La factura

Este último fin de semana lo hemos pasado en una casa rural. Bien, todo correcto. Llega la hora de pagar, y la mujer nos entrega un recibo. Yo andaba liado con las maletas y no me di cuenta: ¿y la factura? Bueno, no importa, se la pido por mail cuando llegue a casa. Así lo hago, indicándole los datos de facturación, y la mujer me envía escaneado… el mismo recibo (por supuesto, sin ningún dato). Ahí ya me mosqueé. Porque una cosa es que la mujer esté acostumbrada a no dar factura (y por lo tanto, a meterse todos los ingresos en el bolsillo sin declararlos ni en la renta ni en el IVA ver actualización al final del post), y otra es que cuando se la pidas expresamente te tome por tonto y pretenda que te quedes con el recibo.
Así que le respondí: «No te preocupes por la tardanza, que no corre prisa. Sin embargo, me has enviado el recibo, que es algo que ya tenía. Lo que te he pedido es la factura (con vuestros datos fiscales, el importe total que hemos pagado, el IVA desglosado, etc.), porque entiendo que el negocio de la casa rural está legalmente dado de alta (bien como persona jurídica, o bien facturando como autónomos), declaráis los impuestos correspondientes… y por lo tanto emitís facturas de los servicios que prestáis.»
Y ya, por fin, me ha mandado la factura. Y una queja «te mando la factura, pero tus preguntas tan suspicaces no han sido de mi agrado, no tenias más que haberme pedido todos los datos cuando estuviste en mi casa. Soy autónoma, tengo licencia fiscal, apertura de la casa por parte de todos los estamentos oficiales DGA, Ayuntamiento etc.»
Lo cual confirma mi teoría. Porque me había llegado a plantear que, quizás, la mujer se había puesto a alquilar la casa sin tener mucha idea, sin dar nada de alta, sin saber siquiera qué era una factura (y pensaba de buena fe que con el recibo cumplía), y de ahí que cuando yo le pedía la factura no sabía de qué le hablaba. No me cuadraba mucho (tampoco daba el perfil de «alelada», y la casa estaba montada lo suficientemente bien como para pensar que estaba hecho «por lo legal»), pero era una opción. Pero si ya me dice que sí, que es autónoma y demás… entonces sabe perfectamente qué es una factura, sabe perfectamente que su obligación es facturar (edito porque esto es relativo… ver actualización al final del post)… y ha intentado escurrir el bulto. No sólo en primera instancia (en el momento del pago), sino (lo que más me ha mosqueado) después cuando expresamente le he pedido la factura.
De hecho, en una casa que lleva abierta dos años, a mí me ha dado la factura número 19 (y el libro de visitas tenía bastantes más anotaciones, por no ir más lejos). O sea, que facturará 1 de cada 10, y el resto se las lleva crudas (esto no es necesariamente así, ver actualización al final del post).
Entendedme bien; la cuestión del fraude fiscal no es realmente lo que me molesta (no es que esté a favor del fraude: pero habiendo gente que defrauda euros por miles y miles, no sería lógico tomarla con alguien así; y además, en mayor o menor medida… el que esté libre de pecado que tire la primera piedra). Si no te da la factura de buenas a primeras, pero en cuanto se la pides te la da sin problemas, pues pase. Pero que cuando se la pides te intente torear con el recibo escaneado, y que cuando le insistes se haga la ofendida por mis «preguntas tan suspicaces»…
Tal y como le he respondido: «La mejor forma de evitar suspicacias es hacer las cosas correctamente, y entregar la factura a todos los clientes cuando abandonan la casa; o en su defecto, entregarla a la primera cuando te la reclaman. Francamente, tampoco es de mi agrado tener que insistir para conseguir algo que debería ser automático.»
Actualización: la discusión en los comentarios me ha llevado a revisar la ley (Real Decreto 1496/2003, de 28 de noviembre, por el que se aprueba el Reglamento por el que se regulan las obligaciones de facturación) y efectivamente creo que estaba en parte equivocado. Si la señora está acogida al régimen simplificado del IVA y paga el IRPF en módulos (algo que no sé a ciencia cierta, pero que podría ser), no tiene obligación de emitir factura (ni documento sustitutivo) por defecto (o sea, que es correcto que no entregue factura de inicio); aunque sí está obligada si se lo pido. No cambia demasiado las cosas (yo me mosqueé en el momento en el que, tras pedirle la factura, me mandó un recibo; y eso es algo que está mal se mire por donde se mire, porque ni siquiera era un «tique» conforme describe la ley), pero algo sí.

Tecnología y abogados

Muy interesante el debate suscitado a raiz de la publicación de «El cuento de la lechera 2.0» en El Mundo. Se trata de un artículo donde el abogado Javier Maestre advierte (en un tono un tanto impertinente) contra los consejos de los «expertos asesores en nuevas tecnologías» a los que caracteriza como una especie de pijos tecnófilos que cobran una pasta por dar consejos sin tener ni puta idea (por eso digo que su tono es bastante estúpido). Pero bueno, centrándonos en sus argumentos, lo que viene a decir es que se recomienda el uso de algunas soluciones tecnológicas (ejemplificadas en algunos servicios de Google) que pueden suponer riesgos jurídicos, y de que más nos vale no caer en la tentación de acudir a esas soluciones si no queremos que caiga encima de nosotros todo el peso de la ley.
Reacciones ha suscitado: la respuesta de la propia Google (bastante floja, del tipo «que no, que no, que nosotros somos buenos y por eso tenemos muchos clientes), o esta interesante reflexión de Borja Prieto. El problema es que las respuestas se han dado desde una lógica distinta: uno habla con la lógica de los abogados y las leyes, otros hablan con la lógica de la economía, los negocios, el sentido común… y claro, no tiene demasiado que ver.
Porque si nos vamos a la lógica del abogado, lo que descubrimos es (dejando al margen el tono innecesariamente hostil que ha utilizado) que Mestre tiene razón. Y lo digo porque a mí me ha pasado, cada vez que me he topado con un «departamento jurídico», que se levantan banderas de «precaución» (cuando no directamente de «esto no se hace ni de coña»: hablamos de cosas como permitir comentarios en un sitio, o utilizar feedburner como sistema de suscripción). Y si le dedicas un ratito a leerte las leyes, descubres que es verdad: que lo que tú quieres hacer, según las leyes, no puedes. O que para poder tienes que dedicar horas y horas a hacer documentos, presentar formularios, obtener autorizaciones, inscribir en registros, firmar, compulsar…
Con la ley en la mano (y los abogados no entienden de otra cosa, ni de «sentido común» ni de proporcionalidad ni de nada; sólo el texto de las leyes) las cosas son muy complejas: infinidad de detalles, jurisdicciones… por no hablar del decalaje existente entre los usos sociales y su plasmación en leyes (y más en estos tiempos de dinamismo y globalización).
Y lo podemos ver en cualquier ámbito: fiscal, seguridad laboral, medioambiente, protección de datos… el cumplimiento estricto de todas las leyes supondría un coste ingente de recursos (sólo en abogados especialistas… uy, como Mestre, qué casualidad; por no hablar de personas dedicadas única y exclusivamente a comprobar que todo está bien, a rellenar informes y documentos, etc, etc.). Además, nos dejaría con las manos atadas para prácticamente cualquier decisión; sólo analizar si las decisiones implican algún tipo de riesgo legal llevaría tiempo y dinero, para descubrir las más de las veces que sí, que hay un riesgo (muchas veces por falta de adaptación de las leyes a la realidad) y que mejor no «menearse».
En consecuencia, cumplir estrictamente la legalidad es profundamente antieconómico. Ni podemos quedarnos parados (porque para un abogado es la mejor de las situaciones; no moverse significa no correr riesgos), ni pagar todos los abogados que se supone que habría que pagar (no hay cuenta de resultados que lo soporte, y menos en empresas pequeñas), ni funcionar de acuerdo al mundo que conforman unas leyes que no reflejan la realidad…
Por eso todos nos movemos, en mayor o menor medida, en determinadas «zonas grises», pero siempre asumiendo un cierto nivel de riesgos legales. Pero es que si por los abogados fuera, nunca avanzaríamos. Pero no se puede pretender poner el mundo al servicio del derecho, sino que es el derecho el que tiene que ponerse al servicio del mundo.