Mentor, el amigo al que Ulises pidió que cuidara a su hijo Telémaco en su ausencia, es un personaje de La Odisea que terminó dando nombre genérico a esa figura de «consejero o guía». Creo mucho en este tipo de relaciones tutor-tutelado, en su importancia para el desarrollo personal y profesional. Las he experimentado en los dos lados (sin duda como tutelado, me gustaría pensar que también como tutor). Y sin embargo me chirría la forma en la que muchas veces se enfoca la cuestión.
Para mí, el concepto de mentor es enormemente dinámico, líquido, informal. No creo que funcionen las relaciones del tipo «aquí está tu tutor, aquí está tu tutelado». Es algo que no se puede imponer / formalizar, sino que surge (¡o no!) de forma natural. Exige cierta afinidad personal y la existencia de un clima de confianza mutua que se va construyendo poco a poco. Solo entonces empiezan a establecerse los «puentes de comunicación» que permiten a uno compartir inquietudes de forma abierta y a otro ofrecer ayuda sincera y desinteresada, sin que ese intercambio resulte forzado.
No creo tampoco en la idea del «mentor-total». De hecho, creo que todos tenemos / necesitamos referencias múltiples, personas que nos den visiones diferentes que nos permitan hacernos una composición de lugar propia. Habrá unas personas en las que confiemos más para unos temas, otras que nos ofrezcan una visión más acertada en otros aspectos. No creo que exista (ni que deba existir) ese «yoda-que-todo-lo-sabe».
Y dentro de esa multiplicidad de referencias, lo deseable es que tengan origen en lugares lo más diversos posibles. Mentores que nos abran los ojos a realidades diferentes, que nos permitan contrarrestar el sesgo natural que se produce cuando una persona (con la mejor de sus voluntades) nos habla desde su experiencia y su realidad; que puede ser fantástica, pero solo será una de las muchas posibles.
Tampoco creo en la permanencia o la «evolución infinita» del vínculo. Idealmente, la relación de mentor y pupilo alcanzará un punto de máxima fluidez y aprovechamiento. Pero lo normal será que pasado un tiempo ese vínculo se debilite, que tanto el uno como el otro busquen nuevas relaciones que incluso puedan compatibilizarse en el tiempo. Y esto no tiene por qué indicar un «fracaso» del proceso, simplemente es la evolución natural.
Otro aspecto que considero importante es la bidireccionalidad del vínculo. No hay un maestro que enseña y un alumno que aprende, sino que hay una relación en la que las dos partes son susceptibles de enriquecerse. Esto implica que quien ejerce el rol del mentor debe abordar la relación con humildad, interés y curiosidad, y estar también abierto a nuevos aprendizajes. Y no por eso se debilita su posición.
Al final, lo que se trata es de re-configurar la figura del mentor a una dinámica de red, con relaciones de intensidad variable entre nexos que se crean y se destruyen sin parar, con cada vez menos limitaciones. Quizás, de hecho, pierda sentido el «mentor» como figura. Los consejos, la inspiración, la guía… son cosas que fluyen libremente, en todas direcciones, dentro de esa red conectada.
¿Y qué puede hacerse desde el mundo de la empresa para facilitar este intercambio? Básicamente, eliminar barreras. Facilitar la interacción entre individuos, con el máximo nivel de informalidad posible, para que empiecen a generarse relaciones de confianza por encima de brechas jerárquicas, generacionales, departamentales… de hecho por encima de los ámbitos de «la propia empresa». Van a ser los propios individuos los que, de forma orgánica, establezcan esos nexos de unión. Será suficiente con que la empresa allane el camino.