Sí a las novatadas

Como si fuera ayer…

¡Crunch! Se presenta el puto, repelente, escupiscible y fácilmente duchable novato Raúl, que malvive en la cueva 401 Central, que fracasará en sus estudios de la Comercial y que el próximo año se dedicará a la cría intensiva del champiñón hermafrodita

La de veces que no tendría que repetir esta letanía, con las piernas flexionadas, los pies formando un ángulo de noventa grados y las manos entrecruzadas (una por delante, otra por detrás) en la entrepierna. «Â¡Preséntese, novato!». Tantas, como para que se grabase en mi memoria…
El otro día oía hablar (no sé dónde) de las novatadas… e inmediatamente me fuí atrás en el tiempo (13 años ya), a aquéllos días de septiembre del 94 cuando llegaba al Colegio Mayor para emprender la vida universitaria… y a los de los años siguientes, cuando eran otros los que llegaban y yo el que ya estaba. Y tanto unas como otras las recuerdo como algo entrañable.
Las novatadas molan, son divertidas, y son útiles. Siempre, claro está, que no nos refiramos a barbaridades. Pero cuando se hacen con gracia (una catedral, un bombero, un vacío cósmico, un «me baje a copiar los horarios», un telesat, un presentarse encima de las mesas del bar, unos disfraces ridículos, natación en el césped…) , están muy bien. Por supuesto, el «novato» le ve la gracia en el culo: no deja de ser un chaval, normalmente más joven que todos los que le rodean, normalmente fuera de su entorno (por eso va a una residencia o Colegio Mayor) y enfrentándose a cambios no experimentados antes. Y se encuentra con grupos hechos, de gente mayor que domina el entorno y que, encima, le putea.
Pero sigo diciendo que son positivas. Sin novatadas, los «mayores» tendrían poco incentivo para interactuar con los nuevos: ellos ya se conocen entre sí, ya tienen «su vida hecha»… dependería de la voluntad individual de cada uno el querer acercarse a los nuevos para integrarlos. Sin embargo, novatadas mediante, se produce un periodo de interacción que permite a unos conocer a los otros y viceversa. Desde una relación dominador-dominado, sí, pero relación al fin y al cabo que además tiene fecha de caducidad (excepto para el «novato del año», MUAHAHAHA!!), tras la cual habrá una relación normal. Gracias a las novatadas, los novatos se dan a conocer no sólo en su entorno más cercano, sino a los diferentes grupos. También son positivas de cara a fortalecer la relación entre novatos. Todos enfrentados a las mismas adversidades y unidos contra el «veterano opresor».
Así que si alguien me pregunta le diré «barbaridades nunca, pero unas simpáticas novatadas… siempre».

Estudiar en la biblioteca

Por cosas como éstas (que veo en el blog de Rubén Calvo) nunca jamás (bueno, creo que una vez o dos) bajé a estudiar a una biblioteca. Y eso que en el video no salen los que cuchichean, las que cuchichean, los que se levantan para ir al baño, los que se levantan a echar un cigarro, los que entran riéndose, los que piden un libro, los que… Y menos mal que en la época no había móviles generalizados, ni portátiles para ver chorradillas.
Yo, en mi cuarto, con mi mesa y a mi bola. No puedo quejarme de los resultados.

¡El A! ¡El B!

Venía al volante desde la playa y me dió por poner la radio. Debate sobre el Estado de la Nación. Y en vez de quitarlo… ¡voy y lo dejo! Masoquista que es uno… el caso es que he tenido un dejá vù. Corría supongo que el 84, u 85. Fiestas del colegio. Partido en la cumbre. El A, contra el B. Yo no jugaba (nunca tuve aptitudes ni creo que actitudes para el deporte), solo animaba. Y nosotros gritábamos «Â¡El Aa! ¡El Aa!» y los de enfrente gritaban «Â¡El Bee! ¡El Bee!». Y nosotros más fuertes «Â¡El AA!». Y ellos «Â¡El BEE!». Y así hasta quedarnos afónicos. En realidad no importaba mucho cómo jugaba cada uno, ni siquiera casi quién ganara. Sólo gritar más fuerte que los otros el nombre de nuestra clase.
Y así está la política de este país. Incluso en el Congreso, presunto pilar de nuestra democracia parlamentaria. Los míos son los mejores, los otros los peores. Si habla el mío, aplaudo en pié. Si habla el del otro, le grito y le interrumpo. «Â¡El AA! ¡El BEE!». No importa en realidad lo que se dice, si está bien o mal dicho, si responde a una realidad o a un deseo. De hecho, pese a ser presuntamente un debate, hay poca correlación entre lo que el uno dice y el otro responde. En realidad, lo único que importa es enardecer a la masa de hooligans.
Mal está que lo hagan los políticos. Pero es que uno se va a leer qué opinan los periódicos… y se encuentra los mismos o peores ultras. Al enemigo, ni agua. «Los otros» no han hecho nada bien, nosotros todo lo hacemos bien. Y luego el «debate» se traslada a la calle. Y así estamos, metidos en este permanente diálogo de besugos. Y llegarán unas nuevas elecciones, y volveremos a las mismas: medio campo de futbito gritando «Â¡El A!» y otro medio gritando «Â¡El B!», sin pararse a mirar el partido. ¿Y así hasta cuándo?
Que hartito estoy de esta gente. Lo malo es que no hay forma de librarse de ellos.
PD.- Se me olvidaba una de mis favoritas… «Â¡Aunque gane, aunque pierda, el B es una mierda!». Por si no lo habíais notado, la H de Hernández me colocaba, aunque fuese por poco, entre las filas del «A». Luego llegó sexto y me vi trasladado (por aquello de que de dos clases se pasaba a tres) al B. Vaya paradoja, tantos años de desgañitarme contra el B y ahora yo era del B… y llegó COU y volví a ser A… supongo que ahí descubrí que no valía la pena casarse con unas siglas ni tampoco hacerse hooligan de nada, porque el mundo era un pañuelo (o, como decía Marisol… la vida es una tómbola tom-tom-tómbola)