El otro día no quise ver ni un minuto del «Tengo una pregunta para usted» con ZP. Sabía que me iba a poner de mal café de ver caritas de cordero degollado, mensajes vacíos de cara a la galería y argumentos de «yo no tengo la culpa de ná». Pero claro, el día después no pude evadirme de los resúmenes en prensa, radio o televisión.
Y una de las cosas que más me sorprendió fue el argumento de «no es hora de grandes beneficios«. Ay, madre…
Pues por supuesto que es hora de grandes beneficios. Los grandes beneficios son la consecuencia de empresas competitivas y productivas. Empresas que no necesitan subvenciones para vender productos y servicios con una relación calidad/precio que se gane el favor de los consumidores. Empresas que se han esforzado por tener procesos eficientes que redunden en una mayor capacidad competitiva. Las empresas que no tienen beneficios es porque no son competitivas y/o eficientes.
Deberíamos tener muchas empresas con grandes beneficios, y el Gobierno debería trabajar para que así fuera. Cuantas más empresas con beneficios tengamos, señal de más empresas competitivas y productivas, y mejor será la salud económica del país a medio y largo plazo, más empleo se generará, más se exportará, más inversiones se atraerán. Mantener de forma artificial empresas que no son competitivas ni eficientes es poner parches a corto plazo a costa del desarrollo a largo plazo. Pero claro, eso del largo plazo a quién le importa…
Por otro lado, he escuchado varias veces en estos meses un argumento fascinante, por parte de ciudadanos de a pié pero, lo más preocupante, también por tertulianos, políticos o periodistas. «Cuando las empresas tienen beneficios, no los reparten». ¿Nadie ha oido hablar del Impuesto de Sociedades? ¿Ignoran que cuando una empresa tiene beneficios, el 30% va a parar a las arcas del Estado? Si eso no es repartir… No es ya sólo que las empresas creen empleo para los trabajadores (lo expresó lúcidamente hace poco Felipe González: «los empleos los dan los empleadores«) y riqueza para los accionistas, sino que además contribuyen al bien común a través de los impuestos, tanto los directos suyos como los que gravan las rentas de empleados y accionistas.
Por lo tanto, soy incapaz de entender una afirmación del tipo «no es tiempo de grandes beneficios». Ójala lo fuera.
economía
Muy pesimista con la crisis
Soy muy pesimista con la crisis, y más cada día que pasa y cada declaración que escucho a los políticos. Cuando les oigo decir que «todo viene de fuera» y que «hay que tener confianza», tiemblo. Decir que la crisis es totalmente exógena y que si no fuera por eso estaríamos en la «champions league» me provoca escalofríos, porque implica un diagnóstico tan superficial e insuficiente que es imposible que, ni de casualidad, puedan darse soluciones reales a los problemas. Y claro, así se explican los remedios que se proponen: parches de gasto público (a costa del endeudamiento futuro) sin ton ni son, y sentarse a esperar a que se pase la tormenta apelando a la confianza; poco menos que «Dios proveerá».
Que los encargados de dirigir la nave muestren ese nivel de obstinación en no ver la realidad y verles dar los consiguientes palos de ciego es lo que me hace ser más pesimista.
Siempre he defendido que España no tiene una crisis, sino dos. Una está vinculada con la crisis financiera internacional, la restricción de crédito, etc, etc. Es verdad, es de origen internacional y la sufrimos todos. Pero hay otra crisis, estructural, más grave y profunda. Hoy, cuando tenía este runrun en la cabeza, me he encontrado con este artículo en El Confidencial que lo resume perfectamente:
«Aunque no hay modelos cerrados, como lo demuestra la integración económica mundial (estamos hablando de la primera recesión de carácter global en el planeta), lo cierto es que cada país tiene su propio perfil, lo que le permite mejorar su posición competitiva en un mundo cada vez más globalizado […] ¿Y España? ¿Sabe usted a qué jugamos? Gobierno y oposición en lugar de estar todo el día tirándose los trastos a la cabeza, deberían estar trabajando ya en identificar el modelo económico español para los próximos treinta o cuarenta años, que necesariamente tendrá que ser muy distinto al que nos ha servido para salir del subdesarrollo en los últimos 50 años. En los años sesenta y setenta, España se aprovechó de los bajos precios interiores para atraer turismo y fábricas de coches que hoy representan la tercera parte de nuestras exportaciones. En los ochenta y noventa, España se benefició de los fondos estructurales para dar la vuelta al país a cambio de un desarme arancelario brutal que explica buena parte de nuestro elevado déficit comercial. Pero todos esos ‘shocks’ son los que ya se han agotado, lo que quiere decir que este país tendrá que empezar a caminar solito. Sin ayuda de nadie. Pero claro, antes hay que saber qué camino hay que tomar.»
Y yo no he oído a ningún político todavía hablar de esto, que es la madre del cordero. Enfangados en sus luchas partidistas, en su visión cortoplacista ligada a la poltrona, avergonzándonos con sus polémicas inanes y sus gestos de cara a la galería, estamos huérfanos de estadistas que se preocupen por el futuro a medio y largo plazo del país. En estas circunstancias, la crisis económica mundial pasará y aquí el paro seguirá creciendo, la competitividad se seguirá hundiendo, el déficit comercial seguirá en aumento, las empresas se seguirán yendo a otros lugares… ¿y entonces a quién le echaremos la culpa?
PD.- Hoy el gobierno al que le ha tocado lidiar con la situación es el de Zapatero. Pero estoy convencido de que, si hubiera sido uno del PP, estaríamos más o menos en las mismas. El problema no es de unos o de otros, es de la clase política en general.
Foto | functoruser
Cuánto cuesta una cosa, cuánto vale y cuál es su precio
Tendemos a usarlos como sinónimos: ¿cuál es el precio? ¿cuánto vale? ¿cuánto cuesta? Pero no son lo mismo…
Recientemente han coincidido dos posts interesantes al respecto. Uno, éste de Andrés que se llama «el precio justo«. Otro, el video de LaComuna.tv donde desglosan su «presupuesto» por hacer un video.
Las cosas «cuestan», tienen un coste: si sumas el precio que tienes que pagar por todos los materiales, los servicios contratados, la mano de obra, la imputación de gastos indirectos e incluso la estimación del beneficio esperado obtienes el «coste», que se transforma en el «precio mínimo al que vas a vender». Por que si vendes por debajo de eso, estarás perdiendo dinero.
Por otro lado tenemos el valor, que es algo tremendamente subjetivo que depende del comprador o, más concretamente, de la «utilidad marginal» que recibe a cambio de lo que compra (y en lo que intervienen muchos factores). Es una medida de «lo máximo a lo que estoy dispuesto a renunciar por comprar el bien», y determinaría el «precio máximo al que voy a comprar». Porque si compras por encima de eso, estás renunciando a algo que valoras más que lo que vas a obtener a cambio (estarás perdiendo «utilidad»).
Finalmente, el precio es la cifra a la que se realiza el intercambio. Lo normal es que se sitúe entre el coste y el valor. Mientras eso suceda, las dos partes quedarán satisfechas: el vendedor cubre su coste y algo más (incluso mucho más), y el comprador se desprende de una utilidad menor de la que recibe a cambio.
El problema viene, claro, cuando el valor percibido por el potencial comprador no llega a cubrir el coste. ¿Y entonces? Pues entonces… no hay trato, no tiene sentido, es antieconómico. Pero es un problema relativo, no se hace la transacción y ya está.
Pero el problema es mayor cuando el valor percibido en un momento luego se descubre como falso y te das cuenta de que has hecho una transacción pagando un precio desorbitado por algo que no valía lo que costaba.
O cuando los costes (y por lo tanto los precios mínimos) están inflados por que se le ha dado valor a cosas que no lo tenían, y ahora hay que buscar a otro «tonto» y convencerle de que pague un valor inexistente.
¿Que a qué viene todo esto? Pues a nada en concreto, a reflexión «económica» sobre proyectos que ves, sobre la «economía de lo gratis», sobre si es sostenible plantear un negocio en el que nadie esté dispuesto a pagar lo que cuestan las cosas, sobre si nos estamos malacostumbrando a que sea así, sobre cuánto va a durar esa ficción, sobre quién paga lo que no queremos pagar los demás, sobre qué negocios tienen sentido y cuáles no, sobre hasta qué punto vivimos en una economía de mentira construida sobre valoraciones incorrectas…
En fin, paranoias 🙂
Que se retire la marea
En casa estamos viendo El Ala Oeste de la Casa Blanca (The West Wing). Para quien no la conozca, es una serie que cuenta el devenir del gabinete de un presidente de los Estados Unidos a lo largo de dos legislaturas y que, incluso con sus fallos (que los tiene) me parece extraordinaria y absolutamente recomendable. El hecho es que el capítulo de hoy (5×19 – Talking points) me ha resultado una lección magistral de economía moderna condensada en apenas 40 minutos.
Hablan de globalización, de libre comercio, y del efecto que eso tiene sobre los empleos en Estados Unidos, y cómo algunos intentan frenarlo.
El Presidente Bartlet cuenta la historia del rey Canuto y de cómo, para demostrar a sus vikingos sus propias limitaciones, los reunió a todos en la orilla del mar y le pidió a la marea que se retirase. La marea, como es lógico, no se retiró. Y es que el poder de los gobernantes es mucho más limitado de lo que se quiere creer.
Y no puedo por menos que pensar en todos los que siguen insistiéndole a la marea para que se retire, convencidos (o intentando convencer a los demás) de que la marea les hará caso.
La refundación del capitalismo
Hay veces en que alguien expresa, en otros sitios y mejor de lo que tú podrías hacer nunca, lo que piensas respecto a un tema. Y en esos casos, lo único que se puede hacer es enlazar y callar.
Aquí tres entradas muy interesantes de Antonio España sobre la presunta «refundación del capitalismo» que pretendían llevar a cabo (o así titulaba la prensa; Solbes ya dijo que «uno no desayuna por la mañana y por la tarde refunda el capitalismo») en la famosa reunión del G20 y que, como no podía ser de otra forma (creo que había unas 6 horas de reunión: con veintitantos países interviniendo… apenas tocaban a 15 minutos de intervención por país, ya me dirás qué iban a hacer aparte de comer canapés) se quedó en nada.
En estas entradas, Antonio habla del concepto del capitalismo como sistema «natural» (y la duda respecto a que sea el capitalismo el problema), de si cabe imaginar su sustitución por un sistema «artificial» y de si, en ese caso, serían los políticos los más indicados para diseñarlo.
Préstamos y donación, en Kiva.org
Hoy he hecho algo que tenía pendiente desde hace un tiempo. Ha sido una entrada de Borja Prieto la que me lo ha recordado (y fue él mismo el que me metió el gusanillo hace ya unas semanas), y dicho y hecho: me he apuntado a Kiva.org, he dado mi primer «préstamo p2p» (y además, me he unido al equipo liderado por Borja) y he donado una cierta cantidad a la propia organización de Kiva.
¿Qué es Kiva.org, y qué es eso de los préstamos p2p? Kiva es una organización que sirve de enlace entre «prestamistas» (a título individual) del primer mundo, y emprendedores del tercer mundo. Se trata de utilizar internet para hacer posible un sistema de microcréditos distribuidos, al estilo de lo que implantó M.Yunus. Claro, la noción de «emprendedor» cambia sustancialmente respecto a cómo estamos acostumbrados a usar la palabra por estos pagos. Puede ser desde un agricultor que necesita fertilizantes para su tierra, un artesano que necesita dinero para comprar material, un taxista que necesita reparar su vehículo, un trabajador que necesita ampliar su taller…
La idea es que, a través de Kiva, estos emprendedores reciben ese dinero que les permite poner a funcionar o mejorar su pequeña actividad empresarial, y así incrementar su flujo de ingresos. No se trata de una donación a fondo perdido, sino que el objetivo es que esos ingresos generados sirvan, además de para procurarles un beneficio a ellos, también para devolver lo prestado (eso sí, sin tipo de interés).
Tenemos que pensar que lo que para nosotros puede ser un «dinero de bolsillo» (se pueden dar préstamos a partir de 25 dólares), para ellos puede ser una pequeña gran fortuna. Y que teniendo en cuenta el inexistente sistema financiero en gran parte del tercer mundo, estos préstamos pueden ser la única forma que tengan de acceder a una financiación que les sirva para poner en marcha «la rueda del dinero». Y es que, para los que entendemos que la actividad empresarial es la principal fuente de generación de riqueza para una sociedad, estos préstamos no son sólo útiles para el emprendedor que los recibe, sino también para su entorno.
¿Qué garantías tiene este sistema? En principio, existen organizaciones sobre el terreno que son las que se encargan de hacer un primer filtro entre los emprendedores, y de asesorarles para un uso provechoso de esos fondos. Pero no actúan como garantes, así que es más una cuestión de confianza. Algo que no debería provocarnos demasiada inquietud: las cifras hablan de porcentajes de devolución por encima del 95%.
No sé hasta qué punto el «affaire Mobuzz» (y la reflexión sobre si es una causa que merece la pena apoyar o no) ha tenido algo que ver en que haya dado finalmente este paso. Es posible que algo haya influido. Pero al final, como le decía a mi mujer, es necesario darse cuenta de que, con todas las «crisis» y problemas que podamos tener en nuestra sociedad «del primer mundo», estamos mejor que el 90% de los seres humanos de este planeta. Y es bueno ponerse en esa perspectiva y empujar en la dirección correcta.
Foto | liewcf
¿Salvar Mobuzz? ¿Y por qué?
Mira que no quería, pero al final… Es el tema del día en «los mundos blogosféricos de Yupi»: Mobuzz ha lanzado una campaña de captación de donativos para poder seguir financiando sus actividades.
Un poco de contexto: Mobuzz es un canal de «televisión por internet«, es decir, graban sus shows, los cuelgan en internet (gratuitos para los espectadores) y cobran por publicidad. Llevan ya unos cuantos años, son muy activos en la blogosfera (suelen cubrir muchos saraos: no por beneficencia, sino porque consideran que esos contenidos «venden»), etc. Pero lo cierto es que no ganan dinero: lo pierden. Hasta ahora han sobrevivido en parte con publicidad (que no cubría los costes) y en parte puliéndose el dinero de sus inversores. Imagino que esperando que en algún momento el volumen de espectadores y la publicidad en el sector del video online equilibrase la ecuación. Pero ha llegado la crisis antes que ese momento: los anunciantes escasean, y los inversores no quieren seguir poniendo más dinero.
Ante la tesitura de tener que cerrar, han planteado esa campaña de donativos a sus usuarios. Una campaña que ha tenido bastante repercusión (p.j. EnriqueDans, Varsavsky, Julio Alonso, y en muchos otros blogs, y en twitter), porque en Mobuzz han cultivado buenas relaciones con gente relevante a lo largo del tiempo y hasta en los medios «de verdad». Algunos de éstos se limitan a informar de la iniciativa, y otros toman partido: «hay que salvar Mobuzz». Y yo me pregunto… ¿de verdad hay que salvar a Mobuzz?
Antes que nada: yo he donado. No soy un espectador habitual de sus shows, pero me parecen gente maja, es un proyecto que me cae bien y, en fin, mi dinero es mío y me lo gasto en lo que quiero (y total, lo que he donado tampoco va a ningún sitio). Pero no me atrevería a decir que «hay que salvarlo», ni me atrevería a animar a otros a donar.
Mobuzz es una empresa, su objetivo es ganar dinero. Es así de sencillo. No hay un objetivo más elevado detrás, ni altruismo: ni «es que es una start-up», ni «hay que apoyar la innovación» (¿tan innovador es?), ni «tenemos que apoyarnos entre nosotros», ni «como es 2.0″… eso no son argumentos (aunque obviamente, cada uno aporta por lo que quiera). El gran motivo que tiene cada individuo para donar es: ¿cuál es la utilidad marginal que me proporciona la existencia de Mobuzz? ¿qué sucede si Mobuzz no vuelve a emitir? ¿cuánto estoy dispuesto a pagar para que eso no suceda?
La respuesta oscilará entre el «nada, me la suda que sigan emitiendo o no» y el «me muero si dejan de emitir, hipotecaría mi casa para salvarles»; pasando por el «lo veo habitualmente pero tampoco pagaría por ello» y el «estaría dispuesto a poner x euros por seguir viéndolo: aquí están».
La respuesta agregada de todos los potenciales usuarios dará una cantidad. ¿Es suficiente? Pues entonces Mobuzz se salvará porque proporciona una utilidad a los usuarios, y está bien que se salve. ¿No llega? Pues entonces Mobuzz cerrará y, en términos generales, nadie la echará de menos.
Así que, pase lo que pase, estará bien: si se salva porque sus usuarios pagan por sus contenidos (al fin y al cabo, esta donación no es nada más que eso), pues estupendo. Y si no se salva porque a sus usuarios les da igual… pues adios muy buenas, está mejor cerrada que abierta.
Libre mercado. Asignación eficiente de recursos. Utilidad y coste marginal. Y no hay nada más.
La culpa de la crisis la tienes tú
Hala, a cubrirme de gloria otra vez. Pero es que entre todas las explicaciones a la crisis que vengo escuchando, echo en falta algo tan esencial como la autocrítica. La culpa es de los americanos, es del gobierno, es de Greenspan, es de los bancos, es del Banco Central, es de los especuladores, es de…
¿Y tú? ¿No tienes nada que ver?
Te digo a ti, al que compró un apartamentito sobre plano en una zona que se estaba revalorizando mucho porque «en un par de años lo vendo y me saco unos millones». A ti, que cambias tu dinero de banco para poder acogerte a un depósito al 8% (cuando los tipos de interés oficiales están dos o tres puntos por debajo). A ti, que has comprado una vivienda financiada a más del 100% y a 50 años que se te lleva más de la mitad del sueldo. A ti, que metes tu dinero en bolsa «a ver si en un par de meses sube un 10%» o que vas corriendo a comprar la acción que has oído que «va a ser un pelotazo», o que inviertes en un fondo esperando revalorizaciones de dos dígitos. A ti, que te has comprado un coche que no podías pagar apoyándote en el préstamo del banco, o te has ido de vacaciones al Caribe. A tí, que vives por encima de tus posibilidades apurando el límite de tu tarjeta de crédito.
A pequeña escala, muchos de los que ahora se llevan las manos a la cabeza han reproducido el comportamiento especulador que reprochamos al sector financiero. Entre todos, con nuestras decisiones (y nuestra avaricia) hemos ido alimentando a la economía financiera por encima de la economía real, y empujándola hacia unos límites que nunca deberían haberse superado. Ahora, cuando vienen mal dadas, nos hacemos los suecos: «eso han sido los bancos, que son unos avariciosos», «eso son los especuladores en bolsa, que han invertido a crédito», «eso han sido los constructores, que han inflado la burbuja», «eso han sido los gobiernos, que no han controlado bien», «eso han sido unos que han invertido sin controlar el riesgo»…
En realidad, aquí todos hemos despreciado los riesgos (de no poder pagar los créditos, de una evolución poco favorable de los activos subyacentes, de quedarnos sin trabajo, de enfermar, de…) atraidos por la rentabilidad y un ritmo de vida más alto de lo que nos podíamos permitir, obviando algunas precauciones elementales (como el no gastes más de lo que ganes, nadie da rentabilidad sin riesgo, ningún activo se revaloriza eternamente, etc.). Exactamente de lo mismo de lo que acusamos a los demás.
Por supuesto que todos (los bancos, los gobiernos, la sociedad en su conjunto) han sido cómplices necesarios, animándonos a todos a entrar en esta espiral de consumo, avaricia, deuda y desprecio por los riesgos, confiando en que podían estirar la cuerda más, y más, sin que se rompiese. Pero en última instancia, las decisiones no las toman ellos. Las tomamos nosotros.
La crisis que vendrá en enero
El otro día charlábamos en la comida sobre, cómo no, la crisis. Y yo sacaba un argumento que, hasta ahora, he escuchado poco: lo que viene en enero.
Las empresas, en su gran mayoría, tienen sus años fiscales vinculados con el año natural. Los planes, los objetivos, los PRESUPUESTOS… se preparan para todo el año. Centrándome en los presupuestos, lo que quiero decir es que en la mayoría de empresas los presupuestos que se están ejecutando ahora son los que se elaboraron a finales de 2007, cuando lo de «la crisis» era todavía un runrun.
Estos días estarán ya empezando en todas las empresas con el proceso de presupuestación para el año que viene. Ahora, cuando están cayendo chuzos de punta, es cuando las empresas tienen que decidir «bueno, qué, tal y como está el panorama… ¿en 2009 queremos gastar mucho o poco?». Si vosotros tuviérais (o tenéis) una empresa… ¿cuál es vuestra respuesta, visto lo visto?
Mi percepción es que, cuando llegue enero, el parón va a ser sonado. Miles de proyectos se van a paralizar, esperando «a ver si escampa». Miles de empresas se van a «retirar a sus cuarteles de invierno», reduciendo el gasto tanto como puedan; por no hablar de la Administración. El problema es que «reducir el gasto» significa directamente reducir los ingresos de sus proveedores. Hasta ahora, mal que bien (y teniendo en cuenta que sobre todo en empresas grandes los presupuestos aprobados son casi como una ley) se han ido apurando los presupuestos hechos el año pasado. Pero en enero… el grifo se va a cerrar, y de qué manera.
Curiosamente, enero es «dentro de dos meses», que es cuando según el Ministro de Trabajo la crisis debería estar finiquitada. Buf… muy optimista le veo yo al señor Corbacho.
Porque es que además yo creo que España está en las peores de las situaciones para, una vez que el mercado de crédito vuelva a la normalidad, la actividad económica recupere el pulso. Los problemas estructurales de España (concentración en sectores productivos intensivos en mano de obra no cualificada que han cerrado un ciclo, baja productividad, falta de espíritu emprendedor, poca proyección exterior, etc, etc.) siguen ahí, no han desaparecido. Cuando pase la tormenta, vamos a vernos nuestras propias miserias con toda su crudeza. Y ahí no valdrá echarle todas las culpas a «la crisis internacional».
¿Pesimista yo? Bueno, si alguien me convence de lo contrario…
La doctrina del shock
He visto este mini-documental (o anuncio promocional, en realidad) elaborado por Naomi Klein (autora de No Logo y que ahora está en promoción de su libro La doctrina del shock) en el blog de Julen. Resulta interesante su tésis: igual que se provocan estados de shock a nivel individual (se hacía con los enfermos mentales y se aplicó en el ámbito miltar para «ablandar» prisioneros), también es posible hacerlo a nivel general (bien sea aprovechando situaciones exógenas o bien provocándolas directamente); una sociedad en estado de shock admitirá la imposición de cambios y de normas mucho más facilmente de lo que lo haría en condiciones normales.
Naomi Klein me genera una cierta distancia. Creo que es una activista: no quiero decir que eso sea malo per sé, pero sí que sus libros y sus planteamientos hay que leerlos siendo conscientes de que no es ni pretende ser una «analista imparcial», sino que pretende movilizar las conciencias hacia sus tésis. Pero aun así, no está de más ver lo que cuenta.
Yo estoy en proceso de leer todavía No logo. Me cuesta un montón, no sé si es por el estilo narrativo del libro o por una pésima traducción (que transforma el libro en farragoso y cansino). Pero está bien leer de vez en cuando a los activistas, para ensanchar nuestra visión del mundo.