Cómo dar feedback útil: 6 claves y un guion

Introducción

Recuerdo bien cuando un directivo con el que trabajé un tiempo (y al que llamaremos Antonio) se acercaba a la zona donde estaba ubicado su equipo. Se dirigía a alguien y le decía: «ven a mi despacho, Fulanito, que te voy a dar un feedback».

Desde luego, no sonaba nada bien.

El feedback es uno de los conceptos más utilizados en el mundo de los negocios, y del desarrollo personal y profesional. Y sin embargo, según mi experiencia, es uno de los que peor se entiende y aplica.

En este artículo te voy a contar qué es el feedback y por qué es importante. Pero sobre todo, te voy a dar unas pautas muy prácticas para que puedas dar feedback de una manera clara, sencilla, respetuosa y sobre todo útil para quien lo reciba.

Qué es el feedback y para qué sirve

How to give a useful feedback? | Futile Mais Nécessaire

Imagina que acercas tu mano a una llama encendida. Salvo que padezcas de insensibilidad congénita al dolor… te va a doler, y en consecuencia vas a retirar la mano. Incluso si padecieses esa insensibilidad, es posible que algo te oliese a quemado… y también acabarías retirando la mano.

O imagina que tocas una cuerda de una guitarra. Tu oído capta el sonido, y valora si suena «bien» o si suena «mal». Y si suena mal, entonces buscas cambiar la posición de los dedos hasta que consigues que suene bien.

Eso es feedback: una respuesta de nuestro entorno a nuestra conducta. Si hacemos algo, el entorno responde. Y así nosotros sabemos si tenemos que seguir haciendo lo mismo, o si tenemos que corregir.

Y para eso sirve: para aprender, para que la siguiente vez intentemos hacer las cosas un poco mejor.

Por qué es importante dar y pedir feedback

El feedback es clave para aprender y mejorar

A veces, como en el caso de la mano en el fuego o la cuerda de la guitarra, el feedback llega de forma inmediata a tus sentidos.

Otras veces, sin embargo, las consecuencias de lo que haces no son tan evidentes. Y eso pasa mucho cuando tratas con otras personas, tanto en el ámbito personal como en el profesional.

Imagina, por ejemplo, que vas a dar una charla. Terminas, y te quedas con la duda. ¿Habrá gustado? ¿O no?

Puedes intentar sacar conclusiones de los indicios que te llegan («¿me han aplaudido mucho o poco?» «¿he visto a alguien bostezar?»). Pero serán unas conclusiones cogidas con pinzas, basadas en suposiciones, y tampoco demasiado específicas. Si mañana tuvieras que repetir la charla… ¿sabrías qué cosas han funcionado bien, y cuáles tendrías que cambiar?

Puedes poner cualquier otro ejemplo: ese informe que le presentas a la jefa (¿le habrá servido?), cómo le has hablado a ese cliente, cómo te has comportado durante la reunión del equipo… ¿qué cosas has hecho bien, y qué cosas podrías hacer mejor la próxima vez?

Si no recibes feedback, vas a ciegas; no tienes elementos de juicio para saber qué tienes que cambiar.

Por eso el feedback es tan importante, y acostumbrarse a darlo, a pedirlo y a recibirlo es una habilidad muy importante.

¿Cuándo pedir feedback?

Pues voy a ser muy radical en esto: si tienes una verdadera inquietud por hacer las cosas cada vez mejor, deberías estar pidiendo feedback siempre. Todo el rato, a todo el mundo.

Vale, quizás estoy exagerando.

Pero entiendes por dónde voy, ¿verdad?

Pedir feedback no debería darnos miedo. ¡Es la «piedra de toque» definitiva! Una herramienta fundamental que nos ayuda a mejorar ¿Por qué nos cuesta tanto hacerlo?

Diría que hay dos grandes motivos.

Uno tiene que ver con la sensación de que, cuando pedimos feedback, estamos molestando. «Ay, es que la gente tiene otras cosas que hacer, no les quiero hacer perder el tiempo». Pero fíjate que, cuando pides feedback, en realidad lo que estás preguntando es… «¿cómo puedo hacer que mi relación contigo sea mejor? ¿cómo puedo hacer para que la próxima vez que interactuemos tú sientas más satisfacción?».

Te estás poniendo al servicio de la otra persona. Así que no te confundas, pedir feedback no es egoísta… ¡es altruista!

El otro gran motivo por el que nos cuesta pedir feedback tiene que ver, claro, con el ego.

Y es que nos cuesta mucho mostrarnos vulnerables, que alguien nos señale cosas en las que podemos mejorar. Nos lo tomamos como un golpe a nuestra autoestima y eso, si no se enfoca adecuadamente, hace pupa… Así que mucha gente hace como el avestruz: «ojos que no ven, corazón que no siente». Y así pueden salvaguardar su propia imagen.

¿A costa de qué? A costa de engañarse a uno mismo y de perder una gran oportunidad para mejorar.

¿Tú quieres ser de ese tipo de personas?

¿Cuándo dar feedback?

Desde mi punto de vista, hay solo dos situaciones en las que cabe dar feedback:

  • Cuando te lo han pedido: si alguien abre la puerta a que le des feedback, ¡adelante! Te está ofreciendo una oportunidad de mejorar las cosas, ¡aprovéchala! Hazlo con prudencia, siguiendo los pasos correctos (para no entrar como elefante en cacharrería) pero hazlo.
  • Cuando, después de haberte ofrecido para dar feedback, la otra persona te lo acepta. Imagina alguien cuyo comportamiento tiene impacto sobre ti (un compañero, alguien con quien convives, tu jefa…), y quieres trasladarle tu punto de vista sobre cómo eso te afecta o algunas ideas para mejorarlo. Pues bien (y esto es importante) lo que tienes que hacer es ofrecer el feedback («oye, hay algo que me gustaría hablar contigo»), y solo cuando hayas recibido permiso de la otra parte, entonces darlo.

¿Y qué pasa si tienes algo que decir, pero la otra persona no está abierta a recibirlo?

Puedes lanzarte a dar el feedback, pero estarás básicamente perdiendo el tiempo. Estás enviando un mensaje a alguien que no quiere recibirlo. Quizás te sirva como desahogo, pero poco más.

En definitiva, es importante que para dar feedback exista una «autorización» por parte de quien lo va a recibir. Si no, lo que vas a generar es resistencia, mal rollo… y poco o ningún cambio.

Feedback bueno, feedback malo

Solemos pensar en términos de «feedback bueno» (cuando es de reconocimiento, de decir cosas positivas a otra persona) y de «feedback malo» (cuando es de reproche, de mejora, de cambio, de decir cosas negativas).

Pues mira, no estoy de acuerdo con esa clasificación.

Desde mi punto de vista, lo que hay es feedback útil y feedback inútil.

El feedback útil es el que te ayuda a saber cómo comportarte en el futuro. Es detallado, es concreto. Y puede ser de cosas que ya haces (y que por lo tanto reforzarás y seguirás haciendo), o de cosas que estaría bien cambiar.

Insisto, las dos cosas son útiles y, por lo tanto, son buen feedback.

Por otro lado, el feedback inútil es el que no te da demasiadas pistas sobre cómo comportarte en el futuro. Es genérico y, por lo tanto, inservible. Y en ese sentido (y sé que te va a sonar extraño) tanto da «eres genial, gran trabajo» como «vaya desastre, siempre todo mal».

Obviamente uno te deja mejor sabor de boca que otro, pero a la hora de la verdad ninguno te sirve para demasiado.

Cuando vayas a dar feedback, o a recibirlo, no pienses tanto en si es «positivo» o «negativo». Piensa mejor en si es «útil», si ayuda a saber cómo actuar la próxima vez.

En los bloques siguientes te voy a dar indicaciones para dar feedback útil, tanto si es para reforzar como si es para proponer cambios.

Seis claves para un feedback útil

El feedback útil es una conversación, no un monólogo

From one-way criticism to two-way conversations | Training Journal

Hay mucha gente que, cuando piensa en dar feedback, se imagina un monólogo en el que cuenta su opinión, su punto de vista, y «hala, ahí lo llevas».

Y no es eso.

Dar feedback es una conversación. En la que, sí, uno plantea su punto de vista. Pero también:

  • pregunta al otro «cómo lo ve»
  • escucha lo que el otro tiene que decir
  • pregunta para entender bien lo que el otro está diciendo
  • promueve las preguntas del otro
  • responde las preguntas que el otro pueda tener, clarifica, da detalles

En definitiva, un diálogo en el que importa tanto afirmar como preguntar y escuchar.

El feedback útil va de comportamientos concretos, no de generalizaciones o etiquetas personales

Detectives - Consultorio Jurídico

«Eres un desastre», «siempre estás igual», «eres lento», «eres torpe».

¿Te fijas? Son generalizaciones, además atribuyéndole a la otra persona casi «rasgos de la personalidad».

Ojo, exactamente igual que «eres genial», «da gusto trabajar contigo», «me encanta lo que haces».

También son generalizaciones y, por lo tanto, inútiles.

Al dar feedback debemos intentar buscar ejemplos concretos de acciones y comportamientos. No se trata de lo que la otra persona «es», sino de lo que la otra persona «hace». Y no de lo que «hace siempre», sino de lo que «hizo en esta situación puntual».

Cuando usamos etiquetas personales y generalizaciones ponemos a la otra persona en una situación incómoda: no solo le estamos endosando ese «rasgo de personalidad» («entonces, si ‘soy’ así… ¿no puedo cambiar?»), sino que abrimos la puerta a un comportamiento defensivo (en el que la persona se sentirá injustamente tratada, porque no estamos teniendo en cuenta las veces en que «fue» de otra manera).

Con los ejemplos concretos de acciones y comportamientos lo que hacemos es quitarle peso personal al feedback (y por lo tanto darle más margen de maniobra al otro) y focalizar en un caso específico en el que hay menos oportunidad para el desacuerdo.

El feedback útil mira al futuro

Feedback vs Feedforward — improve your performance | by Max Casal | Medium

El gran objetivo del feedback es conseguir que la próxima vez las cosas sean distintas que la vez anterior.

Y sí, se utilizan ejemplos del pasado para expresar lo que uno quiere decir. Pero no se queda ahí, no busca un desahogo sin más.

El feedback útil siempre es constructivo, porque trata precisamente de construir una realidad diferente para el futuro.

A veces se utiliza el concepto de «feedforward» para remachar esta idea, y creo que es un buen matiz para tener siempre en mente.

El feedback útil acaba en un compromiso

Fíjate lo que estoy diciendo: un compromiso.

Un compromiso no es que yo te digo lo que tienes que hacer, y tú aceptas porque no te queda más remedio. A eso se le llama dar una orden (por mucho que queramos envolverla en buenas palabras), y tiene un efecto distinto.

Y no veas la de veces en las que, el que da feedback, lo hace esperando que simplemente el otro acepte sus «recomendaciones».

No: para llegar a un compromiso de verdad hace falta estar abierto a que la solución no sea la que uno traía en mente.

De hecho, para llegar a un compromiso de verdad hay que conversar sin tener una solución concreta en la mente. Uno expone su punto de vista, lo que observa, lo que interpreta, lo que siente, lo que necesita… y a la vez explora lo que observa, interpreta, siente, necesita… la otra persona.

Y a partir de ahí, entre los dos, definen una solución que sea razonablemente satisfactoria para ambas partes.

Cuando uno da feedback es para abrir la conversación (y ver a qué acuerdo se puede llegar), no para que el otro diga «si, bwana».

El feedback útil es respetuoso

Rafael Echevarría, el creador del «coaching ontológico», definía la ética del respeto como «aceptación del otro como diferente a mí, legítimo en su forma de ser y autónomo en su capacidad de actuar».

Y esa idea está detrás de todo este proceso de dar feedback que te estoy describiendo aquí.

Es entender que el otro no está subordinado a mí. Ni aunque yo sea su jefe, o su padre, o lo que sea. Que no tiene por qué aceptar mi punto de vista. Que ni siquiera podemos estar seguros de que yo lleve la razón; pero aunque la lleve, el otro tiene que verlo por sí mismo.

Por eso hablamos del feedback como conversación y no como monólogo. Por eso hablamos de compromisos, y no de órdenes.

Quizás sea éste el elemento clave sobre el que pivota el «cambio de chip» a la hora de dar feedback. Y es algo con lo que recurrentemente veo (en cursos, talleres, etc.) que las personas tienen más dificultades. Porque, en el fondo, van a dar feedback esperando que la otra persona «tome nota» y «les haga caso». Algunos lo hacen de manera más brusca, otros con más amabilidad y paciencia… pero tarde o temprano sale la pulsión del «artículo 33», de «hazlo porque soy tu jefe y no me hagas perder más el tiempo».

El feedback útil requiere tiempo

Daylight Saving Time 2021: When Does the Time Change? | The Old Farmer's  Almanac

Es posible que, mientras estabas leyendo los puntos anteriores, estuvieras pensando: «buf, como tenga que hacer todo eso cada vez que quiera dar feedback… ¡no hago otra cosa en todo el día!».

Y ese es uno de los grandes problemas: que pretendemos que las conversaciones de feedback se resuelvan en dos minutos, «yo te digo lo que te tengo que decir y ya tú te las arreglas». Conversaciones de pasillo, «aquí te pillo, aquí te mato».

La cuestión es que hay que elegir: o damos feedback bien, para que resulte útil (y eso implica una serie de cosas), o damos feedback mal… y entonces no sirve para casi nada.

Guión para una conversación de feedback

A continuación te ofrezco un guion para tus conversaciones de feedback. Te planteo una serie de pasos, y de elementos a tener en cuenta en cada uno de ellos:

  • Antes de empezar: cómo pedir u ofrecer feedback
  • Hablar sobre los hechos
  • De los hechos a las interpretaciones y las emociones
  • Necesidades, negociación y compromisos
  • ¿Y después qué?

Además, usaré un ejemplo concreto. Por supuesto, siéntete libre de adaptarlo a tu forma de expresarte. Lo importante es que veas la lógica y los puntos clave.

Puede que te interese revisar mi artículo sobre comunicación no violenta, ya que es una idea que está detrás de toda esta forma de abordar el feedback.

Antes de empezar

Si vas a pedir feedback

  • Explica por qué y para qué estás pidiendo el feedback: así le das a la otra persona un motivo por el que es importante para ti.
  • Acota el tema sobre el que estás buscando feedback: así ayudas a la otra persona a centrar el tiro.
  • Explica por qué le estás pidiendo el feedback a esa persona en concreto, y por qué su punto de vista es relevante.
  • Pregunta si le parece bien, abriendo la puerta a que te diga que no.
  • Cierra un compromiso en términos de cuándo y cómo te gustaría recibir el feedback.

Ejemplo: «Hola, Menganito. Me gustaría hablar contigo. Verás, últimamente estoy dándole vueltas a cómo mejorar en los documentos que hago para ti. No estoy muy seguro de hasta qué punto te están resultando útiles, o de si hay cosas que podría mejorar. Lo que yo quiero es tener más claridad de lo que es importante para ti, y centrar mi energía y mi tiempo en eso, porque a veces tengo la sensación de que no estoy dando en la tecla. ¿Crees que podrías ayudarme con esto? ¿Cuándo y como sería la mejor manera de hablar de ello? Si ves que no te cuadra no pasa nada, pero tener tu punto de vista me ayudará mucho.»

Si quieres dar feedback

  • Explica de dónde nace tu inquietud por dar el feedback: así la otra persona sabe a qué viene.
  • Centra el tema sobre el que te gustaría dar feedback: así la otra persona reduce su ansiedad, sabe a lo que atenerse y puede valorar si quiere recibirlo o no.
  • Pregunta si a la otra persona le parece bien, abriendo la puerta a que te diga que no.
  • Cierra un compromiso en términos de cuándo y como tendréis ese intercambio.

Ejemplo: «Hola, Fulanito. Verás, el otro día estuve pensando en los informes que me has presentado, y me gustaría poder hablar contigo de ellos para darles una vuelta, y que así me resulten más útiles a mí y más sencillos de hacer para ti. Mi objetivo es darte claridad en la información que yo necesito, y que tú puedas centrar tus esfuerzos en eso. ¿Crees que podremos encontrar un hueco? ¿Cuándo y cómo sería la mejor manera de hablar de ello?»

Si te fijas, tanto en un caso como el otro, los puntos que destacan son:

  • Concretar el ámbito sobre el que pides o quieres dar feedback. Eso ayuda a que la otra persona tenga más contexto, y sepa a qué atenerse.
  • Se dice por qué es importante que la otra persona te dé el feedback
  • Hay petición/oferta; y por lo tanto espacio para decir que no
  • Se busca acordar cuál es el mejor momento/canal para hacerlo

Hablar sobre los hechos

Más arriba hablaba sobre la importancia de utilizar ejemplos concretos de comportamientos y acciones. Éste es el punto en el que vamos a ponerlos encima de la mesa.

Es importante que, cuando hablemos de comportamientos concretos, lo hagamos de la forma más aséptica posible. Es decir, sin meterle juicios y valoraciones.

Un ejemplo tonto: no es lo mismo decir «hoy hace 5ºC» que «hoy hace frío». Lo primero es un hecho (objetivo, verificable, sobre el que es fácil llegar a un acuerdo), lo segundo es un juicio/opinión… ¡y cada uno podemos verlo de una forma! Para alguien del sur de España 5ºC es un frío inaguantable, para alguien de Noruega es una temperatura agradable. ¿Ves la diferencia?

Otro ejemplo: no es lo mismo decir «ayer teníamos una reunión convocada a las 9:00, tú llegaste a las 10:00» que «ayer llegaste tarde a la reunión». Lo primero son hechos objetivos sobre los que podemos discutir, lo segundo ya es un juicio.

Las diferencias son sutiles, pero están ahí. Y a medida que lo practicas, te das cuenta de lo fácil que caemos en emitir juicios.

Lo bueno de los hechos objetivos y asépticos es que podemos hablar de ellos sin que nos afecte personalmente.

En esta fase, además de exponer los hechos «desde mi punto de vista», también hay que preguntar a la otra persona cuál es el suyo. Porque a lo mejor hay hechos que nosotros no conocíamos (p.j. «tuve que llevar a mi hijo al médico a las 9:00») o incluso que estemos en desacuerdo con los hechos («yo no había recibido convocatoria de la reunión»).

Lo importante aquí es llegar al punto en el que resolvamos discrepancias en cuanto a los hechos y tengamos una visión compartida para poder continuar con la conversación.

De los hechos a las interpretaciones y las emociones

Una vez que estamos de acuerdo en los hechos, pasamos a hablar de los juicios e interpretaciones.

Y aquí es importante recordar que las interpretaciones son subjetivas. Dependen de nuestra experiencia, nuestras motivaciones, nuestra forma de pensar… y las mías no son iguales que las tuyas, ni que las del de más allá.

Por lo tanto, en esta fase se trata de que yo expongo «mi interpretación»… pero no pretendo que sea la única interpretación posible. También te pregunto a ti cuál es «tu interpretación», y te hago preguntas para entenderla mejor.

El objetivo es entendernos el uno al otro.

En nuestro ejemplo, imaginemos que hemos llegado al acuerdo de que «llegaste tarde a la reunión». Yo te puedo explicar que para mí la puntualidad es muy importante, y que una falta de puntualidad la interpreto como una falta de profesionalidad, y una falta de respeto a mi tiempo.

Y a lo mejor tú me dices que no pensabas que fuera para tanto, no eras consciente de que la reunión fuese tan importante, que creíste que estaría ocupado con otras llamadas, que como total nos vemos todos los días pues podríamos vernos en cualquier otro momento.

En este punto entra también la expresión de las propias emociones. Sí, porque las emociones forman parte también de la conversación. Si me siento enfadado, o triste, o temeroso, o contento… es el momento de ponerlo encima de la mesa. Y también de dar la oportunidad a la otra persona de que exprese las suyas.

Tú me escuchas a mí (y respetas mi interpretación y mi emoción), yo te escucho a ti (y respeto las tuyas), y como consecuencia nos entendemos mejor. Porque, insisto, ése es el objetivo: entendernos mejor para sentar las bases de lo que viene después.

Necesidades, negociación y compromiso

Una vez que nos hemos expresado y entendido uno al otro, llega el momento de pensar en el futuro. ¿Cómo vamos a actuar la próxima vez?

El primer paso para ello es que cada una de las partes exponga sus necesidades.

En nuestro ejemplo: «yo necesito aprovechar lo mejor posible mi tiempo», «yo necesito dar una buena imagen hacia los clientes». Y por la otra parte: «yo necesito tener flexibilidad a primera hora para poder gestionar imprevistos con los hijos» o «yo necesito tener más contexto de las reuniones para saber cuáles son importantes».

A partir de aquí, se abre una ronda de negociación en la que se proponen y se discuten posibles formas de actuar.

El objetivo, recuerda, es que las dos partes vean razonablemente satisfechas sus necesidades.

Y voy a insistir en esto: las dos partes. No se trata (como sucede demasiadas veces) de que una parte impongan sus necesidades a la otra. Eso no suele acabar en un compromiso real, sostenible, y duradero.

Que es lo que nos interesa.

En nuestro ejemplo: «pues a mí me resultaría útil que las reuniones importantes las tengamos a media mañana, para así evitar posibles retrasos con los niños», «pues a mí me resultaría útil que, si no vas a poder llegar a la reunión, me mandes un mensaje», «pues a mí me resultaría útil que al principio de la semana repasásemos cuáles son las reuniones importantes que tenemos».

De lo que se trata es de llegar a una serie de acuerdos, aceptados por ambas partes, que sirvan para saber cómo actuar mejor en el futuro. Un verdadero compromiso (puedes ver más sobre esto en mi artículo cómo llegar a un buen compromiso)

El otro día pasó esto: ejemplo concreto, separar hechos de juicios, «¿cómo viste tú la situación?»

¿Y después qué?

Una parte importante de las conversaciones de feedback, y de los compromisos que se asumen en ella, es hacerles seguimiento a lo largo del tiempo.

Es decir, que las dos partes puedan recordarse la una a la otra los compromisos alcanzados, vigilar que se cumplen, reclamarse cuando no sea así… e incluso renegociar más adelante si ven que hace falta.

Se trata de que haya coherencia y consistencia a lo largo del tiempo. Que, efectivamente, merezca la pena el tiempo que se ha dedicado a definir esas formas de actuar.

En resumen

El feedback es una herramienta fundamental para relacionarnos de manera sana con los demás, y para mejorar la forma en la que actuamos.

Un feedback útil es, precisamente, el que nos ayuda a entender cómo debemos comportarnos en el futuro.

Y para que un feedback sea útil hay que tener en cuenta una serie de principios elementales.

Dar feedback (y recibirlo también) es una habilidad que todos podemos practicar y perfeccionar. Al principio cuesta más, pero a medida que interiorizas esos principios elementales… cada vez sale mejor.

Feedback is a gift

Cuál es la diferencia entre coaching y feedback

Hace unos días estábamos mi compañero Alberto y yo haciendo un taller sobre feedback eficaz para un grupo de profesionales. Y, en un momento de la sesión, uno de los participantes nos dijo: «hoy estoy aprendiendo mucho; pero tengo la sensación que estoy aprendiendo mucho coaching, y poco feedback».

A raíz de ahí surgió una conversación terminológica, de lo que cada uno entendía por coaching y por feedback. ¿Son diferentes? ¿Son lo mismo? ¿En qué se solapan?

Realmente, dentro del colectivo, la sensación era que se entendía feedback y coaching como herramientas distintas. De hecho, en algún momento alguien expresó: «como no he conseguido nada con el coaching, voy a ver si con el feedback…»

Rumiando sobre esta pregunta, me vino a la mente una posible explicación…

Cómo yo entiendo el coaching

He hablado ya antes de coaching para profesionales por aquí, así que trataré de resumir. Para mí, el coaching es una forma de abordar una conversación de desarrollo centrada en la otra persona. Es esa otra persona la que define sus objetivos, la que reflexiona sobre dónde está y sobre cómo avanzar. El coach, llegado al extremo, es solo un acompañante que a través de la escucha y de las preguntas sirve de «espejo» para el coachee.

¿Puede existir un coaching sin feedback? Como digo, llevado al extremo sí. Pero lo normal es que en el curso de esas conversaciones de coaching, el coach pueda ofrecer (además de escuchar y preguntar) algunos puntos de vista. Sugerencias, cosas que está viendo… Siempre muy respetuoso, siempre abierto a que la otra persona no lo vea igual. Simplemente como forma de trasladar elementos de reflexión a la otra persona, para que ésta haga lo que quiera con ello.

Así que sí, puede existir coaching sin feedback, pero es habitual que haya feedback dentro de un proceso de coaching.

Cómo entiendo yo el feedback

Técnicamente, feedback es cualquier reacción que yo traslade a otra persona en función de sus acciones. «Retroalimentación», que se traduce a veces. Llevado al extremo, dar descargas eléctricas a un ratón que toca una palanca… es feedback. Dar a un vendedor sus resultados de ventas… es feedback. Decirle a alguien que hizo algo mal, y cómo quieres que lo haga… es feedback. Las críticas y los reproches también son feedback.

Es decir, que hay muchas formas diferentes de dar feedback. Unas más bruscas que otras. Unas más unidireccionales que otras. Unas menos efectivas que otras.

Feedback con mentalidad de coaching

Y dentro de ese abanico de formas de dar feedback, es donde aparece el «feedback con mentalidad de coaching». Que es, en realidad, el formato que nosotros estábamos planteando dentro del curso. Y que es la madre del cordero de la pregunta inicial.

¿Por qué feedback con mentalidad de coaching? Porque partimos de la base de que las personas solo cambian porque quieren cambiar. Que decirle a alguien «tienes que hacer las cosas así y así porque yo lo digo» no suele funcionar. Porque las personas necesitan hacer suyas las reflexiones, y sólo entonces cambiarán su comportamiento (salvo que tengas una capacidad de vigilar y castigar muy grande… pero ¿quién está en condiciones de hacer de policía el 100% del tiempo?).

Si lo que quieres es generar un cambio de comportamiento honesto y duradero… tienes que asumir varias cosas:

  • Que tu forma de ver las cosas puede no ser la única, ni la mejor.
  • Que tienes que plantear tu punto de vista con humildad, no como verdades absolutas. Porque el otro puede estar viendo cosas que tú no ves, y viceversa. Y porque, aunque veáis las mismas cosas, el otro puede estar interpretándolas de distinta forma que tú.
  • Que tienes que dedicar tiempo a explorar el proceso de percepción, interpretación, emoción, relación con las necesidades… tanto de la otra persona como el tuyo propio. Que esto no va de «yo te he dicho las cosas, y asunto arreglado»… porque eso no suele funcionar (puedes ver el artículo sobre comunicación no violenta que escribí hace tiempo).
  • Que tienes que aceptar que la otra persona puede, o no, recoger lo que tú le estás dando. Y que, como resultado de ese feedback, la otra persona puede (o no) cambiar su comportamiento en el sentido en que tú esperas. Porque, como decía Rafael Echeverría, «el respeto mutuo es aceptar que los otros son diferentes de nosotros, que en tal diferencia son legítimos y debemos llegar a la aceptación de su capacidad de tomar acciones en forma autónoma de nosotros «.
  • Y que solo entonces pueden generarse compromisos honestos (no «órdenes disfrazadas de compromisos») en los que la otra persona se sienta respetada y realmente comprometida (puedes ver mi artículo sobre gestión de compromisos).

En resumen, feedback y coaching

Después de estas reflexiones, a la conclusión a la que llego es que sí, puede haber coaching sin feedback… pero lo normal es que dentro del coaching haya feedback. Y sí, puede haber feedback que no tenga en cuenta la perspectiva de coaching… pero cuando se da feedback con perspectiva de coaching es mucho más eficaz.

No critiques, no reproches

Cuando te echan la bronca…

Haz memoria. Intenta recordar alguna situación en la que alguien te ha echado una bronca. De forma más agresiva, o de forma más sutil. Reproches, bullas, echarte en cara cosas, afearte la conducta, señalarte tus faltas, leerte la cartilla. En público, o en privado. Con más o menos veneno. ¿Cuál es la sensación que tuviste?
Lo más probable es que sintieses un cierto grado de humillación (aquello de «sacarte los colores»). Por tu mente pasaría la sensación de que están siendo injustos contigo. De que no era para tanto. De que se están pasando un huevo. De que no reconocen lo bueno que haces. De que «para un perro que maté, mataperros me llamaron». Dentro de esta actitud defensiva, tu cabeza articulará unos cuantos «peros» intentando reafirmarse en lo que hiciste. Incluso aunque llegues a aceptar que «tienen razón», pensarás que «no hacía falta ponerse así».
Dependiendo de las circunstancias podrás reaccionar de una u otra forma. Podrás revolverte de forma más o menos explícita, o envararte, poner cara de poker y decir que sí mientras por dentro piensas «que te den por el culo». O agachar las orejas, aguantar el chaparrón y marcharte mascullando por lo bajinis para reventar luego cuando estés a solas.
Lo que difícilmente va a pasar es que salgas de esa situación con el corazón henchido de gozo, plenamente consciente de todo lo que has hecho mal y lleno de motivación por cambiar. Incluso en el caso de racionalmente pudieras aceptar lo que te están diciendo, tu emoción va a ser reactiva y te va a hacer buscar razones para reafirmarte. Y tu resentimiento te va a quitar las ganas de hacer las cosas mejor.

¿Y si eres tú el que echa la bronca?

Si esto te pasa a ti cuando te «echan la bulla»… ¿qué crees que pasa a las otras personas cuando eres tú el que hace la crítica o el reproche?
Dale Carnegie dice, en su famoso «How to win friends and influence people», lo siguiente:

«Criticism is futile because it puts a person on the defensive and usually makes him strive to justify himself. Criticism is dangerous, because it wounds a person’s precious pride, hurts his sense of importance, and arouses resentment.»

Las críticas no sirven de nada, porque ponen a la otra persona a la defensiva y se enroca en justificarse por absurdos que nos puedan parecer sus razonamientos. Y son peligrosas, porque hieren el orgullo del otro y generan resentimiento. Si lo que querías era conseguir un cambio, la has fastidiado; no solo no lo vas a conseguir, sino que has puesto a la otra persona en peor disposición de lo que ya estaba. Lo que viene a ser que te salga el tiro por la culata, vamos.
Ni siquiera es necesario que la crítica sea agresiva. Incluso aunque sea bienintencionada, aunque sea con buen tono… genera resistencia.
¿Pero cómo es posible que una persona que ha cometido un error evidente (vamos a aceptar este punto de partida, aunque de sobra sabemos que lo que es evidente para ti no tiene por qué serlo para otros, y que eso de que tú tienes razón siempre habría que verlo…) se niegue a reconocerlo, y aún encima se moleste cuando se lo señalamos?

Cosas de humanos…

El cerebro humano es una máquina fascinante, pero con una forma de funcionar que lo hace mucho menos «racional» de lo que nos gustaría pensar. Robert Cialdini, en su libro «Influence«, describe el principio de consistencia como uno de los elementos claves a la hora de influir en otros. Una vez que nuestro cerebro se posiciona respecto a algo, le resulta muy difícil contradecirse a sí mismo. De hecho, el «sesgo de confirmación» precisamente funciona así: tendemos a aceptar casi sin cuestionar cualquier argumento que refuerce lo que creemos, y tendemos a despreciar cualquier argumento en contrario. Así que si hemos hecho algo de determinada manera, y viene alguien de fuera a decirnos que «lo hemos hecho mal»… nuestro cerebro se rebela y reacciona defendiendo e incluso reforzando su planteamiento previo, el que le hizo tomar la decisión en primer lugar.
No parece muy lógico, no… pero como el mismo Carnegie dice,

When dealing with people, let us remember we are not dealing with creatures of logic. We are dealing with creatures of emotion, creatures bristling with prejudices and motivated by pride and vanity

No somos «criaturas lógicas», sino «criaturas emocionales». No somos seres racionales, o por lo menos debemos admitir que nuestra racionalidad tiene sus límites.

Criticar no solo no suma, si no que resta

Así que, aunque te parezca mentira, criticar a alguien, reprocharle las cosas, incluso darle un feedback bienintencionado… no va a funcionar. Para lo único que sirve es para ventilar nuestra frustración. Si alguien ha hecho algo que creemos que está mal, o que no nos gusta, o que creemos que podría haber hecho mejor… si alguien nos ha decepcionado, si no ha actuado como esperábamos o incluso como le dijimos expresamente que actuara… se nos calienta la cabeza, nos sube la bilis y tendemos a soltar sapos por la boca. Con mejor o peor tono, le «ponemos en su sitio» y demostramos «quién manda» o «quién tiene la razón». Reacción emocional pura y dura, que no va a conseguir ningún resultado positivo y que encima genera malestar, desconfianza y perjudica la relación para el futuro.

¿Y qué podemos hacer, entonces?

Pues básicamente… mordernos la lengua. Cuando tengamos la tentación de decirle a alguien que ha hecho algo mal… callarnos. Cuando sintamos el impulso de «cantarle las cuarenta»… respirar, contar hasta diez, y dejarlo pasar. Cuando queramos darle a alguien nuestra opinión no solicitada… guardárnosla.
John Whitmore, en su libro «Coaching for performance» (que leí en el curso de mi proceso de aprender coaching), plantea que a la hora de dar feedback a alguien hay que olvidarse de lo que uno piensa. Decirle a la otra persona lo que tú opinas, cómo crees que debería haber hecho algo, cómo lo harías tú… no es eficaz. La forma más adecuada de dar feedback es acompañar a la otra persona en su proceso de descubrimiento, a través de preguntas. Que describa su proceso de toma de decisiones, que valore su grado de satisfacción, que piense qué podría haber hecho mejor… no se trata de que llegue a nuestras conclusiones (por muy acertadas que creamos que sean, que estaría por ver), si no de que llegue a conclusiones por sí mismo. Es de ahí de donde nace la motivación real, intrínseca, para hacer las cosas de otra manera: cuando eres tú el que se da cuenta de las cosas, no cuando llega otro desde fuera y te las dice. Y solo en el caso de que la otra persona te pida tu opinión tiene sentido darla, y siempre con humildad.
Esto, claro, es más fácil decirlo que hacerlo. Exige madurez. Exige consciencia y autocontrol, para identificar nuestras ansias (a veces muy emocionales) de «dejar las cosas claras». Exige un cambio de mentalidad, darse cuenta de que la solución aparentemente más sencilla («le digo lo que ha hecho mal y asunto arreglado») en realidad no funciona aunque la otra persona diga «sí, sí» y agache la cabeza. Exige una visión a medio y largo plazo, por encima de la resolución inmediata. Exige respeto por los demás, un cierto grado de compasión, empatía, humildad…
No es sencillo, pero es el camino. Como dice también Carnegie, no esperes recoger miel si vas dando patadas a la colmena.

PD.- Añado un episodio del podcast Diarios de un knowmad dedicado a este tema. Si te gusta, puedes suscribirte en iVoox y en iTunes, comentar, recomendar, compartir…

¿Qué trabajo me pega?


Empecé en twitter en 2007. Desde entonces han pasado más de 10 años, y casi 43.000 tuits. Me atrevería a decir que nadie se los ha leído todos, pero a poco que hayan visto una fracción creo que pueden haberse hecho una idea de mí. Al fin y al cabo, la gracia de twitter es que con su formato de frases cortas animan a lanzar pensamientos «según vienen», sin el proceso de preparación, filtro, edición… que suele afectar a formatos más largos.
El caso es que el otro día se me ocurrió lanzar un experimento. Decía así:

Te pido, follower, que respondas a estas preguntas: ¿Qué tipo de trabajo crees que me encaja mejor? ¿En qué tipo de empresa? ¿Haciendo qué labores? No importa si me conoces de hace mucho o de hace poco, «solo de twitter» o de algo más. Me interesan todas las ideas, ver cuál es la imagen que te has hecho de mí.

Llegaron un puñado de respuestas, que paso a reseñar:

  • Alberto Corsín: «Conociéndote de aquí nada más, algo rollo coaching pro/estrategia/cultura en un sitio donde eso no sea tenerlo por tenerlo sino que sí se tenga en cuenta»
  • Bea Jiménez: «En cualquier empresa mediana/grande, como responsable de organización (de que las cosas fluyan, vamos)»
  • Quintinillo: «Yo te veo en colegios e institutos inculcando nuevos metodos de aprendizaje a profesores y alumnos.»
  • Juan Luis Hortelano: «Yo creo que te encajaría algo alrededor de la responsabilidad social corporativa. O en innovación. Pero te tienen que dejar trabajar, y eso es lo jodido»
  • Alejandro Nieto: «Coach? Formación? Procesos? Algo así»
  • Thibaut Deleval: «Yo te veo encargado de montar el plan para acompañar a hordas de prejubilados en un grupo grande tipo Santander (ayudar a que se reinventen/reciclen)»
  • Javi Consuegra: «Pues yo te veo con gente joven/juniors/becarios…mentorizando sus primeros meses en las empresas para que «aprendan a trabajar»…»
  • Fotógrafaporamor: «Vendiendo coches»
  • Ovidio Vidal: «No se si existe o no ese puesto, pero serias la conciencia de la empresa, el que busca la coherencia en todos los procesos de esta. Antes, durante y despues»
  • Esteban Viso: «Es difícil porque no sé si existe el puesto… Te veo como un «faro» para altos directivos: el tío que se encarga de que la estrategia de la empresa se mantenga con los pies en la tierra, poniendo el valor en el equipo humano y la formación adecuada.»

Es muy interesante, y también puede llegar a ser muy sorprendente, conocer «cómo te ven» desde fuera. Ya lo había hecho en alguna ocasión en el ámbito de un proyecto, y otra vez en redes sociales (en aquella vez era «descríbeme con una palabra«) aunque esta vez pretendía concretarlo mucho más en un «puesto de trabajo». Te refuerza en algunas de tus visiones, y a la vez desafía otras que puedas tener. En todo caso, te hace pensar.
Qué valor puedo aportarle yo a una organización o a un proyecto es algo a lo que no he dejado de darle vueltas a lo largo de los años. Curiosamente, varias de estas respuestas enlazan con una reflexión que hice hace unos meses:

«Creo, sin falsa modestia, que por mis características puedo ser muy valioso dentro de una organización o proyecto. Tengo visión de conjunto, y “me entiendo” con perfiles muy distintos. Hablo “sistemas”, hablo “finanzas”, hablo “RRHH”, hablo “operaciones”, hablo “estrategia”. Soy de construir consensos y de tender puentes, más que de buscar conflictos. Tengo buenas dotes de análisis y de síntesis, lo que me permite poner el foco en lo importante, y mantener ese rumbo sin dejar que los detalles te acaben desviando. Comunico bien, y creo que soy muy “tratable” y cercano en las distancias cortas lo que me ayuda a “ganar adeptos” para la causa, y a trabajar “resistencias” cuando aparecen. En resumen, un perfil transversal que ayuda a que las cosas fluyan dentro de una organización, un “lubricante”. Una amiga y ex-compañera me definía como “el muelle” que hacía que las distintas partes del mecanismo funcionasen mejor entre ellas, que aportaba coherencia y visión de conjunto; siempre me sentí identificado con esa metáfora.»

Ahí están la coherencia, ahí está el «hacer que las cosas fluyan», ahí está el «mantener los pies en la tierra». El problema es que hay un «pero». Como dicen Ovidio o Esteban, «no sé si existe ese puesto«.

«La paradoja reside en que este valor es difícil de vender. Se manifiesta y florece una vez que estoy dentro de un proyecto o de una organización, pero no es un buen argumento de entrada. Las empresas tienden a buscar “posiciones” (sea un “director de RRHH”, un “jefe de proyecto especializado en no sé qué tecnología”, etc.), y se centran en personas que “aporten experiencia acreditable en posiciones equivalentes”. O buscan un consultor “para hacer un proyecto concreto”, y restringen su búsqueda a los que se declaran “especializados” en ese ámbito. Y ahí mi perfil no destaca, mi valor no es evidente. Lo cual hace difícil “meter el pie” y empezar a hacer lo que sé hacer, mientras que otros con un perfil menos valioso pero más “concreto” pasan por delante de mí.»

Otra rama de las respuestas habla de algo que, hasta estos últimos meses, he pasado por alto: el «coaching«. De forma más genérica, o más concreta. No es la primera vez que me lo dicen, y ése es uno de los motivos por los que últimamente le estoy prestando una atención más consciente a esa materia:

Cuando comparto reflexiones sobre mi trayectoria profesional, hay personas que me lanzan una idea: que me ven en el rol de “coach”. Es algo a lo que intuitivamente le tengo cierto recelo, pero cuando no son una ni dos ni tres las personas las que te lo dicen, empiezas a darle alguna vuelta más. Lo cierto es que siempre me ha gustado ejercer una cierta labor de “referente”. Me gusta que otras personas se acerquen a mí porque sientan que les puedo aportar algo.

En fin, lo dicho, un experimento interesante. ¡Agradecido quedo a todos los que contribuyeron a él! Y si alguno más se anima a profundizar en comentarios, yo encantado 🙂

Recopilando feedback: una experiencia práctica

Hace unas semanas, en un contexto que era una mezcla de «fin de año» y «fin de etapa», me decidí a pedir feedback a la gente que trabaja conmigo. Como recordaréis los más habituales, estoy en un proyecto-etapa profesional que ya va para tres años. A estas alturas, aunque administrativamente sigo siendo «un externo», me siento como uno más… pero entre que esa diferencia administrativa me deja fuera de algunos procesos de gestión (como sería el de evaluación-desarrollo), y que precisamente esto de la evaluación no lo tenemos demasiado institucionalizado… me decidí a «tomar la iniciativa» (una de las ventajas de seguir siendo «el externo», que me siento con más libertad para «tirar por la calle de enmedio»).
Pedir feedback siempre da un poco de vértigo. Mientras nadie dice nada, y nos limitamos todos al día a día, te puedes fabricar tu propio personaje ideal (en el que básicamente eres estupendo y si tienes algún fallo es pequeñito y poco importante). En el momento en el que preguntas, te estás exponiendo a que te descubran cosas que igual te incomodan. Pero estoy convencido de que el feedback es el camino para mejorar, así que valor y al toro.
Estuve dando vueltas al enfoque. Tenía más o menos claro a quién preguntar: enfoque 360º, me interesa la opinión de mis «jefes», pero también las de mi equipo, la de la gente con la que interactúo tanto de mi área como de otras áreas… cuantos más mejor. Se trata de saber sobre todo cosas que se pueden mejorar, y cuatro ojos ven mucho mejor (y desde muchos más puntos de vista) que dos. Procuré, eso sí, ceñirme a gente con la que tengo un cierto nivel de confianza (el suficiente como para que no les resultase extraño recibir la petición). Algo más de 30 personas.
Sobre el cómo preguntar, también tenía clara la necesidad del anonimato. Decir las cosas «a la cara» puede ser muy sano, pero no todo el mundo está preparado para hacerlo, no con todo el mundo hay la suficiente confianza, y puedes sesgar el feedback (te dicen lo «amable» y se guardan lo «duro»). Así que monté un cuestionario con Google Docs, y envié el enlace.
¿Y qué preguntar? Busqué algunos modelos de cuestionarios de evaluación. El problema, para mí, es que todos van a preguntas demasiado cerradas («valore del 1 al 5 la comunicación, el liderazgo, etc…»), que para mucha gente puede ser ajena («¿liderazgo? ¿a qué se refiere?»), y que en general queda un poco frío. Al final, estos informes tabulados vienen muy bien para grandes compañías, que necesitan agregar resultados, comparar un año con otro, un área con otra… y en fin, «industrializar» el proceso… y lo que yo necesitaba era más humano.
Así que hice me ceñí a aquello de «keep it simple», y planteé tres preguntas: ¿Qué rasgos positivos destacarías de mí? ¿Qué cosas crees que debería cambiar? ¿Algo más?
Hubo quien me dijo que «buf, no voy a ponerme a escribir, ¿no hubiera sido mejor tipo test?», pero en general la respuesta ha sido muy satisfactoria. Un 50% de los encuestados ha rellenado el formulario (incluyendo un par de personas que prefirieron una reunión cara a cara), con mucha información y mucha chicha (tanto de lo que gusta como de lo que no).
Me queda el «resquemor» de pensar en los que han preferido no aportar nada. ¿Por qué habrá sido? Obviamente han hecho uso de la libertad que les di, que de eso se trataba. Pero me hubiera gustado más. Más ojos, más opiniones. Pero insisto, creo que el 50% no está nada mal.
Y nada, ahora a procesar los inputs, reealmente enriquecedores. Y a trabajar sobre ellos.

El espejo no es suficiente

De una entrevista a Toni Segarra, publicista y persona sensata a tenor de lo que dice…

Una cosa que me obsesiona es que en los espejos nunca nos vemos como somos, nos vemos como nos queremos ver: nos ponemos de perfil, metemos barriga… Te ves realmente como eres cuando este señor [señala a Alberto, el fotógrafo] te hace fotos. Un día alguien me hizo una foto cenital y, de repente, por primera vez, vi que era calvo, una superficie pelada de la que no era consciente. Evidentemente lo sabía, pero vivía con la idea de que tenía una pelusilla…

Si antes hablo de percepciones distorsionadas, antes me encuentro con esta referencia

Críticas constructivas, Rapoport style

Leía el otro día una reseña de un libro de Daniel Dennet («Intuition pumps and other tools for thinking»), y en ella hacía referencia a un método en cuatro pasos para hacer una crítica constructiva y no agresiva siguiendo los criterios de Anatol Rapoport.
Según Dennet, los pasos necesarios para hacer una crítica de forma satisfactoria serían:

  • Tratar de reformular la posición de la persona a la que vas a criticar de una forma tan clara, precisa y justa que esa persona diga «Exacto, gracias, yo no podría haberlo expresado mejor»
  • Identificar todos los puntos en los que estés de acuerdo con esa posición (especialmente si no son generalidades con las que cualquiera estaría de acuerdo)
  • Hacer mención a cualquier cosa que hayas aprendido de la persona cuyo argumento vas a criticar
  • Sólo entonces, puedes lanzar tu refutación o crítica al argumento

De esta forma, conseguimos que la persona a la que criticamos se muestre más receptiva a nuestra crítica, ya que previamente hemos demostrado que comprendemos su razonamiento (no estamos criticando desde el desconocimiento), que compartimos alguno de sus criterios (no estamos criticando desde la oposición frontal), incluso que nos ha servido para aprender o cambiar nuestra opinión (no estamos criticando desde la soberbia). No es un ataque, es una confrontación de ideas de alguien que nos ha demostrado que no es un enemigo.
Sin duda, una manera de endulzar la píldora de la crítica. Pero claro, esto nos exige también un esfuerzo… y posiblemente también sirva para modular nuestro «ímpetu» a la hora de criticar (algo que la gente vehemente, como yo, tendemos a no controlar…)

Esto es lo que él cree que está pasando

«Esto es lo que él cree que está pasando… y esto es lo que realmente está pasando»
Este spot de televisión lo recordarán los más viejos del lugar (no en vano data ya de 1999). Corresponde a una campaña de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. El video, en clave divertida, trataba de ilustrar la percepción distorsionada del mundo que se tiene cuando uno va bajo la influencia de las drogas.
El problema es que no hace falta drogarse para tener una percepción distorsionada del mundo. ¿Quién no conoce casos así? Expertos en «lo tengo todo bajo control», «yo he actuado correctamente», «a mí que me registren», «yo no he cambiado, sois vosotros», «mi hijo es el más guapo y el más listo», «el profesor me tiene manía», «no sé por qué engordo si yo como lo que cualquiera», «mis compañeros me hacen el vacío», «no entiendo por qué me echan la bronca», «no recuerdo haber dicho eso», «mi hijo no pega, es que le provocan», «tampoco es para tanto, ha sido un fallito de nada». Gente que, cuando dice estas cosas, provoca a su alrededor asombro, ojos en blanco, murmullos: «¿Pero de verdad no se da cuenta de la realidad?». Y normalmente la respuesta es que no, que no se dan cuenta. Incluso cuando les muestras evidencias incuestionables, siempre te dirán que «no es lo que parece» o, en su defecto, encontrarán mil y una justificaciones («bueno, sí, pero es que…»)
Unos más y otros menos, tenemos todos una capacidad asombrosa de autoengañarnos, de ignorar la evidencia, de justificarnos, de fabricar una realidad alternativa en la que nosotros lo hacemos todo bien, y si no lo hacemos bien es por culpa de otros.
¿Y cómo se lucha contra eso? Muy difícil. Muy difícil cuando se trata de hacer que otro «vea la realidad», porque no hay más ciego que el que no quiere ver; y cuando cuestionas algo tan íntimo como la visión del mundo que alguien tiene, es más probable que reaccione «dándote una cornada» que aceptando lo que le dices.
Y casi imposible cuando se trata de uno mismo. Según escribo esto (que lo escribo, obviamente, pensando en otros… «porque eso a mí no me pasa»), intento pensar en la cantidad de cosas que yo creo que son de una forma y que en realidad son de otra. Intento pensar las cosas que hago o digo y que provocan ojos en blanco, caras de asombro y murmullos a mis espaldas diciendo «¿De verdad no se da cuenta?». Trato de recordar las veces en las que alguien me ha intentado mostrar la realidad y lo he despreciado diciendo «bueno, no será para tanto», «menuda gilipollez» o «a qué viene este ataque».
Qué difícil es. Tanto hacer autoanálisis (que nos exige «salir de nosotros mismos» para vernos como nos vería alguien de afuera…), como aceptar las opiniones ajenas evitando nuestra tendencia natural a incorporar lo que nos gusta e ignorar lo que no.
Hay que trabajarlo mucho, pero probablemente sea una de las cosas más importantes para mejorar. Y supongo que darse cuenta es el primero de los pasos…

¿Te acuerdas de aquel consultor?

Hace unos días, mientras comía con los compañeros/equipo del cliente (ahora mismo, como diría Facebook, «es complicado» saber qué soy), la conversación derivó a recordar algunos proyectos de consultoría a los que se habían visto sometidos en los últimos años. Recordaban (en tono no muy elogioso) alguno de ellos. Obviamente, como yo no había estado allí, permanecí en silencio. Y me puse a pensar…
¿Qué pasará en esa misma mesa cuando, quién sabe en qué momento del futuro, yo ya no esté vinculado a ese proyecto? ¿Cómo hablarán de mí, y de mi trabajo? ¿Me recordarán, siquiera? ¿Lo harán con cierto aprecio, o sin rastro de él? ¿Valorarán algún impacto positivo en la empresa, o me verán como uno de esos «charlatanes» que consiguió engañar a alguien para que le pagase unas facturas? De hecho, tampoco hace falta esperar a no estar… ¿qué pensarán hoy?
En realidad, en los siguientes días le estuve dando vueltas a este mismo razonamiento, pero aplicado a los proyectos en los que he trabajado en el pasado. Miré hacia atrás, intentando imaginarme comidas y conversaciones similares en todos esos clientes. ¿Saldré en alguna de ellas, o por el contrario no quedó nada de mí en ellos? Y en el caso de que la respuesta sea sí… ¿saldré bien parado yo? ¿saldrá bien parado mi trabajo, mi actitud profesional, mi trato personal? Asusta pensar que, después de 14 años que van a cumplirse dando tumbos por ahí, nadie se acuerde de ti ni de tus proyectos… pero si así fuera, es que algo no hiciste bien.
Es cierto, uno no puede estar todo el rato en plan «intenso», dándole vueltas a estas cosas. Tienes que hacer las cosas lo mejor posible, de la forma más honesta que puedas. Al final, hay una parte de «lo que otros piensan de ti» que está fuera de tu control. Pero aun así, tener en mente el «impacto» o la «huella» que dejas, tanto a nivel profesional como personal, creo que puede ser una buena brújula para el comportamiento diario.
PD.- Hablo de «consultor» porque es lo que aplica a mi experiencia personal… pero en realidad el razonamiento puede ser 100% aplicable a cualquiera. Todos nos relacionamos a diario con gente, tanto dentro de nuestra empresa como fuera de ella, a nivel personal y a nivel profesional. Todos podemos dejar huella, positiva o negativa, más fuerte o más ligera.

Si yo fuera…

¿Cuántas veces no haremos este razonamiento a lo largo del día? «Si yo fuera el jefe de mi departamento, haría A, B, o C». «Si yo fuera el CEO, lo enfocaría de esta manera». «Si yo fuera el Presidente del Gobierno, lo que haría es…». «Si yo fuera el seleccionador nacional de fútbol, apostaría por…». «Si yo fuera el padre de ese hijo…»
Nos pasamos el día elucubrando (además, con una seguridad pasmosa) sobre lo que haríamos si fuéramos algo que no somos. El problema es que no somos esa otra persona, no tenemos esa otra responsabilidad, no tenemos todos los datos. Es muy fácil ver los toros desde la barrera.
Quien más y quien menos ha vivido la experiencia de criticar algo desde fuera, para luego vivir esa misma experiencia desde dentro. Por ejemplo, cuando eres «el hijo» piensas muchas cosas sobre cómo te comportarías tú siendo padre… y luego acabas siendo tú el padre y piensas «ah, coño, no era tan fácil». O cuando eres el becario y tienes muchas opiniones sobre «cómo se debería tratar a los becarios», y años más tarde eres el que se encarga precisamente de coordinarlos. O cuando eres el que se queja porque fulanito no te responde un mail, y luego eres tú el que tiene que gestionar decenas de ellos al día y alguno se te escapa. Etc. Resulta curioso, en estas situaciones, comparar «qué es lo que yo pensaba desde fuera» con «qué es lo que pienso una vez vivida la experiencia». Normalmente, si somos sinceros con nosotros mismos, nos tocaría comernos la mayor parte de nuestras palabras. Sí, a veces podemos hacer las cosas mejor, pero en muchas ocasiones hay factores que desde el desconocimiento no habíamos considerado, y acabamos incurriendo en comportamientos parecidos a los que criticábamos; y tenemos que concluir que a lo mejor ése a quien tan alegremente criticábamos no era tan incapaz, tan torpe, tan malintencionado. Como se suele decir, «al que juzgue mi camino, le presto mis zapatos».
Si cuando hemos vivido esas situaciones desde los dos lados sacamos esa conclusión, eso debería llevarnos a ser un poco más cautos cuando enjuiciemos la labor de otro. No hace falta vivir el proceso completo (critico desde fuera, experimento en primera persona, me vuelvo más comprensivo) para extrapolar el razonamiento. A cualquier crítica que nos venga a la cabeza deberíamos ponerle una cierta sordina, porque es muy probable que haya cuestiones que no hayamos ponderado adecuadamente, y habría que vernos a nosotros en esa misma situación. Empatía, dicen que se llama… aunque es más fácil decirlo que hacerlo; así de egocéntricos solemos ser.
Y curiosamente, mientras dedicamos tanto tiempo a pensar en «lo que yo haría si fuera…», reflexionamos muy poco sobre «lo que tenemos que hacer siendo quien somos», y con las responsabilidades que tenemos. ¿Lo hacemos realmente lo mejor que podemos? ¿Tenemos capacidad de autocrítica? ¿Sabríamos encajar los mismos juicios que nosotros hacemos alegremente sobre otros? ¿O tendemos a ver la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio?
No está mal la crítica constructiva; pero siempre desde la prudencia, no desde la soberbia del «yo lo haría mejor con los ojos cerrados». Y puestos a criticar, empecemos por nosotros mismos.