Pocos son los casos en los que una decisión es efectivamente mejor que otra
Esta frase, catalogada como «La Gran Verdad sobre las Decisiones», la rescato de un viejo libro de Theodore Isaac Rubín titulado «Supere la indecisión» al que llegué curioseando en la biblioteca. Lo que viene a decir es que lo que hace buena una decisión no es la decisión en sí misma, si no nuestro compromiso con ella. Que de las opciones que tenemos que delante, cualquiera podemos convertirla en «buena» si nos empeñamos en llevarla a buen puerto. Va en línea con todo lo que se escribe del valor de la ejecución frente al valor de las ideas.
Rubin concluye que, a la hora de tomar una decisión hay un proceso (en el que tenemos que valorar alternativas y contrastarlas con nuestras propias prioridades) que tiene que terminar con una «elección y compromiso» con una de ellas, y a partir de ahí olvidarse de todo lo demás y transformarla en «acción optimista», en una concentración integrada de «recursos, tiempo y energía». Hay un tiempo para decidir, y otro para ejecutar.
Coincide que no hace mucho leía sobre el concepto de «inteligencia ejecutiva» acuñado por José Antonio Marina. Viene a decir que junto a la «inteligencia cognitiva» (lo que tradicionalmente se consideraba «ser listo») y a la «inteligencia emocional» hay un tercer tipo de inteligencia, la ejecutiva, que tiene que ver con la capacidad de «dirigir tu comportamiento«. Es decir, de sacarte de ese mundo de las ideas y de las emociones y ponerte manos a la obra. Marina identifica una serie de habilidades ejecutivas (la capacidad de dirigir la atención, el control emocional, la planificación y organización de metas, el inicio y mantenimiento de la acción, la flexibilidad, la memoria de trabajo, la metacognición, la capacidad de diferir recompensas o la inhibición de la respuesta) cuyo dominio permitiría a cualquiera «vivire risolutamente», vivir con resolución.
«… para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, más a gusto y honra te forjes la forma que prefieras para ti».
Son ideas que han resonado fuerte en mí. Y es que, mientras que de inteligencia cognitiva siempre he ido razonablemente bien, y en inteligencia emocional, sin ser brillante, creo que soy funcional… de esa «inteligencia ejecutiva» creo que he voy un poquito escaso. Siempre he envidiado mucho a esa gente que llamamos «resolutiva», con capacidad de liarse la manta a la cabeza, arremangarse y hacer cosas. Me ha frustrado mucho ver que yo tenía ahí un muro; un malestar difuso, que a veces se ha manifestado con conductas evasivas (te dejas llevar, le das mil vueltas a las cosas en tu cabeza, te muestras incapaz de decidir, te refugias en lo que se te da bien, evitas lo que se te da mal… llegando a la inacción) y otras con no pocos efectos secundarios (copié algunos que mencionaba Rubin, con los que me sentí dolorosamente identificado: «aburrimiento crónico, insatisfacción con el resultado de la propia actuación, sensación de vivir en sordina, fatiga crónica e insomnio, sensación de estar atascado, de no tener dónde ir ni sentir el deseo de ir a ninguna parte»).
Seguro que no estoy solo en esto, pero a mí desde luego me está haciendo reflexionar mucho. Y es que nunca había visto puesto «negro sobre blanco» esas sensaciones que me han acompañado desde siempre.
Imagino que para quien va bien de esa inteligencia ejecutiva todas estas reflexiones les provocarán la misma perplejidad que a mí me podía provocar en el colegio que alguien se atascase con una multiplicación, o que a pesar de echar muchas horas no consiguiese ni aprobar un examen que a mí me parecía «chupao». Esa perplejidad a veces se traslada en mensajes del tipo «es fácil, solo tienes que decidir lo que quieres hacer y hacerlo», y eso te provoca aún más ansiedad (porque lo ves, racionalmente lo entiendes, «es de cajón»… pero a ti se te hace un mundo)
Pero en fin, cada uno tenemos que llevar nuestra propia cruz. Es evidente que, para hacerle frente a esto, hay que trabajar un montón. Y no es una cuestión superficial; la mayor parte de ese trabajo es interno, de analizar cuáles son tus propios bloqueos y de enfrentarte a ellos… mucha telita que cortar. No es un camino fácil, y seguramente nunca llegue a dominarlo (dominarme) del todo. Pero si soy sincero me siento reconfortado, porque al menos tengo la sensación de haberle puesto el cascabel al gato; y eso me hace estar un poquito más cerca.
La lucha no nos hace inferiores; es solo una prueba de que somos humanos y estamos vivos
Buena reflexión. Al parecer nos preocupan temas parecidos. Yo tambien he andado escasito de lo mismo que tú, pero mejoré bastante desde cree mi empresa y tuve que pagar nóminas. Creo que todos deberíamos pasar por empresario/as alguna vez en la vida, y varios años para consolidar el hábito, porque ahí tienes que tomar decisiones y rápido. La indecisión te cuesta (mucho) dinero en la empresa. No sé tú, pero mis carencias de «inteligencia ejecutiva» las asocio con: 1) Pienso mucho, tengo un lado intelectual-reflexivo complejo que, para bien y para mal, ralentiza necesariamente el «tempo» de mis decisiones, 2) Me tiene que motivar mucho algo para llevarlo lejos, y no me motivan demasiadas cosas (debo decir que cuando algo me entusiasma de verdad, mi lado resolutivo aflora, se destapa, así que quizás todo se trata de eso, de encontrar esas cosas genuinas que nos mueven), 3) Soy demasiado curioso para concentrarme mucho en algo. Soy más de creación que de consolidación. Pero esto se trabaja, y la madurez ayuda. Voy consiguiendo avances ahí.
No sé, creo que no hay plan que cure esto. Sospecho que en el punto-2 está clave. Hay que buscar eso que nos mueve de verdad.
Saludos
El otro día me decía un amigo, hablando de estas cosas, que «al final la necesidad te obliga a actuar». Hay una balanza, entre «el coste de actuar» y «el coste de no actuar»… y en el momento en el que se desnivela a la derecha, actúas.
Comparto tus «causas». Más la 2 y la 3 (la 1, para mí, no sé cuánto es causa o mero «escondite»)
¿No hay cura? Mal vamos :D. Yo creo que hay un punto ahí de autoobservación (para darse cuenta de las cosas, de los por qués) y de autodominio (de «forzarse» a hacer determinadas cosas… no solo cuando te aprieta la necesidad, sino como ejercicio). Has dicho algo en tu tuit, sobre «el hábito», donde yo creo que se puede trabajar también: romper hábitos malsanos, y/o construir hábitos que nos lleven a donde queremos ir… automatizar las cosas que «nos cuestan», para que no dependan de la voluntad.
En fin, un proceso. En ello estamos.
Me veo super reflejado en el post, y conocedor de mis propias carencias lo que me ha funcionado mucho en esta vida ha sido forzarme a ponerme delante del toro. Ese que da miedo/pereza/lo que te de la gana. En la empresa, hacer publico que eso que temes hacer va a ser uno de los proyectos centrales a los que nos vamos a dedicar. En lo personal comentar con familia y amigos que te has propuesto X.
Este ejercicio de lanzarme al vació ha sacado lo mejor de mi en muchas ocasiones, y para mi tiene un valor doble; por lo conseguido, y por haber sido capaz de sacar adelante algo que en un principio no es sencillo para mis cualidades.
Saludos