¿Cuántos cambios puede asumir una organización? Muy pocos

En los últimos tiempos he reflexionado mucho sobre el cambio en las organizaciones, y especialmente sobre la discrepancia que se produce entre el «ritmo de cambio deseado» (por directivos y sus cómplices consultores) y el «ritmo de cambio posible«.
Las organizaciones son como un desagüe estrecho y con recovecos. Solo pueden tragar agua a un ritmo determinado, y de nada vale que el grifo eche más cantidad, porque entonces el agua se empieza a acumular. Además, el agua tiene que venir sin residuos… como empiece a venir con suciedad entonces el desagüe pierde todavía más capacidad, y se acaba atascando.
Las organizaciones necesitan adaptarse a los cambios. Éste es un proceso largo, que requiere de foco constante y sostenido en el tiempo. Como individuos necesitamos persistencia para adoptar un nuevo hábito: de hecho, los expertos recomiendan acometer un cambio a la vez, empezar poco a poco, sostenerlo durante X días consecutivos para que realmente se convierta en una costumbre casi inconsciente… ¿qué nos hace pensar que en las organizaciones (compuestas de humanos, no lo olvidemos) las cosas van a funcionar de otra forma?
Y sin embargo, actuamos como niños pequeños, «pero es que yo quiero». Ya, pero no puede ser… «Pues yo quiero, y ya está». E insistimos en darnos cabezazos contra la pared, lanzando decenas de cambios en paralelo, la mayor parte de las veces inconsistentes, pretendiendo que se implanten «a la voz de YA» para así poder lanzar todos los nuevos proyectos que se acumulan en nuestra cabecita. Y nos frustramos porque las cosas no salen. Seguimos arrojando cubos de agua (cada vez más grandes, cada vez más rápido) a una bañera con un desagüe pequeñito, y nos sorprende que la bañera se desborde.
Ojalá las organizaciones fuesen máquinas perfectamente programables, en las que hoy dices «hágase este cambio» y mañana está perfectamente ejecutado. Pero no es así, no lo va a ser nunca y más nos vale asumirlo. Esto implica seleccionar y priorizar qué cambios queremos ver realmente implantados; y no olvidemos que seleccionar implica renunciar, dejar de lado proyectos y cambios que posiblemente sean fantásticos… pero que no vamos a poder acometer de forma realista. Tenemos que decidir cuáles son los dos, tres, cuatro (no muchos más) cambios significativos que queremos implantar el próximo año. Y a partir de ahí ponerse con pico y pala para hacer que esos pocos cambios se hagan realidad.
Porque valen más cuatro cambios bien hechos que cuarenta que se quedan en agua de borrajas.

Este piso ya no es tuyo

Hace casi 20 años, mis padres decidieron mudarse de casa. Dejar el piso en el centro de la ciudad, y cambiarlo por una vivienda unifamiliar en las afueras. Y entre vender o alquilar el piso, se decidieron por lo segundo. Así que dicho y hecho, pusieron anuncios y consiguieron alquilarlo a unos estudiantes a principio de curso.
Pasaron los meses, llegó el verano, y los inquilinos dejaron el piso. Entonces, nos acercamos a «poner orden» de cara a buscar a los siguientes inquilinos. Recuerdo la expresión casi horrorizada de mi madre: «¡ay cómo me han dejado la cocina! ¡pero mira cómo está el parquet! ¡y las paredes, cómo están las paredes!»
Mi madre miraba el piso todavía con ojos de «usuaria». Era «su» piso, y lo estaba inspeccionando con los estándares de quien había pasado diez años construyendo y cuidando un hogar. Obviamente, unos estándares completamente diferentes a los de unos estudiantes que viven allí durante unos meses.
«Mamá, olvídate; este piso ya no es tuyo», le dije. «Ahora es un piso de alquiler; no puedes esperar que quienes lo ocupen lo vayan a cuidar como lo has cuidado tú. Si acaso en el futuro decidís volver a vivir aquí, tendréis que hacer borrón y cuenta nueva, meter dinero para volver a ponerlo a vuestro gusto, y empezar de cero. Mientras tanto, más te vale cambiar de mentalidad porque si no vas a sufrir innecesariamente».
Estas semanas me ha venido esta anécdota a la cabeza en varias ocasiones. Como sabéis, estoy de transición. Los planteamientos y proyectos a los que he venido dando forma durante cuatro años van pasando a estar en otras manos; algunos ni siquiera eso, se van quedando sin nadie que les dé continuidad. Así, vas viendo cómo se añaden matices diferentes a los que tú planteabas, cosas que «yo no haría así», prioridades distintas. Y mientras tú lo ves, y sientes la necesidad de decir «no, ¿pero qué hacéis? ¡Eso no es así!». Creo que he caído en ese error un par de veces, pero en otros momentos he sabido darme cuenta: yo ya no tengo nada que decir. Ya no es mi proyecto. Para bien o para mal, ese proyecto pasa a otras manos que tendrán que darle su personalidad. Es posible que algunas cosas se hagan mejor, y es posible que otras se hagan peor; incluso es posible que en otras manos el proyecto se muera.
Pero debo asumir que yo ya no pinto nada. Igual que le dije a mi madre en su día que «este piso ya no es tuyo», esos proyectos ya no son míos. Son otros quienes «viven» en esa casa, quienes la van a hacer suya, quienes la van a cuidar. O no. No es asunto mío. Y cuanto antes lo asuma, mejor.

¿Podemos vivir en beta permanente?

Todo se inició esta mañana. Leía un post de Amalio Rey donde repasaba su 2014 y en el que, entre otras cosas, mencionaba que «Como conclusión quiero pensar que mi “año de transición” se ha multiplicado por dos, convirtiéndose en el bienio 2013-14».
A esto le planteaba yo en twitter que quizás estemos llamados a la «transición permanente» y él contestaba que «Una «transición permanente» no hay quien la aguante; lo del «Beta permamente» es una locura».
Antes que nada, para los que no estéis familiarizados con el término, «beta» es una forma de referirse a una de las fases de desarrollo de un software, en concreto al momento en el que lanzas una versión «de pruebas» que permite recoger feedback y hacer modificaciones. Cuando hablamos de «beta permanente» nos referimos a ese estatus en el que no llega a haber «productos terminados» ni «versiones definitivas» (que son las vigentes mientras se desarrolla la siguiente evolución) sino que de forma continua se estarán introduciendo evoluciones y cambios.
Llevado a las personas, estaríamos hablando de dos situaciones diferentes: una (un poco la que yo vislumbraba en Amalio), en la que la persona aspira a distintas etapas de «estabilidad» separadas por momentos de «transición». Y otra (que es la que veo yo) en la que esa «estabilidad» no existe, en la que los cambios y las adaptaciones son el pan nuestro de cada día.
La pregunta es… ¿es posible elegir? Nuestro mundo y sus circunstancias cambian todos los días. A veces cambios más grandes, a veces más pequeños. Pero no deja de fluir. Las «etapas de estabilidad» (tanto en lo profesional como en lo personal) creo que son una ilusión. No son reales. Podemos pretender que estamos viviendo una etapa estable, pero lo cierto es que estamos negando la realidad, acumulando una tensión creciente entre la permanencia fingida y la impermanencia real. Hasta que la tensión es demasiado fuerte, se rompen los diques y se produce un desborde que arrasa con el status anterior. Son esas fases de «transición», o de «crisis», en la que el mundo que creíamos sólido se derrumba bajo nuestros pies.
La alternativa es fluir uno mismo con lo que fluye alrededor. Be water, my friend. Es mucho más incómodo en el día a día, claro (ese cuestionamiento permanente de si estaré haciendo lo correcto, de si voy bien, de si estoy adaptándome correctamente a todo lo que sucede, de cuáles son las alternativas… puede ser agotador). Pero creo que por otro lado evita esas «grandes catarsis» que se producen cuando cae el escenario «tipo Mátrix» que nos montamos.
Evidentemente no es fácil. Creo (sin soporte científico que conozca) que nuestros cerebros tienden a la estabilidad, a buscar una cierta seguridad. Probablemente, si nos dejamos llevar por la inercia, nos encontraríamos que en muchas áreas de nuestra vida el cerebro considera que «no hay de qué preocuparse, circulen, no hay nada que ver». Y hasta que no nos dan una bofetada, no entramos en modo adaptación. Pero quizás para entonces sea demasiado tarde.

Mapa mental de hábitos saludables

 
 

Hábitos saludables para vivir mejor

Por las fechas que son, va a parecer que estoy en modo «buenos propósitos». Ya sabes, de esos que rara vez se cumplen y que vamos reciclando año a año. Y quizás algo de eso también haya, aunque en realidad esto es algo en lo que vengo trabajando desde hace bastantes meses. (Con mayor o menor fortuna, eso es otra historia)

No creo en el principio de año (ni de curso, que es otra época muy típica) como «momento mágico» para el cambio de vida. El cambio sostenible se produce no mediante «arreones» y sobredosis de voluntad y motivación. Esto se agota enseguida. Lo importante es ir poco a poco. Se trata de incorporar a tu día a día de una serie de hábitos que se transforman en tu «nueva normalidad».

Mi lista de hábitos saludables

El caso es que he estado trabajando en mi lista de «hábitos saludables». Son cosas que quiero incorporar y reforzar en mi vida. Tienen que ver con la comida (lo que comemos y cómo lo comemos tiene un impacto brutal en nuestro bienestar), con el descanso, con la actividad física y con la conciencia.

Además, si hay algo que voy aprendiendo es que todo está relacionado entre sí… Es una especie de dinámica que puede ser positiva. Cuanto más consciente eres de tu día a día más capacidad tienes de actuar sobre ello, mejor descansas, mejor comes, más actividad realizas, más tranquilo estás… Pero también puede ser negativa (actúas por inercia, comes de cualquier forma, no descansas, te dejas llevar por tus impulsos, estás ansioso, comes…).

Leía el otro día la revisión del curso de salud minimalista de Homominimus. Y vamos en la misma línea: el objetivo no es el cambio radical, sino la tendencia positiva y la consolidación a medio y largo plazo. Como se suele decir, «piano piano si arriva lontano». O con una perspectiva más «budista», “if we are facing in the right direction, all we have to do is keep on walking”

Los hábitos saludables en un mapa mental

Para ilustrar los hábitos he usado la técnica del mapa mental. Es una forma muy interesante de ordenar los conceptos, y además visualizarlos y recordarlos. No es solo un ejercicio del «lado izquierdo» del cerebro (listar, agrupar, etc.), sino también del derecho (pintar, colorear… y sí, caricaturizarse a uno mismo también :P). Es una de las aplicaciones prácticas del visual thinking que viene bien aprender a usar.

Y un poco en línea con lo que decía el otro día de «recuperar lo físico», he colgado la versión original del mapa en la nevera (a lo mejor lo cambio de sitio, hay lugares donde lo voy a ver más :D) para que esté presente en el día a día.
Así que… ¡a trabajar!

Te van a criticar igual, así que haz lo que quieras

Hace un par de semanas salía a la venta el nuevo disco de ACDC, «Rock or Bust». Y la prensa se lanzaba a hacer sus reseñas. En muchas, por no decir todas, el mismo soniquete: que si «es más de lo mismo» o que «llevan haciendo el mismo disco desde hace 40 años».
Cuando leía estas referencias, recordaba otros casos de bandas que han sido acusadas precisamente… de lo contrario. Que si no han respetado sus orígenes, que si se han vuelto flojos, que si mezclan estilos incompatibles, que si se han vuelto locos… Pienso en Metallica, o en Dover, en Fito, y tantos otros.
Al final, la cuestión es: si te mantienes fiel a tu estilo, encontrarás quienes te critiquen por ello y te digan que debes evolucionar. Si decides explorar otros estilos, encontrarás quienes te digan que quién te manda moverte. Te van a criticar en cualquier caso. Así que lo que hay que hacer es lo que a uno le salga de dentro. Nunca vas a contentar a todos, así que… ¿para qué amargarse?