Simon Sinek y por qué somos del Atleti

Papá, ¿por qué somos del Atleti?

A principios de este siglo hizo fortuna un anuncio del Atlético de Madrid. En él, un niño iba en el coche con su padre y, mientras estaban parados en un semáforo, le pregunta: «Papa… ¿por qué somos del Atleti?»

¿Por qué somos del Atleti? (yo lo soy :D). «No es fácil de explicar», decía el propio anuncio. No es el equipo que más gane. No es el equipo que más títulos tiene. Y sin embargo, hay algo ahí… que a algunos nos hace conectar con ello.

Simon Sinek y su «why?»

Simon Sinek es un autor estadounidense que, en 2010, realizó una charla TED que alcanzó un éxito notable: «Cómo los grandes líderes inspiran a la acción«. También es el autor del libro libro «Start with why«, en el que reflexiona sobre el mismo concepto.

El otro día estuve revisando la charla, y extraje las ideas que más me llamaron la atención a unas notas visuales (que te comparto aquí, aunque ya sabes que la gracia de las notas visuales está más en hacerlas que en ver el resultado…):

El propósito, o el «por qué» haces las cosas

La tesis principal de Sinek es que el propósito, el «por qué», es la clave que permite conectar con los demás e inspirarles a actuar. Bien sea ayudándote, bien sea comprándote, bien sea impulsando tu proyecto o contribuyendo a darle visibilidad… Tener un propósito claro, y hacer que todo lo que haces esté vinculado, es lo que te va a permitir de verdad generar ese impacto.

Si te quedas en los «qués», en los «cómos»… te quedas en la superficie. Incluso a nivel neurológico, los qués y los cómos apelan a nuestra parte racional (que sí, los puede entender, valorar… ) mientras que el «por qué» apela a nuestra parte emocional. Que es, precisamente, la que en un momento dado impulsa al movimiento.

A partir de esta idea, Sinek enfatiza dos frases que a mí me llamaron especialmente la atención:

«La gente no compra lo que tú haces, sino el por qué lo haces»

«El objetivo es hacer negocios con personas que creen lo mismo que tú crees».

Volviendo al Atleti

Si el Atlético de Madrid buscase venderse a base de los «qués», lo tendría complicado. Si nos centramos en los «qués» es mucho más fácil vender al Barcelona («tenemos a Messi», «hemos ganado 8 de las 11 últimas ligas»), o al Madrid («cuatro Champions en cinco años), por ejemplo. Tampoco es el que hace un juego más espectacular, según dicen.

Y sin embargo, ahí está. Lo que vende el Atleti es otra serie de cosas. «El equipo del pueblo que hace frente a los grandes» (que se puede discutir, obviamente… pero ése es el posicionamiento), el esfuerzo y el espíritu de superación («el esfuerzo no se negocia», «derrochando coraje y corazón»…) Una serie de elementos que van más allá, que buscan conectar a nivel emocional por encima de los hechos.

Te invito a que pienses en tu propia experiencia. Piensa en alguna situación en tu vida en la que hayas sentido que «conectabas» con una persona, con un producto, con un proyecto, con una marca… Analiza qué había detrás de esa conexión. Los fans de Apple (que es un caso que detalla Sinek en su charla), los fans de Harley Davidson, los fans del Atleti, los fans de un grupo musical, los activistas de una ONG… ¿se dejan seducir por los qués? ¿por las especificaciones de los productos? ¿por las actividades concretas que realizan?

Normalmente no. Lo que solemos encontrar es una historia, un mensaje potente, un propósito que apela directamente a tus emociones. A muchos les dará igual, no se sentirán conectados con ello. Pero los que sí se sientan conectados tendrán un impulso a la acción realmente potente.

¿Dónde está nuestro propósito?

Lo curioso, cuando reflexionas sobre esta tesis, es darse cuenta de cuántas veces, en nuestra vida diaria (personal y profesional) operamos en el nivel de los qués y de los cómos. Y la poca «inspiración» que sentimos (y que provocamos) cuando lo hacemos así.

Hablar de propósito es difícil. Normalmente estamos tan centrados en el día a día que no tenemos tiempo ni ganas de meternos en tantas «profundidades». Nos cuesta mirar hacia dentro y ponerle palabras a nuestra «razón de ser y actuar», a nuestro «por qué». Bastante tenemos con lo que tenemos.

Hay organizaciones (y personas) que sí hacen ese ejercicio de pensar en su propósito. Pero luego llega el día a día y, ay… toca ser coherentes. Tomar decisiones. Elegir qué cosas haces y qué cosas no. Y aunque tus intenciones fuesen buenas… es fácil que entren otros elementos en consideración, y como consecuencia tu propósito se diluya y acabe siendo una bonita frase escrita en la pared que nadie se cree.

Te confieso que además, al menos a mí, hablar de propósito me da un poco de vergüenza. Parece que, cuando hablas de propósito… «te has flipado». Que te has ido al mundo de las ideas, que no tienes los pies en el suelo. Que te has puesto «intenso», grandilocuente… y que te van a mirar raro por ello.

También es fácil que se active cierto miedo al rechazo. Cuando vas con un propósito bien definido, vas a encontrarte mucha gente que no conecta con él. Incluso que se pone a la contra. Es incómodo. «Es que mucha gente me va a decir que no»… y es verdad. Hay que afrontarlo. Hay mucha gente que no va a ser tu amiga. Hay mucha gente que no va a ser tu cliente. Hay mucha gente que no te va a seguir.

La cuestión es que, con un propósito claro, da igual cuántos te miren raro. Da igual cuántos te digan que no. Porque los que te digan que sí va a ser con un SÍ profundo, lleno de emoción y de motivación para actuar.

La autoestopista asertiva


Ayer hice algo que no había hecho nunca en mis 41 años de vida. Y que francamente, jamás pensé que nunca fuese a hacer. Recogí a una autoestopista. Todavía estoy sorprendido.
Volvía de Madrid, y el indicador del aceite empezó a protestar. Así que paré en una gasolinera a ponerle solución. Según iba a entrar en la zona de la tienda, una chica se me acercó: «Hola, buenas tardes. ¿Va a usted hacia el norte? ¿Sería posible llevarme, si no le importa, y no le da miedo y todo eso?».
Pongámonos en situación. No soy persona especialmente «abierta a las sorpresas», en general. Ni de mucho socializar, ni de «dejar que las cosas pasen», ni de disfrutar de los imprevistos. Me gusta tener la sensación de control (ya sé, ya sé, es pura «ilusión de control», pero bueno), y el ir a mi aire. Interacciones las justas. Un rancio, vaya (en realidad es introversión, que a veces disimulo pero que está ahí). Yo aquí, tu allí, cada uno en su casa y dios en la de todos. Prefiero ir a un hotel que a un airbnb «donde los anfitriones te hacen sentir como en casa» (de hecho incluso me incomoda quedarme a dormir en casas ajenas, incluso de amigos), no concibo esos viajes donde «hay que compartir mesa con otra pareja», no me gustan las «visitas sorpresa» ni los planes improvisados, en los eventos donde no conozco a nadie no sale de mí el acercarme y ponerme a hablar (y por lo tanto acabo siendo «ese que pasa los descansos mirando al móvil»), si voy en autobús o en tren cruzo los dedos para que el asiento de al lado vaya libre, estoy la mar de feliz conduciendo solo, con mi musiquita y mis pensamientos… La perspectiva subir en mi coche a alguien así, sin más, y de compartir kilómetros con alguien desconocido, y la charla así «por pasar el rato» no me seduce lo más mínimo, y eso incluso en el mejor de los escenarios de que sean gente maja y agradable (que podrían no serlo).
Así cuando en vez de pasar de largo y murmurar un «no, lo siento» me vi preguntándole «¿Hasta dónde vas? Yo voy hasta Aranda» me quedé francamente alucinado conmigo mismo. Ella iba más lejos, pero le venía bien ir avanzando así que, después de preguntar a otros posibles coches mientras yo compraba el aceite, se vino conmigo. La dejé en otra gasolinera a la entrada del pueblo, donde nada más bajarse se dirigió a otros coches en busca de alguien que la ayudase a seguir el viaje.
Llevo unas horas dándole vueltas a «qué demonios pasó». Y creo que, sin duda, la actitud de la chica fue bastante determinante.
En primer lugar, tomaba la iniciativa. No estaba parada con un cartel en la mano, esperando a ver si alguien lo leía y se ofrecía, si no que era ella la que se dirigía uno por uno a cada coche. Y eso implica superar el apuro de establecer contacto con un desconocido (quizás estoy proyectando aquí; desde luego para mí es una barrera), superar el temor a un posible rechazo («un posible» no; una certeza absoluta de que te van a rechazar un montón de veces). Y lo hacía con educación, saludando, preguntando, exponiendo su petición, haciéndose cargo de las posibles resistencias…
A lo tonto, me ha hecho pensar. En cómo soy, en cómo podría ser, y en qué hay que hacer para aumentar las posibilidades de que «las cosas pasen».
Y con este pensamiento, me voy de vacaciones. Esta vez con el coche lleno, sin espacio para autoestopistas.

¿Qué puedes hacer tú?

El otro día, durante la animada discusión que siguió a mi post sobre la reforma laboral, surgieron varios temas colaterales. Y hay uno que a mí me parece clave: la importancia de la actitud personal ante las situaciones de dificultad.
Yo propugnaba, y propugno, que cada uno de nosotros somos los principales responsables de las decisiones que tomamos. Y que no debemos evadirnos de esa responsabilidad, descargándola en otros (sean los padres, la sociedad, el gobierno, la vida que es una puta mierda, etc.). Obviamente no todos recibimos las mismas cartas cuando nacemos; pero todos recibimos por igual la capacidad de jugar esa mano que nos ha tocado. Me sorprende ver gente que argumenta que no, que «eso no es cosa mía», «que se ocupen otros», no soy capaz de entender ese razonamiento. ¿Quién se va a ocupar de ti, sino tú mismo?
En este mismo sentido, hoy he tenido conocimiento de una iniciativa, «Esto sólo lo arreglamos entre todos«. Enmarcada en el contexto de la crisis, viene a decir que sólo saldremos de ella si cada uno nos ponemos a arrimar el hombro, a tirar del carro en la medida en que podamos. Y para ello pretende reunir ejemplos, historias que nos inspiren, buenas noticias que nos den confianza.
Me gusta el concepto. Incluso lo llevaría más lejos, fuera de la idea de la «crisis». Porque al final estamos hablando de una crisis macroeconómica (que si deuda, que si cifras del paro, que si déficit…), pero lo que importa de verdad son las crisis a nivel microeconómico, los tiempos de dificultad que a cada uno (por distintas circunstancias, e independientemente de cómo vayan las cosas a nivel general) nos toca afrontar a lo largo de nuestra vida.
Cierro con esta frase de un video de El Langui, que se puede encontrar en esta web:

“Te lo pueden estar diciendo contínuamente, pero tú eres el único que puede cambiar tu actitud. A mí me costó encaminarme, pero al final lo conseguí, y creo que si lo he conseguido yo por qué no va a poder conseguirlo más gente.”