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De los problemas del mundo

La pasada semana se produjo una gran conmoción social a cuenta de la foto del cuerpo sin vida del niño sirio tendido en la playa turca a donde su familia ansiaba llegar en su huída de su país de origen. La foto es sin duda desgarradora, pero las reacciones que se desataron me generaron un desasosiego que he estado rumiando durante días.
La foto provocó reacciones en cadena. La foto. Como sociedad, y como individuos, parece que nos da igual el drama existente en el mundo… hasta que queda reflejado en una imagen. Y entonces sí, nos lanzamos a un festival de indignación, de golpes en el pecho, de «qué horror, qué desastre, qué vergüenza». No, joder, no. El horror, el desastre… existía antes. Sigue existiendo ahora. El drama, la miseria, la violencia, la muerte… están ahí afectando a millones de personas en todo el mundo, algunas aquí a nuestro lado. ¿Dónde está nuestra indignación entonces? ¿Por qué es una foto (un hecho concreto, una muestra ínfima de todo lo que sucede) la que nos remueve, y no el hecho subyacente?
«Nos remueve». ¿O solo nos incomoda? ¿Qué acciones concretas, más allá del lamento y de la queja, ponemos en marcha para aportar siquiera un granito de arena que intente cambiar en alguna medida la situación? ¿Cuántas de nuestras comodidades, cuánto de nuestro bienestar, hemos transformado en una aportación mensual para organizaciones que trabajan en mejorar las condiciones de las personas en todo el mundo? Obviamente esto es algo que cada uno sabe de sí mismo; pero la sensación es que nos quedamos con facilidad en la conmoción, en el «alguien debería hacer algo»… sin contribuir con ninguna acción mínimamente relevante.
Sorprende también la facilidad que tenemos para «pedir soluciones». Como si los problemas fuesen resolubles. Como si hubiese un botón de «arreglar las cosas» y el problema fuese que alguien no quiere darle. Joder, el mundo es complejo. Y jodido. No hay soluciones fáciles, que no tengan un «lado negativo» a considerar. Es fácil pedir «que lo arreglen», es más difícil asumir que hay cosas que no tienen arreglo. En el mejor de los casos tenemos que elegir entre opciones malas. ¿Dejamos entrar a todos los migrantes que lo necesiten? ¿Cuántos miles de millones de personas están en una situación de necesidad? ¿Cuántos recursos podemos (queremos) destinar a esta situación? ¿Qué sacrificios estamos dispuestos a hacer para sostenerlos, en términos de impacto económico y social? ¿En qué momento vamos a trazar una raya? En última instancia… ¿a quién vamos a ayudar y a quién vamos a dejar morir? ¿Hay que ir a una guerra (y financiarla, y asumir las víctimas propias y ajenas incluyendo las colaterales) para resolver esto? ¿Contra quién hay que hacer la guerra? Parece que lanzar este tipo de preguntas incomoda (y probablemente te acaben señalando como una especie de cabrón insensible); es más fácil apelar a los absolutos, a la «humanidad», a «hacer el bien», a hablar en términos de blanco y negro… aunque la tozuda realidad se empeñe en su interminable gama de grises.
Desasosiego. He usado esa palabra al inicio del post. Miro a un lado, y veo un mundo de miseria inasible, de dramas y tragedias, de violencia, hambre, enfermedad y muerte… con la certeza de que, si bien podemos hacer cosas, nunca vamos a poder salvar a todos. Siempre habrá un niño ahogado tendido en una playa, y con esa realidad tenemos que convivir. Y miro al otro lado (al de nuestra sociedad) y veo actitudes y comportamientos seguramente bienintencionados pero en los que echo mucho en falta sustancia, capacidad crítica, realismo, coherencia… Nos dejamos llevar por la conmoción del momento a ritmo de portadas y tuits, nos inflamamos durante breves segundos, lanzamos uno o dos lemas muy sentidos… y mañana ya será otro día, otro día en el que no haremos nada. ¿Acaso no nos hemos conmovido ya, puede que incluso lágrima incluida? ¿No hemos ya comentado lo triste que es todo durante la sobremesa? ¿No hemos puesto ya un tuit, incluso puede que más, con su correspondiente hashtag? Joder, ¿qué más quieres?
Con el curso de los días he ido deglutiendo estas sensaciones. Al principio era puro cinismo, del que todavía hay restos. Pero el cinismo tampoco es constructivo. Hay que vivir en este mundo tal y como es, con todas sus miserias, pero eso no quiere decir que no podamos hacer nada. Hay que asumir que no habrá nunca soluciones perfectas, pero eso no quiere decir que no podamos hacer que las cosas mejoren. Hay que saber que la contribución individual puede ser ínfima, pero es más que nada. El análisis, el pensamiento crítico, el rascar por debajo de la superficie, la persistencia, la voluntad. Seguirá habiendo problemas que no podemos resolver y seguirá habiendo gente que no quiera meterse en el barro. Que eso no nos detenga.
Algunos enlaces a opiniones que, de una u otra forma, sintonizan con esta sensación mía:

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