El otro día, durante una sobremesa con antiguos compañeros, hablábamos de algunas de nuestras experiencias profesionales/vitales. En concreto la conversación se nos fue por parejas que habían experimentado una fase de «yo me voy a trabajar a otro país, tú te quedas en casa al cargo de la familia… es una buena oportunidad… yo vendré cada fin de semana, cada quince días como mucho… serán solo unos meses… luego ya todo volverá a la normalidad».
Se trata de una situación que varios de los presentes habían vivido, y todos coincidían en que las cosas parecen mucho más fáciles cuando se toma la decisión de lo que luego realmente son. «Está claro que cuando tomas una decisión así es porque piensas que es buena a grandes rasgos, pero luego cuando te lees la letra pequeña…»
Ojalá todo fuera cuestión de «letra pequeña». Porque la letra pequeña puede ser un coñazo de leer, pero está ahí cuando te ponen los papeles delante para que las firmes, y ya es cuestión tuya leértela o no. El problema con las decisiones en la vida real es que en la gran mayoría de los casos ni siquiera existe esa letra pequeña. Gran parte de las cosas, buenas y malas, que determinan el buen o mal resultado de una decisión se van descubriendo por el camino. «Ah, si lo hubiera sabido…» Ya, pero no había forma de saberlo.
Hace meses (joder meses… tres años y pico ya) leí el libro «Stumbling on happiness», que me resultó muy interesante. Y su gran conclusión iba por este camino: tenemos muy poco control sobre nuestra felicidad futura. Primero porque nuestra capacidad para saber qué va a pasar en el futuro es limitada (la realidad siempre es mucho más sorprendente que nuestros planes), y segundo (y esto da para pensar mucho) porque no sabemos cómo nos va a afectar eso que suceda. Lo que pensábamos que nos iba a dar tanto miedo luego resulta que no es para tanto, y lo que pensábamos que nos iba a dar una gran satisfacción en realidad nos deja vacíos.
Por lo tanto, no es un tema de letra pequeña. No es que tengamos toda la información a nuestra disposición y seamos más o menos hábiles tomando las decisiones. Es que la vida es así.
felicidad
Feliz año nuevo… tú mismo
Días de buenos deseos, «¡Feliz año nuevo! ¡Feliz 2014!» por aquí y por allí. Nos deseamos «feliz año nuevo» como quien se desea buena suerte, como si esa «felicidad» estuviese en manos del destino, de algún ser superior, que según cómo le de el viento decida dárnosla o no.
La cuestión es que no es todo azar. A ver… ¿qué vas a hacer TÚ para tener un feliz año? ¿qué vas a hacer TÚ para proporcionarles un feliz año a los que te rodean? Sí, claro, por supuesto que hay imponderables que pueden afectarnos en positivo o en negativo, así es la vida. Pero hay muchísimas cosas que están dentro de nuestro ámbito de responsabilidad. De hecho, incluso la forma en que decidamos (sí, decidamos) encarar los embates de la vida pueden ser una fuente de felicidad (o de infelicidad).
«Feliz año» no es un deseo. Es un objetivo. Una tarea a realizar. Y un trabajo que merece la pena, ¿no?. Pues hale, a trabajar.
Habilidades y retos, un mapa hacia el estado de flujo
Caí hace unos días en esta charla de Mihaly Csikszentmilhalyi. Este psicólogo húngaro de apellido tan accesible es conocido fundamentalmente por sus trabajos sobre el «estado de flujo», esos momentos casi mágicos en los que uno siente (precisamente) que «todo fluye», en los que estás tan absorto en una tarea que pierdes la noción del tiempo, en los que sientes que tus capacidades están a pleno rendimiento… no hay frustración, no hay ansiedad, no hay aburrimiento.
Yo he experimentado esa sensación en algunos momentos. No demasiados, la verdad sea dicha. Me gustaría tener más momentos así. ¿Qué puedo hacer al respecto?
Pues el profesor Csikszentmilhalyi (sí, copio y pego) plantea en su charla un «mapa» que nos permitiría trabajar en este sentido. En este modelo, nuestra situación depende de dos variables: nuestro nivel de habilidad para una determinada tarea, y el nivel de reto que suponga dicha tarea para nosotros.

Así que el primer paso sería ubicarnos en nuestra situación actual, al estilo del «Usted está aquí» de los mapas urbanos. ¿Qué sensaciones nos provoca el trabajo que tenemos por delante? ¿Apatía, aburrimiento, preocupación, ansiedad, tranquilidad? Eso nos dará una primera pista de cuál es el problema que tenemos que resolver. ¿Será acaso que tenemos unas habilidades muy desarrolladas, que estamos aplicando a un reto prácticamente inexistente? O por el contrario, ¿estamos metidos en un marrón de gran calibre, y no tenemos ni idea de por dónde abordarlo?
A partir de ahí, hay que poner la brújula hacia el destino deseado: ese «estado de flujo» que según Csikszentmilhalyi se produce cuando nuestra habilidad está muy desarrollada, y se aplica a retos importantes. Así pues, caben dos vías de actuación (o una combinación de ambas): ¿necesitamos desarrollar nuestras habilidades? ¿o necesitamos someternos a retos un poco más exigentes?
Es cuestión de ponerse.
Amar lo que haces, hacer lo que amas… ¿cuál es la buena?
Imagino que todo el mundo habrá escuchado/leído alguna versión de este «juego de palabras», la dicotomía entre «amar lo que haces» y «hacer lo que amas». Yo sí, y siempre me ha parecido que encierra un gran conocimiento… pero me pasa con ella como con el clásico «una de cal y una de arena». ¿Cuál es la buena? ¿La cal o la arena? ¿Qué es lo que debemos buscar? ¿Amar lo que hacemos, o hacer lo que amamos? Porque así a priori puedo encontrar argumentos válidos para las dos… pero al final, con el tiempo, he ido haciendo mía una interpretación que, en realidad, elimina en cierta medida la incompatibilidad entre ambas.
Hacer lo que amas. Sí, vale, de acuerdo, ¿cómo no va a resultar un buen consejo? Puestos a poder elegir, mejor hacer algo que te gusta que algo que no te gusta. Ahora bien, es un consejo que tiene no uno, sino varios trucos. En primer lugar, porque no es fácil identificar «lo que amas». A veces nos pueden venir ramalazos y pensar «podría pasarme la vida haciendo…», pero son pocas personas las que sienten en su interior una pasión tan intensa y sostenida en el tiempo; la mayoría mezclamos intereses que en distintas épocas se van sucediendo con distinta intensidad, y que no somos capaces de identificar con claridad.
Además, la mayoría del tiempo perseguimos algo que no existe, una versión idealizada de nuestra pasión que, si un día por casualidad logramos vivir, puede llegar a ser muy decepcionante. Porque desde fuera es fácil imaginar que tu vocación se desarrolla a la perfección, al dictado de tu imaginación. El que sueña con ser arquitecto se imagina diseñando grandes edificios significativos, no visando planos de aburridos pisos de extrarradio. El que sueña con ser periodista se imagina realizando investigaciones dignas de premios Pulitzer, y no cubriendo la enésima rueda de prensa del político de turno. El que sueña con ser fotógrafo se imagina recorriendo el mundo cámara en ristre, y no haciendo fotos de carnet por 5 euros o dedicando sus fines de semana a hacer bodas. El que sueña con ser pintor se imagina creando grandes obras de arte, y no pintando mil veces el mismo lienzo de venta en tiendas de decoración. El que sueña con ser programador se imagina creando un software alucinante, y no el enésimo parche de un software de contabilidad. Etc.
Y eso, asumiendo que existe una versión de «lo que amas» (incluso aunque resulte aburrida, decepcionante y alejada de nuestras ensoñaciones) que nos permita mantenernos económicamente. Porque no olvidemos que, al final, hay que ganarse la vida, que nadie nos debe nada. Que podemos desear con todas nuestras fuerzas vivir de la petanca, pero a lo mejor simplemente no es posible.
Así que sí, «haz lo que amas»… pero con cuidado, porque a lo mejor no es tan buen consejo y más nos vale tener un plan B. Que es, en realidad, «ama lo que haces».
¿En qué consiste lo de «amar lo que haces»? Yo lo interpreto desde una perspectiva que puede sonar un poco «zen»… Dado que en un momento determinado tienes que hacer lo que tienes que hacer, procura hacerlo lo mejor posible. Procura enfocarlo de la manera más positiva posible, procura aprovechar para aportar algo, procura extraer de esa experiencia el mayor aprendizaje que puedas. Concéntrate en lo bueno que tiene lo que haces, siempre hay algo. Pon curiosidad, pon interés, pon afán de superación. Tengo un amigo, al que respeto muchísimo, que siempre dice «Mira, Raúl, yo siempre procuro dar el máximo; y si me dicen que vaya a hacer un café, voy a procurar que sea el mejor café del mundo».
Por supuesto, no se trata de conformismo puro y duro, de darte igual lo que te pase. No dejamos de ser responsables de nuestra vida, y por lo tanto de dirigirla hacia donde queramos en la medida en que podamos. Pero ese «en la medida en que podamos» no es baladí. Porque a veces esa medida es pequeña, y es tontería estar permanentemente hundido en la frustración de no poder hacer lo que presuntamente amamos (que además en el 99% de los casos dista de ser ElDorado que imaginamos), en vez de aprovechar y disfrutar lo que tenemos… en definitiva, de amar lo que hacemos.
PD.- Como ves, he añadido un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…
Por qué no sabemos encontrar la felicidad
He estado leyendo últimamente un libro curioso. Se llama «Stumbling on Happiness«, de Dan Gilbert. Y en contra de lo que pueda parecer por su título, no se trata de un libro de «autoayuda», ni de una pastelada sobre la felicidad, los arcoiris y los unicornios. Gilbert es un psicólogo que analiza el fenómendo de la felicidad desde un punto de vista científico, haciendo alusiones constantes a innumerables estudios y experimentos realizados a lo largo de los años.
La tésis que más me ha impactado de todas las que defiende es el hecho de que en cierto modo es inútil buscar la felicidad. Es decir, que sirve de muy poco hacer hoy planes de futuro pensando que «si hago esto y lo otro, seré más feliz». Y las causas son dos.
La primera, que el futuro nunca es como creemos que va a ser. Nuestro cerebro está permanentemente imaginando el futuro, y nosotros tomamos decisiones en base a esas visiones. Pero en este proceso, el cerebro siempre aplica una cantidad de sesgos tales en su concepción que luego, cuando el futuro se convierte en presente, rara vez coincide con lo que habíamos imaginado. Si el cerebro «adorna» lo que recordamos, incluso lo que percibimos en el momento… ¿cómo no va a «adornar» lo que todavía no ha sucedido?
Y la segunda, que somos incapaces de predecir de forma fiable cómo los acontecimientos futuros nos van a hacer sentir. Es decir, que aunque fuésemos 100% precisos con nuestra visión de los distintos futuros alternativos (cosa que, como he dicho antes, no es cierta ni de lejos), no podríamos hacer una valoración fiable del impacto emocional (de la «felicidad» que obtendríamos) en cada uno de ellos.
Así pues, nos encontramos con que las decisiones que tomamos hoy sobre nuestro futuro, mediante las que intentamos proporcionarnos «la mayor felicidad posible», están afectadas por dos errores de cálculo garrafales. Es completamente normal, por lo tanto, que cuando reflexionamos sobre nuestra felicidad actual (o su ausencia), nos preguntemos: «¿Cómo es posible que las decisiones que tomé en el pasado no me hayan traído la felicidad que buscaba?»
Como dice el título del libro, a la felicidad no llegamos siguiendo un plan de acción. De hecho, los planes de acción «en busca de la felicidad» tienen todos los ingredientes para fallar. Con la felicidad nos tropezamos… y gracias.
Sobre el éxito
Sé que es un tema recurrente a lo largo del tiempo en este blog… pero bueno, supongo que cada uno somos un poco «Don Erre que Erre» con determinadas cuestiones.
Del blog de S.McCoy (el alias de Alberto Artero) en El Confidencial, extraído de su «Lección Inaugural» en unos Masters del Instituto de Empresa:
«El éxito sólo se puede medir en términos de felicidad, de estar a gusto con uno mismo, de ser capaz de enfrentarse a la vida con paz, alegría y optimismo. No son indicadores del mismo ni la cuenta corriente ni la tarjeta de visita. Insisto, no se puede confundir con un estatus, una apariencia que puede ser exitosa o encerrar el más absoluto de los fracasos. La felicidad, y por ende el éxito, se encuentran dentro de uno. Y exigen un trabajo constante que no hay que descuidar. Debe ser la prioridad. Sólo se vive una vez y que tu vida sea un éxito o un fracaso depende sólo de ti. No tanto de lo que pase sino de qué manera afrontas lo que te sucede, sea del color que sea.»