Aprendiendo a aprender

Este es un post recopilatorio después de varias semanas trabajando sobre el concepto de «aprender a aprender». En él he intentado resumir y dar homogeneidad a un conjunto de ideas procedentes de diferentes fuentes. Obviamente, el resultado es muy personal, y abierto a mejora y a crítica. Y desde luego, no pretende ser un tratado académico; apenas unos apuntes básicos. Sin embargo, para mí y en mi momento actual creo que recoge y documenta bien los aspectos esenciales relacionados con la idea.

Introducción: ¿por qué aprender a aprender?

Empecé a interesarme por este tema unas semanas atrás. «Quiero aprender algo, ¿pero qué?«, me preguntaba. Alguien sugirió entonces que una habilidad muy importante, precisamente por su impacto en futuros procesos, que es «aprender a aprender». Efectivamente, esta habilidad se convierte en una especie de catalizador del aprendizaje, en la medida en que permite hacer más eficiente cualquier esfuerzo posterior aplicado a otras materias. Así pues, me pareció un buen punto de partida al que dedicar un primer proceso de «aprendizaje focalizado».
«¿Aprender a aprender? ¿A tu edad?». Alguno dirá que, con casi 40 años, ya era hora. Posiblemente. Pero lo cierto es que hasta hoy mis procesos de aprendizaje han sido bastante… desordenados, desestructurados. Orgánicos, podríamos decir. Soy mucho de picotear de aquí y de allá, de interesarme por un tema y por otro, de «chapotear en muchos charcos», de actuar a impulsos, de leer, tuitear y no consolidar. Sin duda he aprendido cosas a lo largo del tiempo, y no me ha ido precisamente mal ni a nivel académico ni a nivel profesional. Algo habré aprendido. Pero si soy un poco crítico, creo que mi aprendizaje puede ser muchísimo más eficiente. Por eso decidí empezar a trabajar en bloques de aprendizaje focalizado, intentando dar sistemática y estructura a ese proceso. Decidir algo que quiero aprender, dedicarle unas semanas a profundizar en ello (sin dispersarme en otros asuntos) hasta llegar a un punto de conocimiento satisfactorio, recopilar dicho conocimiento y estructurar los mecanismos necesarios para mantenerlo fresco a lo largo del tiempo. Y teniendo en cuenta el carácter multiplicador de la habilidad de «aprender a aprender», decidí que fuese ésta la protagonista del primer ciclo. Este artículo es el resultado, mi resumen particular.

Contenido

He estructurado el contenido en seis bloques principales, como refleja el mapa mental que he elaborado.

Aprender a aprender mapa mental

Visión

Como decía Covey, «empezar con un fin en mente». ¿Qué voy a aprender? ¿Por qué? ¿Para qué? Tener claras las respuestas a estas preguntas es importante. «It’s hard to learn if you’re not into it», dice el doctor Terry Sejnowski. Sobre todo porque el proceso puede ser largo, dificultoso, frustrante en algunos puntos. Requiere esfuerzo y dedicación, y más en escenarios de autoaprendizaje donde tú eres el motor y no dependes de nadie que tire de ti. Habrá momentos en los que sea necesario recordarte a ti mismo «por qué» y «para qué» estás haciéndolo.
En este sentido, también es interesante el concepto de «Target Performance Level» que esboza Josh Kaufman: ¿cuál es el nivel de profundidad que queremos alcanzar en el desarrollo de un conocimiento o habilidad? ¿qué es lo que nos vemos haciendo una vez hallamos hayamos llegado a dicho nivel? No es lo mismo aprender inglés lo suficiente como para ayudar a los niños a hacer los deberes, como para defenderse en cuatro conversaciones sencillas en un viaje de dos días, como para ver series en versión original, como para desarrollar una actividad profesional bilingüe… Tener claro este «nivel deseado» permite dirigir mucho mejor los esfuerzos (qué debo aprender, y también qué debo ignorar), y nos da un criterio para valorar nuestros avances.

Materia

Una vez que sabemos qué queremos aprender, y con qué objetivo, tenemos que ser capaces de crear nuestro propio programa académico. Cualquier materia que queramos abordar va a ser más amplia y más profunda de lo que vamos a poder abarcar, por lo que es necesario reducirla a elementos más manejables. Deconstruirla, y seleccionar aquellos elementos que resulten prioritarios, las «piedras angulares» que sean más relevantes para alcanzar nuestro objetivo con la mayor rapidez posible. Y estructurarlos de forma que sigan una secuencia lógica, ya que el aprendizaje es más sólido si se va construyendo sobre elementos previamente aprendidos.
Este proceso de configuración de la materia es difícilmente lineal, requiere sucesivas aproximaciones, borradores que se van asentando poco a poco. Necesitas investigar a lo ancho, para entender la amplitud de lo que estás abordando y tener el máximo contexto posible, y a la vez realizar catas que te permitan asomarte a la profundidad, al detalle. Contamos con ayuda, claro: bibliografía introductoria, cursos básicos, expertos que nos puedan dar su visión… Aun así, es fundamental el componente crítico; al fin y al cabo estamos elaborando nuestro propio programa, para nuestros propios fines. Solo nosotros sabemos lo que queremos y lo que no, dónde queremos profundizar y dónde no.

Técnicas

Llega el momento de incorporar toda ese conocimiento a nuestro bagaje. Seguramente en el proceso de investigación que nos ha llevado a definir nuestro «programa académico» hemos ido adquiriendo una visión más o menos difusa, pero hay que consolidarla, darle más solidez.

  • ¿Cómo codificamos el conocimiento para que permanezca con nosotros? Nuestro cerebro funciona de forma básicamente relacional; cualquier contenido tiene más probabilidades de ser incorporado si está relacionado con un conocimiento anterior. El uso de analogías («esto es como aquello») es por lo tanto muy poderoso. Del mismo modo, la utilización de recursos visuales ayuda al recuerdo y la relación. Las técnicas mnemotécnicas nos permiten aprender «de memoria» (una habilidad largamente denostada, pero que tiene sin duda su utilidad). La capacidad de comprimir el conocimiento (agrupando elementos relacionados entre sí para ser tratados como uno solo) nos permite, mediante el uso de esquemas, mapas mentales, etc… consolidar grandes cantidades de información relacionada en poco espacio.
  • La práctica/repetición es el elemento fundamental de incorporación de conocimientos. Debe prolongarse en el tiempo, con una cantidad de descanso adecuada entre sesiones. Entremezclar la práctica de distintas habilidades parece que refuerza el proceso («a change is as good as a rest», dicen los anglosajones).
  • Dentro de ese escenario, es importante el concepto de práctica deliberada. Es decir, no vale con dedicar horas de cualquier manera. La práctica deliberada hace énfasis en empezar despacio, asentando las bases, prestando atención a los detalles… antes de empezar a coger velocidad y refinamiento. También resalta la importancia de centrarse en practicar y repetir aquello que nos resulta difícil, que no nos sale.
  • Por último, entre las técnicas para reforzar el aprendizaje destaca frente a otras técnicas la realización de pruebas, exámenes. Cuestionarnos sobre lo aprendido nos permite, mediante el esfuerzo necesario para responder, consolidar lo que ya sabemos y descubrir aquellos puntos que debemos reforzar.

Teoría

Algunos conceptos teóricos subyacentes, y que me han resultado especialmente interesantes:

  • La sinapsis como mecanismo principal del funcionamiento cerebral. La creación de conexiones entre neuronas es la responsable de lo que aprendemos. El cerebro es plástico, ya que constantemente están formándose esas conexiones.
  • El «chunking«, o la agrupación de elementos, es la capacidad que tiene el cerebro para tratar un conjunto de elementos relacionados como si fuera uno solo, permitiéndonos ampliar nuestra capacidad de proceso. Por eso funcionan los resúmenes, como una agrupación máxima de elementos que posteriormente se van desplegando en varios niveles de detalle.
  • El modo de pensamiento focalizado en contraposición al difuso. El focalizado, relacionado con el trabajo consciente, es el que nos permite manejar un número limitado de elementos. El difuso, relacionado con el trabajo inconsciente (el que se produce cuando estamos pensando en otra cosa, incluso cuando estamos descansando) permite la relación de muchos más elementos, la creación de conexiones menos evidentes. Ambos son necesarios, y para ambos hay que dejar tiempo.
  • La memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo. La primera nos permite trabajar con lo que tenemos aquí y ahora; pero si queremos consolidar conocimientos debemos hacer un esfuerzo consciente en trasladarlos a la memoria a largo plazo. Las técnicas de trabajo están muy relacionadas con este objetivo.
  • Conocer la curva de aprendizaje (distinguiendo además entre aprendizaje percibido y real) nos permite fijar expectativas, conocer de antemano las distintas etapas que aparecen de forma recurrente. Al enfrentarnos a una nueva actividad nos sentiremos abrumados, pero enseguido empezaremos a hilar cosas y tendremos un progreso muy rápido. Tras esa etapa de euforia, sufriremos una cierta regresión que transcurre paralela a la conciencia de cuánto nos queda por saber. A partir de ahí, el conocimiento se va consolidando de una forma mucho más realista.
  • Teoría vs práctica: la teoría es relevante solo en la medida en que nos resulte útil para alcanzar el nivel que nos hemos prefijado.

Hábitos

  • Descansar: los ciclos de esfuerzo y descanso son necesarios para facilitar el funcionamiento cerebral. Mientras descansamos, además de recuperar energía para el trabajo focalizado, permitimos que el cerebro entre en el modo difuso.
  • Sueño: el sueño forma parte de los ciclos de descanso (en el sentido en que permiten a nuestro cerebro trabajar en modo difuso, inconsciente) pero además parece que tiene un efecto fisiológico de limpieza de toxinas en el cerebro, una especie de lavado y puesta a punto que permite que los procesos cognitivos continúen funcionando correctamente.
  • Ejercicio: parece que la ciencia corrobora el viejo dicho de «mens sana in corpore sano». De hecho, la actividad física parece que es capaz incluso de promover la regeneración neuronal.
  • Eliminar barreras: disponer de todos los materiales que vayamos a necesitar durante nuestras sesiones de aprendizaje, eliminar distracciones, tener un entorno adecuado… va a facilitar que nos sumerjamos en el estudio. Se trata de ponérnoslo fácil.
  • Compromisos: la asunción de compromisos (monetarios, con otras personas, público) parece que refuerza los procesos de aprendizaje (en realidad, cualquier proceso de adquisición de hábitos)
  • Persistencia: el proceso puede alargarse, ser frustrante… por eso es importante crear hábitos que transformen el aprendizaje en rutina, utilizar mecanismos (como la técnica pomodoro) que nos ayuden a vencer a la procrastinación, incluso asumir un compromiso inicial (como el de las 20 horas de Kaufman) que nos evite abandonar cuando las cosas se pongan feas.

Filosofía

Aquí recojo algunas notas que me han resultado interesantes a la hora de abordar cualquier proceso de aprendizaje

  • Mentalidad de crecimiento: frente a la visión de mentalidad fija, la mentalidad de crecimiento defiende que independientemente de nuestros condicionantes de partida todos somos susceptibles de mejorar. Que es más importante centrarse en el proceso (que es algo que está a nuestro alcance manejar) que en el resultado.
  • Mentalidad de principiante: tenemos que luchar contra la ilusión de conocimiento (esa sensación que tenemos a veces de «yo ya lo sé», y que nos impide sumergirnos en el aprendizaje), y también asumir que el proceso de aprendizaje estará lleno de errores. De nada vale quedarnos en la seguridad de lo que ya hacemos bien, sino que debemos buscar deliberadamente aquello que hacemos mal para mejorarlo. Debemos invertir en la pérdida, saber que es fallando cuando aprendemos.
  • Interiorización: el proceso de aprendizaje, si está correctamente desarrollado, acaba resultando en una asimilación tan completa de lo aprendido que dejamos de percibirlo conscientemente. Hacemos entonces las cosas de forma automática, inconsciente; pero sólo después de haberlas repetido una y otra vez de forma consciente. La intuición, dicen, es todo aquello que hemos olvidado que un día aprendimos; o también que es el puente entre nuestro consciente y nuestro inconsciente. Una vez que hemos interiorizado algo, somos capaces de ver más allá, de prestar atención a un montón de detalles y matices adicionales que, cuando estamos en un nivel de desarrollo inferior, nos pasan completamente por alto porque nuestra atención consciente está preocupada de lo básico que todavía no dominamos.
  • Personalización: en última instancia, sea lo que sea lo que aprendamos, debemos permitir que se fusione con nuestra esencia, nuestro yo más profundo. No debemos autoimponernos una visión de la práctica que no vaya con nosotros, que se aleje de nuestra forma de ser y de ver el mundo.

Fuentes

Algunas fuentes que he utilizado para documentarme:
Curso «Learning how to learn» de la Universidad de California – San Diego
The 4-hour chef, de Tim Ferriss
The Art of Learning, de Josh Waitzkin
The first 20 hours, de Josh Kaufman
Conferencia de Anxo Pérez en Mentes Creativas
Y por supuesto, artículos, webs, etc… que he ido enlazando dentro del texto.
Seguro que en el futuro habrá más lecturas, que quizás me lleven a modificar este esquema. Pero de momento, para mis objetivos, este resumen me vale.

Talento y esfuerzo: un modelo

Ayer leía un artículo en el que se contaba el «experimento» realizado con una persona «sin talento natural» a la que se enseñaba, a lo largo de un año (y de forma muy dirigida), a jugar al ping-pong. La pregunta que subyace a la anécdota es… ¿hasta dónde te puede llevar la mera práctica si careces de talento?.
Últimamente estoy dando bastantes vueltas a conceptos relacionados con el aprendizaje, y esa habilidad tan relevante que es «aprender a aprender«. ¿Puede uno, independientemente de su «talento natural», poner en práctica una serie de técnicas y metodologías que le permitan llegar lejos en el dominio de una determinada habilidad? Mi sensación (sensación informada, pero sensación al fin y al cabo) es que sí. Que el esfuerzo (la práctica) tiene mucho más peso que el talento a la hora de llegar al dominio de una habilidad.
He elaborado este pequeño cuadro con una «fórmula» que para mí recoge el impacto de cada uno de estos dos factores. Si disponemos de una cantidad de «talento natural» (medida del 0 al 10), y realizamos un determinado esfuerzo (medido también del 0 al 10), ¿cuál es el nivel que podemos alcanzar?

Esfuerzo vs talento

Cuando hablo de «esfuerzo«, no me estoy refiriendo a cualquier tipo de esfuerzo. El esfuerzo, para que resulte productivo, debe seguir unas determinadas metodologías, pautas, una secuencia, una guía… en definitiva, un proceso de aprendizaje focalizado, con mucho énfasis en la práctica deliberada. No es solo tiempo, también técnica. Pero es algo que está al alcance de cualquiera que esté dispuesto a hacer la inversión. Como dice esa anécdota que se le atribuye a Andrés Segovia, cuando alguien le dijo «maestro, daría la vida por tocar como usted» y respondió «eso es exactamente lo que yo di».
En cuanto a «talento«, me refiero a las habilidades naturales que cada uno tenemos. Porque sí, creo que cada uno estamos más dotados de forma natural para unas cosas, y para otras menos. Puede que nuestra coordinación sea mejor, o que tengamos mejor oído, o que se nos den mejor las matemáticas.
La cuestión es que creo que el «talento», por sí mismo, no lleva a nadie demasiado lejos. Cualquiera que haga un poquito más de «esfuerzo» que tú, por mucho talento que tengas tú y poco que tenga el otro, va a alcanzar un nivel superior al tuyo. Alguien sin ningún tipo de talento, pero con la cantidad y calidad de esfuerzo suficiente, puede llegar a alcanzar un nivel más que notable. Una conclusión en línea con lo que se ha venido a llamar «mentalidad de crecimiento»
En este sentido, creo que el talento solo marca la diferencia en el tramo final. Es decir, entre dos personas que han puesto el máximo de esfuerzo, será el talento el que acabe decidiendo la partida. Las dos serán extremadamente competentes, muy superiores al común de los mortales en el desempeño de esa actividad. Puede que incluso las diferencias entre ellos sean tan sutiles, tan de matiz, que resulten inapreciables para la mayoría. Pero solo uno será «el virtuoso»

Dedica 20 horas a aprender

En esta charla, Josh Kaufman plantea las claves principales de su libro «The first 20 hours«. Intentando pasar por encima de barniz «marketiniano» que tienen los lanzamientos editoriales («cómo aprender cualquier cosa de forma rápida», dice… como si te vendiera el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura), creo que hay algunas ideas interesantes que merece la pena rescatar:

  • La visión. Como dice Covey, «empezar con un fin en mente». ¿Qué quieres aprender? ¿Para qué? ¿Con qué profundidad? El ser capaz de visualizar «qué somos capaces de hacer» una vez hayamos concluido el proceso de aprendizaje es el primer paso para saber cómo focalizar nuestros esfuerzos. No es lo mismo tocar la guitarra para dar un concierto de música clásica, que aprenderse cuatro acordes básicos con los que tocar alrededor del fuego en un campamento. Él lo llama el «target performance level», pero vamos, es eso.
  • La deconstrucción y la investigación. Aunque él lo menciona como dos aspectos separados, para mí son dos caras de la misma moneda. El objetivo (como también mencionaba Anxo Pérez en su conferencia que referenciaba hace unas semanas) es «modularizar» la materia, romperla en trozos más pequeños, y ser capaz de priorizar cuáles son los más importantes, aquellos que nos van a llevar a cubrir el objetivo. La investigación es necesaria para saber «cómo partir» el contenido, y para saber la importancia relativa de cada uno de los trozos.
  • El aprendizaje es un proceso costoso en sí mismo, por lo que debemos tratar de «ponérnoslo fácil». Eliminar distracciones, tener a mano todos los recursos necesarios… en definitiva, eliminar en la medida de lo posible cualquier fricción externa que nos dificulte poner foco.
  • El compromiso de las 20 horas, que es el leitmotiv de su libro. Es decir, si decidimos aprender algo, que sea por lo menos durante 20 horas. ¿Por qué? Su planteamiento es que 20 horas es una barrera suficientemente ambiciosa como para servir de criba inicial a nuestra voluntad real de aprendizaje. No es lo mismo decir «voy a aprender a tocar la guitarra» (así en genérico) que decir «voy a dedicar al menos 20 horas a tocar la guitarra»; si nos da pereza ese compromiso, mejor dejarlo antes de empezar.
  • Además, entiende que 20 horas es una cantidad de tiempo que nos puede hacer adquirir un conocimiento significativo como para que merezca la pena (puede parecer poco, pero piensa… ¿cuándo fue la última vez que dedicaste 20 horas de esfuerzo consciente y orientado hacia un objetivo concreto? ¿mejoraste significativamente o no?).
  • Considerar esas 20 horas como un único bloque nos va a permitir «aguantar el tirón» de la frustración inicial (donde todo es confuso, cometemos errores, no sabemos por dónde nos da el aire…) y llegar a un punto donde empecemos a tener la sensación de que sabemos de qué va la cosa.
  • Por último, si resulta que pasadas esas 20 horas concluimos que aquello que decidimos aprender no nos aporta demasiado, y que no queremos profundizar más… la inversión realizada habrá estado limitada.

¿Qué quieres aprender? Y sobre todo, ¿por qué?

Con esto de mi cambio de ciclo, estoy sintiendo una efervescencia interior, así como «ganas de hacer cosas», que durante una época habían estado un poco sepultadas. Tengo más tiempo, y sobre todo menos «preocupaciones» de esas que te roban la energía aunque no les dediques atención. Y una de las cosas que me apetecía hacer era «aprender algo nuevo». Porque, aunque soy un firme defensor de que siempre hay que estar aprendiendo, la realidad es que yo llevaba ya mucho sin someterme a un proceso de aprendizaje «estructurado» (sí, incoherente, lo sé).
El caso es que te pones a pensar y… ¿qué me pongo a aprender? A día de hoy, con la cantidad de recursos disponibles, las posibilidades son infinitas. Nadie se puede refugiar en el «no tengo acceso al conocimiento» para no aprender. Y quizás por esa inmensidad de opciones, aplicando la paradoja de la elección, me siento un poco abrumado.
Lo que más me inquieta, en realidad, no es elegir algo «que me sirva» (que podría ser un proceso racional tras el cual podrías llegar a determinadas conclusiones), sino elegir algo «que me apetezca». La motivación es esencial en el aprendizaje, como lo es en cualquier empresa a largo plazo. Es la motivación la que te hace ser un agente activo del proceso de aprendizaje (eres tú el que busca, el que estructura, el que aprovecha lo que aprende), y la que te hace superar los inevitables baches que se producirán en él (cuando estés cansado, cuando no te apetezca, cuando te tengas que quitar tiempo de otras cosas).
Y en esas estamos. Transformar ese etéreo deseo de aprender en un aprendizaje concreto me está resultando difícil. A cada cosa que me planteo aprender la someto a un tercer grado: ¿realmente quieres aprender esto? ¿por qué? ¿para qué?
Aunque quizás el enfoque deba ser otro. Coger una materia y empezar a trabajarla. Irse «enamorando» poco a poco de ella. Hacer un esfuerzo consciente en sacarle partido. Quizás esperar a una especie de iluminación sea la mejor forma de no empezar nunca.

Una rutina contra el aprendizaje desordenado

Cuando hace unos días reseñaba una charla sobre aprendizaje, uno de los puntos que más me llamó la atención fue precisamente uno que se suele pasar por alto: la importancia de consolidar lo que uno aprende. Efectivamente, muchos métodos se centran en «dar el temario» y se olvidan precisamente de lo importante que es «no olvidar». La metáfora del grifo que echa continuamente agua a la bañera sin fijarse en lo que se va por el desagüe.
Dentro del aprendizaje, tal y como yo lo entiendo (y es obvio que no soy un experto), hay tres fases importantes:

  • El consumo: consiste en la recopilación de información. Lees un libro, escuchas una charla, ves un tutorial en youtube… el caso es que hay elementos nuevos que llegan desde el exterior a tu cabeza.
  • El entendimiento: es el procesado de la información que consumes. Se trata de filtrarla, priorizarla, darle sentido, analizarla, asociarla, sintetizarla, completarla. Es el trabajo necesario para «interiorizar»
  • La memorización: en la fase de entendimiento estamos trabajando con la memoria a corto plazo. Es a lo que estamos dedicando nuestro foco inmediato. Sin embargo, en un momento dado debemos dejar de trabajar en esa información y pasar a hacer otras cosas. Pero es fundamental ser capaz de recuperar ese trabajo más adelante, bien para poder seguir trabajando en él, o bien para sacarle partido. Este viaje de la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo es esencial. Y no, esto no significa «estudiar de memoria» (que para mí supondría saltarse la fase de «entendimiento»), sino completar el estudio de forma racional.

Tony Buzan, en su libro «Use your head», hacía una defensa del proceso de «repasar» como método para consolidar el conocimiento en la memoria a largo plazo. Según él, el aprendizaje que no se repasaba sufría un deterioro de casi el 80%. Es decir, si simplemente nos quedamos en la primera y segunda fase del aprendizaje, las cosas se nos olvidan. Sin embargo, con una rutina de repaso podemos traspasar el conocimiento a la memoria a largo plazo y aprovecharlo prácticamente al completo, tanto de forma directa como para que sirva de vínculo a nuevos aprendizajes.

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Reflexionando sobre estos temas, me doy cuenta de cuántas veces nos sometemos a un aprendizaje desordenado. Consumimos mucha información a salto de mata (¿cuántos libros lees? ¿cuántos artículos? ¿cuántas charlas? ¿de cuántas temáticas distintas?), la elaboramos entre poco y nada (¿cuánto tiempo dedicamos a resumir, esquematizar, integrar con el conocimiento previo… todo aquello que consumimos?), y recordamos menos. Consecuencia: un montón de tiempo y esfuerzo que nos deja un rédito escaso.
Creo que tenemos (desde luego yo sí) un enorme margen de mejora. Lo bueno es que esa mejora es fácilmente alcanzable. Es solo cuestión de poner un poco más de foco (hacer un consumo consciente de información… ¿qué quiero aprender? ¿qué fuentes me lo pueden proporcionar?), trabajo (ese material que consumes hay que moldearlo para interiorizarlo) y rutina (para consolidar el aprendizaje).

Ideas sobre enseñanza y aprendizaje de Anxo Perez

El otro día estuve viendo esta charla de Anxo Pérez. En ella, desgrana ocho claves que le llevan a concluir que es posible aprender un idioma en 8 meses. Partamos de la base de que este tipo tiene una empresa y un método para aprender chino en 8 meses… así que su charla está bastante influenciada por esta circunstancia (incluso el empeño en estructurar su charla en 8 argumentos… que alguno se queda un poco flojo). En el fondo, tiene parte de venta de «estas son las razones por las que mi método funciona». Sin embargo, pese a ese sesgo, tiene algunas claves interesantes sobre el proceso de aprendizaje, y cómo merece la pena tenerlas en cuenta en procesos de enseñanza.

¿Cuáles son los argumentos que más me han gustado?

  • Priorizar: a la hora de abordar el aprendizaje de una materia, no todos los elementos tienen la misma importancia. Es el principio de Pareto en su esplendor. Puestos a dedicar tiempo y esfuerzo a aprender algo, mejor centrarse primero en aquello que aporte más.
  • Conectar: aprender cosas relacionadas con cosas ya conocidas ayuda a la asimilación (por asociación) y a la retención. Así que es importante diseñar itinerarios de aprendizaje que vayan construyendo sobre lo ya aprendido. Un continente que se expande frente a multitud de islotes desperdigados.
  • Resultados inmediatos: poder aplicar lo aprendido de forma inmediata refuerza la motivación (¡el esfuerzo me ha servido de algo!) y la retención.
  • Alumno protagonista: no es el maestro el que enseña; es el alumno el que aprende. Y por lo tanto, debe ser él (de acuerdo a sus circunstancias e intereses) el que marque el ritmo, la evolución, lo que le interesa y lo que no, incluso la forma de aprender. El «enseñante» debe ser flexible al máximo, y acompañar al alumno en ese proceso.
  • Teoría al servicio de la práctica: la práctica manda. La teoría solo tiene sentido en la medida en que facilite la práctica. A nadie le interesa saber cómo funciona un motor para aprender a conducir, ni tiene que ser un experto en física para entender cómo trazar una curva.
  • Cuantificar: la importancia de dividir el aprendizaje en «tramos más asequibles» (la escalera y los escalones). De esta forma trasladamos el objetivo a largo plazo (que puede quedar diluido por lejano) en miniobjetivos a corto plazo que nos ayudan a tener un mayor sentimiento de logro en el proceso. Realmente este argumento me deja un poco más frío, aunque quizás tenga su base.
  • Retención: un concepto interesante que, si nos damos cuenta, es obviado de forma frecuente. El aprendizaje tradicional se centra mucho en «echar agua en la bañera» (introducir muchos conocimientos) y pasa de puntillas sobre el «desagüe» (todo lo que olvidamos). Dedicar tiempo e introducir técnicas específicas para la retención es tan importante o más que «dar todo el temario». Es absurdo (y una pérdida de tiempo) «aprender» mucho si olvidamos mucho.

Como decía al principio, aquí hay bastantes puntos para la reflexión. Quizás el problema que le veo es «a quién va dirigido». Creo que quienes más jugo pueden extraer de ello son quienes «diseñan experiencias de aprendizaje para otros». Es decir, tú eres un experto en un área, y diseñas un método para que otros aprendan. Ahí sí puedes saber cuál es el conocimiento importante y cuál no, qué conocimientos están mejor conectados con otros, qué teoría es pertinente y cuál no, qué variedad de metodologías pueden aplicarse a los distintos tipos de alumnos para acompañar su proceso, etc… Estas son cosas que un «aprendiz» no puede, en gran medida, decidir por sí mismo porque carece de la visión global de la materia.
Aun así, también hay reflexiones rescatables que podemos aplicar a nuestros propios procesos de aprendizaje. ¿Estamos poniendo en práctica lo que aprendemos? ¿Estamos haciendo un esfuerzo consciente por retener (trasladando el conocimiento de la memoria a corto plazo a la de largo plazo)? ¿Somos capaces de conectar lo nuevo con lo que ya sabemos? ¿Somos críticos con los materiales que nos ofrecen, discriminamos… o nos tragamos todo sin chistar? ¿Adaptamos el aprendizaje a nuestra forma de aprender?
Mucha miga. Lo de los idiomas es la excusa… 😀
PD.- Bonus track… hice un sketchnote rápido mientras seguía la charla. Y una frase que me gustó: «el conocimiento no hace tu vida más larga… pero sí más ancha»

aprender idiomas 8 meses

 

El modelo curling de desarrollo de personas

Imagino que todos sabéis lo que es el curling, ¿no? Esa especie de petanca sobre hielo que, a los que vivimos en zonas templadas, nos resulta tan exótico. Pues bien, me vino a la mente este deporte no hace muchos días, reflexionando sobre un caso cercano. Resulta que una persona de mi equipo recibe una oportunidad de promoción interna, y me agradece (creo que sinceramente) «todo lo que he hecho por ella».
¿Yo? ¿Qué he hecho yo? En mi mente, me visualizaba como uno de esos jugadores de curling que van con una especie de cepillo por delante de la piedra deslizante. Sí, es verdad, algo haces. Pero el impulso principal a la piedra, su dirección, su fuerza… viene de otro sitio. Tú, con tu cepillo, te encargas de ir puliendo el camino que tiene por delante, provocando leves variaciones en su velocidad o dirección, pero (como dice la wikipedia) «siempre sin tocar la piedra». Es la piedra la que se mueve sin que el cepillo la toque.
De forma análoga, creo que en el proceso de crecimiento y desarrollo de una persona es ella misma la que define su impulso y su dirección. La labor del «desarrollador» (o «mentor», o como se le quiera llamar) tiene un efecto limitado: das opciones, mueves algún hilo, abres alguna puerta, provocas reflexiones. En definitiva, como el del cepillo del curling, intentas ir un pasito por delante provocando mínimas variaciones en la trayectoria. Pero sería bastante necio pensar que tú, con tu intervención, puedes poner en movimiento una piedra que no quiere moverse. O dar un giro de 180º a su trayectoria y hacer que vaya a un sitio muy distinto al que ya iba. No, no eres tú el que mueve la piedra, es ella misma.
Lo cual nos lleva a otra reflexión más amplia… ¿qué capacidad tenemos (a nivel individual y a nivel organizativo) de «dirigir» el desarrollo de las personas? ¿Hasta qué punto es realista la idea de que podemos «marcar un camino» y esperar que las personas transiten por él tal y como hemos definido, al ritmo que nosotros queremos? Yo cada día soy más escéptico. Al igual que hablábamos no hace mucho respecto a la formación («aprenden lo que quieren, cuando quieren, y como quieren»), el impulso del desarrollo individual viene mucho más marcado por la energía interna (que depende de la propia persona) que por los factores externos (que son los que podemos controlar). Sí, podemos hacer como el del cepillo del curling. Podemos establecer medidas, evaluaciones, planes, fomentar la cultura… pero al final, o lo llevas dentro, o no hay manera.
Quizás haya que abandonar esa idea del «desarrollo dirigido», y pasar a otro modelo. Un modelo de desarrollo individualizado, donde se pueda dar un enfoque diferente a cada caso concreto, donde se trabaje con cada individuo para saber dónde están sus intereses y aspiraciones, y ver de qué manera podemos ayudarle a evolucionar, adaptándonos a su ritmo, a su forma de aprender. Pero no pensando en nuestro interés, sino en el suyo.
Por supuesto, esto supone un esfuerzo ingente. ¿Prestar atención a todas y cada una de las personas? ¿Hablar con ellas para saber qué quieren? ¿Y adaptarnos a eso, cada uno a su manera? Las empresas están acostumbradas a poner «la churrera», a desentenderse de las personas y dejarlo todo en manos de sistemas, procedimientos y sistemas centralizados, a una gestión deshumanizada que resulta (es verdad) bastante eficiente… pero seamos críticos, ¿resulta eficaz?. Y si no lo es (que yo creo que no), ¿entonces para qué nos sirve la eficiencia?
Y si no podemos «dirigir el desarrollo»… ¿qué resultados vamos a obtener? ¡Un sindios, el caos! La gente aprendiendo lo que le apetece, desarrollando habilidades según su propio criterio… ¡y encima pagando nosotros, y ayudándoles a hacerlo! Y sin embargo, yo no lo veo tan descabellado. Primero, porque creo que es mejor para las empresas tener gente que se desarrolla (aunque sea de forma «descontrolada») que gente estancada, frustrada, que percibe su trabajo como un sitio ajeno a sus intereses. El mero hecho de desarrollarse, de crecer… genera un espíritu positivo, una dinámica de retroalimentación entre persona y empresa. Y además, uno nunca sabe dónde puede surgir la chispa, la relación entre esa competencia aparentemente ajena a la empresa que la persona se empeña en desarrollar y el beneficio para la empresa. El orden emerge del caos, ¿por qué le tenemos tanto miedo?
Así pues, olvidémonos de la dirección. Centremonos en la facilitación. Preguntemos, ¿tú qué quieres?. Avivemos el fuego interno de las personas, su pasión innata. No pretendamos que sientan ilusión por lo que no la tienen; centrémonos en lo que sí. No intentemos hacer de ellos alguien diferente, potenciemos quienes ya son. Da igual que no vayan exactamente al sitio donde a nosotros nos gustaría; van hacia donde van, y poco podemos hacer por corregir el rumbo, así que mejor aprovechemos su impulso de la mejor manera posible. Démosles recursos y herramientas para que crezcan cada vez más, y luego veamos cómo podemos trasladar ese crecimiento al beneficio común. Busquemos las posiciones donde sus talentos puedan brillar mejor. Fomentemos que se establezcan conexiones, que surjan experimentos, ¿qué es lo peor que puede pasar?. A lo mejor ni siquiera la diana está donde nosotros pensábamos que estaba, y el resultado que consiguen ellos es incluso mejor.. Agitemos el avispero, seguro que de ahí sale una energía creadora e impulsora mucho mayor que la que conseguimos con nuestros sistemas dirigidos; y de paso (mira tú), personas satisfechas.
¿Y si resulta que esa pasión innata tiene poco provecho para los objetivos de la empresa? ¿Y si sus talentos y capacidades desbordan lo que la empresa necesita? Entonces, simplemente, no están hechos el uno para el otro. La persona se frustrará haciendo un trabajo que no tiene interés en hacer, y la empresa se frustrará intentando que reconduzca su camino. Más tarde o más temprano, esa relación está llamada a terminar. Pero no pasa nada, incluso puede ser una última oportunidad para reforzar el vínculo. ¿Por qué no ayudar a la persona, en una última demostración de interés genuino, a que encuentre otro lugar mejor en el que proseguir su desarrollo?
Suena ingenuo, me doy cuenta. Pero leche, el modelo tradicional no funciona demasiado bien. Personas desmotivadas, que hacen lo justo para que no les echen, que asisten con desinterés a los cursos a los que «les mandan», que reservan lo mejor de sí mismos para otros ámbitos que nada tienen que ver con el trabajo. Un muro contra el que las empresas se dan de morros una y otra vez, invirtiendo tiempo, esfuerzo y dinero sin conseguir cambios relevantes. ¿No merece la pena buscar alternativas, incluso desde la ingenuidad?

El más listo de la habitación

Hay una cita (cuyo autor no he conseguido identificar) que dice que «if you are the smartest person in a room, then you are in the wrong room». O sea, que si eres el más listo de los que te rodean, entonces hay algo que no estás haciendo bien.
A primera vista, parece que tiene sentido. Uno aprende cuando ve a otros a quienes considera un ejemplo, que le inspiran, que le guían. Si tú eres el más listo, entonces estás por encima de los demás; tú puedes tirar de otros, ¿pero quién tira de ti? Debes irte a un entorno más retador, o incorporar a tu círculo nuevas personas. Así aprenderás.
Y sin embargo, hay algo que chirría. Porque… ¿qué es «ser más listo» que los demás?.
Para empezar… ¿realmente eres más listo? ¿o te crees más listo? Hay diferentes tipos de personalidad, hay gente que tiende a infravalorarse con respecto a los demás, y por el contrario hay gente que está muy bien pagada de sí misma (los que me conocen ya saben de qué pie cojeo yo). Un poco de revisión crítica de uno mismo no viene mal de vez en cuando.
Pero vale, sí, aceptemos que puede que haya una serie de conocimientos, habilidades… en los que destaques. A lo mejor es por tu predisposición natural, a lo mejor es por la experiencia acumulada, a lo mejor es por tu formación. Lo que sea. Fenomenal. Enhorabuena. Pero… ¿eso significa que no puedes aprender NADA de los que te rodean? Decía Galileo que «nunca he encontrado una persona tan ignorante que no se pueda aprender algo de ella». Incluso si es cierto que hay cosas en las que tú eres superior, hay otras en las que son otros los que son superiores a ti. Requiere grandes dosis de curiosidad y de humildad darse cuenta de qué te pueden enseñar todos y cada uno de los que te rodean. Y sin embargo, cuando uno consigue «cambiar el chip», se abre un mundo enorme de posibilidades de aprendizaje y de crecimiento.
Así que sí, seguro que es bueno rodearse de gente que te pueda enseñar. Pero diría que ya estás rodeado de ella. Si te sientes «el más listo de la habitación» probablemente no es que estés en la habitación equivocada; es que has hecho un análisis bastante miope de ti mismo y de los que te rodean.

Conocer herramientas no es lo mismo que usarlas

Como sabréis los habituales, soy aficionado a la fotografía. Me atrevería a decir que, como todos, hay una etapa (que normalmente es bastante larga, si no permanente) en la que nos puede el ansia: nos suscribimos a mil y un blogs de fotografía, compramos libros, descargamos libros, compramos revistas, leemos artículos, comparativas. Qué cámara es mejor, qué objetivo es mejor, qué flash es mejor. Tutorial para no se qué efecto en photoshop, diez consejos para hacer mejores fotos en invierno, cinco ideas para tus fotos familiares. Vemos videos de un fotógrafo famoso, fantaseamos con cómo sería nuestra vida con un equipo diferente, mejor, más grande. Posiblemente muchas de estas cosas las apuntamos para leer después, «tengo que poner esto en práctica», las retuiteamos. A veces incluso dedicamos un rato a probar a hacer alguna de ellas, «a ver cómo queda», sólo para instantes después pasar al siguiente elemento que nos llame la atención.
En definitiva, nos lanzamos con avidez a todo lo que tenga que ver con la fotografía. Pero lo hacemos de forma superficial. ¿Cuántas de todas esas ideas ponemos realmente en práctica? ¿A cuántas dedicamos realmente el tiempo y el cariño suficiente como para dominarlas? ¿Cuánto tiempo dedicamos realmente a hacer, a ejecutar, frente al que dedicamos a «informarnos»? ¿Sacamos el jugo a nuestro equipo, o nos pasamos la vida pensando en lo que podríamos hacer el equipo que no tenemos?
He empezado con la fotografía, pero obviamente quiero extrapolar la idea. Pensemos por ejemplo en técnicas de gestión… ¿cuántas horas dedicamos a leer libros, artículos, revistas, blogs… sobre cómo delegar, sobre cómo gestionar proyectos, sobre emprendedores, sobre productividad, sobre trabajo en equipo, sobre reuniones eficaces, sobre liderazgo, sobre desarrollo personal…? Muchas ideas que nos gustan, que marcamos como favoritas, que retuiteamos… y nada más. Tenemos la sensación de que «hacemos mucho», pero al final ¿cuántas de esas herramientas ponemos realmente en práctica, con la consistencia suficiente como para que tenga un impacto real?
Al final, nos evadimos al mundo del presunto «conocimiento» (porque es más cómodo, más falsamente gratificante, más estimulante para nuestro cerebro siempre ávido de novedades) y dejamos de lado la realidad de la ejecución, que tiende a ser más exigente, más aburrida, más arriesgada. Llegar a aplicar bien una herramienta, o una técnica, exige tiempo, dedicación, perseverancia, foco, enfrentarse a los inconvenientes de la realidad. En la fantasía se vive mejor.
Por supuesto, no desprecio el valor del conocimiento, de tener siempre un ojo abierto en búsqueda de las novedades. Pero creo que, del total de nuestra dedicación, deberíamos poner mucho más énfasis en la aplicación real, consistente y persistente, de un número limitado de herramientas frente al conocimiento superficial de un número ilimitado de ellas.

Aprendiz de mucho, ¿maestro de nada?

Dice la sabiduría popular que «Aprendiz de mucho, maestro de nada«. Viene a poner de manifiesto la necesidad, si uno quiere adquirir un verdadero nivel de experto en una materia, de centrarse en ella y no andar distraído con otras. Y, mal que me pese (porque yo tiendo a ser disperso en mis intereses y me cuesta «centrarme» sólo en una cosa), creo que es verdad. En los últimos tiempos, Malcolm Gladwell ha hecho fortuna con su «regla de las 10.000 horas» que, en el fondo, viene a decir lo mismo.
Y sin embargo…
Hace unos siglos (cuando existían los gremios y eran habituales los conceptos de «aprendiz» y «maestro»), este consejo tenía mucho valor. Convertirse en «maestro» en una disciplina implicaba alcanzar un status, lograr una forma de ganarse la vida y alimentar a tu familia; aunque fuese un camino duro, al final acababas obteniendo tus dividendos. Porque además el camino a la maestría era un camino incremental: lo que empezabas aprendiendo al inicio de tu carrera servía como base para futuros conocimientos, siempre podías ir a más, pero lo que llevaras aprendido siempre te serviría. Por lo tanto, se puede decir que poner todos tus esfuerzos en el camino que te llevaba a ser «maestro» era una apuesta segura.
Pero ahora las cosas, tengo la sensación, son distintas. Sea cual sea la disciplina en la que desées ser «maestro», a lo largo de tu vida ésta se va a ver sometida a tantos cambios que el camino a la «maestría» se torna mucho más difícil. Mientras que antes el número de innovaciones significativas que un campo podía experimentar a lo largo de una vida era muy limitado, si es que había alguna, ahora el ritmo de cambio es muy acelerado, y muy importante. Ahora, «ser maestro» en cualquier área implica un esfuerzo mucho mayor, más sostenido en el tiempo. Tienes que estar dando pedales constantemente no sólo para avanzar, si no simplemente para mantenerte. Y aun encima, ni siquiera puedes estar seguro de que tu campo de especialización llegue un momento en el que, simplemente, desaparezca. Y con él, todo el valor de tu maestría. Lo que antes era una apuesta razonablemente segura, ahora exige todavía más esfuerzo y tiene un retorno mucho más incierto.
Por eso, creo que el viejo adagio que despreciaba al «aprendiz de mucho» ha perdido fuerza. Sí, sigue siendo importante aprender, focalizarse en algún área, destacar… pero cada día es más importante complementarlo con una visión lateral que te permita ir «sembrando» en otros campos, a veces complementarios y a veces radicalmente distintos, como una especie de «seguro» para el futuro.
¿Fácil? No. Pero nadie dijo que lo fuera.