
De un tiempo a esta parte vengo interesándome por eso que llaman la «productividad«; cómo ser más eficiente en tu gestión de «cosas que hacer» tanto en el ámbito profesional como el personal. Tengo cierta tendencia a la dispersión, y encontrar herramientas que me ayuden a contrarrestarla me viene indudablemente bien.
Sin embargo, hay una «corriente dogmática» entre los «gurús» de la productividad que no acabo de compartir. Me refiero a lo que tiene que ver con «no prestar atención ni dedicar tiempo a lo que no es importante». Se supone que tú tienes unos objetivos, y unas «tareas más importantes» que realizar para completar tus objetivos. Lo que viene a decir esta corriente es que todo lo que no contribuya a eso, es una pérdida de tiempo. ¿Te entra una llamada? Salvo que sea de algo que estés esperando, no contestes. ¿Alguien ha dejado un mensaje en el contestador? Si no es para algo que necesitas, no devuelvas la llamada. ¿Tienes un email que te pide algo que no encaja con tus tareas importantes? Ignóralo. Si necesitas hablar o interactuar con alguien, ve al grano y no parlotees de temas insustanciales. No preguntes qué tal estás, ni te intereses por la familia, ni qué tal las vacaciones. Nada de trivialidades y banalidades. Y desde luego, no pierdas el tiempo en redes sociales en internet; facebook o twitter son herramientas diseñadas para hacerte perder el tiempo.
Me parece una visión egoista, miope y cortoplacista. Es verdad, si cortas todas esas «distracciones» es muy posible que seas capaz de abordar tus tareas de forma más «eficiente». Me pongo mis orejeras, yo a lo mío, y lo demás como si no existiera. ¿Pero cuál es el resultado a medio plazo de esa estrategia? Para mí, hay dos efectos negativos bastante relevantes.
Por un lado, las relaciones personales. Creo que las «amistades», o las relaciones de confianza, se construyen poco a poco a lo largo del tiempo. Muchas veces a base de comentar trivialidades, de escuchar desinteresadamente al otro, de conocer detalles intrascendentes de su vida, o de hacerse favores. Si simplemente nos dedicamos a ir «a lo nuestro», sólo recurrimos a los demás cuando queremos que sirvan a nuestros intereses y tendemos a ignorarles el resto del tiempo… ¿qué imagen proyectamos a los demás? ¿qué relación de confianza puede surgir de ahí? Y ya no es una cuestión de pensar que cuando cuentas con una red sólida de relaciones personales tu vida es más rica… es que incluso visto de forma egoista, parece una buena estrategia. ¿Quién va a tener más ganas de ayudarte en el futuro? ¿Quién se va a tomar más molestias en hacer algo por ti cuando lo necesites?
Por otro lado, la permeabilidad al mundo exterior. Si nuestro mundo es nuestra «lista de tareas», si nos cerramos a toda influencia exterior que no aporte de forma inmediata a las mismas… estaremos perdiendo un input relevante sobre cómo es el mundo que nos rodea, la gente que vive en él, tendencias… que puede que no sirvan para nada a corto plazo, pero no sabemos qué impacto puede tener a medio plazo, qué nuevos horizontes nos pueden descubrir, cómo pueden enriquecer nuestra propia visión del mundo o qué enfoques nuevos y creativos puede aportar a nuestros objetivos y tareas.
En definitiva, creo que es importante definir objetivos. Y trabajar en las tareas que nos permitan alcanzarlos. Y hacerlo de forma eficiente. Pero todo dentro de un orden. Porque si nos convertimos en unos obsesos de la productividad a corto plazo, estaremos poniéndonos zancadillas a nosotros mismos.
Foto: Paul Stevenson