Aprendiendo a construir catedrales

Supongo que, a estas alturas, quien más y quien menos ha oído hablar alguna vez de la historia de los hombres que trabajaban picando piedra para la construcción de una catedral. Y de cómo, mientras uno de ellos centraba su discurso su tarea más inmediata y su dureza, su compañero (exactamente con la misma tarea, igual de dura) hablaba desde una perspectiva distinta; él no picaba piedra, él construía una catedral.
El hecho es que últimamente le he dado algunas vueltas a esta historia. Estando como estoy involucrado hasta las orejas en un proyecto (que creo que hace tiempo que dejó de ser «un proyecto» para poder considerarse «una etapa profesional»), hay épocas en las que pienso demasiado en lo duro que es «picar piedra», en lo cansado que es, en lo que te duele el cuerpo, en lo pequeño que eres tú respecto a lo que estás queriendo hacer, en la de energía que gastas y en lo poco que avanzas. El problema es que si te fijas demasiado en eso, todo se vuelve aún más difícil, más penoso. Cuando pierdes de vista el cuadro global, el gran objetivo… pierde sentido tu tarea. Y eso es lo peor que te puede pasar… así que, ¿qué se puede hacer al respecto?

  • Asegurarse de que existe un proyecto de Catedral: cuando uno se centra demasiado en el día a día, no está de más pararse y preguntarse… ¿hay un objetivo final que le dé sentido a todo lo que estoy haciendo? ¿O estoy haciendo el esfuerzo para nada, como pollo sin cabeza, nada más que por inercia?
  • Asegurarse de que realmente quieres ver construída la Catedral: porque el gran objetivo puede existir, pero de nada vale si no nos sentimos vinculados (y de una forma más emocional que racional) a él. ¿Nos lo creemos? ¿Lo deseamos?
  • No perder de vista la Catedral: si existe el objetivo, y si nos sentimos vinculados a él… entonces hagamos el esfuerzo consciente para tenerlo presente. Porque nuestra tendencia natural es a perderlo de vista, a centrarnos únicamente en lo inmediato, en lo más cercano, en las dificultades del día a día. No pasa nada, siempre que seamos capaces de levantar la mirada de vez en cuando, y recordar por qué estamos haciendo lo que estamos haciendo.
  • No dejar de picar piedra: porque en última instancia se trata de avanzar hacia el objetivo final. Pero ese objetivo final sólo se va a alcanzar si vamos completando los pequeños pasos que tenemos más cerca, superando las dificultades que nos encontremos.

Al final, como cuenta la historia, todos picamos piedra. Las catedrales no se construyen solas. Pero podemos elegir cómo afrontar nuestra tarea. Podemos elegir si simplemente picamos piedra o si en realidad construimos catedrales.

Man on wire: el poder de la pasión

Anoche estuve viendo Man on Wire, una película documental de 2008 (ganadora de múltiples premios, incluyendo el Óscar) que llevaba tiempo pendiente. Narra la historia de cómo el funambulista francés Philippe Petit preparó y ejecutó en 1974 lo que para él fue «el golpe» («le coup»); tender sin que nadie se diera cuenta un cable de acero entre las dos recién construídas «Torres Gemelas» de Nueva York, y realizar su número de equilibrismo a 450 metros de altura.
Me acerqué a la peli con curiosidad; ¿cómo podía una película sobre un funambulista haber tenido tanta «chicha»?. Y sin embargo, la tiene. Mezclando entrevistas actuales con imágenes del pasado y reconstrucción dramática, la película nos sumerge en los planes de Petit, desde su concepción como un sueño antes incluso de que las torres estuviesen construídas a su ejecución con la ayuda de un variopinto grupo de colaboradores.
Lo que más me llamó la atención (*) fue, sin duda, el componente pasional de la aventura. Petit narra cómo desde el momento en que ve en una revista una noticia sobre el proyecto de las torres, la idea de cruzarla se convierte para él en un sueño, en una obsesión de nivel tal que no se le pone nada por delante hasta que consigue ejecutarla. Esa pasión, que podría interpretarse cercana a la locura, que le hace no ya realizar el número en sí mismo (como si caminar por un cable de acero a 450 metros de altura no fuera ya locura suficiente), sino dedicar meses y meses a una complicada planificación que incluía colarse una y otra vez en las Torres Gemelas para investigar, reclutar un grupo de colaboradores arrastrándolos a su locura y escenificar un plan «de película» para introducir y montar todo el material necesario sin que nadie se diera cuenta. Y lo más fascinante era comprobar cómo, 35 años después, los protagonistas de la aventura (y especialmente Petit) hablaban todavía con una increíble chispa en los ojos de todo aquello.
La pasión como combustible fundamental de la acción. Cuando a alguien se le mete en la cabeza algo a este nivel de profundidad, no hay nada que se le ponga por delante. O, como dice la sabiduría popular, quien de verdad quiere algo encuentra un camino; el que no, encuentra una excusa.
Y en realidad, uno ve la peli y envidia no tener ese punto de locura.

«To me it’s really so simple that life should be lived on the edge of life; you have to exercise rebellion. To refuse to take yourself to rules, to refuse your own success, to refuse to repeat yourself… to see every day, every year, every idea as a true challenge…. and then you are going to live your life on the tight rope»

(*) Dos cosas que también llaman la atención: es una peli difícil de ver para gente con vértigo (ufff). Y en cierto modo estremece ver las torres gemelas construyéndose… sabiendo todo lo que vino después.

Perlas

Siempre me ha llamado la atención el proceso de formación de una perla. Un cuerpo extraño cae en un molusco, y éste reacciona empezando a recubrirlo de nácar. Poco a poco, capa a capa, lo que era una pequeña partícula evoluciona hasta convertirse en algo mucho más grande.
Me gustan los proyectos que se forman igual que una perla. Que empiezan siendo algo pequeñito, que involucran a pocas personas, a veces incluso a una sola. Que evolucionan poco a poco, a su ritmo. Que van sumando voluntades y afinidades de forma natural, sin prisas, sin imposturas. En los que existe una verdadera implicación por parte de todo el mundo, en los que sólo están los que realmente quieren estar, donde las complicidades y los objetivos comunes son la piedra angular, donde compartir la experiencia es más importante que los resultados tangibles. Son proyectos, por definición, ilusionantes; porque cuando dejan de serlo, cuando uno no se encuentra agusto, simplemente se aleja de ellos.
Lamentablemente, parece que estos proyectos tienen que quedar circunscritos al ámbito personal; las empresas tienen que ganar dinero, y tienen que ganarlo ya, y hay que controlarlo todo… y eso de dejar que las cosas simplemente «pasen» no es una opción . Y ni siquiera en el ámbito personal estaremos a salvo, porque incluso ahí tienden a aparecer urgencias, imposiciones, agendas ocultas… que dan al taste con la motivación intrínseca. A falta de ésta, tanto en la empresa como fuera, buscamos otras motivaciones; el dinero, el status… pero el resultado difícilmente será igual. Y desde luego la experiencia durante el proceso no será ni comparable.
Foto: K8monster1

Para el 2010 quiero…

Llega el último día del año, y nos asomamos ya al 2010. ¿Qué le pedimos al nuevo año? Siempre salen buenos deseos y propósitos relacionados con la salud, con la vida profesional, con la vida personal… Pero la pregunta no es «qué le pides» al 2010, sino… ¿Qué vas a hacer TÚ en 2010 para conseguir lo que quieres?
Muchas veces dejamos nuestros deseos en eso, en meras declaraciones de intenciones. Luego nos dejamos llevar por la inercia, la rutina, los miedos, las inseguridades… y cuando termina el año nos damos cuenta que, de aquello que deseamos, poco se ha cumplido. Lo más curioso es la cantidad de gente que se lava las manos en tan triste resultado: «es que tengo mala suerte», «es que es muy difícil», «es que el mundo está contra mí».
No. Son muchas las cosas que podemos hacer, mucho lo que está dentro de nuestro «círculo de influencia». Tenemos por delante 365 días, de 1440 minutos cada uno. Tenemos un montón de capacidades y de recursos que podemos movilizar. ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no empezar ya mismo?
Por supuesto, hay cosas en la vida que escapan a nuestro control. Qué le vamos a hacer, la vida es así. Pero incluso en esas circunstancias, podemos elegir cómo afrontarlas.
Así que al 2010 yo no lo le pido nada. Sólo espero de mí mismo ser capaz de poner toda la carne en el asador, de actuar sobre todo aquello que está a mi alcance para perseguir mis metas y mejorar mi vida y la de los que me rodean. Y la capacidad de ir aceptando lo que venga con la mejor de las disposiciones.
Si está todo inventado: «La serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar aquellas que puedo y la sabiduría para conocer la diferencia.»

En buena dirección

¡Viven! fue un libro (posteriormente llevado al cine) que recrea el accidente aéreo sufrido en 1972 en los Andes y la posterior odisea que permitió a 16 personas salir vivas semanas después por sus propios medios, cuando ya se les había dado por muertos.
En la película, hay una escena que me impactó. Sucede cuando dos de los supervivientes han iniciado el camino para buscar, por su propio pie, una salida. Después de ascender penosamente una montaña, Parrado (el personaje interpretado por Ethan Hawke en la película) llega a la cima y se queda extasiado mirando al horizonte. Se vuelve con una sonrisa en la cara y le dice a su compañero «ven, tienes que ver esto, es maravilloso». Todo hace pensar que ha visto un pueblo, alguna traza de civilización. Sin embargo, cuando su compañero llega a la cima, lo que ve es una sucesión interminable de montañas, igual que la que acaban de superar, hasta donde se pierde la vista.
Piensa, lógicamente, que se ha vuelto loco. Pero Parrado le dice que no, que a pesar de lo que ven sus ojos, tiene el convencimiento profundo de que están en el buen camino, y que van a conseguir su objetivo. Unos días después, tras haber seguido su camino por un valle, los dos expedicionarios llegan a contactar con unos lugareños y consiguen poner en marcha la operación de rescate de sus compañeros.
Ese convencimiento total y absoluto de estar en el camino correcto, de saber que vas a conseguir tu objetivo aunque aparentemente todo está en contra, me resulta tremendamente inspirador y se parece bastante a las sensaciones que tengo últimamente.
Foto | Totoro!

Que paren el mundo…

Llegaba vía Ti&Tac a esta presentación sobre el cambio

Este es otro de los recursos que usábamos en la época de consultoría: una presentación inicial de «impacto» que hiciese reflexionar a los asistentes y ponerles la mente a funcionar…
Pero reconozco que me agobia. Ver tantos datos, la magnitud de todo lo que tenemos alrededor, la cantidad de información que está a nuestro alcance, lo inabarcable de todo… me sobrepasa. Creo que todo tiene que ser más fácil. Sí, es verdad todo lo que se dice en la presentación. Pero también es verdad que al final, cuando disfrutamos de verdad, es con las cosas sencillas, las de toda la vida: una larga conversación con un amigo, un paseo junto al río, o el silencio junto a la persona amada. Y eso seguro que también les pasa a los chinos.
Que paren el mundo, que yo me apeo…

Pelotas de acero

Cuando en una época me dedicaba a dar formación, usábamos para un curso a comerciales esta escena de la película Glengarry Glen Ross, en la que un Alec Baldwin odioso daba un «speech» sobre ventas a un pequeño equipo de comerciales inmobiliarios. La idea era generar reflexión sobre la motivación de los equipos de ventas, y la verdad es que a la gente le escocía y salía un debate interesante…

Vía el blog de Calacanis he visto una parodia protagonizada por el propio Baldwin (un pelín más mayor…) que da un «speech» a los elfos de Santa Claus… ¡buenísimo!