El otro día hice una presentación, de la cual recibí comentarios bastante positivos. «Se nota quién tiene tablas en esto», me decían. Y hombre, sí, no cabe duda que la experiencia ayuda.
A mí nunca me había importado demasiado «exponer en clase». Cuando apenas llevaba 4 meses en mi primer trabajo, me «tocó» amenizar la cena de navidad de la empresa. Mi «soltura» (probablemente no elevada en términos absolutos; pero si lo comparamos con la media…) hizo que alguien se fijase en mí para trabajar en un área de formación; es decir, más «experiencia» a la hora de ponerse delante de un auditorio. Y, como una bola de nieve, cuanto más lo haces mejor se te da. No creo ser un presentador «de nivel mundial», ni mucho menos, pero creo que estoy bien por encima de la media del mundo corporativo. Y sin duda la experiencia es un grado.
Pero… ¿es todo cuestión de experiencia, de «tablas»? No lo creo.
Hacer una buena presentación tiene mucho de técnica, tanto a la hora de prepararla como a la hora de ejecutarla. Y como tal técnica, es susceptible de ser aprendida. Es cuestión de tomarse interés, de leer, aprender y practicar. Si uno simplemente espera convertirse en un buen «speaker» por el mero paso del tiempo… lo siento, eso no va a pasar. Y claro, también es cómodo esconderse tras un «es que yo no tengo experiencia» o «es que yo no tengo habilidades naturales» para no mejorar.
Teniendo en cuenta que «comunicar» es (al menos desde mi punto de vista) una habilidad fundamental en el mundo corporativo… creo que es algo a lo que merece la pena dedicarle tiempo y esfuerzo. Sí, las «tablas» ayudan, pero no creo que sea lo fundamental.
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