La oración de la serenidad
«Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, coraje para cambiar las que sí puedo, y sabiduría para entender la diferencia».
Así arranca la conocida como oración de la serenidad, creada por Reinhold Niebuhr y popularizada, entre otros, por Alcohólicos Anónimos.
Es una frase sencilla, pero con una profundidad enorme. Yo la tengo colgada en mi despacho, porque me recuerda algo fundamental: en medio del ruido del mundo, lo más inteligente es centrar la energía en lo que está en nuestras manos… y gastar la mínima posible en lo que no lo está.
Las tres zonas de acción
Cuando hablo en mis cursos, suelo presentar este mismo planteamiento con una idea práctica: las tres zonas de acción.
- Zona de control: son todas aquellas cosas que dependen exclusivamente de ti, aquí y ahora. Decidir levantarte de la silla, enviar un correo, elegir qué palabras usas en una conversación. Pequeñas o grandes, siempre hay acciones que caen aquí.
- Zona de influencia: son situaciones en las que no tienes la decisión final, pero sí margen para intentar moverlas. Por ejemplo, hablar con un compañero para mejorar la forma de trabajar juntos. No garantizas el resultado, pero puedes intentarlo.
- Zona de adaptación: es todo lo que no depende de ti en absoluto. El marco legal, la meteorología, una crisis económica. Aquí no puedes controlar ni influir. Pero eso no significa rendirse: aunque no evites la lluvia, sí puedes coger un paraguas.
Si te fijas, en las tres zonas aparece siempre el mismo mensaje: hay algo que puedes hacer.
Locus de control: interno vs. externo
En psicología se utiliza el concepto de locus de control para explicar dónde pone una persona el acento cuando piensa en su capacidad de manejar su vida.
- Locus de control externo: la sensación de que todo depende de la suerte, del destino, de lo que deciden otros. Esa mirada suele traer frustración, impotencia o victimismo: “no hay nada que yo pueda hacer”.
- Locus de control interno: no significa ingenuidad ni creerse omnipotente. Es asumir que hay límites, pero también muchas cosas que sí están a tu alcance. Y elegir enfocar ahí tu atención. Quien opera desde aquí suele sentirse más responsable, más motivado y con más capacidad para afrontar lo que venga.
En el fondo, es lo mismo que dice la oración de la serenidad: cambiar lo que puedo cambiar.
Los dos pecados
Desde este enfoque, aparecen dos errores frecuentes que nos desgastan:
- Volcar demasiada energía en lo que no depende de nosotros. Quejarse sin parar del mundo, intentar controlar a los demás, darle vueltas a lo que no tiene remedio. Es como darse cabezazos contra una pared.
- Dedicar poca energía a lo que sí está en nuestra mano. Dejar de actuar, esperar a que las cosas cambien solas, quedarnos paralizados como un conejo en mitad de la carretera.
¿Y entonces qué?
No se trata de cargar con el 100% de la responsabilidad de lo que te pasa. Claro que existen contextos, injusticias y mala suerte. Claro que hay cosas que te superan.
Pero sí se trata de enfocar el esfuerzo en ese margen de actuación —que casi siempre es mayor de lo que creemos—. Ahí es donde tu tiempo y tu energía tienen más impacto.
Serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar.
Coraje para cambiar lo que sí se puede.
Y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro.
