Kutxi Romero, un tipo afortunado

«Soy un tipo con mucha suerte, muchísima… recuerdo todo bien. ¿Sabes por qué? Porque yo nunca he tenido ambición. No había meta. Entonces, cada pequeño triunfo, éxito… yo solo quería cantar mis canciones, y eso el primer día que haces tu primera canción ya lo has conseguido. Por eso soy un triunfador. Un perdedor es el que tiene ínfulas, tiene ansia… y fracasa. Yo, como no tenía ninguna expectativa, ni tengo, pues todo… nunca he esperado nada, o sea que guay, venían las cosas y las cosas como iban viniendo pues no pasa nada, y si pasa se le saluda»

Gustándome el rock, nunca he sido especial fan de Marea. Sin embargo ayer, por un cúmulo de casualidades internáuticas, acabé escuchando una entrevista a su cantante Kutxi Romero. Un tipo interesante, con un discurso y un estilo de vida sencillo y con los pies muy pegados a la tierra que disfruta y valora cada pequeña o gran cosa que le sucede.

Encabronamientos cotidianos

Angry
Esta mañana, tras un agradable paseo por el centro de Madrid, me dispuse a tomar el autobús. Me dirigí a la parada, y esperé. Un minuto, dos… tres… cuatro… El autobús no venía. Los letreros con información online no mostraban información. Poco a poco se iba sumando gente a la espera. Un señor mayor empezaba a calentarse: «dónde narices está el autobús», «esto cada día va de mal en peor», «no hay derecho», «estos son unos cabrones, siempre están igual». Y el autobús sin aparecer. Todavía tardó unos minutos más, durante los cuales el señor se sulfuraba más aún, y conseguía contagiar a dos o tres personas más. Yo los observaba.
Por fin, el autobús llegó. «Ya era hora», le espetó el señor al conductor nada más abrir la puerta. «Si no es una cosa es otra, siempre estáis igual». Y todavía se fue refunfuñando en busca de su asiento.

Las expectativas no cubiertas

Qué ganas de amargarse el rato, ¿no? Sí, es verdad; el autobús tardó un poco más de lo previsto (se ve que había una manifestación por las calles de Madrid). Teníamos una expectativa de esperar pocos minutos, y nos ha tocado esperar alguno más. Expectativa no cubierta, frustración, cabreo. Reacción química en nuestro cuerpo, pérdida de control, malestar para nosotros y para los que nos rodean.
¿Y todo por qué? Porque teníamos una expectativa, un ideal contra el que comparar. «El autobús estará esperando en la parada, y si no, tardará pocos minutos en llegar». Pero resulta que el mundo, por mil y una circunstancias, no es ideal. Vete acostumbrándote, nunca lo va a ser. ¿Y si renunciásemos a esa expectativa, a ese ideal? ¿Y si asumimos un rango más amplio de posibilidades satisfactorias? «El autobús llegará en 5, 10 o 15 minutos… y tampoco pasa nada; y mientras tanto estoy aquí tan tranquilo». Porque no pasa nada, el impacto real de esa demora es minúsculo, nulo.

Realmente… ¿es para tanto?

Es solo nuestra expectativa defraudada, nada más. ¿Consecuencias reales? Nada. Pero incluso aunque hubiera consecuencias más importantes («si el autobús no sale a tiempo no llegaré al aeropuerto y perderé el avión»), éstas se pueden relativizar. «Bueno, y qué».
Porque además… ¿qué ganamos encabronándonos? ¿Conseguimos que el autobús llegue antes? En absoluto. ¿Conseguimos llegar antes a nuestro destino? No. Si hay que tomar alguna decisión, alguna acción alternativa («pues me cojo un taxi»), lo podemos hacer igual (incluso mejor) desde la tranquilidad y el análisis racional y no desde el cabreo.

La toxicidad del encabronamiento

Y encima, el cabreo tiene un increíble potencial tóxico, se extiende como un virus en el espacio y en el tiempo. Nos estropea ese momento, y nos estropea los siguientes. Porque el señor siguió rumiando durante gran parte de su viaje, negándose a sí mismo la posibilidad de disfrutar del momento, de otros pensamientos agradables, del hecho de ir tranquilamente sentado y calentito, en dirección a donde quería ir con apenas unos minutos de retraso. Las personas que se contagiaron, tres cuartos de lo mismo. El conductor que recibió el exabrupto nada más abrir las puertas posiblemente se encabronó a su vez, empezó a rumiar sobre lo desagradable que es su trabajo, condujo con mayor agresividad, igual llegó a casa mustio y acabó teniendo movida con su mujer o sus hijos ¿Y si el saludo hubiese sido un «buenos días» y una sonrisa?

¿Cuántas veces te encabronas al día?

Esta situación tiene mil réplicas en nuestro día a día. Que si no nos hemos despertado a la hora que queríamos, que si hemos tenido una discusión con la pareja, que si los niños lían alguna, que si fulano no ha hecho la tarea que esperabas que hiciera en el trabajo, que si tu equipo de fútbol ha perdido, que si un cabrón te hace una pirula con el coche, que si un vecino te niega el saludo, que si un amigo no te contesta los whatsapps, que si se ha terminado la leche… etc, etc, etc. Y todo sigue el mismo patrón: una expectativa, una frustración, una reacción automática, un cabreo y una onda expansiva.

Reacciones alternativas al encabronamiento

No merece la pena. Leo Babauta se refería a esto hace un tiempo, mencionando una serie de herramientas útiles para enfrentar ese ciclo. Ser conscientes de nuestras expectativas, e intentar analizarlas de forma crítica (y dejarlas ir, en la medida de lo posible). Percibir la respuesta automática ante la frustración, observarla; porque en el momento en el que somos conscientes de ella, deja de ser automática y nos da la oportunidad de actuar. Y entonces podemos elegir una acción alternativa, racional, más útil (a lo mejor es simplemente sonreir, que es gratis) o que simplemente nos hace sentir mejor. Podemos acotar el impacto que tiene en nosotros, centrándonos en el momento y tratando de ver lo positivo que hay en todo.
Y seguir caminando.
«Eso es más fácil decirlo que hacerlo; habría que verte a ti». Pues sí, es más fácil de decir que de hacer. Y yo disto mucho de ser perfecto. Pero cada día me voy dando cuenta de más cosas; y cada vez que ejerzo ese «superpoder» (el de abortar o limitar el efecto de un encabronamiento), me ahorro minutos (¿horas? ¿días?) de sufrimiento a mí y a los que me rodean. Eso que gano.

No esperes un comportamiento diferente de quien siempre se comporta igual

Hace unas semanas tuve una situación frustrante. Un encuentro con una persona que tuvo un comportamiento (a mi entender) fuera de tono. Lo que más rabia me dio es que no era la primera vez. El caso es que me tuvo varias horas rumiando (ya sabéis, esa espiral en la que se mete uno mismo pensando «pues hay que ver, hay que ser no se qué, le tendría que haber dicho no sé cuál, la próxima vez haré esto y lo otro…») y me costó digerirlo.
En ello estaba cuando recordé un post que había leído hacía poco: «nadie cambiará por ti«. Básicamente venía a decir que si uno demuestra varias veces con su comportamiento que es de determinada manera, es tontería esperar que vaya a ser de otra diferente. Lo que tenemos que hacer es asumirlo, y estar preparados para que se produzca el comportamiento más habitual. Al final es una cuestión de gestionar correctamente las expectativas, de no pedirle peras al olmo.
Esto entronca con la célebre fábula del escorpión y la rana y su «es mi naturaleza». Como dice su moraleja, «no trates de engañarte con los demás al creer que son o pueden ser otros distintos a los que realmente son»

A (casi) nadie le importa

A casi nadie le importa lo que escribes en tu blog, por muy bueno que tú creas que es lo que escribes. A casi nadie le importa lo que pones en tu twitter. A casi nadie le importan las fotos que haces, los relatos que escribes, los dibujos que pintas, la música que escuchas, las canciones que compones, los videos que cuelgas en youtube. A casi nadie le importa los sitios donde vas de copas, las comidas que te gustan, el lugar donde has ido de vacaciones. A casi nadie le importan los libros que lees, ni las series que sigues, ni las pelis que has visto, ni tu opinión sobre ellas. A casi nadie le importa que hayas escrito un artículo en quién sabe qué revista sectorial, o que hayas publicado un libro, o que hayas dado una conferencia. A casi nadie le importan tus planes y tus proyectos.
Y sin embargo, cada día son más los vehículos que tenemos para «hacer público» y compartir cualquiera de esas cosas. Y con mecanismos de retroalimentación, encima. Followers, likes, visitas, comentarios… que nos hacen mantener una vana expectativa de que efectivamente «le importa» a alguien. Pero desengañate, como he dicho antes incluso cuando tus métricas están bien, lo cierto es que a casi nadie le importa.
Si vas a hacer algo, hazlo porque te apetece. Escribe tus relatos, pinta, haz fotos, expón tus teorías… porque te gusta a ti, porque te sirve para entretenerte o para mejorar tus habilidades, porque te sirve para aprender, o para evadirte. Hazlo a tu ritmo, según te apetezca. No te dejes engañar, no tienes un «público» que esté esperando ansioso tus «pepitas de oro» y que se sentirá decepcionado si no lo haces. Realmente, si mañana dejases de hacerlo, si mañana dejas tu blog, o dejas de colgar fotos, o dejas de actualizar el Facebook, o abandonas twitter, o dejas de escribir libros, o… casi nadie se daría cuenta. La popularidad es una mentira; lo es incluso para esas «grandes estrellas» (del cine, de la música, del deporte, de la literatura) que tienen su época de gloria (basada sobre todo en unos desmedidos esfuerzos de marketing realizados por las grandes compañías que deciden lucrarse a su costa) pero que después desaparecen sin que nadie nunca se vuelva a acordar de ellas. Así que imaginate para ti.
Haz las cosas porque sí, no porque esperes algo a cambio. Úsalas para conectar con la gente que te rodea. Regalale una foto bonita a tus padres, hazle a tu hija un dibujo personalizado, escribe un relato para leer en tu boda, compón una canción especial para tu aniversario. Disfruta de tu habilidad con tu entorno, con tu familia, con tus amigos, con tus compañeros… con todas esas personas que ya existen en tu vida.
Y aprovecha también, si surge, para conectar con ese pequeño número de personas a las que en un momento dado sí les pueda importar lo que haces. No van a ser muchas, pero puede que sea la excusa para descubrir a un puñado de personas afines que incorporar a tu vida.
Lo que haces le importa a muy poca gente. Disfrútalo con ellos, y olvida a los demás.

Rebaja las expectativas: impresionarás más

Este muchachote se llama Michael Collings, y es la última sensación que llega desde el programa de talentos «Britain’s got talent». Apareció ahí, con su marcado acento, su aspecto muy alejado de un cantante de éxito, su ropa «de mercadillo» y una guitarra pequeña para su cuerpo. Los comentarios y las caras del jurado, antes de empezar, reflejan lo que esperan: «otro perdedor que nos toca aguantar; no nos pagan lo suficiente». Luego el chico empieza a tocar y a cantar, todo el mundo se emociona, la incredulidad inicial da paso al aplauso, «pasas a la siguiente fase». Logro conseguido.
En realidad, se repite el patrón de Susan Boyle, o de Paul Potts (en anteriores ediciones del mismo programa). Gente que la primera impresión que provocan es floja, y que tras su actuación provocan la ovación del respetable. La cuestión es… ¿tan buenos son? Yo lo dudo. Por respetables y admirables que me resulten sus actuaciones (unas más que otras; éste último no me parece nada del otro jueves…), y especialmente viniendo de personas que no habrán tenido formación y oportunidades, creo que objetivamente sus rendimientos no son para tanto. Que hay gente con más talento y mejor preparación que ellos. Y sin embargo, como de entrada las expectativas sobre ellos eran tan bajas, un rendimiento digamos que de notable provoca una reacción mayor que una actuación «de sobresaliente» por parte de alguien de quien se espera mucho.
Si eres un fichaje «del montón» que luego rinde con normalidad, vas a ser mucho más apreciado que un fichaje «de relumbrón» que rinda al mismo nivel.
Moraleja: siempre que se pueda, hay que poner las expectativas respecto al propio desempeño lo más bajas posibles. De esta forma, nuestro rendimiento posterior «sorprenderá» y generará una mejor impresión. Insisto en el «siempre que se pueda», porque hay veces en las que hay que generar una «expectativa mínima» para cualificar y tener siquiera una opción de demostrar nada. Pero una vez superado ese punto, incrementar las expectativas sólo juega en nuestra contra. Como en «El Precio Justo», tan malo es quedarse corto como pasarse.