El coleccionista de pantallas

Hace un tiempo (creo recordar que preparando un viaje, en plena vorágine de cables y cargadores), me dio por hacer inventario de pantallas que uso habitualmente: el móvil, la tablet, el ebook, el ordenador grande, el ordenador portátil, la tele… No contento con eso, en casa hay otra tablet, otro ordenador (en uso; aparte algún portátil más antiguo por ahí almacenado), otro móvil (de momento… los enanos todavía son pequeños para tener el suyo; por supuesto, los móviles viejos estarán por ahí metidos en alguna caja…), otro ebook (en uso; más otro que está metido en un cajón). Hay alguna consola portátil que hace mucho que no se usa. Televisores no, no hay más.
Joder con las pantallitas.
Lo curioso es que, en el día a día, no tienes la sensación de que sean tantas. Cada una de ellas ha ido adquiriendo su espacio y su momento de uso. El móvil se ha convertido en una extensión de mi cuerpo (posiblemente a niveles patológicos). En él sigo redes sociales, leo noticias, miro el correo, pongo música o podcasts… lo mismo en casa que en la calle, fuente casi infinita de distracción y evasión. La tablet la uso básicamente para leer los artículos que he ido guardando en Pocket sentado cómodamente en el sofá o tirado en la cama. El ordenador grande para trabajar, escribir, edición de fotos, etc… El ordenador pequeño es el «ordenador de viaje» (el que he uso cuando estoy por ahí trabajando, o el que me llevo de viaje si hace falta). El Kindle para lecturas más reposadas. La tele para repanchingarme en el sofá a última hora de la noche, y ver series o cosas de Youtube (a veces incluso para hacer zapping… pero cada vez menos).
Como decía, así contado, parece que no sean tantas… y sin embargo, cuando uno se pone a contar (las pantallas y sus respectivos cables, cargadores y demás accesorios), es evidente que mucho sentido no tiene, y menos aún si lo vemos desde una perspectiva minimalista. Me pregunto qué pensaría de mí alguien de hace 100 años… fliparía, supongo.
Tengo una sensación ambivalente al respecto. Normalmente no lo pienso mucho, me siento cómodo en esta situación y ya está. Otras veces me da el complejo de «malcriado niño consumista» y pienso que es un exceso al que debería poner freno. Luego se me pasa, «la sociedad es la culpable» y sigo con lo mío. ¿Soy raro, doctor?

Cambiando a iMac

Portátil vs iMac

Después de un tiempo rumiándolo, decidí liarme la manta a la cabeza y cambiar de ordenador. Y éste es el resultado: pasar de un portátil Toshiba (con Windows XP; nunca pasé por Vista) a un iMac de 24″. ¡Menudo cambio!
En realidad, los factores clave para el cambio de ordenador fueron principalmente abandonar el portátil (llevo trabajando con portátiles desde hace 10 años; y dado que la movilidad realmente no es ya un factor clave para mi equipo principal, quería volver a un equipo fijo, especialmente para poder permitirme un monitor mayor y mejorar la ergonomía en general) y dar un salto en prestaciones (el portátil tenía apenas 1 giga de RAM, siempre peleándome con los 80 Gb de disco, velocidad de proceso que ya renqueaba al tratar video o fotos…). Lo de pasar a un Apple ha sido ya en plan «ya que voy a cambiar, quiero probar esos equipos de los que la gente habla tan bien». En fin, que ahora tengo un monitor de 24″, 3 Ghz de proceso, 4 Gb de RAM, 1 Tb de disco duro… o sea que objetivo cumplido.
Y aquí estoy, haciéndome a la nueva situación. Lo primero, pasando el trance-rollo que supone instalar un ordenador desde cero: traspasar datos desde el otro ordenador (y de paso ponerles un poco de orden, que menudo tinglado tenía), instalar software (con el agravante de que, siendo un SO distinto, hay que conseguir todo el software de nuevo; y eso sin contar con aquellos programas que no tienen su equivalente en Mac, o los que presentan pequeñas incompatibilidades con el nuevo SO de Mac, el Snow Leopard). Lo segundo, acostumbrándome a trabajar con un monitor de 24″ en vez de con uno de 15″ (es curioso, se acostumbra uno bastante rápido; y luego pones el portátil para hacer cualquier cosa y te parece diminuto todo). Y, por supuesto, acostumbrándome a «esas pequeñas cositas» de Apple que despistan a un «switcher» (dícese del que cambia de PC a Mac). Aunque de momento he de decir que no ha habido muchas cosas que me hayan vuelto loco.
Al final, tras unos días con la «emoción» del cacharro nuevo, el ordenador pasa a ser lo que siempre es: una herramienta para desarrollar un trabajo. Un medio, no un fin. En absoluto un objeto de fascinación. Vamos, que no esperéis de mí que me convierta en un «fanático maquero». Pero de momento ahí dejo la foto 😀

¿Demasiado ordenador? Creo que sí

Hace unas semanas encontraba y pegaba una viñeta con la que me sentí muy identificado: por la mañana ordenador, por la tarde ordenador, por la noche ordenador… En estos días de desconexión, una de las cosas sobre las que he estado dando vueltas ha sido sobre este hecho.
Tengo la sensación de que, en algún momento, he equivocado el camino. El ordenador (e internet) es una herramienta fantástica. Pero es eso, una herramienta. Y como buena herramienta, debe servir a algún fin, no tiene sentido por sí mismo. Así, el proceso lógico debería ser «tengo que hacer tal cosa ergo utilizo el ordenador».
Sin embargo, haciendo un análisis crítico de mi forma de actuar, creo que he invertido el proceso. «Me siento en el ordenador y ahora a ver qué hago». De esta forma, me he creado una especie de «autoobligación» de estar sentado en el ordenador x horas. Sí, es verdad, muchas de las cosas que tengo que hacer lo requieren, y seguro que necesito pasar algunas de esas horas aquí. Pero hay muchas otras cosas lejos de él que se quedan sin hacer por esta perversión de la relación causa-consecuencia. Y, por otro lado, al estar tantas horas con él hay momentos en que pienso «bueno, ¿y para qué estoy leyendo este blog? ¿para qué estoy navegando en esta página? ¿necesito chequear el correo cada 10 minutos? ¿no estoy perdiendo el tiempo, sin más?».
Así que uno de mis propósitos de «curso nuevo» va a ser intentar racionalizar el uso del ordenador. Y para ello, lo primero es clarificar los fines. ¿Qué cosas quiero conseguir? Y a partir de ahí, ya veremos cuánto ordenador necesito usar. Probablemente, menos que antes.

Pantallazo en alta resolución

El otro día recibí una llamada un tanto surrealista… un cliente me pedía a ver si podíamos enviarle «un pantallazo en alta resolución» porque el que conseguían con «Imprimir pantalla» no les resultaba suficiente… tic… tac…
Dejando al margen de no entender demasiado bien para qué lo querrían ni por qué me llaman a mí para eso (por poner un ejemplo raro, es como si yo llamo al que me instaló la cocina para ver por qué no me queda bien el arroz de la paella), la verdad es que no supe muy bien cómo responder. Igual estoy equivocado (se agradecerá si me corregís), pero si una pantalla está a 1024×768, no hay forma de sacarla a más resolución… no se pueden crear píxeles donde no los hay, ¿no?
En fin, eso fue lo que les dije.