Método KWL

Desde hace tiempo vengo utilizando, tanto en talleres que facilito como en mi propio autoaprendizaje, una técnica que me parece muy interesante: KWL

Qué es la técnica KWL

La técnica KWL consiste en provocar tres reflexiones cuando abordamos un impacto de aprendizaje; puede ser un curso como en este caso, pero es perfectamente aplicable a la lectura de un libro, asistir a una conferencia…

Dos de estas reflexiones se producen antes de realizar la actividad, y la última se produce al finalizar. Se puede articular en un mural (si por ejemplo estamos en el entorno de una clase colectiva), o en un folio (si buscamos un trabajo individual), y en general en el formato que se nos ocurra. Porque lo importante es el fondo, no la forma.

La “K” de Know… ¿qué sé?

La primera reflexión tiene que ver con lo que “ya sé”. Cuando nos disponemos a hacer un curso sobre un tema, o leer un libro, o lo que sea… es raro que vengamos con la mente “a estrenar”. Seguramente, de una forma más o menos consciente, tenemos una serie de conocimientos previos que vienen al caso. ¿Cuáles son esos conocimientos? ¿Qué “sé”?

Dedicar unos minutos a explorar en nuestra mochila, a ver qué traemos, cumple un doble objetivo. Por un lado, nos sirve para refrescar ese conocimiento previo y traerlo a nuestra mente consciente. Ese conocimiento es sobre el que se va a construir nuestro aprendizaje (recordemos que aprender en el fondo es conectar cosas nuevas con cosas que ya sabemos). Y además nos pone en situación, es un precalentamiento que nos va a hacer mucho más receptivos a los contenidos que vamos a consumir.

La “W” de Wonder… ¿qué me pregunto?

He visto referida la “W” también a What o a Want… pero francamente, Wonder me parece un verbo fantástico que tiene un cierto matiz de ensoñación, de inquietud intrínseca. El caso es que partiendo de lo que ya sé… ¿Qué quiero saber? ¿Qué inquietud hay dentro de mí? ¿Qué me llama la atención? ¿Qué es lo que quiero explorar?

Esta reflexión tiene un carácter aspiracional, y nos conecta con los “agujeros” que hay en nuestro conocimiento, con aquello que realmente nos motiva al aprendizaje. Nos activa el radar, y nos hará consumir el contenido (curso, libro, charla… lo que sea) con un objetivo consciente, de forma mucho más intencional. Igual que al perro de rastreo se le da a oler una muestra de lo que tiene que buscar, a nuestro cerebro le viene bien tener una idea de qué está buscando.

La “L” de Learnt… ¿qué he aprendido?

Ya está. Ya ha terminado el curso, ya me he leído el libro, ya he escuchado la charla, ya finalizó el vídeo… ¿Y bien? ¿Qué me ha aportado? ¿Qué he aprendido?

Esta reflexión de cierre contribuye a identificar y consolidar el aprendizaje. Puede que nos haya servido para refrescar y matizar cosas de las que ya sabíamos. Puede que nos haya dado una perspectiva diferente que nos ayude a ver las cosas de otra manera. Puede habernos dado respuestas a algunas de las inquietudes que planteábamos en la reflexión del “Wonder”. Puede incluso que nos haya abierto unas puertas a nuevo conocimiento que no esperábamos.

En todo caso, es importante hacer un trabajo de procesado de todo ese nuevo aprendizaje, con el fin de relacionarlo con lo que ya sabíamos y de consolidarlo de cara al futuro.

Lo interesante, además, es que esta fase de cierre tiene un componente de continuidad. Efectivamente, cuando hemos aprendido cosas (“L”)… lo que sé (“K”) resulta que ha cambiado. Y seguramente lo que me pregunto (“W”) también. Por lo tanto, estamos en una situación diferente y la siguiente vez que abordemos un contenido lo haremos desde esa nueva situación.

KWL, conectando el pasado y el futuro

Quizás lo que más relevante me parezca de la técnica KWL es esa capacidad de poner de manifiesto la continuidad del proceso de aprendizaje. Un evento concreto (curso, libro, vídeo, etc…) no empieza y termina en sí mismo. Es una baldosa más en nuestro camino del aprendizaje. Las reflexiones del KWL nos ayudan a conectarlo con lo anterior, y a proyectarlo en el futuro.

KWL, personalizando el aprendizaje

Lo digo con frecuencia: todo aprendizaje es autoaprendizaje. Cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre, venimos de sitios distintos, con experiencias diferentes, tenemos formas de ser distintas, tenemos cada uno nuestras inquietudes… una de las claves de la andragogía es precisamente el reconocimiento de esas diferencias, y la necesidad de habilitar espacios para que se personalice el aprendizaje.

La técnica KWL permite precisamente eso: cada individuo explicita en las reflexiones iniciales su punto de partida y sus inquietudes (personales e intransferibles), y en la fase de cierre lo aprendido que, necesariamente, será distinto para cada uno.

En resumen…

Esta técnica es enormemente sencilla, pero a la vez muy potente en la media en que cumple varios objetivos:

  • Nos ayuda a poner foco en el consumo de contenidos.
  • Nos pone en un modo mucho más intencional.
  • Nos ayuda a conectar lo que aprendemos con lo que ya sabemos.
  • Nos ayuda a personalizar la experiencia de aprendizaje.

Y en definitiva, nos permite incrementar el aprovechamiento de ese tiempo que estamos dedicando a aprender.

Andragogía, el aprendizaje de los adultos

Qué es la andragogía

Antes que nada, no temas. No pretendo escribir un sesudo artículo lleno de palabrejas raras al estilo de los textos académicos. De hecho, intentaré que “andragogía” sea la única… Mi objetivo hoy es explicar de manera sencilla qué es la andragogía, y qué aporta de cara a la forma en que tú organizas tu propio aprendizaje, o diseñas el aprendizaje de otros en tus cursos o actividades de formación.

Andragogía es un término de origen griego, formado como combinación de “hombre” y “guía”, y se refiere a la educación de adultos. Se utiliza en contraposición a la pedagogía, que sería la educación de niños.

¿Y por qué es relevante esta distinción? Porque los adultos no somos como los niños. Sí, ya, una obviedad, pero… ¿cuántas veces vemos, o sufrimos (o peor aún, hacemos sufrir) experiencias formativas que siguen los mismos patrones que si estuviésemos en un aula de primaria?

Los adultos no somos niños

Insisto, parece una obviedad: los adultos no somos niños. Así que la andragogía tendrá que tener matices diferentes respecto a la pedagogía. Pero… ¿en qué nos diferenciamos? No está de más repasar en qué aspectos somos diferentes los adultos de los niños, y el impacto que tiene eso en nuestra forma de aprender (y por lo tanto de organizar el aprendizaje):

  • Somos de nuestro padre y de nuestra madre: que cada uno tenemos nuestro carácter y nuestra personalidad es algo que queda patente desde muy niños. Pues a eso sumémosle años de experiencias, buenas y malas. Distintos orígenes, distintas relaciones, distintos entornos. ¿El resultado? Pues eso, cada uno con nuestras “cadaunadas”.
  • Acumulamos un montón de experiencias: fruto de los años vividos, de las situaciones a las que nos hemos visto sometidos… tenemos un importante equipaje. Algo que puede ser muy útil (a la hora de construir sobre ello nuestros nuevos aprendizajes), y también suponer una barrera en forma de vicios, prejuicios, malos hábitos, frustraciones, malos recuerdos o incluso éxitos pasados… No en vano dicen que desaprender un primer paso fundamental para poder aprender.
  • Toleramos mal la asimetría: a estas alturas de la vida, todos hemos tenido nuestra cuota de responsabilidades y de experiencias, situaciones en las que hemos “estado al mando” y en las que, en definitiva, hemos ejercido de adultos. Eso de que venga “un listo” a “enseñarnos” como si fuéramos niños, a decirnos lo que tenemos que hacer, a “adoctrinarnos”… lo llevamos mal. Sí, puede que esa persona sepa algunas cosas, pero yo también puedo enseñarle una o dos.
  • Sabemos cómo somos: llevamos años conviviendo con nosotros mismos, y nos conocemos bastante bien. Tenemos nuestra opinión respecto a cómo funcionamos, lo que se nos da bien y lo que se nos da mal. Solemos ser bastante autónomos en muchas áreas de nuestra vida. Queremos voz y voto en cómo se desarrolla nuestro proceso de aprendizaje, en las actividades que realizamos, en cómo las afrontamos. Se aceptan sugerencias, pero no imposiciones.
  • Aprendemos porque queremos: no estamos obligados a este proceso de aprendizaje. Estamos aquí porque hemos querido, y seguiremos aquí mientras queramos. En el momento en que no sea así… adiós muy buenas. El factor de motivación es fundamental.
  • Somos utilitaristas: normalmente queremos aprender porque hay problemas concretos que queremos resolver. Se nos da mal el aprendizaje “teórico” o el aprendizaje “preventivo”. Si no me sirve para resolver el problema que me aqueja, voy a perder el interés.
  • Tenemos otras responsabilidades: trabajo, familia, ocio, preocupaciones… no tenemos mil horas a nuestra disposición para dedicarlos a este aprendizaje, y nuestra flexibilidad es limitada. O me lo pones fácil, o no vamos a llegar muy lejos.

Algunas claves de la andragogía para facilitar el aprendizaje de los adultos

Si los adultos no somos como los niños… ¿cómo podemos diseñar nuestras experiencias de aprendizaje, tanto para nosotros mismos como para otros? ¿Qué nos puede aportar la andragogía?

  • Dejar que se individualicen los objetivos: podemos tener en mente un “objetivo general”, pero cada persona va a ponerlo en términos de sus propias necesidades, sus experiencias, su forma de ser… Es importante dejar un espacio y un tiempo, de forma expresa, a hacer que cada uno haga su reflexión y personalice sus objetivos. En mi guía para diseñar un plan de autoaprendizaje eficaz ésta reflexión ocupa un papel fundamental.
  • Investigar los problemas: ¿cuáles son los “dolores” que la persona intenta curar a través del aprendizaje? Nada de generalidades, cuanto más concreto mejor. Si está dispuesto/a a dedicar tiempo, energía, dinero… al aprendizaje, es para algo. Hay que entender bien ese “para qué” para poder enfocar la actividad a resolverlo. Porque es a eso a lo que ha venido.
  • Volcar hacia la práctica: cuanto más aplicable sea lo que se haga, mejor. Si puede terminar la clase, o el vídeo, o lo que sea… e irse directamente a ponerlo en práctica en su contexto, mejor. Primero porque eso reforzará su aprendizaje, y segundo porque le da sentido y mantiene su motivación.
  • Explicar cada paso: los adultos somos seres “más racionales”. Nos viene bien entender “por qué” y “para qué” hacemos cada cosa. Hacer simplemente porque otro nos lo dice no nos hace sentir cómodos. Por eso es importante explicar cada actividad, cada contenido… para que las personas puedan hacerse una composición de lugar.
  • Basarse en las experiencias pasadas: aprovechemos el equipaje que trae cada uno. ¿Cuáles son sus experiencias concretas? ¿Qué hizo, en qué contexto, qué pasó? ¿En qué acertó, en qué se equivocó, cómo podría hacerlo de forma distinta? Todo lo que sea construir sobre la experiencia concreta es un paso de gigante para personalizar y consolidar los aprendizajes.
  • Hacer partícipes en el diseño: ¿qué os ha parecido la actividad de hoy? ¿qué haríais de forma distinta? ¿cómo se os ocurre que podemos practicar esto? ¿por dónde os gustaría enfocar la próxima sesión? Hacer que las personas participen en el desarrollo de las actividades de aprendizaje les da un sentido de propiedad, de adaptación a sus necesidades, de motivación… sin el que es más fácil que se desconecten.
  • Dar opciones: sabiendo que cada persona es distinta, ¿por qué no dar opciones? Si hay alguien que prefiere leer, que lea. Si hay alguien que prefiere ver vídeos, que los vea. Si hay alguien que prefiere hacer más ejercicios, que los haga. Si hay alguien que prefiere empezar por una cosa en vez de por otra, que empiece. Pretender llevar a un colectivo a un ritmo uniforme, y con café para todos, es una pésima idea.
  • Facilitar la autoevaluación: igual que es cada persona quien establece sus objetivos de aprendizaje, también es quien tiene que determinar si ese objetivo se está cumpliendo o no. La labor del facilitador es dar a la persona la oportunidad de hacerse preguntas y acompañarle en la exploración de qué está funcionando y quién no, siempre desde su propia perspectiva.
  • Relacionarse de igual a igual: aquí no hay tarima y pupitres. No hay atril. No hay docente y dicentes. En el mejor de los casos hay un facilitador del aprendizaje que se tiene que situar al mismo nivel que el resto del grupo. Que participa como un igual en las conversaciones, que comparte sus experiencias, que no tiene miedo a equivocarse, a que le cuestionen, a dar la razón. Alguien que reconoce que comparte aprendizaje con gente que también tiene mucho que enseñar.
  • Utilizar el espacio: la relación horizontal tiene su traslación también al espacio físico (o virtual, en su caso). Un espacio que facilite la interacción, que elimine las barreras, que refleje la igualdad en el status, que sea flexible.
  • Adaptarse al ritmo de vida: sabemos que las personas tienen sus trabajos, sus familias, sus mil y una responsabilidades. Ya no están en el colegio. El tiempo/energía/atención que pueden dedicar al aprendizaje es limitado. Cualquier propuesta de actividad, ejercicios, prácticas, trabajos de grupo, lecturas, lo que sea… debe tener en cuenta esta realidad, y ponerlo fácil. Cosas que puedan hacerse en “ratos muertos”, que no exijan grandes periodos de tiempo continuados, que vayan “al grano”, que puedan gestionar con flexibilidad, que puedan integrar en su día a día…

He subido un vídeo a mi canal de youtube hablando sobre la andragogía y cómo sus conclusiones nos pueden ayudar a preparar mejor los procesos de aprendizaje de adultos.

Llegados a este punto, podríamos argumentar que muchos de estos criterios son perfectamente aplicables al aprendizaje de jóvenes y niños, y de hecho tiene más que ver con un enfoque del aprendizaje más centrado en el “aprendiz” que en la edad. Lo que es seguro es que, para los adultos, no son una opción.

Más información | El aprendizaje en los adultos, por Juanda “LearningLegendario” Sobrado
Más información | Teorías de aprendizaje para adultos, por Guillermo Rodríguez Lorbada

Cómo preparar un curso de formación para que salga bien

La obsesión por el contenido

¿Alguna vez te “ha tocado” dar una formación, o preparar una clase? ¿Qué hiciste? Yo reconozco que durante mucho tiempo, en esas circunstancias, lo que más me preocupaba era “generar contenido”: ¿qué voy a contar? ¿cuántas slides de powerpoint puedo preparar? ¿para cuánto tiempo tengo material? ¿resultará suficiente?

Esa obsesión (con mucho de “defensiva”: ¡que no me pillen en un renuncio! ¡necesito tenerlo todo bajo control! ¡que me dé tiempo a explicar el temario!) me llevaba a preparar formaciones aparentemente sólidas pero que luego, a la hora de la verdad… meh. Sí, yo también he “perpetrado” formaciones aburridas e ineficaces. Y cómo me arrepiento…

Si aprendes a aprender, aprendes a enseñar

Como sabréis los más habituales, llevo ya un tiempo dándole vueltas al concepto de aprendizaje eficaz. Y eso tiene, claro, un reflejo en otra área muy relevante: aprender a enseñar.

Es curioso porque me he ido dando cuenta, a lo largo de mis años de experiencia, de lo mal que se suele enseñar, tanto en el ámbito académico como en el corporativo. Y eso es, sencillamente, porque muchas veces nos faltan las herramientas y conocimientos adecuados para facilitar el aprendizaje. En otros, por falta de tiempo o interés. Al final, por el motivo que sea, sufrimos horas y horas de formaciones aburridas e ineficaces.

Un cambio de perspectiva

Necesité entender cómo funciona el aprendizaje para darme cuenta de que tenía que cambiar mi manera de enfocar la formación. A partir de ahí fui introduciendo cambios. Modificando la perspectiva y el foco. Y haciendo las cosas de manera diferente.

En este vídeo he intentado condensar algunas ideas esenciales sobre ese cambio de perspectiva. Creo que quizás puedan ayudar a quienes, como yo en el pasado, todavía no han hecho el “cambio de perspectiva”. No es un camino fácil, porque implica dejar atrás una concepción muy arraigada, y dar un cierto “salto al vacío”. Pero cuando ves los resultados… ya no hay vuelta atrás.

¿Cuáles son algunas de las claves de las que hablo en el vídeo?

  • Asumir que en una formación el foco no esta en ti, sino en los otros. No eres tú el que enseña, son los otros los que aprenden.
  • Conocer a tus alumnos, y enterarte de qué saben y qué quieren aprender (aquí hago referencia a la técnica KWL de la que ya hablé en el pasado).
  • Trabajar en la zona de desarrollo proximal: suficientemente alejado de lo que saben para que sea un reto, pero suficientemente cerca como para que puedan llegar a aprenderlo.
  • Definir objetivos de aprendizaje concretos, y ajustar los contenidos a esos objetivos.
  • Conocer el intervalo de atención real de tus alumnos, y crear bloques de trabajo que se ajusten a ello.
  • Introducir suficientes estímulos y herramientas diferentes para mantener la atención y promover el aprendizaje eficaz.
  • En general, cuanto menos hables tú, mejor.
  • Practicar y repasar para que el aprendizaje se asiente.

En el vídeo hablo de este libro, Training from the back of the room, que leí recientemente y que me parece un resumen muy interesante de esta manera de ver la formación y que además aporta un buen montón de ideas para hacer formaciones más entretenidas.

Y si te interesa el tema, una fuente siempre interesante es el blog de Juanda SobradoLearning Legendario. En su día le entrevisté para el podcast, por si quieres ir abriendo boca.

Dinámica de comunicación eficaz

Una de mis «obsesiones» recientes tiene que ver con la comunicación eficaz. Y una de las ideas clave es que, si quieres que tus ideas lleguen «alto y claro», tienes que empezar por reducir el número de ideas que comunicas. Es algo de lo que ya hablé por ejemplo en «Elige la historia que quieres contar«, «El reto del millón de dólares» o «Ideas pegajosas«.

Hace un tiempo conocí una dinámica muy sencilla, cortita, divertida y, sobre todo, con un mensaje muy claro. Desde entonces la he usado en varios de mis talleres cuando quiero ilustrar esa idea de que, al comunicar, menos es más.

He grabado un vídeo explicando la dinámica, que puedes ver en mi canal de Youtube.

Preparación y desarrollo de la dinámica

Para la dinámica, necesitarás un montón de pelotitas (mejor si son pequeñas, ligeras y blanditas), y un recipiente para contenerlas.

Elegirás a dos voluntarios. Uno de ellos será el lanzador (a éste le darás el recipiente con las pelotitas), y otro el receptor (al que situarás a unos metros de distancia del primero).

Cuando des la orden, el lanzador tendrá que lanzar todas las pelotitas a la vez en dirección al receptor. Y la misión de éste es atrapar tantas como pueda en el aire.

Lo que sucederá normalmente es que el receptor atrape solo una o dos pelotas, mientras el resto acaban rodando por el suelo entre las risas del resto de asistentes.

La moraleja es que, cuando hablamos de comunicación, sucede lo mismo. Si tratamos de lanzar un montón de ideas, los receptores de la comunicación se quedarán con una o dos en el mejor de los casos (mientras el resto se perderán irremediablemente). Y aún peor, tú no tienes ningún control sobre cuáles son las ideas con las que se quedan y cuáles las que no…

Por eso, si tienes muy claro cuál es la idea que quieres comunicar, es mejor que te centres en ésa y te asegures de que llega correctamente a sus destinatarios. Y aquí es cuando puedes hacer una segunda ronda del ejercicio, pero esta vez pidiendo al lanzador que lance una única pelota. Lo que sucederá es que el receptor la atrapará casi con total seguridad.

Lo dicho, se trata de una dinámica muy sencilla, pero que genera un anclaje muy interesante.

No necesitas más contenidos para aprender

Más contenidos, es la guerra

Hace unos días me llegó una oferta para suscribirme a una plataforma de contenidos con «miles de libros» y «cientos de expertos a los que seguir». Y durante unos minutos estuve valorando inscribirme hasta que me di cuenta: ¿cuántos libros tengo YA en mi lista de pendientes? ¿cuántos artículos tengo guardados en el pocket esperando a ser leídos? ¿cuántos cursos interesantes he visto pasar por delante de mis narices?
¿Realmente, si tengo un problema de aprendizaje, se soluciona con «más contenidos»?

Aprendizaje eficaz es actuar diferente

En mi discurso sobre el aprendizaje, enfatizo mucho el concepto de «aprendizaje eficaz». El aprendizaje eficaz es aquel que me sirve para actuar de forma diferente. Una formación, un curso, un libro… sólo son aprendizaje en la medida en que, después, yo cambio alguno de mis comportamientos.
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La cuestión es… ¿cuántas veces es así? En muchas ocasiones, nos apuntamos a cursos, o compramos libros para leer… y pensamos que ya estamos aprendiendo. Nuestra conciencia se queda tranquila, «sí, mira en todo lo que estoy metido». A veces incluso vamos a las clases y leemos los libros. ¿Y luego qué? Ésa es la pregunta clave.
Hace tiempo hablaba del mapa del aprendizaje, y de cómo hay diversas rutas que podemos elegir. Algunas nos llevan hacia el aprendizaje deseado, y otras… son como un placebo que tranquiliza nuestra conciencia, pero que no nos llevan a ningún sitio.

El burladero de los contenidos

Hacer un curso, leer un libro… son opciones satisfactorias para la mente, y de muy bajo riesgo. No hay que «actuar», y por lo tanto no hay incomodidad, error, frustración… Nos da la sensación de que estamos contribuyendo a nuestro aprendizaje, pero sólo estamos haciendo un simulacro que no aporta nada.
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Nos estamos refugiando tras «otra formación» para evitar salir al ruedo y torear. «No, cuando esté realmente preparado». ¿Cuándo va a ser eso? Nunca vas a estar 100% preparado. Siempre vas a tener que enfrentarte a la incomodidad. Siempre vas a equivocarte cuando te pongas manos a la obra. Siempre vas a tener que gestionar tu frustración.

Regurgitando conocimientos

De hecho, en demasiadas ocasiones esas formaciones transcurren sobre territorios conocidos. Nos refrescan cosas que ya sabemos, nos dicen cosas que nos suenan… El «cognitive ease» hace que nuestro cerebro acoja esas actividades con regocijo: es mucho más fácil digerir cosas «que ya nos suenan» que enfrentarnos de verdad a un conocimiento/habilidad que no tenemos cultivado.
Total, que hemos dedicado tiempo, energía, dinero… a una actividad que no ha contribuido a que realmente hagamos las cosas de forma diferente.

Más acción, menos formación

Cuando tengamos la tentación de apuntarnos a un nuevo curso, o de leer otro libro, deberíamos preguntarnos: ¿realmente he exprimido/puesto en práctica todos los contenidos que he consumido antes? ¿qué me va a aportar esto que quiero consumir? ¿tengo el compromiso de ponerlo en práctica, o sólo quiero calmar mi conciencia?
A partir de ahí, cada uno toma sus decisiones. Pero si no tienes una respuesta clara a todas esas preguntas… con mucha probabilidad, estarás perdiendo el tiempo.
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Formación y aprendizaje: ni necesaria ni suficiente

Formación y aprendizaje, ¿sinónimos?

Cuando hablamos de aprendizaje, muchas veces se utiliza el término «formación» como si «formación» y «aprendizaje» fueran sinónimos. «He asistido a una formación», «me van a dar un curso de formación», etc. Un sinónimo que, además, parece que funciona en los dos sentidos: ir a «una formación» equivale a aprender, y para aprender necesitas «hacer alguna formación».
Hasta cierto punto, es lógico que se produzca esta identificación. Desde nuestra más tierna infancia, nos vemos introducidos a un sistema educativo en la que «la formación» es la piedra angular. Nos pasamos 15-20 años en los que nuestra vida gira alrededor del concepto de la clase y el profesor. Parece que todo lo que aprendemos lo hacemos allí, y es normal que acabemos identificando una cosa con la otra. Obviamente no es cierto, aprendemos montones de cosas fuera del ámbito de la «formación», pero es entendible que se produzca esa asociación.

Desde mi punto de vista, la relación entre «formación» y «aprendizaje» se puede representar como un diagrama de Venn. Por un lado tenemos la formación, y por otro el aprendizaje. Y, en ocasiones, hay una intersección entre ambas donde sí, la formación genera aprendizaje. Pero también tenemos un área en la que la formación no produce aprendizaje, y otra en la que el aprendizaje se produce sin que exista formación.

Formación sin aprendizaje

Estoy seguro de que a ti también te pasa. ¿Cuántas horas de «formación» has hecho a lo largo de tu vida que se han quedado en… nada? Quizás fueron horas de colegio (aquellas horas eternas de Filosofía con Felicísimo… o la Historia de Gloria… o la química de Taranillas…). O clases de la universidad. O ese curso al que te mandaron en la empresa. Formaciones horribles, con profesores horribles, que no te hicieron más que perder el tiempo.
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No sé a ti, pero a mí me da cierto vértigo calcular el número de horas de mi vida que se habrán perdido así, sentado en un aula «escuchando» a alguien decir cosas que no me interesaban, simplemente porque «había que hacerlo». ¿Qué aprendiste en todas ellas? Nada. Hubo formación, pero no hubo aprendizaje.

Aprendizaje sin formación

Por supuesto, también hubo formaciones interesantes y enriquecedoras que generaron aprendizaje. Como también hubo aprendizaje en otros contextos: ese libro que leíste por tu cuenta, ese vídeo de youtube que buscaste, ese foro de internet al que estabas suscrito, ese amigo que te cuenta su experiencia, ese imitar al que tienes al lado, ese proyecto que se te ocurre, que pones en marcha, en el que encuentras dificultades y te estrujas la cabeza para ver cómo resolverlo… ese «tocar de oído», ese buscar información en la biblioteca… y tantas otras situaciones en las que aprendiste sin que hubiese una «formación» de por medio.
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Piensa en todo lo que sabes a día de hoy. ¿Cuánto se generó en una «formación»?

El foco está en el aprendizaje

Lo confieso, a estas alturas estoy un poco sesgado. Incluso puede que demasiado. Pero cuando oigo la palabra «formación»… me chirría. Prefiero, desde luego, la palabra «aprendizaje». Creo que pone el foco donde debe estar: en la persona que aprende, en su proceso. Un proceso en el que utilizará diversas herramientas, cualquiera que le sirva a sus propósitos. Porque eso es de lo que se trata, de sus propósitos y del trabajo que haga.

Todo aprendizaje es autoaprendizaje

Suelo decir esta frase, «todo aprendizaje es autoaprendizaje». ¿Qué quiero decir con eso? Que, estando el foco en el aprendiz, también está ahí la responsabilidad. El aprendizaje no «sucede» por el mero hecho de sentarse en una clase a escuchar a un profesor. El aprendizaje surge cuando el aprendiz toma las riendas, se implica, pone de su parte, busca las herramientas que le son útiles y hace el esfuerzo por aprovecharlas. Da igual que sea un curso, un tutorial de internet, un libro de la biblioteca, o un grupo de amigos con los que comparte un hobby.

Sometidos a las mismas circunstancias, hay gente que aprende y gente que no. De las personas que van a un curso, hay personas que lo aprovechan y personas que no. ¿Qué las diferencia? El curso es el mismo, el profesor es el mismo, el material es el mismo… la diferencia es el aprendiz, y su capacidad de liderar su propio aprendizaje.
[¿Quieres darle un impulso a tu capacidad de autoaprendizaje? ¡Descarga mi guía para diseñar un plan de autoaprendizaje eficaz!]
Hace unas semanas, en el transcurso de una charla, hablaba de esto. Una persona me decía que si no estaría yo obviando la importancia de tener un maestro, o de la «formación» en general. Que no todo podía ser «autoaprendizaje». Y creo que el punto es entender bien el concepto de autoaprendizaje: no significa ser un lobo solitario que todo lo aprende por sí mismo; sino asumir la responsabilidad del propio aprendizaje, elegir las herramientas que mejor contribuyan a él (entre las cuales, ¡claro!, puede estar la formación), y sacarles el máximo partido.
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Aprendelotodo

Satya Nadella learn-it-all aprendelotodo
En una reciente entrevista, Satya Nadella (CEO de Microsoft) hablaba sobre la cultura interna de su compañía y, haciendo referencia a la teoría de la «mentalidad de crecimiento» que esbozaba Carol Dweck en su libro «Mindset», decía lo siguiente:

We want to be not a “know-it-all” but “learn-it-all” organization.

Frente a la visión del «sabelotodo» (personas que lo fían todo a su talento y a sus conocimientos) apuesta por la visión del «aprendelotodo» (personas con motivación y energía para aprender lo que no saben). Frente al talento estático apuesta por el talento dinámico, enfatizando la capacidad de «aprender cosas nuevas» que sin duda es fundamental a nivel individual y a nivel organizativo.
En un artículo posterior, Kathleen Hogan profundiza en esta idea:

We want to infuse lifelong learning into our culture to help employees develop beyond what they “know” right now, and encourage ongoing learning through education, growth, and stretch opportunities. The fact is, without continuous learning, upskilling, and re-skilling, we’re looking at a workforce that could potentially lack the skills needed to do the jobs of the future

La lógica es, sin duda impecable. Y el reto es mayúsculo, porque nuestras organizaciones no están acostumbradas a gestionar empleados «inquietos» ni a ponerse a su servicio. Más bien al contrario, si por algo se distinguen las organizaciones es por la tendencia a homogeneizar, a controlar, a ajustar a las personas a un patrón prestablecido. ¿Formación? Sí, claro: siempre y cuando sea en lo que yo diga, cuando yo diga (fuera de horario laboral, que lo importante es lo importante), como yo diga, y tenga claro que se hace para algo concreto y con rendimiento a corto plazo. Y subvencionable, que si no para qué.
Y esta nueva tendencia lo que plantea básicamente es lo contrario: un ejército de profesionales inquietos, responsables de su propio aprendizaje, con la organización alentando y dando soporte a esa inquietud.
Como digo, un reto mayúsculo.

El mejor curso es el que haces

Buscando un curso

Quieres aprender algo, desarrollar una nueva habilidad. Necesitas un curso, un método, un libro de referencia, un maestro. Hay que elegir bien, porque de eso depende tu éxito. Y hay tantas opciones… ¿cuál es la mejor? Entonces empiezas a recabar información, a pedir opiniones, a investigar. No te ayuda demasiado, porque sigue habiendo muchas opciones válidas. Le sigues dando vueltas. Empiezas uno, y no te convence, y piensas que tiene que haber una mejor alternativa. Culpa tuya, deberías haber investigado mejor. Y lo dejas, y vuelves a buscar, el curso perfecto está a la vuelta de la esquina y sólo es cuestión de buscarlo bien.

La paradoja de la elección

Barry Schwartz definía esta situación en la que la abundancia de opciones nos lleva a la parálisis. Enfrentados a un número casi infinito de alternativas, acabamos enredados en el proceso de decidir. Incapaces de comprometernos con una opción sin pensar si no nos estaremos equivocando, y demorando la decisión final.
Lo curioso es que en este proceso tenemos la sensación de que estamos dedicando horas al aprendizaje. Que lo estamos haciendo porque efectivamente estamos comprometidos con lo que queremos aprender. Por eso precisamente estamos poniendo tanto esfuerzo en elegir bien, ¿no? Pero la realidad es que ese tiempo es básicamente inútil en términos de aprendizaje real. Cada minuto que pasas eligiendo es un minuto que no pasas aprendiendo.

La ilusión del curso perfecto

Nos obsesionamos con la idea del curso «perfecto». Creemos que, si dedicamos el tiempo suficiente a investigar, acabaremos encontrando ese recurso infalible que hará que nuestro aprendizaje sea sencillo, fluido, eficiente… inmejorable.

Nos olvidamos de la cruda realidad: que no hay curso perfecto. Todos van a tener puntos positivos y puntos negativos, cosas que nos gusten más y cosas que nos gusten menos. La fantasía de que existe un curso perfecto sólo nos va a generar una gran pérdida de tiempo en su búsqueda, y unas grandes dosis de frustración cuando finalmente elijamos y veamos que, ay, nuestra elección «perfecta» también tiene sus problemas. ¡Deberíamos haber investigado más!
Pero no. Más investigación no hubiese resuelto nuestros problemas. No es cuestión de que hubiese una «letra pequeña» que no hemos sido diligentes en leer. Es que la vida es así, no hay nada perfecto, todo tiene una «cara B» con la que tenemos que saber lidiar.

Done is better than perfect

Sabiendo esto, un enfoque mucho más eficiente para nuestro aprendizaje consiste en acortar de forma consciente la fase de elección. Seleccionar rápidamente un curso (o un libro, o un método… lo que sea), olvidarnos de las alternativas y dedicar nuestro tiempo, nuestro esfuerzo y nuestro foco a seguirlo con todas las consecuencias. No se trata de «coger lo primero que se me presente», pero casi; si cumple unos requisitos mínimos (¿un autor o una institución de cierto prestigio? ¿cierto reconocimiento público? ¿opiniones decentes?) y se adapta a nuestros condicionantes (económicos, logísticos) seguro que es una opción razonablemente buena. ¿Es «la mejor»? Seguramente no, porque seguramente no existe tal cosa como «la mejor». Lo importante es que nos ayude a avanzar.

Y es haciendo este curso que hemos elegido como vamos a avanzar. Lo que hace buena una decisión no es la decisión en sí misma, si no nuestro compromiso con ella. De las opciones que tenemos que delante, cualquiera podemos convertirla en “buena” si nos empeñamos en llevarla a buen puerto. Seguro que a medida que avanzamos habrá cosas que no nos gusten, y otras que no nos aporten; pero habrá muchas otras que sí, y ésas son las importantes.

Lo que nos aportará cualquier curso

Cualquier curso «imperfecto» pero seguido con dedicación adecuada nos va a proporcionar un avance. Nos va a dar perspectiva. Nos va a permitir profundizar en algunos aspectos. Nos va a dar herramientas y conocimientos útiles. Va a consolidar nuestra habilidad. Nos va a reforzar cosas que ya sabemos. Nos va a abrir nuevos caminos. Nos va a revelar aspectos que necesitamos trabajar más. Incluso nos va a dar mayor criterio a la hora de seleccionar nuestros siguientes pasos.
Cuando lo hayamos terminado estaremos mejor de lo que estábamos al principio, más cerca de esa «visión» que guía nuestros esfuerzos. Porque el avance no dependerá tanto curso en sí, si no del aprovechamiento que nosotros hayamos hecho de él y de la actitud con la que lo hayamos afrontado.
Y a partir de ahí estaremos en condiciones de seguir iterando. Porque el aprendizaje es un proceso de exploración, de experimentación, de mejora continua. Como dijo el poeta, «se hace camino al andar».

¿Es un curso lo que necesitas?

Hace poco comentaba con un conocido una posible colaboración. Estaban pensando montar un «curso de ventas» para un colectivo bastante grande, y me preguntaban que cómo lo veía yo. Respondí de la forma más honesta que fui capaz, aun sabiendo que mis probabilidades de éxito eran pocas.
Estas son las reflexiones textuales que les trasladé:


  • Para mí el enfoque es más de «cambio de cultura» que de «dar un curso». Puede (o no) que un curso sea necesario, pero seguro seguro que no es suficiente.
  • Para poder plantear soluciones hay que ir a la raíz del problema. ¿Se ha investigado dónde está el origen del «no vender»? ¿Se ha trabajado con el colectivo, con sus responsables, incluso con los clientes…? ¿O directamente se ha hecho una presunción? «No venden porque no saben; si les damos un curso, venderán».
  • Parte de la implantación de «soluciones útiles» pasa por la co-creación: es decir, trabajar con los colectivos afectados (el propio colectivo, en este caso; quizás clientes, y responsables, etc) y que sean ellos los que propongan cosas para hacer. Quizás propongan un curso. Pero quizás propongan otras muchas cosas que desde un despacho ni se nos ocurren, porque no estamos en su día a día. Y al ser «sus ideas», la probabilidad de que funcionen se incrementa…
  • Creo que importa mucho el enfoque experimental en la implantación de ideas: pensar una serie de medidas, probarlas de forma rápida y barata con pilotos… y la que funcione se potencia, y la que no funcione se abandona. Si se buscan enfoques masivos/definitivos («un curso para todo el colectivo») es más difícil acertar.
  • Del mismo modo, creo que el cambio funciona mejor si se empieza pequeño y luego se crece. Coger a los 20, 50 o 100 individuos más motivados para la venta, y empezar a trabajar con ellos, ver lo que funciona y lo que no. Y cuando esos individuos, y esas áreas, empiecen a obtener resultados… se va generando un efecto bola de nieve que permite ir incorporando a nuevos «fieles». Usar un «curso masivo» con un colectivo que no tiene interés es tirar el dinero: sí, les has llevado a un aula, puedes justificar que «les has formado»… pero no es real.
  • Hay que pensar de forma sistémica. Queremos que las personas vendan… ¿es la «habilidad para la venta» un rasgo que tengamos en cuenta a la hora de seleccionar? ¿cómo estamos incentivando las ventas? ¿qué información les damos sobre la evolución de sus ventas? ¿Cuál es la actitud de los responsables hacia la venta? Etc.
  • Los esfuerzos de cambio cultural solo tienen sentido si se sostienen en el tiempo, si hay consistencia. Si hoy damos un curso, y mañana pasamos a otra cosa… es tirar el dinero.

En fin, como ves son varias cosas pero todas en la misma línea: si hay interés real en cambiar las cosas, hay mucha tela que cortar. Alguien que se dedique a «vender cursos» no lo va a plantear así (le interesa «colocar» el curso, cobrar… y aquí paz y después gloria)… pero honestamente es como yo lo veo. Si crees que podemos profundizar en todo esto de cara a transformarlo en un proyecto ya sabes dónde me tienes.


Tal y como suponía desde el primer momento, mi enfoque no «cuajó»; y lo cierto es que no sé si acabaron encontrando ese «curso de ventas» que buscaban. Lo que sí me atrevo a pronosticar es que, si lo hicieron, el impacto será, en el mejor de los casos, pequeño y efímero.
La verdad es que por un lado me sentí bien exponiendo mi visión, sin cortapisas. Un poquito de «design thinking», un poquito de «agilidad», un poquito de «gestión del cambio»… «Mira, esto es lo que creo, y en esto creo que te puedo ayudar; si no consigo convencerte y no vamos a estar en la misma onda, mejor que busques a otro». Por otro, claro, siempre te queda la duda… ¿fui demasiado «asertivo»? ¿podría haber modulado mi discurso para «pillar cacho»? ¿hubiera merecido la pena?

Más formación, ¡es la guerra!

Me contaban hace unos días que un curso de 4 horas (que yo diseñé e impartí durante un tiempo) había sido transformado en tres jornadas de formación. Expansión del 600%. Los ojos se me pusieron en blanco…
Recuerdo la sensación al impartir aquel curso: «uf, se les está haciendo largo… no hemos dado con la tecla». De hecho, después de pasar decenas y decenas de personas por allí, tampoco es que se detectasen grandes cambios (aquello del «ROI de la formación»). Por eso, me cuesta creer que «hacerlo más largo» vaya a ser la solución.
Sin embargo, desde determinada visión mecanicista, tiene su lógica. «Si aplicando 4 horas de formación se consigue un efecto pequeño… ¡aumentemos la dosis! ¡así el efecto será mejor!». Nadie se plantea que, a lo mejor, es que la formación (entendida como «les doy un curso» que encima no han pedido) no sirve para demasiado.
Cada vez estoy más convencido de que las dinámicas de aprendizaje son altamente complejas y personalizadas. Para empezar, digo «aprendizaje» y no «enseñanza» porque es el individuo el que debe sentir el interés y la motivación para aprender; si no, solo es un «trozo de carne» sentado en una silla durante X horas. Y digo compleja y personalizada porque a uno le surge la inquietud y la oportunidad por aprender en un momento determinado, y normalmente muy vinculado a su «día a día». La persona es (debe ser) la protagonista del proceso, es la persona quien debe sentir en sus carnes la necesidad. Aprendes algo para resolver un problema que sientes como propio; no aprendes porque alguien te diga que «tienes una necesidad», si tú no la percibes como tal. Y normalmente aprendes en el mismo contexto donde surge la necesidad, buscando una aplicación práctica casi inmediata, con un refuerzo sostenido en el tiempo.
¿Cuántos de estos problemas resuelven los «cursos de formación» tal y como se suelen plantear? Creo que pocos. Y sin embargo, el enfoque sigue siendo el mismo. ¿Por qué? Pues porque la «formación» genera una ilusión de control y de gestión adecuada. Adecuada para los managers, no para las personas ni para los resultados… pero aquí no estamos para eso, ¿no?.
Si yo tengo 1000 personas a las que formar, eso de la «dinámica de aprendizaje compleja y personalizada» da miedo. A ver cómo le meto mano. Y cuánto tiempo me va a llevar. Y dónde tengo que actuar. Y cuánto me va a costar. Y qué es eso de que dependo de que la persona sienta la necesidad y «aprenda»… si yo sé que esto es lo que tiene que aprender, y tiene que hacerlo ya porque el negocio así lo exige (lo sé yo, directivo omnipotente, que me lo ha dicho un consultor). Así que monto unos cursos de formación. A 15 personas por grupo… en unas 70 sesiones de formación me lo ventilo. Si soy capaz de meter dos sesiones por día, son 35 días, que son 7 semanas… total, en dos meses me lo he pulido. Puedo presumir de que hemos invertido X horas en formación, puedo presumir de que en 2 meses hemos abordado un proceso de transformación, puedo presumir de que ahora tengo 1000 personas formadas, puedo presumir de que la transformación me ha costado X euros. Indicadores medibles, gestionables, de los que se puede presumir, que se pueden calendarizar, que se pueden presupuestar, que se pueden poner en un powerpoint para sacar pecho.
Oiga, ¿y esa transformación de la que habla… es real? ¿Esa formación de la que usted presume, y que tan medida tiene… ha derivado en un aprendizaje y en una acción sostenida? Bueno, yo he hecho lo que estaba en mi mano. Les he dado la formación. Ya es cosa de ellos. A mí me pagan por formar, no porque la gente aprenda.