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El metepatas de la semana

Errores

¿Cuando fue la última vez que metiste la pata? ¿Que te equivocaste? ¿Que la cagaste, Burt Lancaster? (lo siento, tengo una edad…).
A buen seguro que lo tienes fresco en la memoria. Y con casi total seguridad te has encargado de barrerlo discretamente bajo la alfombra, «espero que nadie se haya dado cuenta».
En general, convivimos mal con el error. Las equivocaciones no cuadran con esa imagen perfecta que nos gusta proyectar hacia afuera, ni con la imagen que tenemos de nosotros mismos. Nos hace quedar mal. Queremos que la gente vea la Cara A, lo brillante, lo exitoso, lo perfecto; y procuramos que nadie vea la Cara B.
Lo malo es que resulta que el error es normal. Es incluso deseable, subproducto lógico cuando uno está intentando desarrollarse, aprender cosas nuevas, innovar. Pruebas, te equivocas, aprendes. Si eliminamos el «te equivocas», trasladas una visión completamente irreal del «éxito». Generas (para los demás y para ti mismo) unas expectativas irreales. Inalcanzables. Cada vez que silenciamos nuestros errores, o que señalamos los ajenos, estamos fomentando una cultura de «vergüenza por el error». Si equivocarse está mal, si los buenos no se equivocan, entonces nadie querrá equivocarse. Nadie querrá atreverse a hacer nada diferente. Nadie intentará nada nuevo. Nadie se arriesgará a hacer nada por lo que puedan señalarle. Nos limitaremos a lo que ya hacemos bien. Inmovilismo. Parálisis. Decadencia.
Queremos lo contrario. Queremos (necesitamos) innovar, mejorar, desarrollarnos, aprender. Y eso es incompatible con la vergüenza por el error. Por lo tanto, tenemos que luchar activamente para normalizar el error. Para que nadie sienta miedo de equivocarse, para que lo veamos como parte normal y necesaria del proceso. Tenemos que compartir nuestros propios errores, tenemos que crear espacios donde, de forma sistemática, se pongan encima de la mesa nuestras equivocaciones. Donde podamos no señalarlos, si no utilizarlos para reflexionar y aprender.
Ya sé, ya sé. De forma racional todo el mundo entiende esto, y está de acuerdo. Pero hagamos examen de conciencia… ¿somos consecuentes? ¿Cuáles son nuestras reacciones cuando nos equivocamos? ¿Y cuando se equivocan otros?
Quizás deberíamos integrar todo esto en nuestros procesos, en nuestras rutinas. Un espacio en la newsletter corporativa para indicar un error (a ser posible de los altos directivos) y reflexionar sobre él. Un tiempo, al inicio de las reuniones de seguimiento, para exponer «cosas en las que nos hemos equivocado». Un repositorio de «lecciones aprendidas» al que demos tanta visibilidad como a esos «casos de éxito» que tanto nos gustan. No de forma anecdótica, si no sistemática. Incidiendo una y otra vez, hasta que asumamos (pero de verdad) que «errar es humano», que «el mejor escriba hace un borrón», que «pasa en las mejores familias».

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