Confianza: los tres juicios que la sostienen

Imagínate que la confianza es como un puente colgante entre dos personas.

Pero no es un puente que se construye de golpe ni con materiales improvisados; se arma poco a poco, con cada palabra, cada gesto, cada promesa cumplida. Al principio solo puedes unir dos orillas que están cercanas, con materiales básicos que soportan poco peso. Pero, a medida que la confianza crece, se van añadiendo pilares, cables… y ese puente se puede hacer más largo y resistente.

Ahora, imagínate qué pasa cuando uno de los cables se corta: el puente tambalea. Y si se cortan varios, pues adiós, al abismo.

La confianza depende de tres juicios

En el mundo del coaching, y más concretamente en el coaching ontológico, cuando hablamos de confianza hablamos de tres juicios distintos, tres condiciones que se tienen que cumplir para que la confianza exista.

Es decir, que la confianza no es un sentimiento etéreo que aparece por arte de magia, sino que se basa en tres juicios fundamentales: sinceridad, competencia y confiabilidad. Cada vez que decides confiar en alguien, consciente o inconscientemente, estás evaluando estas tres dimensiones.

1. Juicio de sinceridad

¿Recuerdas la historia de Pedro y el lobo?

Pues lo mismo.

Al principio, los habitantes del pueblo creían en la sinceridad de Pedro cuando los alertaba del ataque del lobo. Pero, tras varias experiencias fallidas, dejaron de creer en él. A partir de entonces, como creo que no dice la verdad, simplemente no hago caso a lo que me pueda decir.

Aquí te preguntas: ¿Esta persona dice la verdad? ¿Lo que expresa con palabras está alineado con lo que realmente piensa y siente? No se trata solo de que no mienta descaradamente, sino de que no diga cosas solo por quedar bien o por evitar conflictos.

La sinceridad es la base, porque si sospechas que alguien te está vendiendo humo, el puente ni siquiera empieza a construirse. Es fácil detectar cuando alguien no es sincero a largo plazo, porque sus acciones y palabras empiezan a chocar. Un jefe que promete incentivos que nunca llegan, una amistad que se dice incondicional pero nunca está cuando la necesitas, o un político que hace promesas imposibles de cumplir.

2. Juicio de competencia

Vale, has decidido que la otra persona es sincera cuando habla de sus intenciones.

Ahora bien, de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

Aquí de lo que se trata es de evaluar algo más pragmático: por mucha voluntad que ponga… ¿esta persona tiene las habilidades y/o la capacidad de cumplir lo que ofrece? ¿Puede hacer lo que dice que hará?

No basta con las buenas intenciones; también necesitas saber que esa persona tiene la capacidad real de cumplir lo que promete. Puedes confiar en un amigo para que te guarde un secreto, pero quizá no para que te opere del corazón (a menos que sea cirujano, claro).

Evaluamos la competencia todo el tiempo, aunque no lo notemos: cuando escogemos un médico, cuando contratamos a alguien, incluso cuando pedimos consejo. Y no solo en términos de habilidades técnicas, sino también en la capacidad de tomar decisiones adecuadas. Una persona competente no solo sabe, sino que también demuestra que puede actuar con eficacia.

3. Juicio de confiabilidad

Éste es el más sutil, pero no por ello menos importante.

Porque no solo importa que la persona sea sincera y competente, sino que además cumpla lo que promete con consistencia. Puedo creer que eres sincero, puedo creer que tienes las capacidades… pero si a la hora de la verdad no cumples el resultado es el mismo. Si te dice que llegará a las ocho y siempre llega tarde, aunque sea sincero y capaz, su confiabilidad se resquebraja.

La confianza, en este sentido, no se trata de perfección, sino de previsibilidad: saber qué esperar del otro. ¿Es alguien que cumple lo que dice, que respeta los acuerdos y que no te deja colgado en el momento crucial?

E incluso en caso de incumplimiento (que, a veces, sucede): ¿cómo se comporta? ¿se hace cargo de su incumplimiento, de las consecuencias que tiene?

La confiabilidad está íntimamente ligada a la responsabilidad, y una vez que se pierde, es difícil de recuperar.

¿Cómo se construye la confianza?

Cuando te acercas a alguien desconocido es cuando comienza a jugarse el partido de la confianza.

Es verdad que hay personas de naturaleza más confiada que otras, pero en todo caso todos empezamos con un nivel de confianza determinado en la otra persona.

Y, a partir de ahí, la ponemos a prueba con un compromiso adecuado al nivel de confianza que le tenemos. Algo tan sencillo como ver si esta persona me llama cuando dijo que me iba a llamar, si me envía el documento que le pedí en tiempo y forma, si se presenta cuando dijo que se iba a presentar.

Si ese compromiso se cumple, nuestra confianza se refuerza y entonces estamos dispuestos a atrevernos un poquito más. Vas subiendo el nivel, y viendo a ver qué pasa. Es como cuando te metes en el mar poco a poco, primero los pies, luego los tobillos, luego las rodillas… y solo cuando estás cómodo dando esos pasos acabas metiendo la cabeza.

Volviendo a la metáfora del puente, la confianza se construye con pequeñas acciones repetidas en el tiempo. No basta con un gran acto heroico, sino con una acumulación de gestos coherentes. La clave está en la consistencia: prometer poco y cumplir siempre, en lugar de prometer mucho y fallar. La confianza es un trabajo constante y requiere presencia, compromiso y honestidad.

El lenguaje juega un papel crucial en esta construcción. Hacemos promesas, ofrecemos explicaciones y manifestamos compromisos. Cada vez que cumples una promesa, refuerzas el puente; cada vez que fallas, lo debilitas.

Pero ojo, no se trata solo de cumplir, sino de cómo gestionas los incumplimientos. Si avisas con tiempo, si explicas las razones, si ofreces alternativas, la confianza puede mantenerse a pesar del tropiezo. Muchas veces, el problema no es fallar, sino cómo manejas la situación después de haber fallado. La humildad y la responsabilidad son claves para reconstruir la confianza cuando se ha visto comprometida.

¿Y cuando se rompe?

En esa construcción de la confianza llega un momento en el que, quizás, algo falle. Pillas a la otra persona en una mentira o una incoherencia, y entonces tu juicio de sinceridad se tambalea. Ves que hay algo que no puede resolver, y entonces tu juicio de competencia se agrieta. Falta a un compromiso, o lo resuelve de cualquier manera, y entonces tu juicio de responsabilidad empieza a cuestionarse.

Es como que te saltan las alarmas, y a partir de ahí empiezas a estar con la mosca detrás de la oreja.

Aquí viene la parte dolorosa. Cuando la confianza se quiebra, el puente no se derrumba de golpe, pero empieza a crujir. La decepción aparece cuando alguien que creíamos sincero nos miente, cuando alguien que creíamos competente falla en lo esencial, o cuando alguien que considerábamos confiable deja de serlo. Y recuperar la confianza perdida es un proceso arduo, porque ya no se trata solo de construir, sino de reparar.

¿Se puede reconstruir? Sí, pero no con palabras vacías. Requiere transparencia, tiempo y un esfuerzo consciente por parte de quien la ha roto. Es como volver a tensar los cables del puente, pero esta vez con la sospecha de que podrían ceder de nuevo. La persona que ha roto la confianza debe estar dispuesta a demostrar con hechos que es capaz de cambiar. Esto significa disculparse sinceramente, asumir la responsabilidad de sus acciones y trabajar para recuperar la credibilidad perdida.

Además, cuando la confianza se rompe en relaciones personales, entran en juego las emociones. No solo es cuestión de evaluar hechos objetivos, sino también de gestionar el dolor, la frustración y la decepción. Es posible que, a pesar de los esfuerzos, algunas relaciones no puedan recuperarse del todo. Y en esos casos, es válido aceptar que algunas conexiones simplemente se han agotado.

La confianza en la vida cotidiana

La confianza es el pegamento de las relaciones humanas. En el trabajo, en la amistad, en el amor. Y, como todo, es un equilibrio delicado entre expectativa y realidad. Si alguien te falla una vez, puedes darle otra oportunidad. Si lo hace varias veces, quizá sea momento de aceptar que ese puente ya no se sostiene.

Porque, al final del día, confiar es un acto de valentía. Y como todo lo valioso, merece ser cuidado. No se trata de confiar ciegamente en todo el mundo ni de vivir desconfiando de todos, sino de encontrar ese punto medio donde puedas construir puentes sólidos con las personas que realmente lo merecen. Y si alguna vez te traicionan, recuerda que puedes volver a construir, pero también puedes aprender a elegir mejor en quién depositas tu confianza.

Los cinco niveles de compromiso: una guía para coaches y mentores

¿Alguna vez has tratado de ayudar a alguien y no tenías claro si estaba realmente comprometido o sólo curiosísimamente interesado? El compromiso tiene matices, niveles que varían según la persona y el momento. Si eres mentor, coach o amigo consejero, entender estos niveles puede ser un cambio de juego.

¿Cuáles son los cinco niveles del compromiso?

Nivel 1: El curioso casual

Es alguien que se acerca por curiosidad, pero sin ninguna intención seria. Hace preguntas genéricas y se va rápido.

Cómo actuar: No inviertas demasiado. Ofrécele un punto de entrada sencillo y accesible.

Nivel 2: El entusiasta temporal

Este parece motivado, pero esa energía inicial tiende a esfumarse al primer obstáculo. Lo has visto: se inscriben en algo y desaparecen.

Cómo actuar: Ayúdales a clarificar sus objetivos y a crear un plan simple que puedan seguir.

Nivel 3: El comprometido condicionado

Él estará a tope, siempre y cuando no haya muchas dificultades. Pero si algo sale mal, es posible que se retire.

Cómo actuar: Enséñales a gestionar frustraciones y a enfocarse en el largo plazo.

Nivel 4: El buscador resiliente

Aquí tienes a alguien serio. Ya han lidiado con retos y siguen en pie. Quieren aprender y crecer.

Cómo actuar: Refuerza su autonómia y ofréceles desafíos.

Nivel 5: El transformador genuino

Este nivel es el sueño de cualquier mentor. Son modelos a seguir, comprometidos de por vida con el cambio.

Cómo actuar: Éstimulales a liderar y conecta con otros agentes de cambio.

Cómo identificar cada nivel y adaptar tu aproximación

Fíjate en su actitud. La acción habla más fuerte que las palabras. Ajusta tu manera de acompañar según lo que veas, sin forzar.

El tránsito entre niveles: catalizadores y barreras

Tu papel aquí es facilitar el salto entre niveles. Ayuda con herramientas y guía, pero respeta su ritmo. Porque, al final, el cambio genuino siempre viene de dentro.

La paradoja del acompañamiento: Cuando ayudar significa no empujar

Imagina esto: tienes un amigo que está atascado en un tema importante. Decides echarle una mano, darle consejos, incluso le haces parte del trabajo. Y, de repente, no sólo no mejora, sino que parece que todo se desinfla. Te quedas pensando, «¿qué he hecho mal?». Pues bien, quizás tu ayuda, en lugar de empujarle hacia adelante, le haya frenado.

El mito del mentor salvador

Nos encanta la idea del mentor que resuelve problemas y guía como un faro en la oscuridad. Pero este mito tiene una trampa: si haces demasiado, robas a la otra persona la oportunidad de crecer. No se trata de salvar; se trata de acompañar.

La responsabilidad compartida en los procesos de desarrollo

Ayudar a alguien no significa cargar con toda la responsabilidad. Es como un baile: cada uno tiene que moverse al ritmo adecuado. Si el acompañado no pone de su parte, tu esfuerzo será en vano. Recuerda, ellos tienen que querer caminar.

Señales de que alguien está (o no) listo para ser acompañado

A veces, la persona que quieres ayudar no está lista. ¿Cómo saberlo? Observa si hay apertura, si realmente escuchan y actúan en consecuencia. Si sólo buscan excusas o esperas mágicas, puede que no sea el momento.

El arte de soltar: cuándo y cómo dar un paso atrás

A veces, la mejor ayuda es retirarte. Esto no significa abandonar, sino dar espacio para que la otra persona tome sus propias decisiones. Confía en el proceso y acepta que no todo está en tus manos.

Estrategias para un acompañamiento efectivo y sostenible

¿Cómo acompañar mejor?

  • Escucha antes de actuar.
  • Haz preguntas, no afirmaciones.
  • Celebra cada avance, por pequeño que sea.

No se trata de empujarles cuesta arriba, sino de caminar junto a ellos hasta que encuentren su propio ritmo.

Cuál es la diferencia entre coaching y feedback

Hace unos días estábamos mi compañero Alberto y yo haciendo un taller sobre feedback eficaz para un grupo de profesionales. Y, en un momento de la sesión, uno de los participantes nos dijo: «hoy estoy aprendiendo mucho; pero tengo la sensación que estoy aprendiendo mucho coaching, y poco feedback».

A raíz de ahí surgió una conversación terminológica, de lo que cada uno entendía por coaching y por feedback. ¿Son diferentes? ¿Son lo mismo? ¿En qué se solapan?

Realmente, dentro del colectivo, la sensación era que se entendía feedback y coaching como herramientas distintas. De hecho, en algún momento alguien expresó: «como no he conseguido nada con el coaching, voy a ver si con el feedback…»

Rumiando sobre esta pregunta, me vino a la mente una posible explicación…

Cómo yo entiendo el coaching

He hablado ya antes de coaching para profesionales por aquí, así que trataré de resumir. Para mí, el coaching es una forma de abordar una conversación de desarrollo centrada en la otra persona. Es esa otra persona la que define sus objetivos, la que reflexiona sobre dónde está y sobre cómo avanzar. El coach, llegado al extremo, es solo un acompañante que a través de la escucha y de las preguntas sirve de «espejo» para el coachee.

¿Puede existir un coaching sin feedback? Como digo, llevado al extremo sí. Pero lo normal es que en el curso de esas conversaciones de coaching, el coach pueda ofrecer (además de escuchar y preguntar) algunos puntos de vista. Sugerencias, cosas que está viendo… Siempre muy respetuoso, siempre abierto a que la otra persona no lo vea igual. Simplemente como forma de trasladar elementos de reflexión a la otra persona, para que ésta haga lo que quiera con ello.

Así que sí, puede existir coaching sin feedback, pero es habitual que haya feedback dentro de un proceso de coaching.

Cómo entiendo yo el feedback

Técnicamente, feedback es cualquier reacción que yo traslade a otra persona en función de sus acciones. «Retroalimentación», que se traduce a veces. Llevado al extremo, dar descargas eléctricas a un ratón que toca una palanca… es feedback. Dar a un vendedor sus resultados de ventas… es feedback. Decirle a alguien que hizo algo mal, y cómo quieres que lo haga… es feedback. Las críticas y los reproches también son feedback.

Es decir, que hay muchas formas diferentes de dar feedback. Unas más bruscas que otras. Unas más unidireccionales que otras. Unas menos efectivas que otras.

Feedback con mentalidad de coaching

Y dentro de ese abanico de formas de dar feedback, es donde aparece el «feedback con mentalidad de coaching». Que es, en realidad, el formato que nosotros estábamos planteando dentro del curso. Y que es la madre del cordero de la pregunta inicial.

¿Por qué feedback con mentalidad de coaching? Porque partimos de la base de que las personas solo cambian porque quieren cambiar. Que decirle a alguien «tienes que hacer las cosas así y así porque yo lo digo» no suele funcionar. Porque las personas necesitan hacer suyas las reflexiones, y sólo entonces cambiarán su comportamiento (salvo que tengas una capacidad de vigilar y castigar muy grande… pero ¿quién está en condiciones de hacer de policía el 100% del tiempo?).

Si lo que quieres es generar un cambio de comportamiento honesto y duradero… tienes que asumir varias cosas:

  • Que tu forma de ver las cosas puede no ser la única, ni la mejor.
  • Que tienes que plantear tu punto de vista con humildad, no como verdades absolutas. Porque el otro puede estar viendo cosas que tú no ves, y viceversa. Y porque, aunque veáis las mismas cosas, el otro puede estar interpretándolas de distinta forma que tú.
  • Que tienes que dedicar tiempo a explorar el proceso de percepción, interpretación, emoción, relación con las necesidades… tanto de la otra persona como el tuyo propio. Que esto no va de «yo te he dicho las cosas, y asunto arreglado»… porque eso no suele funcionar (puedes ver el artículo sobre comunicación no violenta que escribí hace tiempo).
  • Que tienes que aceptar que la otra persona puede, o no, recoger lo que tú le estás dando. Y que, como resultado de ese feedback, la otra persona puede (o no) cambiar su comportamiento en el sentido en que tú esperas. Porque, como decía Rafael Echeverría, «el respeto mutuo es aceptar que los otros son diferentes de nosotros, que en tal diferencia son legítimos y debemos llegar a la aceptación de su capacidad de tomar acciones en forma autónoma de nosotros «.
  • Y que solo entonces pueden generarse compromisos honestos (no «órdenes disfrazadas de compromisos») en los que la otra persona se sienta respetada y realmente comprometida (puedes ver mi artículo sobre gestión de compromisos).

En resumen, feedback y coaching

Después de estas reflexiones, a la conclusión a la que llego es que sí, puede haber coaching sin feedback… pero lo normal es que dentro del coaching haya feedback. Y sí, puede haber feedback que no tenga en cuenta la perspectiva de coaching… pero cuando se da feedback con perspectiva de coaching es mucho más eficaz.

Un coach o un consultor que no es un experto

Hace unos días, hablaba mi mujer con mi suegra. Le preguntaba por mi trabajo, «¿sigue con el tema de los restaurantes?». «No», le contaba mi mujer, «ahora está en un proyecto haciendo cosas con hospitales». «Pero… ¿es que también sabe de hospitales?»

Esquiadores dando clase a tenistas


Narra John Whitmore, en su libro «Coaching for performance«, una anécdota. En uno de sus seminarios de coaching para tenistas, había tanta gente apuntada que se quedaron sin coachs especializados en tenis. Así que tuvieron que llamar a coachs especializados en ski, les pusieron las camisetas como al resto, y les lanzaron a trabajar.

«De forma no demasiado soprendente, el trabajo de coaching que desarrollaron estas personas fue básicamente indistinguible de que hicieron los expertos en tenis. Y de hecho, en un par de casos fue sensiblemente mejor.»

Joder, qué contradicción… ¿cómo va a ser mejor coach de tenis un experto en ski que un experto en tenis?

Tu experiencia no es lo importante

Sucede con el coaching para profesionales, como sucede también con algunos tipos de consultoría (desde luego con los que yo siento más afinidad) que tu misión principal no es «transferir conocimientos», sino facilitar un proceso que permite al coachee o al cliente ver las cosas de una manera diferente, y desde ahí poner en marcha acciones diferentes que les lleven a conseguir resultados diferentes.

Desde ese punto de vista, lo importante es el proceso. Tú no eres el protagonista, sólo una herramienta al servicio del protagonista que es el otro. Cuanto más te ciñas a ese rol de facilitador, cuanto más espacio des al otro para que se dé cuenta de las cosas por sí mismo y asuma responsabilidad de hacer, más probable es que se generen comportamientos diferentes desde el convencimiento.
Y es así, cuando el otro hace suyos los cambios, cuando se produce la transformación. Porque, como digo siempre, es mejor una solución «subóptima» impulsada por el otro, que una solución «perfecta» impulsada por ti.

Cuando el experto contamina

De hecho, puede suceder que ser «experto en la materia» resulte contraproducente. Cuando tienes conocimiento de la temática, es fácil dejarse llevar y adoptar un rol paternalista y condescendiente. Escuchamos poco (porque «ya me sé la historia») y corremos a «dar la solución». No dejamos espacio para que el otro «genere su solución», sino que somos nosotros quienes le dirigimos a que llegue a nuestras conclusiones.

Adoptar el papel del «investigador humilde» que defendía Schein se hace más complicado cuando creemos tener la respuesta correcta. Y tendemos a ocupar un espacio que no nos corresponde, a erigirnos en protagonistas. A pretender generar transformación desde nuestra atalaya. «He venido aquí a darte la solución que necesitas». Nos marcharemos, muy ufanos («otro cliente al que ayudo con mi sabiduría»), y dejaremos al cliente con la cabeza como un bombo y, probablemente, poco convencido para avanzar con sus propios medios.

Un salto de fe

Soy consciente de lo contraintuitiva que es esta idea. Puedo ponerme en la piel de ese jugador de tenis que va a un seminario, y le dicen que su coach es experto en ski: «no, oiga, no me timen, que yo he venido a un seminario de tenis, ¿qué es esto?».
Y así sucede en muchas ocasiones, cuando el cliente busca alguien «que tenga experiencia en situaciones como la mía». Si puede ser del mismo sector, mejor que mejor. Te escudriña tus credenciales, buscando que tengas «cromos» que justifiquen tu carácter de «experto» y, por lo tanto, su decisión de contratarte.

Y en realidad también puedo ponerme en la piel del coach, o del consultor, que se dispone a acompañar a un cliente de un sector que no conoce, o con una problemática en la que no tiene experiencia. «¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Soy un impostor! ¡Me van a descubrir!». E intentas rebuscar en tu pasado para encontrar alguna experiencia (propia o prestada) que te sirva para aparentar un poco, y vender la moto de que sí, de que tu experiencia en situaciones similares es muy grande.

Aceptar esas ideas de que «no hace falta ser un experto en la materia para ser un buen coach/consultor», y de que «lo importante es el proceso, y no la transferencia de conocimiento», exige un salto de fe.
Cuando te lo cuentan desde fuera te suena rarísimo, muy difícil de creer. Ponerlo en práctica te genera ansiedad, y estás permanentemente echando la mano hacia atrás, pensando que «no va a funcionar», que «va a salir mal», que «dónde vas tú sin experiencia» (o, desde el punto de vista del cliente, «debería haber contratado a alguien con experiencia»).
Y sin embargo, cuando lo pruebas, te das cuenta de que es así… y se abre un terreno nuevo para tu práctica profesional.

Un mínimo de conocimiento

No se trata, como digo más arriba, de «ser un experto». Pero tampoco se trata de irnos al otro extremo, y de hacer gala de llevar el cerebro en blanco.

Dentro del proceso de coaching/consultoría, es muy importante generar afinidad con el coachee/cliente. Hablar el mismo idioma, porque es desde ese mismo idioma desde donde se pueden establecer puentes de entendimiento, confianza… Hay que entender al otro cuando habla, y hay que hablarle en unos términos que resuenen con él, con su realidad, con su día a día. En definitiva, hay que conectar.
Pero para eso no hace falta mucho más que un mínimo de curiosidad, de interés, de humildad... hacer los deberes para hacerse una composición de lugar rápida, escuchar con atención, preguntar cuando algo no se entiende, esforzarse por utilizar los ejemplos del otro, las anécdotas, las palabras, las imágenes…

Desprenderse del ego

Si hay algo que cada vez veo con más claridad, es que «ser coach» o «ser consultor» es en muchas ocasiones una batalla contra el ego. Es entender que en la relación con el coachee/cliente tú no eres el protagonista, y que cuanto menos espacio ocupes, mejor. Que la responsabilidad de la transformación no es tuya, que tú solo eres una herramienta en manos del otro. Que tú no eres un «salvador» que llega a solucionar la papeleta a nadie. Que no se trata de transacción, sino de relación. Que no te pagan por lo que tú das, sino por lo que generas.
Tú eres un catalizador. Por ti mismo no generas una reacción, pero ayudas a que otras reacciones se produzcan. Y esa capacidad es aplicable de forma bastante transversal entre sectores y casos concretos. Porque los hilos que mueves, las palancas que tocas, los métodos que utilizas… afectan a un nivel subyacente donde hay más cosas en común de las que puede parecer a primera vista.
Y ahí es donde es importante tu experiencia. En conocer los métodos, las herramientas, el proceso. En gestionar la relación, la conexión. Porque en última instancia del otro lado siempre hay personas, con su potencial para la acción, sus creencias, sus barreras, sus miedos y sus dudas. Porque la transformación efectiva se produce cuando esas personas son las protagonistas desde su posición, su experiencia, su nivel de conocimientos, su aprendizaje… y su acción.
Por eso, sí, un coach experto en ski puede ayudar a un tenista. Y por eso yo puedo ayudar a un restaurante y a un hospital. Porque el ski, el tenis, el restaurante, el hospital… son lo de menos.

La columna izquierda en proyectos de transformación

Hace tiempo, en un proyecto, empezó a suceder una de esas cosas tan habituales: uno de los agentes involucrados empezaba a actuar de forma… incoherente. De palabra, todo era compromiso con el proyecto, apoyo a tope, al 100% de acuerdo. Pero la realidad de sus actos no cuadraba con su discurso.
Decir si, pensar no
Algo pasaba. Quizás debíamos abordarlo antes de continuar. Y así lo planteé a los responsables del proyecto. Su respuesta: «no podemos ponernos ahora a cuestionarnos esas cosas. En un Comité ya dijeron que estaban de acuerdo… así que hay que seguir avanzando».
Por supuesto, seguimos avanzando… para nada. Porque las declaraciones en los comités se las lleva el viento, y lo que quedan son las acciones en el día a día.

La columna izquierda

En el ámbito del coaching se usa una herramienta llamada «la columna izquierda». Digamos que tomamos una hoja y la dividimos en dos columnas. En la derecha ponemos lo que una persona hace o dice; sus comportamientos observables. Y en la izquierda, ponemos su discurso interno: todas las ideas, creencias, miedos… que a veces de forma consciente y otras de forma inconsciente son el origen de su comportamiento observable.
What I say
El problema, claro, es que mientras la columna derecha se puede observar, la columna izquierda está oculta: solo la conoce la otra persona, y eso en el mejor de los casos. Lo más que podemos hacer es plantear hipótesis e indagar, tratando de descubrir y entender qué hay en ella. Y es que cuanta más luz arrojemos sobre esa columna izquierda, más fácil será dar con la tecla que realmente movilice la acción de la otra persona.
Volviendo al ejemplo del proyecto que planteaba, era evidente que había algo no declarado en la columna izquierda. Algo que hacía que lo que se decía y lo que se hacía no coincidieran. Era necesario indagar en qué era ese algo, entender por qué estaba sucediendo esa incoherencia. Solo desde ahí se podía hacer algo al respecto.

Abriendo el melón de la columna izquierda

El problema es que indagar en la columna izquierda… no es cómodo. Requiere tiempo, trabajo, confianza, mano izquierda. Las cosas que están en la columna izquierda suelen tener un componente emocional. Suelen ser ideas y creencias arraigadas, susceptibles de generar rechazo cuando se verbalizan. Por eso nos cuesta sacarlas, o dejar que otros las vean.
¿Y si nos dicen algo inconveniente? ¿Y si nos obliga a replantearnos las cosas? ¿Y si descubrimos algo que no nos gusta, o algo que no sabemos manejar, incluso algo que directamente pone en riesgo el proyecto? Quita, quita.
Por eso mucha gente no quiere «abrir ese melón», «reabrir viejos debates», «remover la mierda» o «abrir la caja de Pandora». Mejor actuar como si eso no existiese
Caja de Pandora
Pero claro, la cuestión es que sí existe. Enterrar la cabeza como un avestruz no hace que desaparezca. Y tarde o temprano acaba reventando.

Los cimientos de un proyecto de transformación real

Como la parábola de la Biblia, podemos edificar nuestros proyectos con cimientos sólidos, o hacerlo sin cimientos. Aparentemente los proyectos sin cimientos avanzan sin problemas; y de hecho más rápido. Desde un punto de vista superficial, es más que suficiente. Mucha gente se conforma con eso, con proyectos que avanzan en apariencia.
La prueba de fuego vendrá, claro, cuando vengan las tormentas. Entonces, el proyecto sin cimientos caerá como un castillo de naipes. ¿Por qué las cosas no funcionan como se suponían que tenían que funcionar? ¡Si lo hicimos todo bien! ¡Si todo el mundo estaba de acuerdo! ¿Por qué ahora resulta que no hacen lo que deben?. Y ahí tendremos, después de invertir esfuerzo, tiempo, dinero, energía… un proyecto frustrado más.
Casa en roca
Así que si quieres abordar un proyecto de transformación real, con voluntad de impacto y permanencia… hay que dedicar tiempo a los cimientos. A tener conversaciones francas, tanto al inicio del proyecto como durante su desarrollo, que permitan poner tanta luz como sea posible a las columnas izquierdas de todos los implicados. Y a abordar todas las cuestiones que sean necesarias, por difíciles o incómodas que puedan ser, antes de seguir avanzando.
Porque si no lo hacemos, si hacemos «como si nada»… correremos mucho; pero no llegaremos a ningún sitio.
PD.- Como ves, he añadido un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

¡Hablemos de coaching, cojones ya! (con Alberto Mallo)

Parafraseo el exabrupto de Arrabal para titular el nuevo episodio del podcast «Diarios de un knowmad». En el que (sorpresa) hablamos de coaching para profesionales. Como ya sabréis los más habituales, llevo unos meses acercándome (desde la distancia y descreimiento inicial) a esto del coaching. Y para guiarme en ese camino le pedí ayuda a mi amigo Alberto Mallo, compañero de fatigas consultoriles desde principios de siglo. En una de nuestras conversaciones le sugerí, «¿por qué no grabamos una entrevista hablando de estas cosas?». Y dijo que sí.
En la recapitulación final de la conversación nos surgía la inquietud derivada de hablar sin tener un feedback directo de los escuchantes… y de ahí ha salido la idea de «abrir las líneas» para que cualquiera pueda dejarnos sus preguntas, sus inquietudes, sus críticas… y si funciona, tendremos una nueva conversación en formato «preguntas y respuestas». Así que ya sabes, si te apetece resolver alguna cuestión sobre coaching, déjame un email en rahego (arroba) gmail.com y la abordaremos más adelante.
Dejo aquí el audio de la entrevista. Y ya sabes, si te gusta puedes suscribirte al podcast en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

Éstos son los temas que han ido saliendo en la conversación:

  • 01:00 – Cuento qué me llevó inicialmente a acercarme al coaching, cómo surgió la idea de pedirle ayuda a Alberto… y la sorpresa que le di al hacerlo.
  • 06:22 – Le pregunto a Alberto qué le sedujo a él del coaching, especialmente viniendo de su formación como psicólogo. Hablamos del carácter ecléctico y pragmático del coaching, en el sentido de que incorpora elementos de distintas disciplinas y lo hace con una vocación de «hacer que funcione».
  • 12:00 – ¿Qué aporta trabajar con un coach? ¿Para qué y para quién puede servir?
  • 19:05 – Hablamos de las barreras que puede tener cualquier persona a la hora de pensar en el coaching como herramienta útil, desde el desconocimiento, la desconfianza o las expectativas difusas.
  • 23:44 – Comentamos los factores de éxito de un proceso de coaching, donde lo relacionado con el «coachee» tiene mucho más que ver que con lo relacionado con el coach. Un coach normalito puede ser suficiente para una persona motivada, pero ni el mejor coach del mundo puede hacer nada con una persona que no pone de su parte.
  • 26:05 – Reflexión sobre el coaching como proceso, como algo que «empieza y termina», con unos objetivos concretos. Nada de acompañamientos eternos, se trata de generar aprendizaje y autonomía.
  • 30:22 – ¿Qué resultados ha observado Alberto en su trabajo como coach? Hablamos sobre todo de gente haciendo cosas que durante mucho tiempo consideraban fuera de su alcance, del efecto liberador que eso tiene, y de lo que pasa una vez que empiezan a encadenarse acciones.
  • 36:11 – Entramos en terreno de críticas. La intangibilidad del coaching hace que sea fácil verlo con desconfianza, y desde ahí acusar de «vendehumos«, de «charlatanes«, de «abusar de la fragilidad de otros«… Juicios legítimos, que tendrán su origen (como todos los juicios, también los nuestros). También cuestionamos hasta qué punto algunos coachs se deslizan hacia el «mrwonderfulismo» y si eso tiene sentido o no (siendo como es el coaching un proceso esencialmente individual, poco sujeto a «mensajes generales»… ¿Son obviedades? Posiblemente, pero las cosas que resultan obvias para unos no lo son para otros (para mí, que nunca he fumado, me puede parecer ridículo que alguien sea incapaz de dejarlo… pero ahí están) y lo importante es el proceso de descubrirlo.
  • 53:58 – Hablamos del coaching como habilidad interesante para tu mochila profesional, cómo aporta una forma de ver el comportamiento de las personas y herramientas para gestionarnos a nosotros mismos y a los demás.
  • 59:46 – Preguntado sobre la mejor manera de acercarse (como coachee o como coach) al mundo del coaching, Alberto sugiere simplemente probar (en muchas escuelas de coaching es habitual que soliciten voluntarios para hacer de «conejillos de indias», yo mismo lo he hecho). Y a partir de ahí valorar.
  • 1:02:00 – En las reflexiones de cierre, hacemos un poquito de recapitulación. La sensación es de haber hablado de muchas cosas, y queda la inquietud de saber si habremos respondido al interés de quienes escuchan… y de ahí surge la idea de lanzar una «sesión de preguntas y respuestas».

Aprendiendo coaching: actualización 11

[Esta entrada corresponde a la serie «Aprendiendo coaching«, dentro de la iniciativa «Mis aprendizajes«]

Objetivo de la semana

Revisar las conversaciones mantenidas hasta ahora, y abrir la posibilidad de nuevos procesos de coaching con otros «conejillos de indias». Por cierto, he renunciado al seguimiento semanal (el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y en mi caso ya iban más de dos…), y el objetivo es realizar actualizaciones con cierta frecuencia para ir anotando los avances sin la presión de la «semana a semana».

Qué he hecho

  • Tuve mi primera conversación de coaching. ¡Hito importante! Fue una experiencia interesante, sin duda. Sorprendentemente tranquilo (ahí la coachee ayudó mucho, claro), con una sensación agradable durante la conversación, sin estar demasiado agobiado pensando en si lo estaría haciendo mejor o peor, centrado en escuchar a la coachee…
  • Le pasé una hojita de feedback a la coachee, y fue fantástico… reconozco incluso cierta sensación de incomodidad (siempre me siento raro cuando la gente me «califica bien», y tiendo a quitarle importancia), y de incredulidad («cómo lo voy a hacer bien, ¡si estoy aprendiendo!)
  • Hice un resumen post-sesión, con los puntos clave que habían salido… la verdad es que es una reflexión interesante.
  • Revisé (obviamente con permiso de la coachee) la grabación de la charla con mi tutor Alberto. Me dijo que «muy bien, para ser la primera vez» :D.
  • En este periodo la coachee y yo hemos tenido una segunda conversación. En ella he intentado ser más consciente de mis intervenciones, procurando reducirlas. Fue una sesión muy satisfactoria por la sensación que me transmitía la coachee de «estar avanzando mucho». En ciertos momentos esa sensación me desbordaba («no puede ser verdad, ¿cómo va a ser así, con sólo una conversación? esto no es mérito mío…»).

Aprendizajes

  • En esta sesión me pilló con el pié cambiado que la coachee no tenía «un objetivo para la sesión», pero lo recondujimos a repasar las acciones que había puesto en práctica a lo largo de los días que no nos habíamos visto. En todo caso fui yo quien redirigió el tema, y quizás debería haberle devuelto la pelota con más énfasis («¿de qué quieres hablar?» «pues no sé» «pues tú dirás… ¿o prefieres que terminemos la conversación?» :D).
  • Apareció un tema llamativo en la segunda sesión: la coachee se sentía fenomenal, con sensación de estar avanzando, «gracias a mi intervención»… eso me generó una sensación extraña, de incomodidad, de incredulidad, de «no puede ser»… no por ella, claro, si no por mí, por sentir que no es posible que yo pueda tener ese impacto… en vez de aceptarlo e incluso agradecerlo, noté que no sabía cómo gestionarlo.
  • Hablando con Alberto, me comentaba mi tendencia a intervenir demasiado, a hacer las preguntas demasiado largas, incluso a «exponer». Me impuso una regla: que tus intervenciones no tengan más de 6 palabras. Al final, el objetivo es «devolver la pelota» al coachee cuanto antes, intervenir lo menos posible. Me recordó a esas veces donde juegas con un globo y lo golpeas, y pasa un rato en el aire… y cuando baja te limitas a darle otro golpe. Ahí tengo que luchar contra el «miedo al vacío» en las conversaciones, soportar mejor la presión del silencio, y dejar espacio.
  • También me alertaba respecto a las respuestas del coachee «demasiado rápidas, demasiado bien articuladas». Eso suele ser señal de que está mostrando un pensamiento ya previo (y por lo tanto que no refleja un cambio). Lo interesante sucede cuando al responder se queda pensando… cuando ves que «la máquina echa humo»… ahí puedes intuir que algo está haciendo clic en su cerebro.
  • Me sugería Alberto el uso de «role-play» dentro de las conversaciones, como forma de ensayar situaciones concretas de las que estemos hablando, y poner en práctica comportamientos alternativos. Interesante para añadir al juego.
  • Hablábamos también de la importancia de reforzar los nuevos comportamientos, de celebrarlos… incluso de asociar esos cambios de comportamiento a «tu anterior versión» vs. «tu nueva versión» para reforzar el cambio de mentalidad.
  • Teniendo en cuenta el grado de entusiasmo de la coachee, me surgía una duda que comentaba con Alberto… ¿cómo se sabe cuándo «dar por terminado» el proceso? Al final, volvemos a la idea habitual: el proceso es del coachee, y es él/ella quien define si se ha cumplido su objetivo o no («con respecto al objetivo que te marcaste, ¿qué te está faltando?»). Quizás sea una barrera mental mía el pensar que «no puede ser en una sesión», porque quizás sí. Estuvimos viendo cómo podría ser una «sesión de cierre», en la que se hiciese un recorrido de aprendizaje, se explorasen posibilidades de extrapolar a otros dominios, aprovechar para celebrar y reforzar los cambios, intercambiar feedback y buscar un plan de acción a futuro (acciones de refresco, sostenibilidad a largo plazo, buscar alguien a quien rendirle cuentas…)
  • Me comentaba Alberto una creencia nuclear de su visión del coaching: que el coachee tiene todas las soluciones y los recursos dentro de sí, y que está a solo un «clic» de ver la solución por sí mismo. Es ese «clic» el que buscamos, y puede producirse en cualquier momento.

Qué ha ido bien

  • Las conversaciones de coaching con la coachee… primera experiencia superpositiva, buenas sensaciones, refuerzo de las ganas de hacer cosas, quitarse el miedo…
  • La reflexión sobre las conversaciones, con aprendizajes relevantes

Qué podría ir mejor

  • Prestar cada vez más atención (en directo o «en grabado») a mis acciones y palabras durante la conversación.
  • Ser más proactivo en «ponerme en situaciones de aprendizaje». ¿Alguien más quiere coaching? 😀

Para la próxima actualización

  • Seguiré el proceso con la coachee
  • Buscaré nuevos coachees

Aprendiendo coaching: semana 10

[Esta entrada corresponde a la serie «Aprendiendo coaching«, dentro de la iniciativa «Mis aprendizajes«]

Objetivo de la semana

Retomar el hilo, y preparar mi primera conversación de coaching

Qué he hecho

  • Lo primero, «mentir». Esta semana que he llamado «semana 10» en realidad está enmascarando un periodo de mes y medio en el que mi proceso de aprendizaje se ha quedado estancado. Obviamente, por mi responsabilidad.
  • A raíz de mi anterior actualización, en la que decía que «cada vez tengo más claro que necesito un «instrumento de práctica», poder empezar a trabajar con alguien para «hacerle coaching», e ir practicando las cosas, asentando conceptos, equivocándome, etc…» una persona amable se ofreció a hacer de «conejillo de indias» conmigo. Obviamente estoy súper agradecido. Afrontar este reto es probablemente lo que me ha «estancado» en cierta medida, y lo que paradójicamente me va a dar un empujón brutal en mi aprendizaje.
  • Cuando digo que me «ha estancado» me refiero a que, ante la perspectiva de abordar ese primer proceso, de alguna manera se activaron mis miedos e inseguridades. En vez de ser tan proactivo como cabría esperar, empecé a demorar las cosas (un par de días para responder un mail por aquí, una pregunta dilatoria por allá, «espérate que ahora vienen las navidades»…). Comentando este tema con Alberto me ayudó a ver que no era más que el miedo echando el freno de mano. «¿Por qué no has empezado ya? ¿Por qué, de hecho, no has buscado tres o cuatro personas más para hacer lo mismo?». Buenas preguntas… En todo caso, ya tengo fijada la sesión :).
  • Estuve preparando un documento introductorio, de cara a explicar a un potencial coachee «en qué consiste el proceso de coaching», qué puede esperar de él, cuáles son las responsabilidades de cada uno… me sirvió también como elemento clarificador para mí.
  • Estoy preparando una pequeña «guía para la conversación«, una especie de «chuleta» para mí con algunos elementos útiles, preguntas que puede tener sentido sacar, recordatorios, «dos y don’ts»… es un instrumento que me está ayudando a reducir la ansiedad.
  • He empezado a revisar las flashcards que hice con conceptos de coaching. La verdad es que le veo una utilidad relativa… sobre todo porque muchos de esos conceptos no son tan claros y evidentes (error mío a la hora de conceptualizarlos, más bien).

Aprendizajes

  • Que el miedo y la inseguridad aparecen en un proceso de aprendizaje, especialmente cuando hay que ponerse manos a la obra. Y que actúan paralizándote, y encima dándote argumentos aparentemente muy sensatos para no hacer lo que en realidad sabes que tienes que hacer. Esto, que en teoría tengo muy claro, no me inmuniza a la hora de sufrirlo en la práctica.
  • La conversación con Alberto me ayudó primero a identificar esa situación, y segundo a recontextualizarla. Estoy aprendiendo. Es normal «no tener el control», es normal «fallar». Si a lo que aspiro es a llegar a una situación en la que «tenga el control» y «no falle», obligatoriamente tengo que pasar por este proceso. No hay vuelta de hoja. Pero si me comparo con una versión «perfecta» es normal que surja la ansiedad, la evitación… porque no estoy ahí.
  • La práctica, la práctica y la práctica. Nadie aprende a conducir sentado en un aula ni leyendo un libro, nadie aprende a nadar viendo vídeos de youtube. Nadie aprende coaching sin conversaciones.

Qué ha ido bien

  • Mi «conejillo de indias». Si no hubiera sido por ella, posiblemente ahora seguiría buscando excusas para seguir mareando la perdiz.
  • La perspectiva de una primera conversación me ha hecho «ponerme en situación», preparar materiales…
  • La recontextualización. I’m a work in progress.

Qué podría ir mejor

  • Ser más proactivo en «ponerme en situaciones de aprendizaje». ¿Alguien más quiere coaching? 😀

Para la próxima semana

  • Habré tenido mi primera conversación. Hacer un «post-mortem» completo.

Aprendiendo coaching: semanas 7, 8 y 9

[Esta entrada corresponde a la serie «Aprendiendo coaching«, dentro de la iniciativa «Mis aprendizajes«]

Objetivo de la semana

Estas semanas empezaron con buenos propósitos: consolidar lo aprendido previamente, pasar contenidos a flashcards para poder revisar, y lanzar una iniciativa práctica de coaching.

Qué he hecho

  • Pasé contenidos a flashcards. Quizás lo más complicado sea reducir algunos contenidos a «conceptos concretos». Lo cierto es que tampoco he generado una buena rutina de repaso. El riesgo está en que los contenidos se diluyan…
  • Tuve una conversación con mi «guía» Alberto. Muy interesante porque estuve haciendo un ratito de coach con él, y me dio algunos feedbacks. También me reorientó de cara a continuar.
  • Tuve una segunda conversación en la que fui yo el «coachee». Estuvimos hablando de mi visión de futuro, y me ayudó a ver determinadas cosas. Es una experiencia interesante, porque a la vez que estoy siendo «sujeto» del proceso, también me permite ser «observador» (de las cosas que hace, etc.)

Aprendizajes

  • La importancia del «contrato», de conocer cuál es el objetivo del coachee tanto del proceso en general como de la sesión en particular. Especialmente porque es la «vara de medir», la «piedra de toque» que permite reconducir la conversación. «¿De qué manera encaja esto que estamos hablando con el objetivo que habías marcado?» puede servir tanto para reenfocar la conversación, como para replantearse el objetivo. Si se empieza una sesión sin «objetivo» es fácil irse por los cerros de Úbeda.
  • Un feedback que me dio Alberto cuando yo hacía de coach era que, si bien se sentía escuchado, se me notaban demasiados «intentos de intervenir» y que el el curso de mis palabras se percibía cierta «agenda», como que estaba intentando llevar la conversación a algún sitio concreto. Estuvimos hablando de cuál es el rol del coach, «tú no dinamizas la conversación, el propietario del espacio es la otra persona». En ese sentido, empiezo a ser consciente de que gran parte de la dificultad del coaching es «frenarse a uno mismo». Alberto usó una metáfora interesante, «siente el respaldo» (=échate hacia atrás, respira, calla, deja que la otra persona se expanda).
  • Estoy leyendo un libro que no tiene que ver («Selling is human», de Daniel Pink), en el que también se habla de la importancia de escuchar a la otra persona, y de «seguirle» la conversación, aprender a «identificar la oferta» que la otra persona está poniendo encima de la mesa cada vez que habla para así escuchar sin imponer.
  • Siguiendo las ideas del método GROW, intenté llevar la conversación al punto del What… del plan de acción. Ahí es donde para mí había un conflicto entre «no intervenir» y «seguir el método». Lo que me planteaba Alberto era la importancia de respetar los tiempos… hasta que la persona no hace su «cambio de observador» es tontería tratar de enfocarse en un plan de acción; lo relevante es que, cuando dé señales de que ya ha dado ese paso, entonces sí se busca concretar en acciones.
  • Reafirmamos la idea de «buscar el éxito» en las acciones del coachee. Es mejor un pequeño éxito bien digerido que un gran reto que falla.
  • Estuvimos hablando de la Comunicación No Violenta como camino para seguir explorando la relación entre necesidades-emociones-pensamientos.

Qué ha ido bien

  • Las conversaciones con Alberto me sirvieron para «desbloquearme» en cierto sentido.

Qué podría ir mejor

  • Cada vez tengo más claro que necesito un «instrumento de práctica». Poder empezar a trabajar con alguien para «hacerle coaching», e ir practicando las cosas, asentando conceptos, equivocándome, etc… Tengo una idea rondando en la cabeza, pero sin embargo tengo la sensación de que la estoy bloqueando… que no me atrevo…

Para la próxima semana

  • Profundizar en Comunicación No Violenta
  • Activar la revisión periódica de flashcards
  • Y no me voy a poner otros objetivos que no crea que vaya a cumplir :S