otros aspectos.
Un saludo.