A parte de ser conocido como «el profesor que pegó un pescozón a Raúl» (anécdota clásica donde las haya entre mi grupo de amigos que no falta en ninguno de nuestros encuentros), el «Etarreta» era profesor de dibujo técnico en BUP. Se le llamaba el «Etarreta» por su peculiar forma de pronunciar: «eta reta va desde el punto A al punto B». También tenía alguna otra frase fetiche («la flecha, larga y estrecha»). El caso es que sus clases me gustaban y frustraban a partes iguales, ilustrando esa dualidad que mencionaba el otro día entre simplificadores y optimizadores.
Había una parte que me encantaba del dibujo técnico. La forma en que las imágenes iban tomando forma a partir de trazos y cálculos. Una recta por aquí, una bisectriz por allá, una paralela, una perpendicular, un ángulo de 30 grados… la lógica de los pasos y cómo siguiéndolos llegabas a un resultado me parecía (y me sigue pareciendo) fascinante. A mi mente «lógica» le encantaba.
Pero había una segunda parte que que me mataba, y era la perfección formal a la que aspiraba el profesor. Los puntos de unión tenían que quedar perfectos. Cuidado que «los rotring» no dejaran ni media rebaba, o que goteasen en un momento determinado. La línea debía salir del mismo grosor exacto al trazarla. Desde luego que no se te ocurriera intentar borrar un mal trazo (con el consecuente desgaste del papel). Etc.
Cada lámina era corregida, semana a semana. Un fallo leve igual te toleraba (pagando su precio en la nota). Pero en cuanto te descuidabas… a «repetir lámina». Y más de una me tocó repetir. Me faltaban la habilidad, el cuidado y la paciencia necesarios para alcanzar un buen nivel. En muchas ocasiones terminaba la lámina y pensaba «buf, tiene este fallo… y este otro… pero mira, no la voy a repetir; a ver si cuela, que para repetirla a la fuerza tiempo habrá».
Tengo ahora, como entonces, otras virtudes. Y sin embargo a veces envidio a quienes tienen esa capacidad para hacer las cosas despacito y con cuidado, a quienes valoran por encima de todo «hacerlo perfecto» aunque eso suponga dedicar más tiempo, a quienes no les importa repetir tantas veces como sea necesario sin subirse por las paredes de pura frustración.
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En la escuela de Telecomunicaciones, mi primer curso de primero, la única que aprobé en junio: dibujo técnico.
Al parcial de febrero no llegué en buenas condiciones de tiempo aunque el dibujo quedó perfecto a mano alzada. El profesor me puso un 4 en el parcial que compensé en junio de sobra (bueno tampoco por tanto).
El profesor preguntó en febrero, después del parcial, en medio de la clase, que quién era aquel que había hecho el dibujo a mano alzada. En fin.
Coincido contigo en que el dibujo era fascinante. Aunque no tanto en lo de la perfección. Los buenos materiales hacen mucho y había que cuidarlos, mimarlos, utilizarlos, etc. No recuerdo hacer dibujos muy limpios aunque cuando lo conseguías, y era cuestión de practicar y practicar, la satisfacción era muy alta. La asignatura de dibujo me resultó muy fácil porque el profesor de BUP y COU, Don Juan, se llamaba, era un profesor que buscaba la practicidad en lo que explicaba. Sabía qué teníamos que aprender. Además nos juntábamos con los de COU nocturno y eso imponía mucho.
El «a parte» del principio va junto. O sea.