He de reconocer que ayer, con el partido del Athletic, sentí una punzadita de envidia. No demasiada, porque aunque sea «de rebote» (7 años en Bilbao hacen que algo, aunque sea un poquito, se te pegue; y una mujer «del Athletic» también ayuda) y en la lejanía, disfruté de esa especie de éxtasis colectivo: ver esa comunión tan perfecta entre ciudad-club-equipo y encima con el resultado soñado… en fin, eso, emocionante, vibrante, espectacular.
Pero hablaba de envidia… y no he podido por menos que acordarme de algunos momentos asimilables que yo he disfrutado; más que con el Atlético de Madrid (que también ha habido alguno, pero bueno, lo vives a título individual y no compartido con el resto de tus conciudadanos) con la Unión Deportiva Salamanca.
Y es que como decían en este comentario, todos los equipos pueden vivir situaciones similares aunque no sea ganando un título o metiéndose en una final. A veces vale un ascenso, o un partido contra un grande, o un derbi…
Y me he acordado, por ejemplo, de aquel gol de Edu Alonso frente al Atlético de Madrid que suponía, en el minuto 89, un 5-4 en el Helmántico (y que celebré en el estadio abrazando efusivamente a un señor desconocido que se sentaba al lado… y eso que yo soy del Atleti!). O de aquel 6-0 al Valencia que también disfruté, incrédulo, en directo. O de la noche de Reyes en la que vimos por televisión como el Salamanca remontaba en los últimos minutos un 1-3 al mismísmo Barça para terminar 4-3.
Pero si me tuviera que quedar con uno, sería con éste:
25 de junio de 1995. El Salamanca, en Segunda división y con Juanma Lillo en el banquillo, accede a jugar la promoción de ascenso que, en aquella época, significaba cruzarse en doble partido a uno de los equipos procedentes de Primera, en este caso el Albacete de Benito Floro, con Molina en la portería y con gente como Zalazar o Dertycia. El partido de ida, en el Helmántico, un desastre. 0-2 para el Albacete. Y sin embargo, la ciudad entera quería soñar con volver a Primera y la cita era en el Carlos Belmonte.
Recuerdo estar escuchando el partido por la radio con mi hermana. El Salamanca hizo el 0-1 en la primera parte, esperanza. Pero el partido avanzaba, y a pesar del entusiasmo, se nos iba. Minuto 90, y nada. Yo ya había abandonado la esperanza, lo habíamos tenido tan cerca… y de repente, cuando ya pasaban varios minutos del tiempo reglamentado… sucedió. Un tal Urzáiz («un jugador con etiqueta de trotamundos, con olor al banquillo de muchos equipos» dice la crónica) se eleva en el área y marca de cabeza el 0-2. Recuerdo, justo antes de ese gol, mi hermana y yo escuchando el partido por la radio, ella todavía en tensión absoluta y yo ya diciéndole “bah, déjalo, ya es igual, ha estado cerca pero se acabó”. Y de repente GOOOOLLL!!!!! Y la gente gritando por las ventanas, bufandas y banderas al viento. Y ya en la prórroga llega el 0-3, y es el paroxismo, y más gritos, y más bufandas, y más banderas, y más gente en las ventanas coreando al unísono con otras decenas de desconocidos. Luego llegaron, en pleno delirio, el 0-4, y el 0-5, y el Salamanca estaba otra vez en Primera después de 11 temporadas.
Recuerdo terminar el partido, bajar mi padre mi hermana y yo a la calle, bajar por Sancti Spiritus hasta la Gran Vía, cerca ya de la medianoche, y cientos de personas exultantes, coreando himnos, saltando…
Pues eso, que han pasado 14 años, y ves el video y no puedes evitar sentir escalofríos. Son esas tonterías del fútbol.