Es una máxima del mundo del management. Una de las tareas principales del líder, si no la más importante, es pensar en el futuro. Abstraerse del «hoy» de la compañía (y por lo tanto del negocio actual, de las cuestiones operativas, etc.) y reflexionar sobre el «mañana»: cómo va a ser el mundo en unos años y cuál va a ser el papel de la empresa en ese futuro. Nada más y nada menos. Menuda tarea. Y es que este proceso de definir y comunicar una visión tiene, a mi modo de ver, dos grandes dificultades.
La primera, lógicamente, la incertidumbre. Es mucho más fácil trabajar en el día a día, en una empresa y en un mercado que conoces, resolviendo cuestiones operativas… que tratar de imaginar cómo será el mundo mañana, cómo será tu empresa. Hay que tener un olfato muy fino para el análisis, gran capacidad para intuir tendencias… y aun así, lo máximo que tendrás serán indicios, «corazonadas».
Y la segunda, la responsabilidad. Porque el líder no puede eludir su papel. No puede prolongar hasta el infinito su análisis, porque mientras tanto el futuro va llegando. Por lo tanto, en algún momento tiene que decidir «así creo que va a ser el mundo y, por lo tanto, así creo que debe ser nuestra empresa en ese nuevo mundo: ahora a ponerla en marcha». Y entonces llega el momento de comunicar su visión, de activar los mecanismos para que la empresa pase de ser lo que es hoy a lo que quiere que sea mañana. Y de lo acertada o no que esté su visión, y de su capacidad para trasladar a la empresa a ese escenario, depende todo.
Yo, como CEO y responsable máximo de mí mismo, estoy últimamente dándole vueltas a ese futuro. Peleándome con la incertidumbre, y con la responsabilidad. Es verdad, yo no tengo miles de empleos dependiendo de mi decisión. Ni tampoco una gran estructura a la que comunicar mi visión o que movilizar. Pero también tengo (todos tenemos) un par de handicaps: no tengo un equipo que se encargue de las cuestiones operativas mientras yo pienso en el futuro; y no puedo dimitir de mi cargo y decir «a otra cosa, mariposa» si las cosas salen mal.
Vaya con el liderazgo…
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La visión estratégica es esencial para un lider y absolutamente necesaria para la superviviencia de una empresa en el medio largo plazo.
El gran problema que se suele plantear no es tanto la responsabilidad de este lider para definir la estrategia, si no las grandes resistencias que pueden producirse en la organización para asumir e implantar los cambios.
Ese es el gran problema de los CEOS: Tener la necesaria visión estratégica, saber comunicarla y seducir a sus organizaciones para que pongan manos a la obra y se genere el cambio.
Aquí es donde las organizaciones tienen que estar muy «engrasadas» para que los engranajes no rechinen.
A cambio, lo bueno que tienes es una enorme flexibilidad. Tú mismo consensuas contigo mismo por dónde tirar mañana y si tienes que dar un giro de 180º al timón, mientras que una gran empresa necesita toda esa planificación y parafernalia para que su barco gire 10º dentro de un año.
Entiendo de todo esto que: si una única persona la caga, una empresa puede irse entera a la mierda, ¿no? Reconfortante.
Por otro lado muy interesante la idea de que somos CEO de nosotros mismos (yo, además, CIO). También me he dado cuenta de que la gente no suele hacer esa reflexión estratégica en su vida -me cuento entre ellos- y que es algo que puede ayudar muchísimo. Muchas personas se dejan llevar… se dejan llevar… y luego se quejan.